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CuerniX ♠: Encerrando al Cornudo Para Coger con su Suegro

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Lucindo (novio de Martina): Esta es mi novia, mi esposa, mi orgullo, la personita que alegra mis días y endulza mis noches… algunas noches… bueno, alguna que otra noche cada tanto… Alguna vez les dije que era hermosa y, como ven, no miento. Esta foto… emmm… la tomé una tarde en que fuimos con ella a casa de mi padre, un día que hizo un calor insoportable, por eso la ropa. Ella quería tomar sol, me insistió mucho para ir allá. Lo malo de esa tarde fue que por un momento quedé encerrado en el baño de servicio, pero por suerte un amigo de papá me pudo abrir. ¿No les parece bonita?

Diego (amigo de Lucindo): Amigo Lucindo, no sabía que tenías una mujer. Y de seguro vos tampoco sabías que tengo pileta en casa. Los invito a que vengan cuando quieran, especialmente para las vacaciones. Y si en tal caso vos tenés que regresar a la oficina, o se termina tu licencia, pueden quedarse el resto del verano, ella en la pileta todo el día hasta que vos regreses del trabajo. Yo voy a estar todo el verano, así que ella va a tener a alguien con quien charlar. Pensalo.

Lucindo (amigo de Diego): Gracias, Diego! Vos siempre pensando en los demás. No sé cómo te habrás enterado que este verano con Martina no tenemos un peso y que no nos vamos de vacaciones. Si no es molestia, podríamos ir a tu casa todo enero y febrero. Yo tengo solo los primeros 15 días de licencia, así que tendrías que “aguantar” a Martina un mes y medio, jaja! No, es broma: no hay que aguantarla, ella es muy sociable.

Diego (amigo de Lucindo): jajaj! No te preocupes que justo para cuando vos te reintegres al trabajo vienen a casa siete amigos de Brasil, así que vamos a ser ocho para aguantarla.

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Martina (novia de Lucindo):¡No puedo creer lo pedazo de cornudo que es mi novio! Acaba de subir una foto mía del domingo pasado en la que el padre lo encerró en el baño y él y sus amigos me estuvieron garchando toda la tarde.
La verdad, para qué mentir, lo de ir a la casa de mi suegrito fue idea mía. Apenas me enteré que iba a estar solo el finde y que irían algunos amigos de él, empecé a llenarle la cabeza al cuerno para colarnos. Ya saben, con la excusa del calor, la pileta y que no nos vamos a tomar vacaciones, lo convencí rápido. Como siempre.
Mi suegro es un atorrante de la primera hora: ya mucho antes de irme a vivir con el cornudo, me tiró onda. Así como lo leen, y más de una vez. Nunca llegamos a nada, no porque el viejo no estuviera bueno, que lo está, sino porque a mí me daba un poco de cosa, no sé… Es el padre de mi novio. Y además, porque su mujer siempre andaba cerca. Pero lo compensó bastante bien: tanto cuando estaba de novia como ahora que ya soy toda una señora, cada vez que nos encontrábamos solos en algún rincón, o esos momentos en que nadie nos veía, como cuando en navidad salen todos a mirar los fuegos artificiales, mi suegrito aprovechaba para meterme mano. Me manosea el culo siempre que puede, tiene como una obsesión con mi culo, y yo como nena buena nunca digo nada. Ni que sí ni que no. Porque bueno, es de la familia. Yo siempre le digo que basta, que soy la mujer de su propio hijo, pero se lo digo medio entre risas, la verdad es que no me sale muy firme, y el viejo se ríe, se enciende más y me sigue metiendo mano. Las últimas navidades me fui con minifalda, porque es fija que me mete mano, y al viejo zorro le gusta cómo se siente mi piel.
Pero este finde que les cuento pasó de todo. Bien turra, me clavé esa ropita que ven en la foto, y que sé que me queda para el infarto. Mi suegro casi se muere, y evidentemente entendió bien mis intenciones. No sé cómo el cornudo puede soportar que me vista así delante de otros. Porque además de mi suegro, estaban dos amigos de él, más turros todavía, que me devoraron con los ojos, y que no dejaban de salamearme todo el tiempo. Y el cuerno colgado de una palmera.
Mi suegro me manoseó más que nunca, cada vez que Lucindo se daba vuelta o iba a buscar hielo o cosas. Supongo que por la ropa provocativa. Me manoseaba delante de sus amigos, que al principio no entendían cómo su nuera podía estar tan regalada a él mientras el hijo papaba moscas en la cocina.
Apenas terminamos de comer, el cuerno fue al baño y ahí se desató todo. Mi suegrito fue atrás y le cerró la puerta con llave, muy silenciosamente y sin dejarla. Cuando mi novio quiso salir, yo ya estaba siendo manoseada al lado de la puerta del mismo bañito, con mi suegro besándome el cuello, los hombros, manoseándome los pechos, y gritando en un jadeo:
—Se trabó, hijo, a veces pasa.
El cuerno preguntó que cómo salía, y mi suegrito le respondió que había que llamar a don Cosme, que era cuestión de un ratito, salvo que no estuviera en su casa.
Y ahí nomás me dio vuelta, me puso cara contra la pared y me empezó a manosear ese cuerpito que ven, con ese mismo culote. Me tocaba toda, la espalda, la cintura, los muslos, y en un tiro sacó la pija afuera. Yo no le veía la pija porque estaba de espaldas a él, jadeando porque además me besaba el cuello. No me quitó el culote, me masajeó nuevamente los glúteos, se regodeó con cada nalga, y me corrió la telita para un costado. Sentí su cuerpo grueso pegarse a mí, buscar posición y arremeter hacia adelante
Y sentí la cabeza de un vergón durísimo y gordo, una cabeza que se coló entre mis pliegues de abajo y entró sin resistencia, tan lubricada ya estaba.
—¡Ahhhhh…! —gemí cuando la verga me empezó a taladrar.
Por suerte no estaba apoyada sobre la puerta, sino no sé cómo le habría explicado ese sonido al cuerno. Ni eso ni el incipiente bombeo y topetazo al que me sometían, contra la pared.
—¡Qué pedazo de culo, hija de puta, qué pedazo de hembra sos! —se regodeaba mi suegro con mi culazo, mientras lo clavaba me masajeaba toda, y yo comencé a sentir un cosquilleo.
—Y usted, qué pedazo de pija, suegrito…
—Sos demasiado mujer para mi hijo, Martina. Este culazo necesita una pija de verdad.
La de mi suegro era varias veces más grande que la de su hijo. Y se notaba.
—Sí, suegrito, esta cola no es para el cornudo… Nunca me lo hizo… nunca lo dejé…
Eso morboseó al viejo, que tiró un par de estocadas profundas, bufó que parecía que explotaba, y retiró la chota y así jugosa como estaba, se puso a puertearme el ano.
Era demasiado morbo para mí: el suegro cogiéndome, el cuerno al otro lado de la pared, y la certeza de que me estaban por hacer el culo, que al propio cuerno le había prohibido mil veces. Me la clavó, y enterró la cabeza sin nada de resistencia. El resto, un poco más de trabajo, pero nada grave. Es que salvo el cuerno, cualquiera me la clavaba por atrás hasta los pelos. Incluso los tipos que me levanto en los boliches.
Comenzó una serruchada animal, así sin lubricación, sin saliva, sin nada. Pero yo estaba tan caliente que era todo más fácil.
—Decile “cornudo” —me pidió en un momento el morboso de mi suegro, que me seguía metiendo bomba.
—No puedo… —me hice la difícil— No puedo, suegrito, su hijo no se lo merece.
—Dale, putita, que se nota que este culo te lo hacen todos los días y no justamente el Lucindo…
Que mi suegro supiera lo puta que era yo fuera de mi matrimonio con su hijo me encendió de una manera brutal.
—¡Ya te abren, cornudo…! —dije no muy fuerte, hamacada contra la pared por mi suegro que seguía penetrándome.
—¿Qué, mi amor? No se escucha.
El hijo de puta tenía la verga enterrada a fondo, y la sacaba hasta la mitad, no más, me tomaba una nalga con cada mano, y abría mis cachetones y ahí me clavaba a fondo mirando cómo su pija se enterraba en mi culo.
En eso aparecieron los dos amigos, sonriendo como chiquillos. Eran dos cincuentones pasados, uno con algo de facha, aunque ambos con mala traza.
Mi suegro, que no paraba de bombear, como un adolescente, me arrinconó más contra la pared, me tomó del cabello y me susurró al oído.
—¡Te lleno de leche, putón!
Esa frase disparó mi propio orgasmo. El viejo aceleró la serruchada.
—¡Ahhhhhhhhhhh…! —comencé a acabar.
Y mi suegro también:
—¡Ohhhhhh Dioooossssss…! Te acabo, hija de puta, te estoy acabando… ¡Ahhhhhhh…!
Sentí la tibieza adentro mientras mi propio orgasmo estallaba.
Y el cuerno:
—Mi amor, ¿sos vos? ¿Te pasa algo?
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!! —seguí acabando.
—¡Sí, verga por el culo! —dijo uno de los amigos, que rió, y en medio de los dos polvazos comenzó a manosearme los pechos.
Mi suegro siguió bombeando, deslechándose, cada vez a menor ritmo.
—Siempre quise cogerte este culazo, nuerita…
Yo tenía los últimos ecos del polvo mío. Se ve que Lucindo algo habría escuchado.
—Mi amor… —se escuchó a mi novio— Decime algo…
—Cornudo… —le dije, ya sin energías. No me escuchó. Pero los otros sí, y cuando mi suegro me retiró la verga morcillona de adentro de mi culo, soltándolo como con lástima, uno de los amigos se puso atrás y por la carita que puso supe que no podía creer el cuerpazo que se iba a disfrutar.
—Hijo —le habló mi suegro junto a la puerta, mirando como su amigo, con la verga en la mano, puerteaba mi conchita—. Don Cosme no está en la casa, me dijeron que viene en dos horas… —Me miró a los ojos mientras el otro ya comenzaba a enterrarme pija, suave, lentamente. Le hice el “tres” con los dedos—. Tres. Tres horas.
Al nuevo le gustaba mucho mi cintura, me tomaba de ahí y me clavaba, pero además, me manoseaba. Y también cada tanto llevaba sus manos a mis pechos.
—Martina… —me llamó el cuerno. Con la pija adentro, y sin que el otro hijo de puta dejara de bombearme, me acerqué a la puerta— Perdoname, Martina, te traje acá y te vas a pasar toda la tarde aburrida como una ostra…
Yo no podía decir nada, el otro me sacudía y tenía miedo que se me notara algo en la voz. Mi suegro salió al rescate.
—Hijo, no te preocupes, con algo la vamos a entretener estas tres horas…
Mi suegro hizo una seña y el que me estaba cogiendo se desenganchó.
—Vamos para la piecita, putón… Quiero que me cuentes cómo y a cuántos machos entregás esa colita mientras el cornudo está en el trabajo…
—¿Qué? ¿Qué dijo? —preguntó confundido mi novio— ¿Dijeron "putón"?
Pero mi suegro ya me tomaba de una mano y empezamos a alejarnos, con los tres viejos depravados manoseándome descaradamente el culo.
—Mi amor, ¿estás ahí…?
Me encerraron en la habitación y me dieron verga dura y gorda hasta las 7 de la tarde, mientras el cornudo se quedó solo y encerrado como un pelotudo, llamándome a cada rato.
—Martinita… corazón…
Cuando liberamos a Lucindo, a la hora del té, yo ya estaba tan llena de leche que no me hizo falta merendar.

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