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El Pueblo Mínimo — La Turca: Noche Dos

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EL PUEBLO MÍNIMO:
LA TURCA: Noche Dos
(VERSIÓN 1.0.05)

Por Rebelde Buey


—¿Cómo que no conseguiste nada?
—Nada, Porotito. Lo único que hay son cuatro casas yendo para la ruta, que las están remodelando a todas.
Poroto lanzó una puteada al aire y el aliento se le hizo humo. Hacía un frío de cagarse ahí afuera, pero con lo que había sucedido la noche anterior se negaba a entrar a Las Cuadrillas con su mujer. Juntó los hombros y saludó a dos compañeros que cruzaron hacia el comedor. Poroto advirtió que los tipos le miraron el culazo a ella, y la observó. Estaba vestida en apariencia decente, con una calza y una polera. Pero la calza la tenía tan clavada en el orto y la polera era tan ajustada que daba lo mismo si estaba en bolas.
—¡Estás re puta vestida así!
—No empecés, Poroto. Siempre me visto así.
—Pero nunca sos la única mina entre cincuenta tipos.

—Dejá de decir pavadas, ¿querés? Mirá si me van a coger cincuenta tipos.
—Ayer te cogió uno. Y encima el Morcilla.
—No se enteró nadie, es como si no fueras cornudo.
—Turca, no me gastes. Lo que hiciste no estuvo bien.
—¿Qué hacemos con la casa? ¿Dónde duermo hoy?
—¡Ahí adentro con todos esos hombres seguro que no! —Pasaron cinco compañeros y el Poroto los saludó. Cinco más que miraron el culo embutido en lycra—. Quedate acá. Voy al astillero a hablar con mi jefe, por ahí nos dejan dormir una noche en las oficinas.
—No me voy a quedar acá congelándome. Ya es de noche.
Poroto comenzó a irse.
—A las Cuadrillas no te metés, ¿me oíste? Yo me voy de una corrida antes que se rajen los jefes… ¡Quedate acá!
La Turca no fue a la barraca, fue al comedor. Como no andaban las estufas hacía casi tanto frío allí como afuera. Sin embargo estaba lleno de hombres. Unos diez. Hablando, abrigados, que callaron cuando ella ingresó.
—Perdón —saludó la Turca dándose cuenta que había irrumpido en la intimidad del grupo—. Pero es que afuera hace mucho frío.
Los hombres se miraron entre sí con complicidad. La Turca se preguntó si estarían hablando de ella, no era ninguna tonta y se daba cuenta que su presencia en Las Cuadrillas había generado revuelo.
—En la casa va a estar mejor —dijo uno de cara cuadrada enmarcada con una barba canosa y bigote.
—Mi marido no quiere… El Poroto, ¿lo conocen?
Hubo cierta malicia en los ojos de la Turca cuando hizo esa pregunta.
—Sí, sí —dijo otro—. Es muy buen compañero.
—Lo respetamos mucho —terció un morocho ladino.
—Igual que el Morcilla —volvió el de cara cuadrada, y se hizo un silencio seco, ese tipo de silencios que ha de haber entre los lobos y una gacela cuando los primeros tienen rodeada a la segunda.
—¿Igual igual que el Morcilla? —La Turca fue precavida. No conocía a estos tipos, y tampoco quería dejar al Poroto pintado como un cornudo. Pero sentía curiosidad, y la noche anterior con el Morcilla había sido de las más calientes de su vida.
—Igual, igual. El mismo respeto que le mostró anoche el Morcilla.
—El Morcilla me mostró un respeto muy grande —dijo la Turca, y supo que se estaba pasando. No quería hacer nada, solo se estaba divirtiendo.
De alguna manera los tipos se dieron cuenta.
—¿Y el Poroto?
—Fue al astillero a ver si consigue dónde puedo pasar la noche, ya viene.
—Van a tener que dormir en las Cuadrillas. Igual que anoche.
La Turca se rio, a su pesar.
—No creo que igual que anoche.
—La culpa no es suya, señora —dijo el de cara cuadrada—. La culpa es del Poroto por traerla. Acá somos casi todos casados, pero no podemos traer a nuestras mujeres a Ensanche. Es peligroso.
—¿Peligroso?
—Es muy aburrido. Aburrido como no ha conocido cosa en el mundo. Y el aburrimiento es peligroso, más en una mujer tan hermosa como usted. Al final el aburrimiento siempre gana.
—Entonces… no es peligroso para las mujeres. Es peligroso para los maridos.
—No, si no se enteran…
—O si tienen el sueño demasiado pesado —rio otro, y todos festejaron la broma.
Hubo otro breve silencio. La Turca confirmó entonces que la mayoría de los hombres habían escuchado cómo el Morcilla se la había cogido mientras el Poroto dormía.
Así que todos ahí ya sabían que su marido era un cornudo. El dato la apenó, por un lado: su Porotito no era un cornudo, ella solo había tenido una noche de debilidad después de casi medio año sin coger. Era injusto que todos pensaran eso, aunque ya no podía hacer nada para arreglarlo. Lo único que podía hacer, se dijo, era no decirle palabra a su marido, pues no ganaba nada mortificándolo al divino botón. Como habían dicho recién esos hombres: si el cornudo no se enteraba, no era cornudo.
Por otro lado, que todos supieran —o creyeran— que su marido tenía guampas, la liberó en más de un sentido. Podía ser más ella, más “puta decente”, como era siempre. Las calzas que llevaba puestas eran solo el principio. Pero además, si todo el mundo creía eso, la pareja quedaba liberada también. Si ella dormía o no en Las Cuadrillas pasaba a ser irrelevante: de todos modos Poroto era ya considerado cornudo.
—No creo que mi Porotito pegue un ojo en toda la noche —le quiso preservar a su marido algo de dignidad.
—En Las Cuadrillas puede pasar cualquier cosa.
El de cara cuadrada la miró a los ojos y se lo dijo de una manera muy insinuante. La Turca sintió mojarse sorpresivamente.
—¿De qué hablaban? —quiso saber Poroto cuando llegó y los encontró a todos callados.
La Turca lo lamentó por su marido, había hecho una típica entrada de cornudo ingenuo. Le dio pena por un lado pero por otro la divirtió. Suspiró resignada. No podría cambiar esa fama con nada, por más que fuera injusta.
—De lo aburrido que es este pueblo, amor… Lo recorrés en media hora y solo tiene dos negocios.
—Creo que desde el mes que viene el Tune va a pasar películas en la parte de atrás del almacén.
—Igual es aburrido —Los tipos no le sacaban la mirada de encima, más que nada del culo, y eso hizo que la Turca tomara a su marido de un brazo y una mano, y se quebrara en un gesto de seducción. La seducción era para los otros, eso Poroto jamás lo sabría—. No conseguiste nada, ¿no?
Poroto negó con la cabeza.
—No quedó ningún jefe… —dijo, y sacó a su mujer del comedor para hablar a solas—. Vas a tener que dormir otra vez conmigo… ¡Dormir, entendés?
La Turca rio.
—Si se te para, quiero que me hagas el amor.
—Escuchame, no quiero que salgas de la cama, ¿sí? Nada de ir con el Morcilla.
—No, mi amor, eso fue un error, quedate tranquilo… —La Turca recordó el vergón del Morcilla y suspiró nostálgica.
—Me voy a quedar tranquilo cuando consigamos una casa… no te quiero cerca de cincuenta tipos alzados como perros.


Se acostaron como el día anterior, en la cama del Poroto. Y, como el día anterior también, lo hicieron vestidos. Todo lo demás fue diferente: las luces estaban prendidas, los hombres se acostaban y daban vueltas en calzones y remera de dormir. A la Turca se le iban los ojos, tratando de ver disimuladamente los bultos más grandes, o si alguno estaba en erección. Se deleitó mirando a los más jóvenes, que andaban en torso desnudo y slips muy breves y ajustados, y que se pavoneaban como casualmente cerca de ella.
—¡Turca, no mires! —le murmuraba Poroto.
—No estoy mirando, dejá de alucinar —pero se le iban los ojos, no podía evitarlo.
Entonces pasó un tipo de unos cincuenta años, rústico, a quien llamaban Corteza, y de quien Poroto sabía tenía terrible tranca.
—Buenas noches, señorita… —la saludó a la Turca. A él, nada.
La Turca le sonrió de una manera que podía interpretarse como seductora y Poroto se escandalizó.
—¿Qué carajo…? ¿De dónde lo conocés?
—De las duchas, hoy a la tarde…
—¿¡De las duchas!?
—Sí, no vas a pretender que esté todo el día sin bañarme. Después de buscar casa me vine acá a ver si me podía duchar. Vi que había un vestuario y no había gente y agarré mis cosas y fui a darme una ducha.
La Turca ya se había metido en la cama con la calza puesta.
—¿Y…?
—Y llegué y estaba el señor duchándose. Pobre, no me esperaba y se asustó. Se le cayó el jabón... Jajaja
—¿Lo viste…? ¿Lo viste desnudo?
—Y… sí, Porotito… Se estaba bañando, no iba a estar de traje.
—P-pero… ¿Desnudo-desnudo?
—Sí, le vi todo, si eso querés saber. Igual no te preocupes que me gusta mucho más tu porotito…
—Turca, te pudieron haber violado. ¿Por qué no te fuiste rápido?
—¡Me fui rápido, tonto! Apenas le alcancé el jabón, porque se le había caído al piso…
—¿S-se… lo alcanzaste…? ¿Qué, se cayó para tu lado…?
—Sí. Bueno, no, en realidad se cayó a sus pies, pero él no lo podía agarrar porque tenía los ojos enjabonados.
Poroto calló. Si la Turca le había alcanzado el jabón al Corteza, y el jabón estaba a los pies de él, ella debió, al menos por un instante, quedar agachada frente a su piernas, a la altura de la verga. Tragó saliva y sintió un hormigueo extraño en su pijita.
—Es… es un gran compañero… —comentó, provocando a su mujer.
—Sí, muy grande —le dijo ella, pícara, y lo besó en la boca y lo buscó abajo.
Poroto se escabulló y la amonestó en un susurro.
—Turca, ¿estás loca? Están las luces prendidas, y todo el mundo despierto. Hoy no vamos a hacer nada, ponete a dormir.


Como la noche anterior, el Poroto se despertó con los jadeos de su mujer, aunque esta vez supo de inmediato que no estaba soñando. “Ahhh…”, escuchó claramente, muy bajo. “Ahhh…”. Otra vez la Turca. La buscó con su mano en la cama aunque sabía de antemano que no la iba a encontrar. La Turca lo estaba corneando. Otra vez. Abrió apenas los ojos buscando la cama del Morcilla. Nada. Los sonidos no venían de allí, sino de sus espaldas. Se encontró de pronto más interesado en verla y descubrir con quién cogía, que enojado por la nueva traición.
Fap fap fap fap, se escuchaba, suave. Bajo el murmullo de ronquidos de todo el mundo, el choque de la pelvis de algún hijo de puta contra el culazo de su Turquita lo hirió y lo puso curioso a un tiempo. Decidió no hacer un escándalo: el que se la estuviera cogiendo ya lo hacía cornudo, armar un alboroto sólo lograría que todos se enteraran que lo era. Giró en la cama suave pero firme y sonoramente, como si estuviese realmente dormido. Incluso murmurando algo con voz de borracho para darle verosimilitud a su farsa:
—Basssa… Ventge…
Y se puso para el lado de la cogida.
El fap fap se detuvo. El jadeo monocorde y sexual de su mujer se congeló. Él apuntaba ahora hacia donde estaba la acción pero permaneció con los ojos cerrados. Se quedó quieto, respirando pesado. Al minuto comenzaron a bombearle de nuevo a su mujer.
—Ahhhhh… —fue más claro el jadeo de la Turca, en el reinicio.
Sufrió el Poroto, porque ese jadeo —en realidad la baba de ese jadeo, que era arrastrado como un filamento de leche recién acabado— era una puñalada al medio de su corazón. Lo extraño era el hormigueo fuerte en la pijita.
—Ya estoy a punto, morocha… te la suelto…
Era el Corteza. Poroto no había abierto los ojos pero le reconoció la voz en el murmullo.
—Sí… sí… Ahhh… Llename…
Hija de puta, pensó Poroto. No podía pedir leche de esa manera. Cuando volviera a la cama le iba a hablar. La Turca esta vez se había pasado de rosca.
—Te lleno, morocha… Me viene… —Era curioso cómo las palabras murmuradas en voz baja se hacían más lascivas.
—Sí, sí… volcámela adentro… pero no lo grites…
El jadeo y las respiraciones se tensaron.
—¡¡Ahhhh!! Putita… qué buen orto, putita… ¡¡¡Ahhhhhhhh…!!!
¿Le estaría haciendo el culo o solo agarrándola de allí para mandarle verga bien hondo por la conchita? No creía que la Turca fuera capaz de entregar el culo a otro hombre. El culo no. ¡El culo era suyo, la Turca lo sabía!
—¡Llename, Corteza! Llename que se la llevo al Porotito… ¡Ahhhhhhhh…!
—¡Tomá, putón! ¡Tomá verga! ¡Ahhhh! ¡Voy a cogerte todos los días, putón!
Hicieron como un escándalo de bajo perfil, con los jadeos y gemidos disimulados, y el fap fap sobre el culo de su mujer mucho más sonoros al acabar. Poroto estuvo a punto de abrir los ojos al oír a la Turca nombrarlo a él. Pero se aguantó. En un minuto terminarían de acabarle adentro y los jadeos bajarían a cero y la pesadilla terminaría. En cuanto la Turca se metiera en la cama la iba a cagar a pedos. Y a preguntarle si el Corteza la tenía tan grande como decían.
Los jadeos se hicieron más calmos y el agite se disipó como un suspiro.
—¿Cuántos quedan? —susurró la Turca.
Poroto se alarmó. ¿Cómo cuántos quedan?
—Siete, nada más…
¿Qué carajos?
—¿Cómo siete? Primero me iban a coger tres, después se sumaron dos más, y ahora son siete…?
—Es que escucharon cuando acabaste con Sandoval.
Poroto se mordió el labio. ¿Su mujer ya había acabado en un encuentro previo? ¿Cuánto hacía que se la estaban cogiendo? Si ya se la habían cogido tres y faltaban siete, se la iban a coger diez compañeros, y eso si mientras tanto no se despertaba algún otro.
—Está bien… —murmuró la Turca—. Pero cójanme rápido, no quiero que el Poroto se despierte y se dé cuenta…
—...de lo cornudo que es…
—Quedamos en que no le iban a decir cornudo… ¡Ahhh…! —Algún otro comenzó a metérsela—. El Porotito no es ningún cornud… ¡¡Ahhhhhh…!! ¡Qué pedazo de verga, por Dios nuestro Señor!
Era horrible lo que le estaba sucediendo al Poroto. A cinco metros le estaban garchando a su mujer un número no determinado de compañeros de trabajo, y no podía mirar ni hacer nada. Había acomodado su cuerpo en dirección a la cogida. Con solo abrir los ojos vería cuántos estaban haciendo fila para entrarle. Y quiénes. Pero no podía. No quería que lo descubriesen mirando. Si sucediera eso se vería obligado a hacer un escándalo, y un escándalo sólo lo expondría definitivamente. Si la noticia no se propagaba, si estos tipos eran discretos, quizá todo quedaría ahí, como una noche loca de su mujer de la que él nunca supo nada.
—Estoy hecho, putita… Te puedo acabar o puedo seguir…
Era don Miller, el único viejo de las Cuadrillas, como de 65 años.
—No, échemelá… Acábeme rápido que quiero volver con mi marido, otro día me cogen bien.
¿Cómo otro día? ¡Otro día las pelotas! Poroto no iba a permitir que se la siguieran garchando.
Don Miller no necesitó más. Le cambió la respiración, que se le hizo más pesada, y hubo un reacomode de gemidos donde la Turca gozó de un puntazo como una buena costurera. Poroto lo comprobó en su oscuridad autoimpuesta.
—¡¡Ohhhhhhhhhhh…!!
Don Miller comenzó a acabarle. Se notaba el esfuerzo por mantener su gemido controlado. Poroto lo agradeció en silencio, aunque también notó el goce morboso del viejo, el regodeo inmundo en cada variación imperceptible del gemido, que se alteraba con cada pijazo a fondo.
—¡¡Ahhhhhh…!! Carajo, qué buena que estás, putita, que suerte tiene el Poroto.
Hubo un ruido de cama, un chapoteo viscoso para retirar la verga y un cuchicheo de varios hombres ansiosos.
Poroto supo que ese era su momento. Estarían cambiando posiciones, incluso discutiendo quién se la cogería primero. Abrió sus párpados tan lentamente que hasta le molestaron las pestañas. La barraca estaba a oscuras, con la luna coloreando todo a través de las claraboyas. Nadie miraba en su dirección, los compañeros estaban muy ocupados y entretenidos con su mujer, con su cuerpazo, con la maravillosa certeza de que se la estaban cogiendo o a punto de coger. Estaban en la cama de al lado, ella acostada boca abajo y con las rodillas recogidas, para que el culazo le quedara libre y arriba. La Turca parecía dócil para la cogida, apoyó su cabeza sobre una almohada y mandó sus brazos abajo. Cuando Poroto abrió los ojos, don Miller se terminaba de subir el pantalón pijama, y uno de sus compañeros se ubicaba inmediatamente detrás del culo de su mujer. Vio cómo se la cogían: se la ponían rápido, en un par de segundos ya estaban dándole bomba.
—¡Ahhh…! Sí, Turquita, sí… Desde que te vi que te quiero coger…
¿El Chiqui también? Su compadre de Ensanche. El único a quien Poroto había mostrado fotos de su esposa, mucho tiempo atrás.
—Dale, soltala rápido que quiero volver con tu amigo.
La estuvo bombeando un rato. Poroto vio cómo el Chiqui le tomaba el culazo a su mujer con ambas manos, llenándoselas, como no creyendo que por fin se estaba cogiendo al hembrón de su amigo. Hizo gestos cómplices con los otros vagos que esperaban turno junto a él, mientras su pelvis avanzaba e introducía verga en la Turquita. Los contó: había siete más en espera. Los contó de nuevo. Eran seis. Es que ver a su mujer hundiendo la cabeza en la almohada mientras su amigo le daba verga lo distraía un poco.
—Te la suelto en la cola, Turca. ¡Te la quiero rociar de leche!
—¡No! ¡Mandamelá adentro! ¡No puedo ir toda enchastrada con el cuerno!
El Chiqui jadeó más fuerte.
—Ahhhhh… Como quieras, mi amor… Ahí te vah… ¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!
El Chiqui no fue discreto como don Miller. La Turca miró instintivamente hacia el Poroto y éste cerró los párpados, sin apretar.
—¡No grites, animal, que vas a despertar al Poroto!
Ahí el Chiqui se silenció un poco, pero resultó medio tarde. Poroto volvió a abrir los ojos y vio con desazón que en otras dos camas se estaban despertando más tipos. El Chiqui se salió de dentro de su esposa, casi empujado por el que le seguía. Se vio un colgajo de leche entre la conchita de su mujer y el vergón de su amigo, que se cortó cuando ella bajó un un poco la cola. El que empujaba era Pocillo, un ex pelirrojo de pelo amarillo y pajiento a quien Poroto detestaba.
“No, Pocillo, no; la puta madre…” se lamentó Poroto en silencio.
Pocillo se colocó atrás, le dio una nalgada a la Turca y puerteó. Poroto vio cómo mandó pelvis adelante y penetró.
—Ahhh… —gimió su mujer— ¡Uhhh… qué buena verga!
Poroto apretó un puño bajo las mantas. Ahí se dio cuenta que sin querer venía agarrándose la pija y se soltó. ¿Cuánto hacía que se la estaban garchando? ¿Y cuántos más se iban a despertar y sumar al desleche?
—¡Qué buena que está la mujer del cuerno! —comentó fuerte Pocillo, que también detestaba a Poroto—. ¡Qué buen culo! ¡Qué estrechita!
Los otros parecían asentir.
—¡Y vos qué pedazo de pija, hijo de puta!
Pocillo rio:
—Cuando quieras, mi amor… Las veces que quieras…
—Nada de cuando quieras… Ahhh… Esto es hoy y… Ahhhh… nada más que hoy… Que el Porotito no es ningún cornudo…
Hubo unas risitas mal disimuladas. Pocillo ya le entraba verga con todo, el bombeo era furioso.
—¡Te acabo, putón!
—¿Qué? ¿Ya? Aguantame un ratito más que…
—Pediste que te cogiéramos corto, putita… ¡Te la lleno y a joderse!
—¡No, por favor! Dame bomba un poquito má…
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhh…!!! Toda adentro, sentila…
—¡Sos un hijo de puta, te podías haber aguantado un segundo más!
—¡¡Ahhhhhhhhh…! La próxima, putón… la próxima… Ahhhhh…
—Está bien… la próxima…
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!!
La próxima… si su mujer creía que Pocillo se la iba a coger otra vez, no lo conocía. El Poroto se mordió la lengua y vio cómo enseguida el siguiente se montó sobre su mujer, que ya no tenía el culo en punta sino que se había quedado acostada boca abajo. Volvió a contar la fila. Otra vez eran siete en espera. Se la iban cogiendo de a uno pero siempre faltaban siete.


La pesadilla terminó una media hora antes del horario para despertarse. Se la habían cogido unos quince compañeros, todos en garches más o menos cortos, y todos acabándole adentro para no “hacer enchastre y que no se avive el cornudo”. Poroto había presenciado buena parte del abuso masivo y notó con desencanto que al inicio a la Turca no le gustaba que se refirieran a él como el cornudo, pero hacia el final de la sesión ya parecía no importarle.
Casi ni prestó atención a la última cogida. Se quedó pensando qué hacer ahora con su esposa. Qué iba a decir, cómo iba a reaccionar. Ya era una aberración haberse cogido al Morcilla la noche anterior. Pero cogerse a quince más se pasaba de cualquier límite. Se preguntó además por qué lo hizo así: dejarse coger en forma exprés, sin disfrutar casi nada, colocándose ella misma en un rol de depósito de semen, más que de mujer infiel. ¡Esta vez sí debía haber una charla! Entonces cayó en la cuenta que lo que había hecho la Turca ameritaba un divorcio fulminante y a las patadas, y sin embargo eso ni lo consideró. ¿Debía escarmentarla de alguna manera? ¿Podía confiar en ella?
Mientras el último de sus hijoputa compañeros comenzaba a vaciarse dentro de su mujer, Poroto supo que no podía perder el respeto de la Turca. Tendría que darle un ultimátum: si volvía a hacerlo cornudo, la dejaría. Se lo diría al oído en cuanto ella se metiera en la cama. Sí, señor.
El último retiró su verga con un chapoteo acuoso y le manoseó el culo por última vez. Se levantó el pantalón y se retiró satisfecho. La Turca miró en dirección del Poroto, y éste cerró los ojos. Escuchó unos “chau”, “chau, linda”, un “putón…”, y enseguida el aplomo subrepticio de un cuerpo entrando a su cama. Ahora lo iba a escuchar la Turca. En cuanto los demás se durmieran. Ya iba a ver. Poroto siguió haciéndose el dormido, la Turca se acomodó pegado a él. Le acarició la mejilla, le besó los labios brevemente y murmuró, más para ella que para él:
—Te amo.
Al Poroto se le volvió a parar.
Igual, ya iba a ver esa turra.
La Turca se giró y quedó como si él le hiciera cucharita. Le pegó el culazo sobre su ingle, el mismo culazo que se gozaran sus compañeros un momento antes, y se echó a dormir.
Ya le iba a decir el Poroto. Pero mejor otro día. Esa noche, como toda la noche, se hizo el dormido por ella.

Fin.

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