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Dayana - Anexo 01

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EN EL NOMBRE DEL PADRE
Dayana: Anexo 01
(VERSIÓN 1.0)

Por Rebelde Buey


Golpeó tímidamente. Venía envalentonado pero los gemidos al otro lado de la puerta lo acobardaron un poco. Siempre lo amedrentaba escuchar a su novia gemir cuando cabalgaba sobre la verga de su padre. Y peor si hablaban.
—¡Ah, por Dios, qué bien me coge, suegrito!
Toc! Toc!
—M-mi amor… ¿estás presentable?
Siempre se cogía a Dayana en esa habitación. O casi siempre, porque a veces, después de cenar, al padre le agarraban ganas y la tiraba y desnudaba sobre el sillón del living, como aquella primera vez, mientras él se quedaba levantando la mesa y lavando los platos.
—¿Qué querés, cornudo? ¡Dejá coger!
No solo los gemidos se escuchaban. La cama era un escándalo, y el golpeteo de las carnes en el bombeo eran como pijazos al corazón.
—Mi amor, es que… conseguí plata…

No le respondió nadie. El ruido a cogida y jadeos seguían llegando graves al atravesar la puerta cerrada. Podía imaginarse lo que sucedía adentro, lo había visto muchas veces: cogían tan duro que la cama invariablemente se iba corriendo hacia el centro de la habitación. Aunque no le dieron permiso, empujó despacio la puerta y entró.
Nunca lo impactaba menos el espectáculo. Su novia de rostro hermoso y cuerpo tallado montada sobre la verga —el vergón— de su padre, subiendo y bajando sobre la pija venosa, hamacando el cabello en cada cabalgada, moviendo la pelvis para clavarse más hondo. Los muslos de Dayana, replegados sobre las pantorrillas, se tensaban y se acercaban a la explosión.
Dayana era una morocha bonita y con rostro de puta come-billeteras, con un culo perfecto, lleno, coronado con una cintura exquisita. Los pechos no eran grandes, más bien tirando a pequeños, pero si encima los hubiera tenido grandes hubiese sido injusto para las otras mujeres. Le gustaba la pija y el dinero, y había descubierto que el padre del cornudo tenía mucho de las dos cosas.
—¿Qué hacés acá, inútil? ¡Te dije mil veces que no me gusta que me espíes cuando me cojo a tu novia!
—¡No, papá, no vengo a espiar! Vengo a hablar con Dayana.
Miguel no se movía, pero Dayana seguía subiendo y bajando sobre el vergón y disfrutando de cada centímetro.
—Dayana, ¿me escuchás?
—¿Qué querés, cuerno? Cómo aprovechás cualquier excusa para mirar…
—¡No, no! Esta vez no… ¡Conseguí plata, Dayana! ¡Conseguí plata!
—¡Y qué carajo me impor…? Ohhh, suegrito… cómo le siento la pija…
Ahora Miguel volvía a moverse. Cada vez que ella bajaba, él mandaba un latigazo para arriba y era como si la estuviera remachando de verga. Agustín observó la penetración. Cada vez que subía, el vergón grueso de su padre quedaba expuesto  y brilloso, embadurnado de los jugos de ella. Era un espectáculo maravilloso, aunque muy breve: la verga venosa volvía a ocultarse dentro de la conchita de su novia al segundo siguiente.
—¡Tengo plata, Dayana! ¡Mirá! —y sacó un fajo de billetes que esgrimió en una mano.
Dayana miró con interés sin dejar de cabalgar.
—¿Qué es… Ahhhhhhh… ¿Qué es eso…? Uhhhhhh…
—30.000 pesos, Dayana… ¡30.000!
Y Miguel, venenoso:
—¿A quién le robaste eso, inútil? ¡Voy a llamar a la policía!
—No, papá, vendí mis vinilos en internet. ¡Valían una fortuna! —Agustín volvió a observar a su novia, que no dejaba de cabalgar sobre la verga de su padre. Y de pronto dijo aquello con una naturalidad que rallaba en lo patético—. Podés dejar de cogerte a papá, Dayana. ¡Ya tengo la plata!
—¿De qué hablás, cornudo?
—Me dijiste que cuando consiguiera plata para llevarte al shopping ibas a dejar de coger con papá para empezar a coger conmigo.
Dayana por primera vez se frenó y quedó quieta como la estampita de una virgen.
—Ah, es cierto… —dijo—. Pero no lo puedo dejar así a tu papá. Sabés lo que le gusta acabarme adentro… —y retomó suavemente la cabalgada.
Miguel la detuvo, le dio un chirlito en el muslo y la desmontó para cambiar de posición.
—Dayana, dijiste que te lo dejabas de coger si…
—¡No podés hacerle eso a tu papá, no seas egoísta! Por lo menos dejá que se vacíe en mí…
Miguel la puso a Dayana en cuatro y se ubicó detrás. Le miró el culazo a su nuera y se regodeó masajeando esos nalgones. Puerteó para penetrar.
—No vale, papá te coge casi todos los días desde hace un año, y a mí no me toca nunca.
Dayana se sostuvo en cuatro mientras su suegro maniobraba detrás de ella. Su carita de puta y sus pechos asomados entre el corpiño comprimido quedaron casi pegados a su novio.
—Sos de lo peor, Agustín. Pareciera que lo único que te interesa de mí es… Ahhhhhhh… —Dayana sintió el glande del padre horadarla despacio y con firmeza—. Pareciera que lo úni… co… Ohhhhhhh… Parecie… ¡Por Dios, qué pedazo de pija tiene, Miguel! Ahhhhhhh…
—¡Mi amor!
—¿Qué, cuerno? ¿Qué hacés acá todavía?
Ya la estaban hamacando de nuevo.
—¡Dejá de coger con papá, Dayana, por favor!
El viejo lo miró con sospecha pero no dejó de bombear a la mujer de su hijo.
—A ver, inútil, porque vos boqueás mucho pero no te veo vendiendo nada. ¿Qué vinilos son esos, de dónde los sacaste?
—Son los que siempre tuve de chiquito… ¡Yo no lo sabía pero ahora son clásicos, valen fortunas! —el pobre cornudo, desesperado para que su novia le creyera, sacó de su bolsillo un fajo de billetes de a cien—. Mirá, ¿ves, Dayana, ves?
Miguel detuvo el bombeo que ejercía sobre el culazo al que tomaba con sus manos y abría cada vez que empujaba. Miró el dinero.
—¿Son los que te compraba cuando tenías un baile en la casa de algún amigo cornudo como vos? Ustedes hacían las fiestas y a las chicas se las garchaban los otros…
—Sí, esos mismos. Pero eran bailes, papá, no era que queríamos cog…
—¿Pero entonces qué clase de negocio hiciste? ¡Vendiste cosas que te di yo!
—Bueno, no… O sí, pero eran míos.
—Sí, pero los pagué yo, ¿no? Esa venta es como si fuera mía.
—No, no, papá, porque eran mis discos.
Dayana, con la cabeza apoyada en una almohada y el culo aun en punta, con media verga adentro, sonrió con malicia.
—Ese dinero es de tu papá, cornudo.
Agustín miró el culazo abierto y la verga por la mitad, y cómo su mujer iba tirándose hacia atrás, despacio, para que la verga se le fuera clavando milímetro a milímetro.
El vozarrón lo despabiló.
—Dame la plata, inútil.
Miguel le manoteó los billetes de la mano, ante la sorpresa impávida del pobre cornudo.
—Debería darte vergüenza, Agustín, robarle así a tu papá… 
—Pero es que…
Miguel retomó lentamente el bombeo. Dayana cerró los ojitos y suspiró sonoramente.
—Uhhhh…
—¿Qué hacés todavía acá, inútil? ¿Otra vez espiando para tus sucias pajas?
—No, papá, es que yo…
—Dayana, guardá la plata.
El bombeo comenzó a hacerse bien hamacado. Agustín otra vez quedó hipnotizado por esa verga gruesa y venosa que entraba por la conchita y hacía tope hasta que la panza chocaba con la cola, y que salía lenta, como si no quisiera, para volver a enterrarse otra vez a fondo.
—No me la cojas más, papá…
—Dayana, te la echo toda adentro y te llevo de shopping.
Con una mano en cada anca, hamacando.
—¡Sí, suegrito! Usted es un amor, ¡cómo me consiente!
—Esta vez me tocaba a mí…
Siempre penetrando hasta los huevos.
—Consciente es tu novio.


FIN



** SE PUEDE COMENTAR. NO LE COBRAMOS NADA (por ahora)  xD

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