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Día de Entrenamiento (08)

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DÍA DE ENTRENAMIENTO – Episodio 08
(VERSIÓN 1.0)

por Rebelde Buey

 NOTA: Este relato narra acontecimientos sucedidos ANTES del Episodio 9, ya publicado.

Martes noche, madrugada del miércoles.
La esquina pudo haber sido el orgullo del barrio, ochenta años atrás. Hoy era un rincón oscuro y mugriento, abandonado, olvidado por la misericordia de Dios. Y por la Administración de la Ciudad de Buenos Aires. Las veredas deshechas, los locales vacíos, las luces rotas para propiciar el crimen… o el amor. Se oía una cumbia boliviana o paraguaya, y unos gritos y la corrida siempre viva de unas zapatillas de otros. Era de noche, y otra vez se escuchaba un tiro.
El cupé rojo apareció por la calle lateral iluminando la grasa del empedrado. Iba lento, muy lento, observando la mercadería a cada lado. Las putas se asomaban de los umbrales y de las sombras como topos de sus madrigueras. La mayoría eran dominicanas que venían por dos pesos, pero también había paraguayas de mejor pasado y tucumanas y misioneras de piel india y ojos europeos. Y de ropa barata y descuidada.
De entre todas se asomó una pierna larga y trabajada. Una pierna encajada en una bota negra de cuero —de cuero de verdad— que llegaba hasta los muslos. La dueña de esas piernas se asomó más y la luz mostró las ligas de puta —pero muy muy finas— y el portaligas. Y una minifalda negra medio brillante, no de las que usan las prostis, sino de las que venden a 2000 pesos en el shopping. La cupé se clavó allí mismo y la chica se terminó de mostrar. Tímidamente, por increíble que pareciera. La perfecta pancita de modelo o de escort de departamento privado, la remerita corta y blanca con letras grandes y negras: BLACK OWNED. El maquillaje exquisito, los pendientes, los pechos parados y reales, y esa carita de nena buena e inocente, esa carita de niña bien que quiere desesperadamente una pija.
—¿Cómo te llamás? —le preguntó el del cupé cuando la puta se acercó por fin al auto.
—Macarena.
—Nunca te vi por acá. Sos nueva, ¿no?
—Primer día.
Una niña bien que quiere desesperadamente una pija: la pija de Tore.
—Sos demasiado hermosa y delicada para estar en esta esquina.
—Voy a estar acá hasta que levanten mi castigo.
Macarena quitó la vista del conductor y miró con displicencia hacia uno y otro lado. No estaba ahí para charlar con la gente.
—¿Cuánto?
—Ochocientos más el telo.
—¿Ochocientos??? —el del cupé perdió toda postura, y ese aire sofisticado de comercial de perfumes se desinfló como un muñeco de lava-autos— Las minas de acá cobran 200.
Macarena giró en redondo lentamente y, así lentamente, comenzó a alejarse. El taconear sobre la vereda era casi tan sensual como su minifalda corta subiendo y bajando de sus ancas a cada paso. Era tan pero tan corta esa minifalda que la tanga blanca que se abovedaba para cubrir su conchita se sobresalía por abajo. El del cupé tragó saliva.
—¡Esperá! Tengo los 800 pero no me alcanza para el telo.
A una seña de la pequeña, el del cupé se bajó de un salto y ambos se perdieron en la oscuridad de la entrada de un local abandonado. El de la cupé se la clavó allí mismo contra una pared, sosteniéndola en el aire, mientras ella guardaba sin emoción los 800 en su corpiño.


Macarena caminó por el callejón siniestro y desolado como si se hubiera criado allí. Un día antes, ese mismo callejón le habría dado terror solo de cruzarlo en auto. Pero esa noche tenía protección. Casi al fondo estaba Tore junto a una chica rubiecita vestida de puta. Macarena llegó y saludó. La rubiecita era Camila, compañera de hockey, defensora central, adolescente como ella; y como ella de 18, muy bonita, de familia acomodada y con fama de muy muy putita.
—Cami…
—Hola, Maca. Me enteré que hoy venías vos…
—¿A vos también te castigaron?
Camila estaba vestida de “nenita”, con minifalda y camisola aniñadas, bolados, colitas y pecas falsas. Se quitó el chupetín [paleta] rojo de la boca.
—No. Me gusta venir a ayudar a los entrenadores cada vez que puedo —Sonrió con un gesto que a Macarena se le antojó cínico, volteó la cabeza hacia Tore, le cruzó los brazos por sobre el cuello, se estiró hacia su metro noventa y ocho y lo besó en la mejilla. Al estirarse, la faldita se le subió y el negro le magreó la cola con descaro. Macarena miró para otro lado, molesta—. Te veo mañana, Tore.
Camila se alejó por un pasillo adyacente, en cuyo extremo la esperaba un auto.
—¿Último cliente?
—El novio. Siempre la viene a buscar.
Macarena respiró para preguntar algo más pero cambió la pregunta a último momento.
—¿Es tu preferida? Pensé que yo era tu preferida. ¿O tenés varias preferidas?
Tore sonrió y tomó a Macarena del mentón.
—Es la preferida de Waco, no la mía.
—¿Y yo? ¿Soy tu preferida? No me importa que también le hagas el culo a Cami y a las demás chicas… Yo solo quiero saber si soy tu preferida…
Tore miró a Macarena con cierta indiferencia y le tomó la conchita con dos dedos, así con la bombachita puesta.
—Depende… —Apretó suavemente—. Depende de lo que me hayas traído…
Macarena sacó un especie de monederito muy breve de entre sus ropas. Tenía la camisa arrugada y sucia, la minifalda negra surcada de lechazos ya secos, y aunque las medias se preservaban más o menos dignas, las ligas y el portaligas estaban rotos. Le dio un rollito de billetes doblados en dos, que el negro contó de inmediato.
—6.400 pesos… Nada mal para una primera noche…
—¿Cuántas noches más tengo que venir…? Mi papá se va a dar cuenta y…
—No lo sé, Maca. Lo que me hiciste fue muy serio y grave. Por lo pronto… mañana te quiero ver acá de nuevo.
La decepción ganó el rostro de la pobre chica.
—Pero es que es muy peligroso… Y me dan asco todos esos tipos, no son como ustedes…
—Mejor. Esto te va a enseñar a no desobedecer más a tus entrenadores. Lo hago por vos, ¿sabés?
El negro volvió a contar los billetes y separó cuatro.
—Ocho tipos… Tomá tus cuatrocientos pesos.
—No lo hago por la plata… ¡Estoy acá por vos!
El negro retuvo los cuatro billetes y se le pegó a la niña. Le habló suave, casi tocándole el rostro con el suyo. Macarena sintió el olor del negro y los labios casi pegados a los suyos. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no cerrar los ojos.
—¿Preferís que tu parte sea un beso en vez de los 400?
Macarena se estremeció. Nunca antes ninguno de sus entrenadores la había besado. Que ella supiera, ningún negro había besado nunca a ninguna jugadora. Entonces sí cerró los ojos. Estaba confundida. Se había dejado usar en un callejón mugriento por ocho desconocidos como una puta, y había cobrado y le había dado el dinero a este negro, que esa noche más parecía su proxeneta que su entrenador de hockey. ¿Y estaba pensando en besarlo? ¿Era una estúpida? Y todo porque una vez no se había animado a que le rompieran el culo con una verga de 28 x 6.
Abrió los ojos, cerró y apretó los labios, y tomó los 400 pesos.
Macarena giró para irse. Y Tore la vio de espaldas. Dios, cuánta plata le iba a sacar a ese culo y a esas piernas perfectas!
—Vení para acá —le ordenó. Macarena volvió a girar, justo para ver a Tore bajarse el cierre del pantalón.
—Me está esperando papá. Le dije que tenía una fiesta de disfraces y…
Pero Tore sacó de la bragueta su tremendo pedazo de verga gruesa y negra y ya Macarena no vio nada más. Se abalanzó hacia él, se hincó de rodillas frente a ese monumento a la pija, lo tomó con ambas manos y comenzó a devorarlo y pajearlo, llenándose la boca de verga. De “su” verga.
—¿Soy tu preferida, Tore? —Macarena no se quitaba la pija de la boca. Hablaba con la boca llena. Y con el corazón acelerado.
—Shhht! Seguí chupando, putita…
—¿Soy tu preferida? Decime, Tore. ¡Decime qué tengo que hacer para ser tu preferida!
—Cuando me hagas ganar 80.000 pesos vas a ser mi preferida, mi amor.
Sin dejar de chupar, Macarena:
—¡Son 100 clientes!
—A este ritmo son solo dos semanas.
Sonrió Macarena. Si solo era una cuestión de cantidad de vergas y leche que tendría que tragar, entonces iba a convertirse en su preferida.


Modestino la vio venir y tragó saliva. Venía ella taconeando sus botas altísimas que la vestían hasta mitad de los muslos, y la minifalda corta, cortísima, le dejaba entrever la tanguita blanca. Meneaba las caderas con una sensualidad justa, innata, natural. Los tacos debían ser muy pero muy altos porque su hija parecía más mujer, más sensual. Más puta.
Macarena entró al auto y saludó a su papá. Así sentada se le veía fácilmente su bombachita blanca, y la camisola se le abuchonaba y le descubría el corpiño sexy y delicado.
—Hija… ¿Por qué…? ¿Qué hacés vestida así…?
—Ay, no empieces, pa… Ya te dije, vengo de una fiesta de disfraces…
—Pero… pero… Te disfrazaste de… de…
—Sí, de puta. No pasa nada, papá. Es lúdico.
—Pero en este barrio… Caminaste desde aquel callejón vestida así… ¡Esa minifalda es muy cortita!
—¡Ay, cortala, pá! Me disfracé de puta, ¿cómo querés que me vista?, ¿con una sotana? Sos pelotudo, ¿eh?


Jueves noche.
El auto era un buen auto. Negro, de alta gama, familiar. Desentonaba con la mugre que recorría, ya llegando a la calle de las putas. Iba despacio, el conductor quería ganar tiempo para hablar al acompañante.
—Macarena, ¿qué está pasando acá? Es la tercera noche que te traigo a este barrio, vestida como una puta, y me hacés pasar a buscarte a la madrugada hecha una ruina.
—Son fiestas de disfraces, pa, ya te lo dije.
—¿Te creés que soy tonto?
—No: pelotudo.
—¡Macarena, dejá de decirme pelotudo!
—Es un chiste, pa. No te enojes.
—¿Qué me estás ocultando, Macarena? Todo esto es muy raro. Sabés que podés confiar en papá, ¿no es cierto?
El auto llegó a la peor esquina de todas las que habían cruzado. Un callejón aun más siniestro y oscuro cortaba la calle 25 metros más adelante.
—Dejame en acá, papi.
—P-pero… ¡esta es la esquina de las putas!
—¿Ah, sí? No lo sabía… Quedamos en encontrarnos acá con las chicas para ir juntas a la fiesta.
—¿Querés que las espere? No me gustaría que un pajero te confunda con una puta de verdad.
—¡Ojalá! Eso significaría que mi disfraz es el mejor.
—Macarena, no me gustan estas fiestas de disfraces… Cuando estemos en casa tenemos que habl…
—Ay, cortala, papá. Abrime la puerta del auto y andate rápido, ¡no quiero que me ahuyentes los clientes!
—¡Macarena!
—Es un chiste, pa. ¡Qué pelotudo que sos a veces, ¿eh?


Macarena tragaba pija hasta la garganta. Cuando se lo pedía un cliente era más fácil, todos la tenían mucho más chica que cualquiera de los ocho entrenadores. Pero tragarle la pija hasta la base a Tore era todo un desafío. Y encima a Tore le gustaba su boquita. Le gustaba hacerle face-fuck, como decían ellos. Le habían ido enseñando —a la fuerza, sin explicarle nunca nada— que debía relajar la garganta. La verga entraba hasta un punto, no más, y luego debía relajar el garguero, al fondo, y el animal de Tore se la mandaba todavía más adentro. Había, también, que acomodar el cuello y la posición de la cabeza. Esto ayudaba mucho. De hecho, la única vez que Tore y los otros ocho entrenadores le hicieron tragar pija literalmente hasta la base, fue cuando la acostaron sobre la banca boca arriba, la cabeza medio colgando de un extremo.
Se quitó los tres cuartos de verga de negro arrastrando un pegote de saliva, mucosa, leche, y tosiendo y combatiendo arcadas. Estaba de rodillas, y así de rodillas miró a su macho a los ojos.
—Tore… ¿ya soy tu preferida?
El negro suspiró de placer y se escurrió todo el vergón en los carnosos labios de Macarena.
—Ya te garcharon más de treinta clientes, putita. Me estás haciendo ganar buen dinero, vas bien…
—Y me trago su pija hasta la base, Señor…
—Eso también lo hacen tus compañeritas de hockey… No te vanaglories, Maca, es lo menos que debés hacer por mí…. O por cualquier negro…
—Sí, Señor.
—Ahora levantate del piso y andá a hacer más plata. Todavía te quedan dos horas hasta que te venga a buscar tu papi.


Diez noches después.
Vio el auto doblar en su esquina y venir hacia ella, como tantos autos lo habían hecho estos últimos días en que trabajaba la calle para Tore. Solo que a este lo reconoció de inmediato. Maldijo en voz muy alta y las otras putas la miraron con curiosidad. Había sido una noche larga, con pocos clientes. No había hecho mucha plata para Tore y, aunque el negro no la culpaba ni le iba a decir nada, no quería decepcionarlo. Y ahora esto.
El auto se acercó a su esquina y ella se puso a horcajadas sobre la ventanilla, que ya se abría.
—¿Qué hacés acá, pa? Dejame trabajar tranquila… —Modestino iba a reprocharle algo cuando ella vio a su novio en el asiento del acompañante—. ¡Mikel!
Mikel no podía responder. Estaba sorprendido. Más que sorprendido: shockeado. Y además sufría el impacto de verla por primera vez vestida así.
—Macarena… —dijo el padre— ¿Cuánto te falta?
—Ay, ya sabés. Me venís a buscar a la misma hora todos los días.
—No, Macarena, no… Cuánto tiempo más vas a estar haciendo de puta en esta esquina. Ya hace dos semanas que te traigo acá para que hagas Dios sabe qué cosas con los hombres…
—No lo sé… No mucho más. Creo que Tore me va a pasar a un departamento privado, no sé… Dice que ahí le puedo rendir mucho más dinero.
—P-pero… ¡esto es una locura!
—Ay, ponete contento, pa. ¡Quiere decir que tu hijita está haciendo las cosas súper bien!
En eso pasó un auto y Macarena reconoció al conductor. Era un cliente suyo que venía día por medio. Como la vio con otro auto se detuvo junto a una de las dominicanas.
—¡La puta madre, pa! ¡Encima que ésta es una noche de mierda me venís a espantar los clientes!
—Te traje a tu novio Mikel para que reflexiones, hija… Para que hables con él.
Mikel estaba medio asomado, con una sonrisa puesta, de esas de no entender, de incomodidad, de no querer hacer enojar a Macarena cuando el enojado debería ser él. A Macarena le gustó que no supiera imponerse, su novio era como un remanso entre tanta prepotencia de los negros.
—Si querés hablarme vamos ahí atrás y por lo menos me hacés rendir el tiempo, mi amor. Esta fue una mala noche.
—S-sí, mi vida…
Mikel bajó del auto, lo rodeó por adelante y las luces permitieron a Macarena notarle el bultito en el pantalón. Caminaron juntos hasta un rincón oscuro entre dos locales abandonados. Mikel no podía quitarle los ojos de encima a su novia, casi como si la estuviera viendo por primera vez. No era solo la minifalda de puta, aparentemente reglamentaria, eran las medias a mitad de muslo, el maquillaje, el topcito salmón y blanco y el cabello enmarañado y felino. Era eso y la forma de caminar, y la suficiencia sexual que emanaba en cada paso, en cada movimiento de caderas que iban y venían sin importarle nada, sin importarle siquiera él mismo en su condición de novio que venía a amonestarla. En cambio, así de puta, se la comía con la mirada y el deseo.
—Estás hermosa… —dijo estupidizado.
Macarena le sonrió con una ternura teatral.
—Aaayyy… Gracias, amor… ¿Tenés la plata, no?
—S-sí… Acá…
—Vení, mi amor. Aprovechá esta media hora para cogerme sin que los negros te echen a los cinco minutos.
Mikel casi estalla de felicidad. En estos últimos tiempos había comenzado a sospechar que a Macarena no le importaba que los negros la dejaran hacerle el amor con él solo cinco minutos. Comenzaba a hacerse a la idea, aunque a la vez la resistía, de que a ella le daba lo mismo que él la hiciera suya solo cinco minutos. Pensaba que tal vez ella no disfrutara con lo que él le hacía, o con su tamaño (la naturaleza parecía haber dado a su novia unas dimensiones inusualmente grandes ahí abajo, porque nunca la sentía, ni siquiera una mínima fricción). Así que aprovechó este momento, se olvidó de reprenderla y se llenó las manos con los pechos de su novia, como un patético pajero desesperado. Le manoseó los muslos enguantados en las gruesas y altas medias, la cola entangada bajo la minifalda, y le acercaba la boca para besarla, pero ella se le alejaba. Cuando Macarena se le acercó y le respiró en el cuello para, con una pierna, montársele arriba, sucedió.
—Oh… Oh, no…
—¿Qué pasa, amor?
Macarena sabía. Por conocerlo. Y porque estos quince días en la calle le habían enseñado más que una vida.
—Ay, no… no. No. No. No…
—¿Qué? —se hizo la tonta Macarena, con una sonrisa.
Mikel se deslechó como una criaturita, sin siquiera haberla rozado ahí abajo.
—¡Jajajaja! –se le rió ella, sin poder evitarlo.
—¡Macarena, no seas hija de puta!
—Ay, perdóname mi amor… No me río de mala, es que… ¡Jajaj..agg.. cof!
Macarena se medio ahogó con la risa, al punto de tener que carraspear, y el pobre Mikel ni supo dónde arrojó la leche, seguramente al vacío, aunque sintió la humedad en el pantalón.
La frustración hizo que Mikel se enojara, y el enojo con él mismo lo canalizó erradamente:
—Maca, devolveme la plata.
—¿Por qué?
—¿Cómo por qué? Porque no te cogí.
—Ay, mi amor, cómo se ve que nunca fuiste de putas… —Maca de pronto cambio de expresión—. Y menos mal, porque si me entero que te vas de putas ¡te la corto!
—¡No, mi amor, no, jamás podría estar con otra!
—Bueno, pero no te la puedo devolver, Miki. Lo que hacés en tu media hora es asunto tuyo. Si te gusta masturbarte con…
—¡Pero no me masturbé! ¡Yo quería cogerte! ¡Cogerte, quería! ¡Esto fue un accidente!
—Está bien, ¿pero yo qué culpa tengo?
—No, vos no tenés ninguna culpa, pero…
La frustración le hizo llenar los ojos de lágrimas al pobre cornudo, pero se aguantó y abortó el llanto.
—Cuando tu papá me dijo que estabas trabajando de puta…
Macarena salto como una leona herida:
—¡No estoy trabajando de puta! ¡Sos una mierda de novio, Mikel! ¡Cómo te gusta degradarme como mujer, ¿eh? ¿No estudio todo el día en el cole? ¿No voy todas las tardes a entrenar hockey?
—Sí, pero…
—Acá vengo un ratito nomás a darle una mano a los entrenadores, porque Tore me lo pidió. Y además… porque es mi castigo por no haber dado mi 100% en los entrenamientos.
Mikel sintió su mano pegoteada y se la limpió en el muslo del pantalón. Se sintió humillado, y agradeció al intendente que esa esquina estuviera abandonada y sin ninguna iluminación. Igual no se dio por vencido.
—Ya sé que no sos una puta, mi vida, pero yo soy tu novio, también tengo necesidades.
—Mi amor, no lo digo de forra, pero mirame qué linda estoy… —y le posó con mucha simpatía quebrando cadera y una mano a la cintura— Agradecé que te dejan cogerme cinco minutos por mes…
Pero ya Mikel no la escuchaba. Más para disimular su humillación que por las propias ganas de coger, tomó apresuradamente a su novia de las ancas y se le arrimó de forma un tanto bruta.
—Mi vida, te voy a…
Mikel levantó una pierna por sobre la cintura de ella, como para doblegarla contra una pared, pero la pierna falló, dio en el aire y cayó sobre el piso con todo su peso. Su pie fue a dar sobre el pie de Macarena.
—¡Ay! —gritó Macarena—. ¡Sos un animal, Mikel, me hiciste ver las estrellas!
—¡Es que estoy desesperado!
Macarena se tomaba el pie con cara de dolor.
—Cortala, Mikel, si ni se te volvió a parar, tonto...
—¡Sí que se me paró! ¡Mirá!
Macarena vio ente las penumbras el pitito duro y ridículo de su novio y tuvo que ahogar otra risita. No era solo diminuto en comparación a los negros: ahora que había conocido todo tipo de pijas, la del pobre Mikel era diminuta incluso comparada con las más chicas de los blanquitos como él.
—Pajeate, mi amor.
Mikel se contrarió, desorientado.
—¿Para qué? Ya la tengo dura, ¡te voy a coger!
Macarena sonrió con malicia.
—No, pajeate.
—¿Estás loca? ¡Voy a cogerte! ¡Es lo que más deseo en el mundo en este momento!
—Ay, pero a mí me gusta cuando te pajeás… Me calienta más.
—Pero, vida, ¡te pagué para cogerte! Tengo derecho a…
—Pajeate, mi amor, pajeate. Daaaaaaleeee… ¡No sabés cómo me ponés cuando te pajeás conmigo!
Macarena torció levemente su cabeza y lo miró con expresión de cachorrito triste, y entonces Mikel no tuvo más chances de nada. Se tomó la pijita dura, lentamente, y le mironeó las piernas, los muslos mejor dicho, enmarcados entre la minifalda y las botas altas, y la pancita al aire, y luego los pechos y finalmente esa carita hermosa, angelical y bien de puta de su novia. Y empezó a masturbarse.
¡Fap fap fap fap!
—Mi amor, qué hermosa estás así vestida…
—Pajeate, cornudo… Así… Muy bien…
—¡No me digas cornudo, Macarena!
—¡Callate, cornudo, cállate y pajeate, no sabés cómo me calentás!
¡Fap fap fap fap!
—Esto está mal, Macarena… —fap fap fap fap—. Te cogen todos menos yo…
—Vos también me cogés, mi amor… Vos también…
—Yo no, Maca… —fap fap fap fap—. Yo me la paso pajeándome pensando en vos… —fap fap fap fap.
Macarena se acercó el medio paso que lo separaba de su novio y lo abrazó por el cuello. El perfume de ella emborrachó a Mikel, el perfume y el calor de su cuerpo cuando sus muslos lo tocaron, y sus pechos y brazos lo abrigaron.
—Esta es tu manera de cogerme, mi amor —Macarena se le metió en el cuello al chico con sus labios. ¡Fap fap fap fap! Para susurrarle:— Esta es tu manera, y es la que más que me gusta que me hagas…
—¡Síiii…! —fap fap fap fap— ¡Te estoy cogiendo, mi vida, te estoy cogiendo! —¡fap fap fap fap!
—Sí, cornudo, me estás cogiendo…
Y entonces Macarena lo besó en el cuello con premeditada lentitud.
Y Mikel no pudo más. ¡Fap fap fap fap!
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!
—Sí, cornudito, síiii…
—Ahhhhhhhhh ¡Hija de puta qué bien te siento…!
—Sentís tu mano, cornudo, a mí ni me tocaste…
—Ahhhhh, sí, sí, sí, Maca, sí… te toqué, mi amor, te toqué…
—Sí, cornudo, me cogiste… ¿viste qué vos también podías…?
Mikel terminó de terminar con breves espasmos de enfermo.
—No, en serio… te toqué, Maca… Con cada sacudida… mi mano tocaba tu pancita…
—Mi amor, sos un dulce. Me gusta que seas tan comprensivo con las exigencias de mis entrenadores.
Pero con la explosión consumada, Mikel se volvió a ver la mano toda enlechada y su novia todavía vestida para que se la coja cualquiera, y regresó del embrujo.
—Macarena, yo… ¡Yo quería cogerte! —se volvió a lamentar, frustrado, impotente, con su propia leche chorreando entre los dedos.
—Y me cogiste, mi amor, me cogiste…
—Pero yo…
Macarena se alejó un paso de su novio y lo rodeó para quedar del otro lado, lista para irse.
—Ahora volvé con papá… Yo voy a ir con esta plata a Tore y ver si él quiere… Ay, me hiciste calentar, mi amor, y tengo ganas de pija… me refiero… a una pija de verdad…
—¡Maca!
—Andá, mi amor, andá… Sé un buen cornudo.



DIÁLOGO DE HOMBRE A HOMBRE ENTRE PADRE E HIJO

—Vos conocés a Macarena, papá. Viste lo linda que es.
—Sí, es preciosa. Educada, tímida, pudorosa… ¡Es la novia perfecta para vos!
—Sí, demasiado pudorosa. Viste que te conté que nunca me dejaba… Ya sabés… avanzar. Que tenía miedo, que no era el momento, que yo la quería usar, que ella no era una puta…
—Es porque es de buena familia, Mikel, el tipo de mujer para casarse. Cuidala, ¡esa chica es una joya!
—Y lo hago, papá. Le doy todos los gustos. No le digo que no a nada. Y me está funcionando. Porque ya cedió a mi… ímpetu sexual, no sé si me entendés…
—Claro que te entiendo. Yo también fui un semental salvaje a tu edad.
—¡Y ahora está como enloquecida! Aprovecha cada momento que estamos solos para buscarme.
—¡Ese es mi hijo!
—El problema es que… emmm… yo no quiero que mi huracán sexual le arruine los logros en hockey, y la posibilidad de que la bequen en la universidad o más adelante integre la selección nacional.
—Ella te lo va a agradecer en el futuro, hijo.
—Es por eso que… emmm… lo hacemos una vez por mes, por cinco minutos…
—¿Una vez por…? ¡¡¿¿Cinco minutos??!!
—S-sí…
—Hijo, eres realmente afortunado. Dios quisiera que tu madre me diera cinco minutos por mes.
—Pero es distinto, ustedes están casados desde hace años…
—¡Hablo de cuando éramos novios! Hoy apenas me lo permite una vez al año, los 14 de Agosto.
—¿El aniversario de casados?
—Bueno, no… Es… Es otro tipo de aniversario… emmm... Pero no nos desviemos de tus logros sexuales, hijo. ¿Cuándo fue la última vez que esa afortunada disfrutó de tu virilidad desenfrenada?
—Anoche. Ella estaba en una esquina… emmm… estaba en una fiesta de disfraces…
—¿Una fiesta de disfraces en plena calle? ¡Qué original!
—Sí… emmm… algo así…
—¿Y de qué estaba disfrazada? ¿De Hello Kitty? ¿De conejito? ¿De monja?
—No, bueno… no sé bien de qué… ¿Cómo te lo explico…? Estaba disfrazada de… de mujer de negocios… de negocios en el área de marketing… más precisamente en ventas… emmm… cuya mercadería está estoqueada en ella misma y con un depósito y logística propia que lleva a todos lados.
—¡Ah, de puta! ¡Estaba disfrazada de puta!
—Bueno, sí. Quizá técnicamente podríamos decir que sí.
—No te turbes, hijo. Es perfectamente normal. Los ricos se disfrazan de mendigos, y las pobres de princesas. Las mujeres más honestas y fieles también buscan sus opuestos y en esas fiestas siempre se disfrazan de putas.
—¿M-mamá también?
—¡Siempre! A cada fiesta de disfraces iba más y más puta. Como si todo lo que le decían los hombres la alentara a vestirse más puta a la siguiente fiesta. Yo creo que cuanto más virtuosas son, más putas se disfrazan.
Mikel pensó que entonces su novia Macarena debía ser la chica más proba y moral de toda Sudamérica.
—¿Y se… disfrazaba seguido…?
—¡Todo el tiempo! Conmigo fue solo a las primeras dos o tres fiestas. Pero después empezó a ir a otras… Ya sabés… Que una despedida, que una fiesta del trabajo, el cierre de fin de año… Te imaginás… Tu madre salía vestida de puta de esta casa casi todos los fines de semana, mientras yo te cuidaba. Porque vos eras muy chiquito. Yo ya no le preguntaba nada. La veía ponerse minifaldas escandalosas, botas altísimas, maquillarse como una hora… Yo la miraba y le decía: “¿Otra fiesta de disfraces?” Y ella se reía y me miraba como si fuera un nene. “Sí, mi amor, sí —me decía—. Otra fiesta de disfraces.” Y se iba a las doce o a la una de la madrugada. La pasaba a buscar su amiga en el auto, una amiga que se ve que cambiaba de autos como de novios porque siempre venía a buscarla en un auto distinto.
—¡No seas crédulo, papá! ¿Cómo alguien va a cambiar de auto tan seguido?
—Tenés razón, hijo. Ahora que lo decís lo veo bien claro.
—¡Eran distintas amigas!
—Obviamente.
—Bueno, la cuestión es que la agarré a Macarena en esa esquina y me la recontra cogí.
—¡Mikel!
—Es que fue así. Me eché dos polvos en media hora.
—¡Ese es mi hijo!
—Mirá si habré sido un animal en celo para cogérmela que en el segundo polvo me rogaba que no se la ponga, que solo me pajeara.
—Es que a esa clase de chicas no le gusta mucho el sexo. A veces hasta tienen miedo de que las lastimen. Hijo, vas a tener que acostumbrarte a ser paciente.
—Sí, papá. ¡Eso es exactamente lo que me pidió! ¡Qué clara la tenés!
—Son años de experiencia con las mujeres, hijo.
—En un momento mi sexualidad animal y salvaje le ganó al a caballerosidad y le hice ver las estrellas.
—¿?
—Así me dijo, papá: “Sos un animal, Mikel, me hiciste ver las estrellas”
—Estoy orgulloso de vos. De tal palo, tal astilla.
—Sí, lástima que no voy a poder ir hoy… o sea, a la próxima fiesta de disfraces…
—¿Por qué? ¿No me dijiste que era en la calle?
—Tengo que pagar 800 para entrarle… a la fiesta.
—¡Es un precio abusivo!
—Sí, y lamento no poder ir otra vez.
—¿Dónde es esa fiesta?
—En… en el Barrio Rojo…
—¿El Barrio Rojo? ¿No es así como llaman a la calle de las putas?
—Sí, papá.
—¿Y tu novia está allí, en la calle de las putas, vestida de puta?
—¡No, por supuesto que no! Solo disfrazada de puta.
—Podríamos ir esta noche a ver. Total, mamá no va a estar. Tiene otra de sus habituales fiestas en las que también va disfrazada de puta.
—No, papá, no vale la pena —Mikel adivinó una segunda intención en el pedido de su padre—. Además, las fiestas de disfraces a las que va mamá no son en las calle…
—Oh… —el papá de Mikel pareció desencantado. Sacudió afirmativamente la cabeza y propuso—. Bueno, en ese caso, nos quedaremos en casa mirando una buena película.
—Sí, papá. Me acabo de bajar La Dama del Autobús.
—Excelente, hijo. Esta noche tenemos la diversión asegurada.

FIN

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