EL PUEBLO MÍNIMO:
LA TURCA: Noche Tres
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey
No sabía bien qué hacer el Poroto. Ni siquiera qué pensar. Lo único que comenzaba a tener claro era que amaba a esa mujer con toda su alma y que ella lo amaba a él. Aunque esto último no lo pareciera. Aunque lo hubiera corneado insólitamente una noche que él dormía, o al otro día con quince de sus compañeros, uno tras otro, mientras él, esta vez despierto, simulaba dormir. ¿Cómo podía creer que ella lo amaba después de cogerse a tantos tipos? Porque estaba seguro que lo amaba. De lo que no estaba seguro era por qué él no pensaba en divorciarse. O separarse. O al menos recagar a pedos a su mujer. No era por ese amor, solamente. Había algo más que no entendía. ¿Por qué no le molestaba del todo lo que ella hizo? Se había dejado coger por quince tipos a sus espaldas, eso era una traición bajo todo punto de vista, una burla. Y sin embargo no lo sentía así.
Ahora estaba en la cama. Con ella, la Turca. En medio de una cuadra de cincuenta camas donde dormían cincuenta compañeros. De noche. Iluminados todos con la luz cenicienta de luna que se colaba por las claraboyas. Pensativo.
“Me la cogieron quince y yo la estoy abrazando como cuando éramos novios…”. La tenía a la Turca adelante, con la pija sobre el culo, haciendo cucharita. Le olía el cabello, le acariciaba las ancas con suavidad impalpable. Era dulce, la Turca. No solo el aroma. La piel de los muslos y la cola que se le pegaban a su cuerpo eran igual de azucarados que su sonrisa y sus manitos cuando lo buscaba abajo.
Era la última noche en esa cuadrilla llena de operarios, con tipos que se estarían haciendo los dormidos para ver si hoy también se la podrían coger. Se le paró a Poroto, y rogó que su mujer no lo notara. Hacía rato que ella respiraba pesado o se hacía la dormida. ¿Estaría todo el mundo esperando que él comenzara a roncar, como la noche anterior? Poroto se preguntó por qué desde el mediodía en que supo que iban a pasar allí una noche más, estuvo debatiéndose entre hacerse el dormido para dejarle el camino libre a la Turca —y así saber si se atrevería a cornearlo de nuevo— o cortarle cualquier posibilidad de bajarse de la cama, forzándola a que se comporte. Cambió de opinión en un centenar de oportunidades. Y se descubrió más veces de las deseadas justificando lo de dejarle el camino libre: “Así veo si es una conducta habitual”, o “Si no hace nada es que fue una noche de debilidad”.
Ya en la cama y para dormir, Poroto fue conservador. En el último instante se colocó en cucharita, por detrás de ella, y la abrazó por la cintura desde atrás. A la Turca no pareció molestarle, al contrario, le paró el culazo y se lo apoyó, buscándolo para algo más. Pero Poroto estaba nervioso y preocupado y se hizo el tonto. Ahora que ella parecía dormida, se lamentó no haber correspondido. Tomada de esa manera, la Turca no podía irse a otra cama a coger con sus compañeros, así que un poco aliviado y un poco decepcionado, Poroto se resignó al destino. Las luces estaban apagadas y la cuadrilla en completo silencio. Un silencio irreal, absoluto, con el murmullo del rio como un telón de fondo, el mismo rio que habitualmente los ronquidos no dejaban escuchar. Había una paz tensa en el ambiente, como si los sonidos estuvieran prohibidos.
Le dio un besito dulce en el hombro a su mujer ya dormida y se despidió.
—Te amo, Turquita.
Nunca lo supo Poroto, porque estaba detrás, pero su mujer sonrió apretando su amor en una mordida de labios, y por otro lado se mojó como cuando se la cogiera el Morcilla.
—Turca… Turca…
Esta vez Poroto estaba perfectamente despierto desde el inicio. El susurro que aguijoneaba la noche era masculino, y se escuchaba pegado a ellos, junto a la cama. Poroto tuvo el reflejo de abrir los ojos y se contuvo justo a tiempo, manteniéndose en silencio, y rogó para que no se le tensara un músculo.
—Corteza, ¿estás loco? —respondió cuchicheando su mujer, y a Poroto le sudó frío la piel.
—Turca, ¿por qué no viniste pa mi cama? Te estamos esperando.
—Corteza, rajá de acá, ¿querés despertar al Poroto?
—Está dormido el cuerno. Siempre duerme pesado.
Hubo un instante de espera, y luego la Turca corrió suavemente la frazada mostrando la situación. Su marido la tenía agarrada desde atrás, iba a ser imposible zafarse sin despertarlo. Corteza vio otra cosa, además: el cuerpazo de esa mujer era impresionante. Mucho más voluptuoso y carnoso que la mujer del escritor, que un año antes se cogían todos cuando venía a repartir empanadas. La observó así entregada, en bombacha y corpiño de encaje elegante, bien de puta fina, con los pechos que se desvivían por salir y la curva de las ancas que le estiraba el hilo de la tanguita. Se le paró en el acto. La Turca se volvió a tapar y Corteza sacó el vergón de entre el calzoncillo.
—Mirá cómo me pusiste, Turca.
La pijota era imponente, y le trajo buenos recuerdos a la Turca.
—¡Guardá eso, estás loco? ¡Se va a despertar el Poroto!
Corteza se acercó medio paso y quedó justo delante del rostro de la mujer, con el vergón rechoncho colgando frente a sus ojos.
—Ay, mi Dios… —murmuró la Turca, a punto de ser vencida—. No puedo ir, Corteza. Si lo muevo, se va a despertar.
Corteza se acercó unos pocos centímetros dejando su verga sobre el rostro de la mujer, tan cerca que ella podía sentir el calor del hombre y el aroma a erección.
—Aunque sea aliviame, Turca. Mirá cómo me tenés…
La Turca sonrió. La pija del Corteza se estaba endureciendo y levantando sobre su rostro. Abrió la boca.
—Está bien, pero sin gritos y sin moverme. Te la chupo un poquito y te vas.
La Turca abrió la boca bien grande, Corteza empujó un centímetro y ella engulló un buen tramo de carne.
—Ohhhh… —gimió Corteza en medio de la oscuridad lunar.
A Poroto se le endureció la pijita de inmediato. Se preguntó si su mujer se daría cuenta y luego cayó en que semejante culazo apenas si lo advertía cuando intentaba penetrarla. Escuchó el murmullo, escuchó el gemido masculino reverberando en la cuadrilla y el chup-chup de su mujer. El corazón se le aceleró como si fuera él el que estaba de trampa, pero era la hija de puta de la Turca la que le chupaba la pija a Corteza mientras él la abrazaba. No podía abrir los ojos, su rostro estaba pegado a ella, abrir los ojos era declararse cornudo consciente.
La Turca era buena mamadora, lo sabía el Poroto, lo supieron los ex novios de ella y en las últimas 48 horas lo supieron Morcilla, y una quincena de tipos más, pero ahora no podía casi moverse, así que sus habilidades quedaron reducidas. Corteza se dio cuenta enseguida que había que cogerle la boca. Comenzó a bombearla como la noche anterior en su cama, solo que en vez de tomarla de las nalgas y clavar dentro de la conchita, le tomaba la cabeza y enterraba verga en la boca.
—Ahhh… putita… —gemía en voz muy baja—. No puedo creer la boquita que me estoy cogiendo… —y seguía bombeando.
La Turca no emitió sonido. Solo prestaba su boca y bailaba con sus ojitos negros sobre el ancho de la verga. Corteza le sacó la pija.
—¿Qué, putita…?
La Turca resopló buscando aliento. Corteza le metía mucha verga y se le dificultaba respirar. Jadeó un murmullo:
—No hablés fuerte y acabá rápido. No quiero que el cornudo se mffggghhh...
—Chupá, putita… Callate y chupá… Así… Abrazadita al cornudo… muy bien…
Era un deleite ver los labios rojos y carnosos, femeninos, abrigar y dejar entrar la rugosidad de esa verga venosa. La Turca se la quitó otra vez de la boca.
—No digas “cornudo” tan fuerte. Vas a despertar a los demás.
Pero los demás estaban despiertos desde que se iniciara la noche. Parte de los quince que se la habían cogido la noche anterior y otros más. Comenzaron a acercarse mientras Corteza seguía sosteniéndole la cabeza a la Turca y cogiéndole la boca.
—Así… Así… qué rica estás… ¡Qué bien la chupás…!
Uno de los que llegaron quiso saber:
—¿No vas a dejarte hoy, Turca?
Sin parar de mamar y sin que el otro afloje el bombeo, la Turca señaló con los ojos a su marido.
—El Poroto no la suelta —explicó uno—. Vamos a tener que cogerle la boca con el cornudo al lado.
—Turquita —jadeó Corteza—, miralo de reojo al cuerno y sonreírme que te la vuelco toda.
Y la Turca sonrió. Lo vio ahí sobre ella, juntando leche en los huevos y bombeándole la cara como cuando se la cogió. Tenía al Poroto junto a su rostro y mientras chupaba verga miró a su marido de reojo.
—Putitaaahhh… —se entusiasmó el viejo, y bombeó más fuerte—. ¡Mirá al cornudo! ¡Miralo que te la suelto! ¡Miralo!
Lo miró a su marido. Sus ojos vivarachos, brillosos, eran traviesos como la sonrisa de una mujer infiel. Bufó, también, cuando sintió la verga tensarse entre sus labios.
—¡Te suelto la leche, seguí mirando al cornudo! Sí, sí, sí… ¡¡¡Ahhhhhhh…!!
La Turca sintió la rigidez, el latigazo, el empuje bruto de la verga contra la garganta y el lechazo que le inundó la boca en un santiamén. Se preguntó si el Poroto, con el rostro pegado al suyo, también lo sentía—. Sí, puta, tragá… Tragá…
Era difícil hacerlo sin poder alejarse de la verga para que su boca tenga más espacio. Un poco de leche comenzó a salirse por la comisura de los labios.
—Así, putita, así… Tragá rápido… muy bien… Tragá rápido para que no se entere el cornudo…
Tragó rápido buscando no ahogarse. Recién pudo respirar un poco cuando el Corteza dejó de lechearla y la carne perdió rigidez. Se hizo más espacio en la boca y cuando ya tragó el último poquito se separó de la pija.
—Qué buena que estás, putita, qué bien que la chupás… —Los ojos de la Truca centellearon y el Corteza comenzó a retirarse. Un filamento espeso se estiró entre los labios de ella y la punta del glande—. Te vamos a usar todos y cada uno de los días hasta que se avive el cornudo…
La boca de la Turca quedó liberada. Uno de los que se la había cogido la noche anterior ocupó el espacio de Corteza y se paró delante de ella.
—No, nada de todos los días. El Porotito no se merece que lo hagamos tan cornud… mmmfffgghhhmmm…
El segundo le introdujo la verga en el buche y comenzó a bombearle la boca. Corteza se fue hacia su cama acomodándose el bulto entre el calzoncillo.
La Turca no reconoció al nuevo, es que se la habían cogido tantos la noche anterior que solo recordaba a los primeros; más allá del quinto o sexto, comenzaron a tomarla desde atrás y clavarla, sin presentarse, sin mostrarse siquiera, solo usándola como un pedazo de carne. Cuando este desconocido comenzó a llenarle la boca de leche y a decirle puta puta puta, la Turca se preguntó qué estaba haciendo. Si su marido se despertaba se terminaba su matrimonio. Aunque dos días antes el Poroto la había encontrado en la cama del Morcilla, ensartada hasta los huevos, y no le había dicho gran cosa. El segundo deslechó enseguida, como si estuviera a punto antes de metérsela, y ya el tercero, en bolas, maniobraba la verga frente a su cara. Abrió la boca. ¡Cómo le gustaba chupar una buena pija! Ya había olvidado lo que era eso, desde que se había puesto en serio con el Poroto. Es que su marido la tenía muy chiquita, no servía para una buena mamada. Tragó la verga del tercero. Mmm… gomosa, pero se endurecía rápido. ¿Por qué el Poroto no le había hecho escándalo cuando la pescó con el Morcilla? Ella se escudó conque él no se la había cogido bien esa noche, pero era una excusa endeble. ¿Tal vez él no la amaría? No, no podía ser. Cuando comenzó a tragar la leche del tercero se dio cuenta que el Poroto también podría tener las mismas dudas sobre ella: si ella tanto lo amaba, ¿por qué lo corneaba en sus narices como si fuera un infeliz? Vio la respuesta cuando el vergón grueso y negro del Morcilla, el cuarto, se le plantó tocándose los labios. Solo abrió la boca y engulló. Quería pija. Y pija de la grande. Que la llene. El Morcilla la tomó de las orejas, casi tocando la cara del Poroto, y comenzó a cogerle la boca como un preso. La Turca comenzó a tener un hormigueo dulzón en algún punto indeterminado del bajo vientre. Lo amaba al Porotito, por Dios que lo amaba. Pero no iba a poder vivir sin vergas como esa. El Porotito no se merecía convertirse en un cornudo. Pensó en su marido como un cornudo y el hormigueo se intensificó. Se sintió culpable, pero más caliente que nunca. Se quitó el vergón asfixiante de la boca y jadeó:
—¿Cómo le dijiste al Porotito, anteayer, mientras me cogías?
Morcilla la miró extrañado mientras ella volvió a engullir pija. Reinició el bombeo. Era el paraíso tener allí la pija, en la boca de la mujer de su compañero.
—Cornudo… —susurró Morcilla—. Te dije que iba a ser mi cornudo…
La Turca respiró de pronto más fuerte. Siguió chupando.
—Y vos vas a ser mi putita personal —La Turca ya se sentía agitada y no había hecho absolutamente nada. El hormigueo no se le iba, era cada vez más fuerte—. No sé los demás pero yo te voy a coger los días que se me cante, ¿estamos? —La Turca asintió con la boca llena—. Te voy a coger más que el cuerno… muchísimo más… —La Turca volvió a asentir, esta vez con una sonrisa y brillo en los ojos— y vas a coger con todos los pijudos de Ensanche… conmigo, con el Corteza, con Pocillo…
La Turca volvió a asentir, y en medio del bombeo, la sacudida de cabeza y el orgasmo que le venía, le pareció sentir que la pijita de su cornudo, apoyada contra su cola, había pegado un respingo con el último nombre. Aunque no estaba segura. Poroto estaba dormido y el Pocillo era el único del astillero que su marido detestaba. El cornudo estaría soñando algo, quizá influido por los cuchicheos en voz baja. Se quitó el vergón de la boca.
—El Poroto no se lo merece, él es bueno…
Morcilla le refregó la verga venosa y lubricada de baba sobre todo el rostro, como si la pintara de una sustancia lujuriosa.
—Pero vos merecés pija…
Y volvió a puertear los labios carnosos y a penetrarlos con el glande. Morcilla bombeó y bombeó. Cuando vio que le podía venir la leche le corrió la frazada a la Turca y los pechos llenos quedaron expuestos, hermosos, con ese corpiño que la hacía lucir más delicada y más puta a la vez. Ver eso fue suficiente. No iba a reprimir el orgasmo.
—¡Qué pedazo de putón sos, Turquita…! —se sacudió la pija en el aire y se la tiró toda sobre la cara, sin importarle que el rostro del cornudo estuviera pegado al de ella—. ¡Ahhhhhhhhhhhh…!
Después del Morcilla se deslecharon más. Muchos más. En su fingida ausencia, Poroto los iba contando pero en un momento se perdió. Escuchar la respiración de su mujer a su lado, sentir en su propia cabeza el hamaqueo al que la sometían con cada bombeo, y el chup-chup de una y otra verga entrando y saliendo en la boca de su mujer no le facilitaban la tarea. De todos modos fueron más que la noche anterior, de eso estaba seguro. Dios, su mujer se había convertido en la puta de Las Cuadrillas. Peor en realidad, porque ahora sus compañeros ni siquiera se la cogían, solo la usaban de depósito de semen.
Entonces él era “el cornudo de las Cuadrillas”, ahora. Oficialmente. Mientras el último de la noche le volcaba toda la leche en la boca a su mujer, Poroto se preguntó si ese mote le quedaría para siempre o solo mientras se cogieran a la Turca. ¿Se la seguirían cogiendo? Desde la siguiente noche ella y él vivirían dentro de Las Cuadrillas pero en una especie de habitación provisoria para ellos dos. Y luego se mudarían a una casa. No habría forma de repetir lo sucedido. Ella dejaría de acostarse con quince compañeros por noche y él dejaría de ser el cornudo de Las Cuadrillas. Y, como siempre se había hecho el dormido, nadie le podría decir “cornudo” en la cara. Era un triunfo. O algo así.
Sintió que su mujer terminó de tragar la última gotita de leche, y los susurros de despedida hasta una próxima vez. ¡Carajo, era la voz de Pocillo, ese ex pelirrojo de pelo pajiento que odiaba! Si no fuera porque se hacía el dormido, le prohibiría que lo corneara con ese hijo de puta. La Turca giró y él aprovechó para cambiar de posición, siguiendo con la farsa de su dormir. Ella quedó haciéndole cucharita a él. Poroto sintió la mano buscándolo abajo. Sintió las caricias sobre su pecho, su abdomen, todo él. Y la respiración, el suspiro satisfecho y enamorado. Ella acercó su cabeza, la boca a su oreja, tratando de no despertarlo, y le susurró, con una dulzura que el Poroto pocas veces le había escuchado:
—Te amo…
Se durmieron más abrazados que nunca.
Fin.
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