INFANCIA SUBURBANA
Capítulo Uno: Milton
(VERSIÓN 2.0)
Por Rebelde Buey
Los hechos que cambiarían mi vida para siempre comenzaron una mañana de primavera. Habría sido un sábado porque me hallaba en casa y no en el colegio. Recuerdo que todo el mundo estaba conmocionado.
En aquella época y para mis diez años, "todo el mundo" significaba las dos o tres cuadras alrededor de mi casa. En esa distancia vivían mis amigos y la chica que me gustaba, abría sus puertas el club donde jugaba fútbol, y estaban la panadería y la verdulería y el almacén. Todo lo que estuviera fuera de ese perímetro tenía una existencia difusa.
El revuelo en el barrio iba acompañado de cierta excitación en el ambiente. En especial entre las mujeres. Yo no lo advertía tan claro, pero notaba algo en ellas: risitas, nervios... A seis casas de mi propia casa había una edificación a medio terminar. Un camión descargaba materiales y un puñado de personas se arremolinaba en torno de algo que no llegaba a ver.
Me acerqué al grupo. La mayoría eran mujeres, todas invariablemente alborotadas. También estaban mi padre y don Tito, el viejo de la esquina. Llegué al gentío y atravesé el cerco de faldas y pantalones apretados y finalmente lo vi. Ahí estaba, en el medio de todos. Solo. Risueño. Cargando arena con su sonrisa enorme y el torso desnudo y transpirado. Los movimientos le marcaban los músculos y él jugaba con eso. Era fibroso y grande. De altura y de contextura.
Y era negro.
Era igual de negro que los negros que había visto en la tele. O quizá no tanto. Pero era negro.
Tiempo después percibí que el negro causaba algo raro también en mi mamá. Fue en una cena. La charla había girado en torno a Milton —el negro— y de lo que iba a tardar en mudarse. Parecía que la casa estaba aun sin terminar, unas semanas de lluvia habían atrasado la construcción y Milton estaba por ser desalojado del lugar en el que estaba viviendo.
Mi madre estaba al tanto de todo. Lo había averiguado con el chismorreo del barrio, pues entre las mujeres —especialmente las casadas más jóvenes— era el tema de conversación casi único y del que más se traficaba información. Milton viviría en la intemperie hasta que terminara de poner al menos el techo. Todo el barrio estaba afligido. Bueno, solo las mujeres. El negro era por demás simpático y entrador, y ya todos se habían encariñado con él.
Este tema se llevó toda la charla de la cena. Y cuando sirvió el café, mi madre dejó sobre la mesa su idea. O fantasía.
—¿Y si lo dejamos vivir unos días acá?
Papá se congeló. Pero un segundo después, mi mamá amplió lo que había querido decir.
—No acá adentro, por supuesto. Atrás, en el galpón. Le tiramos un colchón y listo. Total, son un par de semanas.
Papá estaba evidentemente sorprendido.
—¿Acá? ¿Estás loca? ¿Y la comida? ¿Y todo lo demás?
—Para lo único que se metería en casa es para ducharse. Si el pobre se la pasa trabajando de sol a sol... Está todo el día en la construcción, ni siquiera corta para comer.
Yo los miraba a los dos. Mi padre seguía sorprendido, pero se notaba que veía atenuantes en lo que había entendido al principio. Dudó por una eternidad. La miraba a mi mamá y a la casa alternadamente. Hasta que me miró a mí. Y yo dije aquello, sin siquiera saber muy bien por qué.
—¿Qué tiene de malo? Ustedes siempre dicen que los vecinos deben ayudarse, y él… va a ser vecino en dos semanas.
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