HELINA Y SU BENJAMÍN — II
(Miniserie de Tres Partes + Anexo)
Por Rebelde Buey
10.
¿Cómo explicar lo que siente un cornudo cuando escucha orgasmar por primera vez a su mujer? ¿Cómo poner en palabras esa furia, esa impotencia, esa incomprensión, ese sentimiento de injusticia divina? Y cómo conjugar, sin parecer un loco, esa contradicción fabulosa, esa que hace que aunque estemos ahogándonos de dolor con cada uno de sus jadeos, igual experimentamos un hormigueo en la entrepierna que nos obliga a reprimir cualquier amago de erección.
No lo voy a intentar, no hay forma. Solo puedo decirles que Helina hacía un año que estaba conmigo, y yo nunca le había arrancado más que un suspiro. Y ahora, con tío Ricardo en la habitación, con tan solo media hora a solas, mi novia gritaba como una cerda en el matadero, pidiendo más pija, y volviéndose religiosa con infinitos "Ay, Dios mío".
Media hora de mi tío en casa, nada más, y mis vecinos ya se enteraban que a la tetona del 4º A se la estaba garchando otro. Porque era obvio que no era yo, si en un año no la hice gritar ni el gol contra los holandeses.
—¡Ay, Ricardo, qué pedazo de pija...! —vociferaba a puro pulmón, como si en los departamentos vecinos no se escuchara nada. Y luego, más bajo:— ¡Ay, por Dios, qué pija…! ¡Qué pija, Diosssssss…!
Era la primera vez en casa, así que todavía no me mandaban a ver dibujitos. Yo estaba en el pasillo que daba a nuestra habitación, y aunque no había autorizado esa cogida, por mi inacción se fueron dando las cosas hasta terminar ellos en la cama matrimonial y yo de este lado de la puerta.
—¡Asssííííí, hijo de puta…! Asíííííííííí… ¡Dame duro así, Ricardo... no pareees!
—Sos un putón de novela, bebé. ¡Qué rápido que acabás!
Estoy seguro que el vozarrón fuerte de mi tío se escuchó en todo el edificio.
—¡No pares! ¡No pares, por favorrrr… que me vengo otra vez… ¡No paressssss!
Heli también gritaba. Golpeé tímidamente la puerta.
—¡Tomá, putaaa! Ahí te va pija hasta el fondo… ¡Tomáááááááááá!
—¡Sí, sí! ¡Rompeme toda! ¡Haceme mierda, tío, dame con todo!
Estaban haciendo un escándalo antológico, cada vez gritaban más. Volví a golpear la puerta.
—¡Tomá, hija de puta! ¡Tomá, tomá, tomááááááá!
—¡Ahhhhh… sssíííííííííííí…!
—¡Puta, puta, puta, puta, putaaahhh…!
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!
Las paredes temblaron cuando se desató ese infierno. Abrí la puerta y entré, aunque no sabía cómo los podría callar.
Mi tío estaba de pie sobre la cama, alzando y clavando contra la pared a mi novia, que lo tenía abrazado con sus piernas por la cintura. Vi la bombachita blanca de mi amorcito colgar de un tobillo, y sus uñas clavarse en los hombros y espaldas de mi tío, que la bombeaba con una violencia bestial, como si se quisiera meter dentro de ella. Su jadeo era el de un toro, su respiración, no menos fuerte, y hasta el choque semi acuoso de sus sexos, abajo, me impresionó de lo fuerte que se oía.
Al principio ni se percataron de mi presencia, mi tío se la siguió clavando y bombeando, ahora en busca de su propio orgasmo, y mi novia iba aflojaba su clímax. Fue ahí que me vio, por sobre el hombro de su macho, y me sonrió, con la cabeza dando pequeños y rítmicos saltitos a causa de los pijazos que le surtía mi tío.
Sentí un dolor terrible en el pecho. Un dolor físico. Una cosa era estar al tanto que mi tío se la cogía, como ya sabía a esas alturas pues yo pagaba siempre el hotel donde se la disfrutaba a mi novia; otra cosa era escucharlos; y otra bien distinta era verlos en acción.
Siguiendo a mi novia, mi tío giró su cabeza y también me miró. Sin dejar de bombearla sonrió y dijo:
—Cuerno, así es como hay que cogerse a tu mujer…
Yo estaba al borde de las lágrimas.
—Heli, no le permitas...
Ya lo habíamos hablado. Ella iba a dejar hacerle cualquier cosa. Mi tío aceleró la serruchada y bufó como un motor a vapor.
—¡Te la lleno de leche, cornudoooooo…!
No sé qué extraña alquimia obraron esas palabras en la cabecita de mi novia, pero la muy turra me miró burlona, como si se estuviese vengando de un año de pésimo sexo.
—¡Qué bueno que viene tu tío a ayudarte a hacer el trabajo de un verdadero hombre, mi amor!
Y mi tío empezó a deslecharse. Como cuando yo era chico y le acaba adentro a mamá. O como cuando yo era chico, él tocaba el timbre y mamá no estaba.
—Ahhhhhh… ¡Tomá, putón! ¡Tomá vergaaaa! ¡Tomá! ¡Tomá! ¡Tomá!
Vi la verga gruesa y endurecida como piedra de tío Ricardo horadar la conchita de mi novia y bombear semen adentro. Con cada pijazo mi tío gritaba y le mandaba un lechazo bien profundo, y mi Heli entrecerraba los ojos y suspiraba llena de él.
Y como tenía en el aire a mi novia, la leche que le mandaba adentro comenzó a escurrirse hacia abajo. Y Helina, con su rostro por sobre el hombro de mi tío, empalada de verga, completamente ida porque le venía un segundo orgasmo morboso, cada tanto me miraba y comprobaba mi inacción.
Enseguida la leche de mi tío comenzó a escurrirse desde la conchita de mi novia, mientras la verga entraba y salía, indiferente, y ahí solté un llanto.
Fue tremendo. Yo llorando, arrodillado junto a la cama, y mi novia sobre ella, ensartada y volviendo a acabar en un grito.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!
Y yo más la escuchaba, más lloraba. Y ella me veía llorar, buscaba ver el brillo de mis lágrimas y más se le estiraba el orgasmo.
—¡Es un maricón! —se quejó mi tío, ya dejando de bombear. Alcé la vista y vi los hilos de su leche caer por detrás de los muslos de mi novia y gotear las sábanas, que de seguro me mandarían a lavar. Fue ver esa leche y llorar más.
Mi novia se apiadó. Se desenganchó del vergón y vino hacia mí. Se quedó sobre la cama, arrodillada, y mirando hacia abajo, a donde estaba yo. Me tomo de una mejilla.
—No es un maricón —me defendió—. Pero tenés que entenderlo, ya va a llegar el día que sea un hombrecito...
Yo lloraba como un niño. O como un maricón. Lloraba de cualquier manera, excepto como un hombre.
—¡Es un puto! —sentenció mi tío con la verga ya no tan rígida pero todavía con buen volumen. La tenía brillosa de los jugos de mi novia, y del glande le goteaban hilos de leche espesa. Me estremecí por los recuerdos.
—Mi amor —dijo Helina, y me acarició la cabeza—, tu novia tiene necesidades, ¿entendés? Necesidades que vos no podés... bueno, que tu tío Ricardo sabe satisfacer —Me habló como a un nene, mientras yo cortaba un poco el llanto y me quedaba en hipos—. ¡Mi amor, igual vos sos mi hombrecito, eh? Me gusta tenerte por la casa, o que vayas a trabajar y traigas platita... Pero hay cosas que solo pueden hacer los hombres de verdad, ¿entendés?
—Pero yo también soy un hombre...
—¡Por supuesto, mi amor! Vos sos todo un hombrecito. El hombrecito de la casa. ¡Mi hombrecito! —festejó con entusiasmo—. Pero es distinto, algún día lo vas a entender…
Asentí con la cabeza, limpiándome los mocos con la manga de mi camisa. De pronto la vi reírse brevemente y girar su rostro hacia atrás, hacia tío Ricardo, y reprenderlo. Es que para hablar conmigo se mantenía arrodillada y el culazo le quedaba en punta y regalado para que el otro hijo de puta la magree como a una cualquiera. Mi novia se bajó de la cama, golpeó la mano de mi tío diciéndole "basta", pero con una sonrisa.
Así desnuda como estaba me tomó de la mano y me sacó de la habitación. Me llevó al living, encendió la tele y me sentó en un sillón. Comenzó a navegar por los canales, sin decidir.
—Mi amor, es mejor que te quedes acá y que no vayas a la habitación, a tío Ricardo no le gustan las interrupciones... —Pasó por las canales infantiles y de pronto se quedó en uno—. Además, vos te aburrirías ahí adentro. Son cosas que vos no podés hacer... son cosas de grandes.
Yo no podía ni hablar. Quería quejarme, gritarle que dejase de tratarme como a una criatura. Pero no podía ni hablar.
—Bueno, ahí te dejo algo para vos —Se puso de pie y miró la pantalla con dibujos animados—. Quedate mirando la tele, no vuelvas a la habitación, ¿eh? Sé un chico obediente y mañana te llevo a placita —Y se fue a seguir cogiendo, soltando una carcajada que al día de hoy sigo sin saber si fue de diversión o de pura maldad.
Dos años después, ese trato condescendiente que tenían conmigo cuando estaban en la cama se fue ampliando en su geografía. Pasó de la cama y sus cogidas a toda la casa y a todo momento que tío Ricardo estuviera con nosotros. Y como cada vez estaba más y más —tomando decisiones, mandándome a dormir o a ver dibujitos, disponiendo de mi sueldo para las cosas del hogar—, mi pobre novia comenzó a confundirse en público. Es que tío Ricardo no solo era su macho, con el tiempo se fue convirtiendo en el macho de la casa. Entonces a veces, por ejemplo, podía tomar a mi tío del brazo en la fila del supermercado, mientras me decía que ya íbamos a casa. O le salía un "mi amor" o "querido" hacia mi tío, para una consulta en un local de lencería. Heli se daba cuenta y trataba de disimular, y de no volver a cometer ese error en público. Yo vivía aterrorizado de que se delatara sin querer delante de mis amigos, de mis padres o del chismoso de mi portero.
—¡Ay, mi amor! —me explicó un día Heli, hablando de esto—. En el edificio ya lo deben saber todos...
No lo dijo con morbo, me lo dijo como si me estuviera explicando la tabla del dos. En el fondo yo pensaba lo mismo.
—¿Saber qué? Es mi tío. La gente debe pensar que viene a visitarme.
Heli sonrió, se sujetó el cabello en una cola de caballo, me miró, y finalmente se lo soltó con un gesto de seducción.
—Mi amor, ya saben que tío Ricardo es el macho de esta casa... Ya saben que los gritos a la noche son porque él me garcha, y que vos sos un completo cornudo de campeonato... —y como vio que la iba a contradecir, agregó— Ya se me insinuaron todos los tipos del edificio... Bah, más que insinuarse, me propusieron de todo…
Me desinflé. Podía ser el cornudo de mi tío. Había sido incluso cosas peores que eso. Pero que cualquiera del edificio se garchara a mi novia me derrumbó.
—Por favor, Heli… los vecinos no...
Mi novia me zampó un besote en la nariz y me sonrió divertida.
—No, Benjamín, ¿estás loco? No te voy a hacer quedar como un cornudo.
—Pero si ya saben que...
—Una cosa es que lo crean. Y otra cosa en que me garchen y lo confirmen. Además, a tu tío no le hizo gracia y yo no voy a ser tan hija de puta de meterle los cuernos.
No supe si aliviarme por lo de los vecinos o deprimirme por la última confesión.
—Al menos una buena que me hizo mi tío… —proclamé.
—Además, no necesita a los vecinos, él ya tiene una lista de amigos con los que me va a enfiestar.
Se me hizo un nudo en el estómago.
11.
Hubo momentos —al principio, sobre todo— durante ese verano en el sindicato, en el que yo me preguntaba qué le pasaba a papá. Porque se notaba que estaba mal, con cara de culo todo el día, pero especialmente cuando llegábamos al sindicato y mamá se ponía la bikini y andaba de aquí para allá delante de todo el mundo. O más adelante, luego del verano, cuando Ricardo pasaba por casa a la tarde y papá me llevaba a la plaza. Era obvio que a él le molestaba algo, y se notaba incluso que le molestaba cualquier cosa que tuviera que ver con Ricardo. Yo no me daba cuenta qué podía ser, y ni él ni ammá me explicaban nada. Hoy me doy cuenta. Sé perfectamente qué sentimientos despierta tío Ricardo cuando te coge a tu mujer con ese terrible pedazo de verga. ¿Cómo no sentirse molesto? De todos modos, nunca lo supe —ya ya nunca lo sabré— por qué papá dejó ocupar su lugar de hombre por otro, con tanta docilidad.
Recuerdo que una de esas tardes que tío Ricardo venía a casa y papá me llevaba a la plaza, mamá estaba sn vestir, en bombacha y camiseta, y al escuchar el timbre ni amagó vestirse, aunque sea para disimular. Fue la primera vez que lo recibió en ropa interior delante de mí y de papá y tío Ricardo la saludó apoyándole una de sus manazas en un anca. Recuerdo. Recuerdo la expresión de papá igual a la de los dibujitos cuando les sale humo de la cabeza. Pero no dijo nada. Mamá, todo lo contrario, se la veía contenta, y hasta distendida. Tomó a Ricardo de la mano y con un andar arrastradamente emputecido se lo llevó hacia la habitación.. Papá se apuró a alanzarme una campera y empujarme hacia la puerta para ir a la plaza.
Pero al regreso, luego de esas tres horas exactas, que parecían pactadas, nos llevamos una sorpresa: mamá y Ricardo no estaban en la cocina tomando mate y charlando, como lo hacían habitualmente. Seguían en la habitación, y esto era más que evidente por los ruidos y gemidos casi gritados.
—Sí… Sí… ¡Qué buena pija tenés, por favor…!
—¿Te gusta, putita…?
—¡Me encanta! ¡Oh, Dios, seguí… seguí… uhhh…!
—Pedime, putita… ¡Pedime verga!
El rostro de papá era la expresión máxima del escándalo. Quiso llvarme otra vez fuera de la casa, pero yo le gané de mano y corrí hasta la puerta de la habitación.
—Dame verga, Ricardo… Dame verga, por favor…
—Más, putita…
—Necesito la verga de un macho como vos… por favor, dámela…
Y se ve que Ricardo la tenía en suspenso, porque luego de rogar, otra vez mamá se deshizo en un gemido animal.
—¡¡Ahhhhh…!!
Y papá:
—Hijo, andá a tu cuarto! No tenés que escuchar estas cosas…
Papá comenzó a tirarme de un brazo para sacarme de allí, y yo me aferraba al picaporte con alma y vida.
—¡Ahí va de nuevo, putón! —se escuchó a Ricardo—. ¡Hasta los huevos!
Papá me seguía tironeando. Y mamá:
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!!
Desde adentro venía el sonido del choque de carne, rítmico y machacador: flak! flak! flak! y a tío Ricardo, ya casi gritando, en un jadeo desesperado.
—¡Te voy a hacer un hijo, puta reventada!
—¡Sí, sí, Ricardo, acabame adentro!
—¡Te voy a hacer un hijo para el cornudo, puta hija de puta!
—¡¡Ahhhh…!! ¡Sííí…! ¡Un hijo para el cuerno! ¡Haceme un hijo para el cuerno!
—Papá ¿tío Ricardo me va a hacer un hermanito?
Mi pregunta descolocó a papá, que de la sorpresa aflojó el tironeo. Y entonces mi fuerza sobre el picaporte quedó sola, única, y ésta cedió y abrió la puerta. En un instante papá y yo caímos dentro de la habitación, directo al piso, por el envión. Quedamos quietos mirando cómo sobre la cama, mamá, desnuda y en cuatro patas, recibía los embates de Ricardo, que la penetraba con furia y sadismo.
—¡Cuerno! —se sorprendió el macho de mamá, deteniéndose solo un segundo, y retomando el bombeo enseguida.
Mamá estaba desencajada, colorada, transpirada por completo, con los cabellos revueltos y con lechazos en la espalda, en los muslos y en el rostro y labios. A pesar de todo eso, la vi hermosa. Con los brazos sobre el colchón trataba de resistir los continuos empujones de cada pijazo. Así y todo, se enojó con papá y le gritó:
—¡pelotudo, sacá al chico de acá! ¡No te das cuenta que le están cogiendo a la madre con un vergón de 25 centímetros? ¡Lo vas a traumar!
Por suerte yo crecí libre de traumas, pero en le fondo mamá tenía algo de razón. Papá se levantó del suelo, sin dejar de mirar cómo Ricardo le bombeaba 25 centímetros de carne adentro a su mujer, como si fuera un pistón. Y me tomó de la mano para sacarme.
—Ahora, sí, putón —anunció Ricardo—, te lleno el culo de leche…
Recién ahí noté que lo que Ricardo le estaba metiendo a mamá, se lo estaba metiendo por el agujerito de la cola. O habían cambiado justo antes de entrar, o tío Ricardo era un mentiroso con eso de hacerme un hermanito. Papá tironeó para sacarme pero no había fuerza en este mundo que me alejara del culazo en punta de mamá, estaqueado de carne con cada vergazo que Ricardo le mandaba hasta los huevos. Me quedé al lado dela penetración, prácticamente pegado a ella, viendo las manazas del macho abrir las nalgas cada vez que avanzaba para clavar y clavar.
—¡¡Síííí…!! ¡Llename, Ricardo!! ¡Mostrale a mi marido cómo se hace!
Se ve que mamá se había olvidado de mi presencia, o ahora no le importaba menos que el orgasmo que ya le venía—. Mostrale, mostrale, mostraleeeaaaahhh…!!!
—¡Mirá, cuerno! ¡Mirá cómo te la lleno de leche!
Pero papá no miraba. Me sostenía de la mano con los ojos cerrados y apretados, y una lágrima le recorría la mejilla. El jadeo de Ricardo era fortísimo, parecía un animal, y la fuerza que le imprimía a cada pijazo para enterrar más hondo a mamá, daba miedo.
—¡¡Te lleno, putaaahhhh…!!!! ¡¡Ahhhhhhhhhhhhh…!!!
Y mamá, que seguro creía que yo estaba afuera:
—¡¡¡AHHHHHHHHHH…!!! ¡¡Cornudo, abrí los ojos!!! ¡¡Mirá bien cómo le rompen el culo a tu mujer!!
Ver a mamá empalada por el vergón grueso de tío Ricardo pasó rápidamente a ser de una curiosidad a una obsesión. Cuando papá no estaba y tío Ricardo llegaba y se llevaba a la habitación a mamá, era imposible no escuchar cómo se la cogía. Los gemidos, los insultos, los pedidos de "más pija" y de "más fuerte" atravesaban la puerta, que no siempre estaba cerrada por completo.
Comencé a espiarlos en cada encuentro, y de hecho comencé a rogar que papá no estuviera para que no me llevara a la plaza. Desde esa vez que los vi garchando, mamá dejó de preocuparse por mi presencia. Pasó a andar en bolas por la casa y a coger con la puerta totalmente abierta, y hasta llegó a pedirme gaseosas o la filmadora en medio de una cogida.
Mi tío al principio se mostraba receloso de mi presencia. Luego dejó de importarle, pero poco a poco, quizás por mi obediencia total y sumisa, me fue tomando desprecio.
El primer día que tío Ricardo vino y que ni papá ni mamá estaban, sonrió como el lobo del cuento Caperucita y descargó toda la calentura con la que venía y su desprecio, en mí.
12
Aquella tardecita de domingo, casi noche, tío Ricardo había llegado tarde y se había encerrado en la habitación con Helina. Estuvieron haciendo algo, pero no mucho, supongo que mi novia le habría estado chupando la verga, algo que la fascinaba. Salieron del cuarto enseguida, tío Ricardo contando unos billetes y guardándoselos en un bolsillo. Descontaba que era dinero de mi sueldo, que guardábamos en el cajón de las medias. Miré a Heli con mala cara, y ella me devolvió un gesto de disculpa.
Pero en un instante cambió el semblante y se puso efervescente.
—¡Mi amor! —me anunció—. Con tío Ricardo te vamos a llevar a un paseo que te va a encantar.
Ya a esas alturas me trataban como a un chico en todo momento. La semana anterior había sido el día del niño y me hicieron un gran regalo, un dinorobot gigantesco, y me llevaron al cine a ver una de Disney/Pixar.
De pronto me rendí. Vi a mi hermosa y amada Helina, todo curvas, todo belleza y lealtad, tan hermosa y feliz jugando a ese juego que yo apenas entendía y que a ella le permitía tener toda la verga, todo el sexo, todos los orgasmos y morbo que yo no podía darle... y simplemente me rendí. Le sonreí, como un niño —o un idiota— y le pregunté, con algo de genuino entusiasmo:
—¿A dónde? ¿A dónde?
Verme aceptar mi papel iluminó literalmente el rostro de mi novia. Vi sus ojos brillar de agua contenida.
—A ver los trenes, mi amor.
¿Los trenes? Sentí una decepción. Había visto miles de trenes, ¿qué tenía de especial ir a ver trenes? Helina vio mi carita triste y aclaró:
—Tío Ricardo tiene un amigo que trabaja en los talleres del subte. Si vamos a esta hora que no hay nadie te puede subir a la cabina del conductor para que lo manejes.
Di un brinco entusiasmado y feliz, y fui a abrazar a mi novia, que me dio un beso y enseguida me dejó para cambiarse. “Es que quiero estar linda para el paseo”, me aclaró. Volvió de la habitación con un vestidito que me hizo para el corazón. Y la pijita. Era lo más sencillo del mundo, pero como mi novia tiene un cuerpazo de revista, le quedaba despampanante. La prenda era gris topo, casi negro, y le quedaba entallado como un guante. Arriba un escote importante, y abajo terminaba en una faldita tan breve que debía bajársela a cada instante, pues se le veían constantemente los filitos de las deliciosas nalguitas.
Tío Ricardo nos llevó en auto (el que había sido mío) hasta Primera Junta. Allí, en Martín de Calasanz y Alberdi hay un taller - dormitorio de trenes del Subterráneo de Buenos Aires. Había pasado muchas veces por allí y nunca me había percatado de su existencia. Los trenes salen al exterior en Primera Junta, vienen bajo tierra y suben hasta la avenida Rivadavia, luego recorren algunas calles por arriba, entre los autos, y finalmente entran a dormir o reparar en este taller a cielo abierto.
Fuimos a la esquina por donde entran los trenes. Tío Ricardo hizo un llamado a un tal Rulo y el enorme portón se abrió. Nos recibió un morocho engrasado hasta el cuello, de rulos y ojos degenerados, metido en un mono de trabajo, que se comió a mi Heli con la mirada, como si tuviera puesto un cartelito de oferta.
—Hola, Ricardo —nos saludó.
Pero no le quitaba los ojos de mi novia. Nos hizo pasar con una reverencia y ahí aprovechó para mirarle el culazo. Es que Heli estaba tremenda, el vestidito la cubría con lo justo pero la simpleza realzaba el verdadero cuerpo espectacular que tenía, ese que calentaba a todos los hombres. Cerró el portón a nuestro paso y quedamos ante un enorme galpón lleno de trenes quietos y sin gente a la vista.
—Mirá, mi amor. ¿Te gusta?
Por primera vez mi novia me trataba como a un niño delante de desconocidos. Para mi sorpresa, me sentí más cómodo de lo que esperaba. Mi humillación era absoluta, creo que por eso mismo, al no quedar ni un mínimo de dignidad de hombre ante este tipo, me sentí liberado y a gusto en mi lugar de no-hombre.
—¡Síííí! —casi grité del entusiasmo, y me acerqué a un vagón.
Rulo nos hizo un minitour por el lugar. Vimos los fosos, las herramientas, los vagones viejos del año 1900, y a cuatro o cinco morochos engrasados como él, que miraban un partido de fútbol en una tele portátil.
Entonces Rulo, ahí delante de los otros mecánicos, me miró, apoyó sus manos en mis rodillas y me habló como si tuviese cinco años.
—¿Te gustaría manejar un tren, Benjamín?
Los otros mecánicos nos miraron con asombro. Busqué a Helina con la vista y me fui hacia ella. Tío Ricardo bufó su fastidio. Helina sonrió, sonrió también a los otros mecánicos y me preguntó:
—¿Te gustaría, mi amor? ¿Te gustaría? —Y como yo no contestaba, porque la humillación ante los otros cuatro mecánicos me tenía inmóvil, aclaró—. Ay, mi novio es re tímido con la gente nueva, pero seguro que quiere. ¿No querés manejar un tren, Benjamín, como hacen ellos?
Asentí con la cabeza, bajando la vista.
Rulo nos llevó a un vagón de los viejos, que estaba al fondo del galpón, casi entre penumbras. Subir no fue fácil, los vagones son altos y no tienen estribos pues están pensados para las plataformas. Tío Ricardo me ayudó a subir a mí, y Rulo a mi novia. Tuve que tragarme el orgullo al ver cómo ese hijo de puta de rostro perverso le metió manos en los muslos, las nalgas y la entrepierna ante la permisividad de ella.
—Gracias —le dijo con una sonrisa cuando, ya toda manoseada, llegó arriba.
El vagón, adentro, estaba en semi penumbras. La única iluminación venía de algunas luces del galpón. El vagón estaba bastante sucio y adentro tenía un montón de porquerías. Había madera entre los asientos, unos engranajes grandes como ruedas, bidones industriales vacíos, lonas y rollos enormes de fibra de vidrio.
La cabina está en una punta del vagón, separada del resto por un díptico o biombo de madera de dos hojas, que va del piso al techo, y que cuando se despliega, aisla la cabina del resto del vagón. Rulo me metió ahí, dejando a mi novia y a mi tío al otro lado, y me enseñó los controles.
—Acá tenés para entretenerte un rato —me dijo—. ¿Ves? Con este acelerás, con este frenás. Podés tocar todo y jugar todo el tiempo que quieras —Se lo veía apurado—. ¿Te gusta?
No terminé de decir sí que ya Rulo estaba abriendo el biombo y saliendo hacia el vagón. Cerró de un portazo y me dejó allí solo, en la cabina.
Comencé a apretar botones y mover palanquitas pero mi corazón y mis oídos estaban al otro lado del biombo. Los gemidos se hicieron escuchar enseguida. Los gemidos de siempre, de mi novia y los de mi tío. "Uhhh...", "Ahhhhh...", "Ohhhh, síííí...". Hasta que en un momento escuché en un murmullo la voz jadeada de Rulo.
—Uhhh, putón, ¡qué bien la chupás…!
En el silencio del galpón, aquellas palabras apenas audibles sonaron como por un parlante. Mi corazón se aceleró. ¿Helina le estaba chupando la pija a un tipo nuevo? Ya sé que a estas alturas yo era una flor de cornudo, pero la perspectiva de que mi novia tuviera un segundo macho que me sometiera a mi lugar de no-hombre me angustió. Espié desde la luz de espacio que tenía el díptico en la esquina de la cabina. Apoyando el ojo en esa esquina veía todo bastante bien: allí estaba mi novia, de rodillas sobre una lona sucia, con las piernas flexionadas, las botas enmarcándole las piernotas y los muslos poderosos explotando entre botas y la minifalda de cuero. Le chupaba la verga al Rulo con unas ganas que me sorprendieron, quizá porque la verga en cuestión era inusualmente gorda. Con la otra mano sostenía la pija del tío Ricardo, sobre la que cada tanto acercaba su rostro y cabeceaba para también darle placer.
El Rulo estaba extasiado, con los ojos cerrados y mirando al techo, repitiendo "sí, putita, sí, putita…". Tío Ricardo, en cambio, portaba una sonrisa de triunfo.
—Te dije que este putón la chupaba como los dioses...
—Es la mejor mamada de mi vida...
Sabía mi novia la chupaba muy muy bien por los comentarios del tío Ricardo. No es que Helina no me hubiera chupado nunca la pija, pero como me dijo ella una vez: "Mi amor, la tenés tan chiquita que no te la puedo chupar y pajear al mismo tiempo". Chuparme la pija, al parecer, era como chupar un caramelo. "Igual es re simpático chupártela", me dijo para que no me sintiera tan mal.
Ahora mamaba dos pijas de verdad, dos pijas de hombre, y se podía ver la diferencia de sus ganas, de su pasión para llenarse la boca de verga.
—Ummmmmm, sííííí… —jadeo el Rulo—. Despacio, bebé, que también te quiero probar por abajo…
Helina sonrió, lo soltó y siguió chupando la verga de su macho verdadero.
—Andá para atrás —le indicó tío Ricardo a su amigo—. Vas a ver el papo estrechito que te traje.
Rulo se terminó de quitar el pantalón y rodeó a mi novia. ¡El hijo de puta tenía grasa hasta en los muslos, por debajo del mono de trabajo! Helina se acomodó y se ubicó bien frente a tío Ricardo, cabeceándole la verga, y paró el culito para quedar regalada atrás. La hendija de la bisagra me dejaba ver bien, pero no completo; igual pude escuchar claramente:
—¡Por Dios, qué pedazo de orto, bebé! ¡Qué buena estás!
Vi a Helina quitarse el glande del tío de su boca.
—¡Gracias! Me dijo Ricardo que es todo para los amigos que él me diga!
—¡Qué pedazo de puta divina! ¡No puedo creer que el cornudo no se pueda coger esto! —Y ahí se ve que le quedó el culo de ella en el aire porque agregó—. ¡Por Dios, cómo se traga la tanguita ese culazo!
Yo no podía más del acelere que tenía. Estaba solo en la cabina y la única palanquita que maniobraba era la mía. Busqué mil formas de ver cómo ese hijo de puta del Rulo se la iba a clavar por primera vez, pero el ángulo no me dejaba. Jodí tanto con el filo del biombo que en un momento me apoyé de más y la madera vieja chilló con un crujido.
—¿Qué es eso? —se asustó mi novia—. ¿Hay ratas acá?
Veía el manoseo de grasa que el Rulo le imprimía a mi novia en el costado del muslo, arriba, y en parte de las nalgas
—Es el cuerno —respondió mi tío—. Siempre molestando.
Pero Helina me amaba con todo su corazón.
—No digas eso. Mi amor, ¿estás ahí? —me preguntó. Yo no dije nada, seguía espiando al Rulo abriéndole las nalgas a mi amorcito, y acomodándose detrás, al medio, para empujar—.Mi amor, ¿no estarás espiando, no? —Volví a callar, pero en el silencio del vagón se escuchó mi paja furiosa viendo cómo el Rulo me la penetraba por primera vez—. ¿Tenés miedo de que el señor Rulo… ¡Ahhh…!! …me haga "nana"?
—Sí —dije. El Rulo ya tenía tomada mi novia de ambas nalgas y la bombeaba adentro de ella todavía con suavidad.
—Mi amor... —sonrió mi novia—, tío Ricardo… ¡uhhh…! …no dejaría que nadie… ¡ahhh…! …me haga nada malo... —Hizo un silencio. La vi moverse, empujada desde atrás—. ¿Querés abrir la puerta y… ¡uuuhhh asíííí…! …y ves que el señor no me hace… "nana"…?
Hubo un instante de duda en mí. El Rulo la clavó más hondo y eso me decidió. Abrí el biombo con lentitud y vi la felicidad en el rostro de Heli, con el Rulo ensartándola de atrás y sosteniendo la verga de tío Ricardo con una mano,
—Pero no te asustes ¿eh? Lo que me hace el señor Rulo no es malo, es cosa de grandes, ¿entendés? —y entonces giró y le habló decidida a su nuevo macho—. Rulo, empezá de nuevo y mostrale al cuerno cómo le cogés a la mujer...
Puse el ojo hacia el culo en punta de mi novia, el Rulo retiraba la verga por completo y me invitó a acercarme con un gesto. Tenía invadidas las nalgas de mi Heli con sus manazas. Las marcas de grasa me mostraron que la había magreado como si fuera una muñequita de placer. La mano grasienta tomó la tanguita blanca y delicada que se perdía en ese culazo, la desenterró, la ensució, la corrió para un costado y la palpó abajo.
—¡los dos pijazos te empaparon, putón! ¡Esta vez te la voy a clavar hasta los huevos!
El turro del mecánico se ensalivó más la pija, que ya la tenía embadurnada de los jugos de mi novia, la abrió un poquito, abajo, y arrimó el vergón rechoncho y cabezón.
—¡Ahhhhhhh...!—gimió mi novia, cuando la verga la penetró.
—¡Uyyyyy, cuerno, qué rico siento a tu novia…!
Vi con ojos exaltados cómo la pija con marcas de grasa (porque cuando la tomó para ensalivarse, la ensució) se fue enterrando dentro de mi novia, poco a poco, centímetro a centímetro. Helina vio mi expresión y buscó tranquilizarme.
—No te preocupes, Benji, eso grandote que me está enterrando el señor no duele... Es lo que te decía que hacen los señores grandes... Lo que hacen los hombres de verdad... Ohhhh... Diossss…
El vergón seguía horadando la conchita, que lo tragaba sin que pareciera que hubiese fondo. Media pija, tres cuartos... y seguía avanzando. Las garras de Rulo se clavaban en los nalgones para darse empuje y entrar más.
—¡Por Dios, putón, es impresionante lo estrechita que sos!
—Me alegra... Ahhhhh... que le gusteeeehhhh... señor... Uhhhhhh…
—¡Estás empapada y así y todo no te la puedo meter completa…!
Yo no podía quitar mis ojos de la penetración. Sino había entrado todo no quedaba realmente mucho por meter. Rulo decidió que ya más no podía enterrar en esa primera estocada y retiró la pija.
Retiró para volver a clavar, esta vez con todo y a fondo.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhh...!! —gritó mi novia, y el Rulo comenzó a serruchar.
—No te preocupes, cuerno, que no le estoy haciendo nada a tu novia —me decía, ¡y me la bombeaba toda mientras me lo decía!
—Mi amor... Ahhhhh... no te angusties... el señor me está tratando... ahhhhhh... como se deje tratar a una mujer… Sííííí…
—Sí, cuerno, no te preocupes —Y el bombeo comenzó a tomar velocidad.
—Seguí jugando... Ahhhhh... Andá a la cabina y seguí jugando, mi amor... ohhhh, por Dios... Seguí jugando mientras el señor juega conmigo...
Me alejé los tres pasos y me puse en la cabina, pero de ninguna manera iba a cerrar el biombo. Quedé más lejos pero viendo cómo el macho de siempre y ahora u nuevo macho surtían de verga a mi novia. Igual, para disimular, yo movía palanquitas y quería tocar botones, pero le erraba a las cosas. La imagen me tenía idiotizado. A veces el tío Ricardo me miraba con odio y yo me daba vuelta y espiaba la acción desde el espejo del conductor, arriba. Pero luego volvía a girar. El tal Rulo tenía el culo de mi novia en punta, clavando desde atrás con latigazos interminables. La agarraba de las nalgas, y cada tanto se le patinaban las manos porque mi novia sudaba mucho cuando se la cogían. Cuando se la cogía bien, digo.
Adelante, ella seguía tragando verga, pero se notaba que vivía pendiente de lo que le estaba enterrando el nuevo macho. La pollera que se le estiraba de muslo a muslo fue cediendo y bajándose con cada bombeo y agite, centímetro a centímetro. Para cuando a mi Heli le empezó a subir el orgasmo, la pollerita ya estaba entre sus rodillas, tocando la lona.
—Me acabo, Rulo... ¡Ahhhhhh...! No paressss… —y agregó, mirándome a los ojos—. Si ves que grito un poco no te asustes, mi amor...
Entonces tío Ricardo dobló mi humillación.
—Miren la carpita del cuerno —y se rio.
Era cierto, yo estaba empalmado como nunca.
—Se ve que le gusta mucho estar al mando del tren / ser el que manda en el tren.
Cuando Helina me vio la entrepierna y luego el rubor en mis mejillas, se le disparó.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh…!!! ¡¡¡Benjamínnnnnnnnnnnnn…!! —empezó a acabar mirándome a los ojos.
El Rulo seguía atrás surtiéndola con todo, a una velocidad tremenda. Se la mandaba a guardar hasta los huevos, en cada una de las mil estocadas que la daba. Bufaba y transpiraba más que mi novia, que seguía acabando.
—Ahhhhhhhhh... Seguí, Rulo… Seguí, por lo que más quieras... No pares... Ahhhhh… Seguí, seguí, seguííííí…
Y el Rulo, ya desencajado, subido casi sobre el culazo de mi novia, gritó:
—¡Te suelto la leche, putón! ¡No aguanto másssssss!
—Ohhhhhhhhhh, síííííííííííí... Llename, Rulo. Mándame la lecheeee... Sííííííííí...
El Rulo se puso tenso, así en puntas de pie como se la estaba garchando a mi mujer. Cerró los ojos, sin dejar de bombearla, y comenzó a gritar y gemir como un camello sediento.
—¡Tomá putón, tomá la lecheeehhh…! ¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh...!!
Mi novia se mordía los labios y golpeando la lona con un puño, de pronto me dijo:
—¡¡Ohhhhhhh por Dios, me está llenando de leche, Benjamín...!! ¡¡Me está llenando la conchita de leche, mi amor… Ohhhhh...!!
—¡¡Ahhhhhh...!! —seguía acabándole el Rulo, que no paraba de penetrarla y penetrarla, con fuerza, y le amasaba el culazo con morbo—. ¡Ahhhhhh… sííííííí…!
Me la siguió clavando un rato más, gimiendo cada vez menos y aflojando poco a poco el pijazo violento. Mi Heli también se calmó. Pronto los gemidos se hicieron jadeos, y los jadeos respiración. Tío Ricardo continuó haciéndose chupar la pija con una sonrisa de satisfacción por haber quedado bien con sus amigos.
Fue cuando se escuchó un ruido en la puerta y una risotada distendida.
—Bueno, bueno... ¿qué tenemos acá?
Era el grupito de los cuatro mecánicos que habíamos visto en el recorrido. Se asomaban desde la puerta, que por las diferencia de altura les quedaba muy arriba, dejándoles graciosamente visibles solo sus cabezas. Sonrieron al ver a mi novia semi desnuda y tuve un escalofrío.
—Suban, muchachos —invitó el tío Ricardo—. Vengan que les presento a Helina, la novia de mi sobrino.
Yo miré todo, petrificado. Los cuatro tipos estos eran unos morochos grasientos y muy rudos, de mirada despierta y manos rápidas. Saludaron a mi novia entre manoseos lascivos que me dieron envidia. Heli, de pie, ya sin pollerita y con la bombachita recolocada y enterrada entre sus nalgas como nunca, me vio congelado en la cabina, mirándola. Tenía a uno de los nuevos detrás, que la tomaba por la cintura y le besaba los hombros, y con la otra mano le sobaba groseramente una nalga. También tenía a otro de los nuevos adelante, que la besaba la boca y se llenaba sus manos con los formidables pechos ya sin corpiño. No sé cómo hizo para sacárselos de encima y venir a mí.
—Mi amor, estos señores vinieron a hablar conmigo para ver si te dan permiso de manejar el tren, ¿entendés? —Asentí con la cabeza y ella tomó una de las hojas del biombo que cerraba la cabina—. Quiero que te quedes acá jugando en la cabina como un nene bueno y no salgas aunque los señores me hagan gritar mucho.
Puse una total y sincera carita triste.
—Pero yo quería mirar…
Helina sonrió y me dio un beso en la nariz.
—Mi amor, lo hago por tu bien. Es para que no te impresiones. Los señores son los dueños del tren y yo voy a tratar de convencerlos de que te dejen jugar acá un ratito más, ¿eh?
Asentí resignado, me gané otro besito y mi novia salió, cerró el biombo por completo y me dejó nuevamente encerrado en la cabina.
—¡Y no nos espíes! —agregó al otro lado de la cabina—. Quiero escucharte jugar mientras juegan conmigo.
Lo bueno de quedarme solo es que observé todo por las hendijas y me pude manotear la palanquita las dos horas que esos seis hijos de puta me la estuvieron garchando y llenando de leche.
FIN – SEGUNDA PARTE (DE TRES + ANEXO)
Muchas gracias a Mikel por ayudarme con el tipeo!!
PACK # 4: El Anexo de esta miniserie y otras sorpresas se enviarán por mail al final de la miniserie a quienes dejen comentarios en alguno de los capítulos (comentarios en serio, pertinentes a los textos. Los simples pedidos serán ignorados).
⌂ Podés comentar acá abajo del relato, o en Facebook, o por mail, o dejar un mensaje en el Chatbox de la columna de la derecha.