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Capítulo 40: A Bariloche
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey
En un punto, Luana se comportó en Bariloche de manera opuesta a lo que habitualmente hacía. Porque Luana, si bien era todo lo putita que ya saben, mantenía una especie de bajo perfil, una imagen de chica bien, ubicada, y hasta familiar.
Era rarísimo, porque a esta altura todo el mundo sabía que ella era muy pero muy puta, y sin embargo nadie la trataba como tal, como en cambio sí hacían con Tiff o Cherry. Luana mantenía una distancia a la que las otras chicas no habían podido siquiera acercarse. O no habían querido.
Bien, fue nada más que el micro se pusiera en movimiento, acá en Buenos Aires, para que mi Luana —lo mismo que otras chicas del curso con relativamente buena reputación—, tirara por la borda toda la imagen acuñada hasta entonces.
Cuando regresó de cambiarse en el bañito, me di cuenta que mi novia no iba a discriminar a nada ni a nadie. Entró con un pantalón de gimnasia ajustadísimo que le quedaba muy sexy, y una remera de algodón del grupo The Church. Pero volvió del baño hecha una perra mortal. Minifalda tableadita cortísima, remera musculosa blanca también muy corta, con una estampa de los The Replacements, y unos modernosos “bangles” en los tobillos, por sobre las zapatillas, emulando los personajes de los dibujos animados japoneses.
Verla y que se me parara la pija fue lo mismo. Aunque a la vez me invadió una preocupación que hacía tiempo no experimentaba, pues su actitud a todas luces presagiaba que cada uno de los varones del micro, incluidos mis compañeros, se la iban a coger. Porque una cosa era que todos mis compañeros de aula supieran que yo era un cornudo consciente, pero otra muy distinta era que ellos me hicieran cornudo.
A pesar del aire acondicionado, comencé a transpirar en cuanto la vi moverse dentro del micro.
Lo primero que hizo fue presentarse ante el otro grupo.
Para los que no lo saben, las empresas de viajes estudiantiles utilizaban micros con capacidad para más o menos dos cursos. Años antes, cuando los colegios eran de un solo sexo, los organizadores tenían el buen tino de mezclar un curso de un colegio de varones con uno de un colegio de mujeres, lo que generaba una enorme expectativa y ansiedad. A medida que los colegios fueron haciéndose mixtos, la combinación se les fue haciendo un poco más complicada.
A nosotros nos había tocado compartir viaje (eso significaba también hotel y excursiones) con un numeroso curso de un colegio industrial, casi todos varones dos años mayores que nosotros.
Mi amada Luanita se había presentado con los chicos nuevos moviendo sutil y sensualmente todas sus curvas, con gestos cargados de sexualidad y utilizando la más felina de sus entonaciones. A los tres minutos se la querían coger todos.
Fue hasta mi asiento y se inclinó sobre mí para hablarme al oído. Imaginé que la mitad del micro estaría enterándose de qué color llevaba la tanga porque la minifalda se le levantaba muchísimo. Y ella lo sabía.
—En este viaje te voy a hacer el cornudo más cornudo de todos los cornudos… —me prometió.
—Pensé que ya lo era.
—Mi amor… —agregó—. Todo lo que viviste en estos últimos tres años… —sonrió con una terrible cara de turra—. Lo voy a duplicar en diez días.
No supe si preocuparme por la amenaza o alegrarme por la cantidad de recompensas con las que me debería consolar. Mi pija totalmente endurecida ya había emitido su veredicto.
El viaje en micro hasta Bariloche es de un día completo. Lo que incluye una noche completa. Durante el día mi Luanita aprovechó para charlar e ir conociendo a todos los chicos del otro curso. También aprovechó para hacerse “amiga” de los choferes y del guía, un treintañero con cara de despierto y mucho recorrido encima, llamado Santiago. Insistió en que yo la acompañara en esas incursiones a la cabina de conducción del micro, supongo que para enrostrarme lo que luego sucedería con ellos.
Cuando la tarde bajó sus luces comenzaron los primeros mimos en el coche. Las pocas parejas, incluidos Tiffany y Eze, comenzaron a besuquearse y acariciarse. También vi con sorpresa que había un par de parejas formadas por compañeros de aula que durante años no se habían animado a dar el primer paso y ahora, con la excusa de la extrema libertad otorgada por el viaje, sí lo hacían.
Pero Luana no tenía planeado besarse con nadie.
Lo que sucedió solo fue posible con la noche muy entrada, luego de cenar y cuando las luces interiores del micro se apagaron por completo para que el pasaje durmiera. Cosa que Luana, yo, y una treintena de chicos no pudimos hacer.
En el silencio de la noche, con el ronronear del motor y las ruedas contra un asfalto interminable, quedé semi dormido unos instantes. Supongo que fue en un pozo o una curva del camino que me desperté. O mejor dicho, me despabilé. Luana no estaba. Ni allí ni en los asientos de alrededor. Supuse que habría dio al baño y decidí esperarla para hacerle algunos arrumacos.
La espera se hizo larga. Demasiado. De aburrido, nomás, me levanté a buscarla. Si se había quedado conversando con alguno me sumaría un rato a la charla y la retornaría a dormir conmigo lo más políticamente posible.
La encontré al final del pasillo, en la última hilera de asientos, que era de dos butacas, como el resto, pero que quedaba como aislado, encajonado por una máquina expendedora de café y jugo, plantada al final del pasillo.
—¿Lu…? —pregunté. No estaba seguro porque no se veía nada, aunque las espasmódicas luces de los automóviles que venían en dirección contraria me habían permitido reconocer la silueta de su rostro contra la ventanilla.
—Mi amor… —dijo casi en un susurro. Su voz era muy baja, sostenida por un tono brilloso y mordido de energía—. Me quedé acá un ratito con los chicos del otro colegio… No te molesta, ¿no?
—N-no… —Ella sabía que no. Yo seguía sin poder ver pero era obvio que estaba sentada en la butaca de la ventanilla. Supuse que estarían arreglando para enfiestarse en el cuarto de hotel algunas de las próximas noches.
—Pablo me está introduciendo en su grupo…
—Hola, Pablo —saludé al que estaba sentado junto a ella, en el asiento del lado del pasillo, prácticamente junto a mí, puesto que yo estaba literalmente de pie en el pasillo.
—Soy Sergio, no Pablo —me respondió una voz seca. Me quedé un segundo en silencio y giré mi cuerpo hacia los dos asientos de delante de ellos, que también se encontraban a mi lado. Si mi novia estaba sentada sobre la ventanilla y Sergio sobre el pasillo, el llamado Pablo sería uno de los dos de adelante.
—Ah, perdón…. Hola, Pablo… —Mi tono fue bastante dubitativo. No veía a quién le estaba hablando—. ¿O vos sos Pablo? —terminé dirigiéndome al de la ventana, sentado justo un asiento delante de donde estaba sentada mi novia.
—Yo tampoco soy Pablo —me dijo el que estaba sentado sobre el pasillo.
—¡Cuerno! —tosió el otro, el de la ventanilla, y pude oír unas risitas incluso unos pocos asientos más adelante.
—No sean así… —reprochó casi en un susurro Luana.
Recién entonces reparé en que la cabeza de Luana estaba un poco más elevada que el resto. Las luces de un camión salpicaron la ventana y por un instante pude ver claramente el rostro de labios apretados y ojos más rasgados que nunca de mi novia, su cabeza cabalgando casi imperceptiblemente hacia arriba y abajo, y la silueta poco clara de un muchacho que la sostenía desde abajo y se movía acompasadamente junto a ella.
—¡Luana! —dije atacado por la sorpresa. Más risitas idiotas.
—Mi amor, perdóname… —actuó suplicante—. Es que me tenté.
El llamado Pablo la tenía tomada de la cintura mientras ella subía y bajaba rítmicamente. Ahora podía verlo claramente, pero la verdad era que los movimientos eran muy suaves y la oscuridad disimulaba todo.
Lo que Pablo no tuvo forma de disimular fue su propio clímax, que le llegó en ese momento, aunque debo agradecer que al menos no gritó y mantuvo todo dentro de un razonable perfil bajo.
Me di cuenta que estaba a punto de acabar porque su respiración se hizo más pesada y jadeante. Todos alrededor se dieron cuenta. Luana gimió como una gatita y comenzó a levantar un poquito más la cola y su cuerpo. El roce de la pija dentro suyo se habría ahora multiplicado.
—¡Sos una hija de puta…! —se escuchó claramente a Pablo en un susurro.
Y comenzó a acabar. Tratando de reprimir cualquier sonido.
—Ahhh… Ahhhh… —se le escuchó quedamente.
Un murmullo de aprobación y excitación afloró de todos los asientos de alrededor. Eran los del otro colegio.
—Sos una diosa… Cogés una barbaridad…
Luana se puso de pie desencastrándose de su macho y me miró.
—Ya estoy con vos, mi amor…
Para llegar a mí, Luana tenía necesariamente que pasar por el asiento de al lado, el que daba al pasillo y que estaba ocupado por el llamado Sergio. Luana se me vino, sonriendo con cara de turra. Cuando estaba pasando por sobre las piernas de Sergio para ir a mi encuentro, el muchacho la tomó de la cintura y la detuvo, y le magreó groseramente el culo por debajo de la minifalda.
—¿A dónde vas, putita…?
Se la sentó sobre él con cuidado, haciéndole flexionar las rodillas a mi novia y conduciéndola despacio hacia él, mientras la iba ensartando con su pija totalmente dura.
—¡Ahhhh…! —gimió sonoramente mi Luana, que comenzó a disfrutar de una segunda verga.
—Pero… ¡mi amor!
—Ay, Vincent, perdoname… —volvió a susurrarme, con una entonación tan de putona inocente que casi me hace acabar—. No sé qué me pasa hoy… Tengo el “sí” fácil…
Y me sonrió. Los otros idiotas se rieron nuevamente. No entendían nuestro juego. El que se la estaba cogiendo optó por sostenerla a ella arriba y moverse él mismo, bien rápido. Luego descansó e hizo que ella se moviera.
El chico que se había cogido a mi novia antes se había puesto de pie y trataba de salir de allí para alcanzar los baños. Sergio no dejó de cogerse a Lu ni por un segundo, aun cuando el paso del otro chico provocó una incomodidad exasperante.
El hijo de puta que estaba en el asiento de adelante del lado de la ventanilla y me había dicho cuerno, ya se había dado vuelta y quería ser el tercero. Luana estaba demasiado excitada para decirle que no y a mí no me hacía gracia que justamente ese flaco me hiciera cornudo.
—No —le dije.
El flaco me miró con desprecio y se quitó un abrigo que le incomodaba. ¿Querría darme una golpiza? A mi lado, Luana seguía con los ojos cerrados, cabalgando silenciosamente y gozando como una puta la pija de su segundo macho de la noche.
—Callate, cornudo —me dijo el otro—. Si querés algo de tu novia vas a tener que hacer la fila —Miró hacia el interior del micro—. Y creo que vas a tener que esperar bastante…
—¡No te voy a dejar pasar!
Me planté en el pasillo sacando pecho pero con poca convicción. El otro se rió y subió sus pies a su propio asiento y cruzó atrás por sobre el respaldo. En un segundo estuvo sentado junto a Luana, del lado de la ventanilla, con la pija afuera y totalmente parada.
Sentí rabia y alivio a la vez. No estaba acostumbrado a pelearme y creo que hubiese salido perdiendo. Por otro lado y a mi pesar, que ese hijo de puta se cogiera a mi novia me resultaba por demás morboso.
Sergio le estaba acabando a mi novia cuando ella vio el asiento de al lado ocupado nuevamente. La vi sonreír con lujuria y supe que la noche ya estaba decidida. Mi Luanita iba a sentarse sobre la pija de ese tercer chico y luego sobre la de un cuarto. Y el quinto. Y así toda la noche hasta ser pasada por la verga de casi todos los del otro colegio.
Fue la noche en que más pijas juntas se comió en su vida. Nunca se repetiría una cantidad ni parecida. Sin embargo, ella no tendría esa noche ni un orgasmo. Estaba allí al solo efecto de ser usada lo más posible y —quizá— obtener una marca personal.
Cuando mi novia se volvió a cambiar de asiento, al de la ventanilla, y el turro que me había dicho “cuerno” se la empezó a clavar, la vergüenza pudo más que la excitación y comencé a retirarme.
—¿A dónde vas, mi amor? —me atajó Luana con cierta zozobra en la voz. Me quedé en silencio, viéndola subir y bajar ya no tan imperceptiblemente sobre la nueva pija. Quizá fue mi imaginación, pero a pesar de la oscuridad juro que vi a mi novia hacer pucherito con su trompita y sus ojos rasgados—. ¡Quedate! —me suplicó.
Me es imposible resistir esa mirada de perrito triste. Especialmente cuando está emputeciéndose. No dije nada y me quedé, soportando la burlona sonrisa del que se la estaba cogiendo y magreando a gusto.
El otro que estaba en el asiento de adelante le pidió cambiar de lugar al que se sentaba al lado de Luana, el que se la había cogido un momento antes. Mi perplejidad era casi tan grande como mi calentura. Tuvieron que empujarme para moverse de asiento. Para cuando el turro burlón le acababa adentro a mi dulce Luanita, la posta de pija en el asiento de al lado ya estaba servida.
Se corrió la voz y en segundos ya estaba organizado todo para que, de a uno en vez, todos los varones del colegio hicieran suya a mi novia.
Cuando mi Lu estaba siendo cogida en el asiento del pasillo, me tomaba de la mano y se sostenía de mí para bajar y subir sobre la pija de turno. Me decía palabras dulces y volaba de calentura. Pero conforme fueron pasando las vergas, mi novia se fue cansando de subir y bajar y pidió descansar un rato.
No se lo permitieron. La calentura del grupo era tal que no registraron que mi novia quería parar. No es que la obligaron, simplemente se la cogían pidiendo que aguantara “una más” (la del que se la estaba tratando de poner) y que descansara luego. Yo no tenía fuerzas para imponerme y además adiviné que Luana también quería aguantar.
El cansancio físico terminó derrotando a mi novia, quien en un momento se echó sobre los dos asientos, de rodillas medio en perrito, y permitió que se la siguieran cogiendo sin que ella hiciera el esfuerzo. Fue una de las noches más largas y excitantes de nuestra relación. Aunque habría muchas más, más adelante, ésta tenía el plus del morbo de dejarse usar por una treintena de desconocidos.
Para cuando las luces del nuevo día comenzaron a meterse por las ventanillas, la totalidad de los chicos del otro curso reposaban satisfechos, y mi Luana dormía plácidamente entre mis brazos, muerta de cansancio, la conchita inflamada de sexo y una sonrisa agrandada y llena de paz en el rostro. Y yo, con la pija más dura que nunca y el insomnio a flor de piel, le acariciaba los cabellos con ternura, disfrutando en silencio cada una de sus respiraciones.
Fin del capítulo 40