LA ISLA DEL CUERNO: EL FARO (II) — Capítulo 1
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey
NOTA: La Parte I (completa) la encontrás en la columna de la derecha (si estás en una PC) o abajo (si estás con el celular) en el apartado de título EL FARO.
1.
2 de febrero.
Camilo.
Llegué a la cocina aun bostezando y Fátima ya me provocó la primera erección. La encontré de espaldas haciendo el desayuno para todos, erguida sobre sus piernas de muslos desnudos, vestida solo con una camisa de hombre que terminaba a mitad de su culazo carnoso. La bombachita metida entre las nalgas le daba ese toque de puta inocente, o de señora decente levemente corrompida.
Giró al escucharme y su sonrisa le puso sol a la mañana. Se le notaba de buen humor. Se la notaba bien cogida.
—¿El Sapo vendrá a desayunar? No tengo idea a qué hora se levanta.
Yo tampoco tenía idea, pero a juzgar por la hora en que había terminado de cogerse a mi mujer, con seguridad sería bien bien tarde.
El resentimiento ganó en mi interior. Gordo hijo de puta, había manoseado y usado todo ese cuerpo fabuloso que me pertenecía.
—Podríamos aprovechar la mañana —dije tratando de verme pícaro—. Hace mucho que no estamos solos los dos… siempre andan Samuel y Eber por ahí.
La camisa que llevaba ella no era de las mías, sino de uno de los negros que trabajaban para mí, el menos grandote. Tenía los botones de arriba arrancados y, con los pechos hinchados de mi mujer, cada ala de la camisa se abría y mostraba hasta el borde de los pezones pues no llevaba corpiño abajo.
—Me encantaría, mi amor —mintió Fátima descaradamente. Y, por extraño que suene, que me mintiera así reforzó mi erección—. Pero acordate que hay que ir al faro a buscar los documentos del Sapo.
Fue como si lo invocara. El viejo seboso apareció por la puerta de la cocina con gesto de resaca, achinando el rostro por la claridad del día que entraba por la ventana, y rascándose la maraña de pocos pelos que tenía en la cabeza.
—Buen día —balbuceó, y en su mente buscó comprender qué sucedía, por qué estaba allí en mi casa. En un momento pareció caer—. Ah… Mandrágora…
Fátima, sin dejar esa sonrisa radiante, sirvió el café, el pan y una manteca, y nos invitó a la mesa.
—¿A qué hora pasa Rómulo a buscarle? —pregunté.
—No puedo ir al continente.
—En cuanto desayunemos vamos al faro por sus papeles.
—No es eso —murmuró cabizbajo.
—Mi marido puede ir a buscarlos, si quiere.
Puta de mierda. Vi la maniobra artera antes de que terminara de anunciarla: con mi silla de ruedas, ir y regresar al faro me iba a tomar tanto que ellos iban a tener tiempo de sobra para otra buena rellenada de tripas.
—Son sus vacaciones —dije alertado—. No va a quedarse un mes acá.
—Ustedes no entienden. No puedo irme. Ese tal Mandrágora va a encontrar la forma de quedarse en la isla.
—¿Qué dice?, ¿está loco?
—Lo conozco a ese delincuente. Vino a robarme el trabajo y la vivienda. Ya lo intentó en otra isla. Si me voy, va a hacer que yo no pueda regresar jamás.
—No es posible. ¿Cómo podría hacerlo?
—No sé…
—Tonterías —dijo Fátima levantando su taza—. ¿Quién va a querer robarse ese trabajo?
Fátima no advirtió cuánto hirió al Sapo con su comentario. Yo sí.
—Si necesita quedarse un día más… —dije de puro compromiso.
—O el mes completo —arriesgó Fátima—. Los negros se fueron todo febrero de vacaciones y acá hay cosas que ellos hacían y mi marido no puede.
Los ojitos le chipearon al Sapo.
—Ya dijo que Rómulo lo va a pasar a buscar… Además, ¿no era que tenía que tomarse vacaciones obligatoriamente, por el sindicato?
—Sí —admitió Fátima—. Pero no dijo dónde.
—Es más complicado de lo que parece. No puedo quedarme. Mandrágora me denunciaría con el ayuntamiento, y ahí sí que seguro me echan para siempre.
Mi esposa se sentó de un sopetón junto al viejo. Las tetas le saltaron arriba y abajo como cuando los hombres la tomaban de la cintura y la clavaban en el aire.
—Mi amor, andá al faro a buscar los documentos del Sapo. ¿Dónde los guarda, Sapito?
—Yo no voy a ir —le dije, y la miré desafiante—. No voy a dejarte acá sola con…
Lo miré al Sapo. Gordo choto de mierda, que supiera que no me caía bien.
—Hey, yo siempre lo respeté, don Camilo —se ofendió en medio de una sorpresa fuera de lugar, olvidando las decenas de veces que, borracho, había manoseado a mi mujer en mi presencia mientras me decía cornudo.
—Está bien —bufó fastidiada mi esposa, que tomó unas ropas dobladas sobre una mesita y salió de la cocina para cambiarse—. Va la dama, como siempre.
El Sapo y yo quedamos solos. El “invitado” se sirvió un poco más de café y partió una hogaza de pan. Parecía contrariado.
—Anoche… —comenzó buscando las palabras. No era bueno con las palabras—. Estaba borracho, don Camilo, no recuerdo bien…
Levanté una mano buscando detenerlo Si sobre algo no quería escuchar, era de anoche; y si de alguien no quería escucharlo, era de él.
Fue inútil.
—¿Le quise coger a su mujer, don Camilo?
—Sapo, no hace falta que…
—¿No fui por un momento a su habitación? Pucha, no recuerdo…
—Ya le dije que no me tiene que…
¿Me estaba tomando el pelo, este hijo de puta?
—Tengo como la sensación de habérsela cogido en su propia habitación… ¿Puede ser?
—No lo sé, Sapo. Yo estaba dormido.
—Si se la cogí, don Camilo, le pido mil disculpas.
—Está bien, Sapo… Yo tampoco lo recuerdo.
Fátima pasó, ya cambiada. Con un vestidito floreado, muy corto, entallado, de buen escote. Dios, qué ganas de cogerla. O aunque sea de verla coger.
—¿Le preguntamos a la patrona? —propuso el Sapo.
Desesperado, me abalancé sobre él.
—No, hombre, ¡deje las cosas como están! No se le pregunta eso a una dama.
—Tiene razón, don Camilo, soy un bruto…
El Martes 30 se publica el Capítulo 2 de esta segunda parte.
Podés encontrar todos los capítulos de manera ordenada en el apartado EL FARO, en la columna de la derecha (si usás PC o explorador de internet vía celular), o en los bloques de abajo (si estás usando la app para celular).
Esta mini serie se publicará a razón de dos o tres capitulitos por semana (dependiendo de mi tiempo en la vida real) hasta completar las casi 100 páginas de la nouvelle. Estén atentos para seguir leyendo.
Comenten. Eso me alienta a escribir más.