PROMO MUNDIAL
ARGENTINA 1
IRÁN 0
*UN NUEVO RELATO CADA VEZ QUE ARGENTINA GANE EN EL MUNDIAL ^_^
ANDREA Y CORNELIO —03—
Lecciones de Canto Lírico con el Maestro Pedazzo
(VERSIÓN 1.5)
Por Rebelde Buey
NOTA: Este es el segundo o quizá el primer relato sobre cuernos que escribí en mi vida, hace mil años. Está basado en una historieta corta de una vieja revista de historietas cómicas española cuyo nombre no recuerdo.
Por eso el final no corresponde con la cronología ni la lógica de la serie. Pero preferí dejar ese final porque le queda bien al texto.
Este relato fue publicado aquí hace unos años y levantado enseguida. Ahora queda para siempre.
Lo reconozco, aquello fue culpa mía. Yo tenía el capricho que Andrea, mi fiel y abnegada novia, se empapara un poco más de mis gustos por la música culta. Ya saben: de cámara, ópera, orquestal, gregoriana, etc., y no la cumbia, la lambada o el regetón, que a ella tanto le gusta, y con la que sus amigos aprovechan para magrearla cuando la sacan a bailar. Y como tiene bonita voz, me pareció que una forma amable de acercarla más a mi paladar musical era que aprendiera técnicas de canto lírico.
Ella no quiso. Nunca le había interesado el tema y, siendo honestos, sé que no tenía mucho sentido, pero en aquel momento me pareció importante y entonces le insistí tanto que, para que deje de molestarla, accedió a mi pedido.
Por ese entonces en mi barrio había gente que enseñaba de lo que se le pudiera ocurrir a uno. Los cartelitos inundaban los negocios pero la mayoría de ellos no eran profesionales ni gente seria.
Buscando la excelencia di con el dato de un buen Maestro: Giuseppe Pedazzo, un italiano cincuentón que había estudiado en Europa con Pavarotti, o al menos eso decía su volante. Las referencias eran buenas, todo el mundo decía que era el mejor, y lo mejor era lo que yo quería para mi Andre. Por eso la anoté para unas clases privadas. Había oído también algún tonto rumor sobre sus métodos de enseñanza, y me habían hecho alguna broma subida de tono cuando mencioné que estaba averiguando para mandarla a mi novia. Por supuesto, no le di importancia, semejante eminencia del canto lírico no podía no ser un tipo serio.
Llegamos a la casa de Giuseppe Pedazzo —donde también tenía su estudio— pasado el mediodía. Andre quería dar una buena primera impresión y por eso estaba elegante y moderna, con un liviano vestidito negro, ajustadísimo a sus curvas, que terminaba en minifalda, cubriéndole apenas el final de las nalgas y la tanguita. El escote era tan dadivoso que bordeaba los pezones rozados y ya erectos, supongo que por la brisa primaveral. También vestía botas negras hasta un poco más arriba de las rodillas.
A no confundirse, no es que mi novia fuera una exhibicionista o algo parecido. Era que simplemente acompañaba la moda, esas obsesiones de las mujeres que nunca entenderé.
El Maestro nos recibió. No conocía a Andre y, por lo que noté, quedó admirado. No dejaba de mirarle las piernas y los abultados pechos, y sus dedos le brincaban en las manos, como si se estuviera conteniendo de ir a pellizcarla. Es que mi novia causa una buena impresión a donde quiera que vaya.
—Maestro —lo saludé emocionado—. Le he traído a mi novia para que la inicie en el arte del canto y de la música docta.
Andre estaba de pie junto a mí, que la sostenía de la cintura, como entregándola. Ella se había erguido, sacando pecho y mirándolo como si esperara algún tipo de aprobación. Le sonrió un poco más que cordialmente. El italiano era grandote, bah, imponente, y su rostro emitía un brillo extraño, como lubricado.
—No se preocupe, Cornelio. Su novia aprenderá conmigo cosas que ni se imagina —me respondió sin que sus ojos dejaran de bailotear entre los pechos de ella, que el escote no quería ocultar.
Le apoyó una mano sobre la cintura y me despidió con un apretón de manos; ya me sacaba de la casa, cuando le dije:
—No, Maestro, yo quiero estar presente en la primera clase… Quiero atestiguar este momento histórico de mi pareja.
—Bueno, no sé si va a ser histórico pero haré mi mejor esfuerzo… —El Maestro se rascó la cabeza mientras esperaba que yo me fuera, pero no me moví—. Sucede algo, Cornelio… —me explicó—. A la gente le cuesta cantar y modular, no quiero que su novia se sienta cohibida por su presencia.
No lo había pensado de esa manera, sus precauciones parecían sensatas.
—Bueno, mi Andre es bastante tímida…
Giramos hacia ella, que se miraba frente a un espejo juntando sus senos con los brazos y parando la cola, ensayando poses, supongo que para cantar mejor.
—Está bien —concluyó el Maestro—. Quédese aquí, en esta sala, mientras yo voy con su novia a mi estudio para inocularla con mis técnicas y conocimientos.
—Confío en usted, Maestro —le dije, y lo vi tomar a mi Andre de la cintura, más bien de las caderas, y llevársela atrás.
Apenas cruzaron una puerta y desaparecí de su vista, el Maestro Pedazzo sonrió lobunamente, provocando un mohín de complicidad en mi novia. La llevó al estudio y la hizo sentarse en un sillón. Andre cruzó sus piernas formidables y el Maestro se paró a su lado, desde donde podía escudriñar dentro del escote.
El Maestro tuvo una pequeña erección. No por depravado, por supuesto, lo que sucede es que mi Andre tiene el cabello negro, largo y lacio que le cubre la espalda y termina sobre una cola redonda, y un rostro muy muy hermoso. Sí, también tiene una expresión de puta libidinosa que no corresponde con su personalidad, y que confunde un poquitín a los hombres. Pero buenonadie es perfecto.
Mientras tanto yo estaba aburrido en la sala de estar, y me moría de ganas de ver cómo mi novia se podía desempeñar en el canto lírico. Como soy muy pícaro, fui tras sus pasos. Pasé por una habitación, una cocina y di con una puerta cerrada, que hacías las veces de estudio del Maestro, y desde donde se oía:
—Comenzaremos con técnicas de respiración y de relajación muscular del cuello… A ver cómo lo hacés…
Adentro del estudio, Andre respiró e infló los pechos hasta un volumen que el Maestro mismo se sorprendió. El escote era tan abierto que los bordes de los pezones se asomaron también para inhalar.
—No, mi amor. Hay que respirar con el diafragma… Es una pena, pero desgraciadamente no es bueno que el aire vaya al pecho. Ahora voy a masajearte el cuello, las cuerdas vocales deben estar templadas…
El Maestro se le pegó a ella, literalmente, así de pie como estaba, y comenzó a masajearle suavemente el cuello con ambas manos. La pija la tenía dura desde hacía rato, y el roce con el brazo de ella —porque ella seguía sentada— lo excitó aun más. Andre ronroneó con el masaje y ladeó un poco la cabeza, sonriéndole y mirándole la entrepierna que le hacía una carpa grande en el pantalón.
—Vamos a seguir con algunos ejercicios de dicción, mi amor… —escuchaba yo desde mi lado de la puerta—. Si vas a cantar algo, primero debes pronunciar bien. Te haré una prueba… Di “cornudo”…
Yo había escuchado cornudo, pero imagino que habrá dicho Cornelio, por mí. Al fin y al cabo Cornelio era una palabra agradable para ella y Cornelio era el que estaba pagándole al Maestro esa clase. Así que aunque yo escuchara cornudo, seguro estarían diciendo Cornelio.
En el estudio, Andre levantó la cabeza y posó sus ojos en los del Maestro. Sonrió con esa sonrisa de mujer que sabe lo que está por venir, y lo espera con ganas.
—Cornudo —dijo muy tranquila.
—Bien, muy bien. Casi perfecto. ¡Es como si esa palabra la pronunciaras a diario! —se maravilló—. ¿Pero cómo la dirías en una situación más difícil? —El Maestro dejó de masajearle el cuello y los hombros desnudos de mi amorcito, y se bajó el cierre del pantalón—. Por ejemplo, ¿cómo dirías “cornudo”… —sacó su vergón, que hacía rato estaba grande y durísimo— ...con la boca… —tomó la cabeza de mi novia y la giró hacia su pija— ...con la boca llena…?
Y la tomó de los cabellos y le hundió el vergón suavemente en la boca.
Mi novia trató de decir “cornudo” pero con la boca repleta de verga le fue imposible. Con sus manos tomó el miembro del Maestro y se lo introdujo una y otra vez en su boca húmeda y jugosa. Su lengua se movía con la habilidad que todos le conocen.
Aun así, pobrecita, no podía pronunciar bien.
—”Cogggnndd”… “cogggnnnddd”…
—¿Ves? —le enseñaba el Maestro, mientras sus manos empujaban, con violencia y sin cesar, la cabeza hacia él—. ¿Ves que… no es tan… fácil…?
También con sus manos procuraba de llegar al buen par de tetas de mi novia. Trataba de meter sus garras dentro del escote pero de seguro mi Andre no se lo permitía. Andre insistió un buen rato con la boca llena. Bien llena. Si algo tiene de bueno mi novia es que cuando comienza con una cosa, no para hasta acabar. De todos modos, no pudo.
Casi al borde del éxtasis, el Maestro le sacó la pija de la boca. Una gotita blanca quedó en los sonrientes labios rojos de mi Andre.
Él la levantó del sillón y la puso de pie. La tocó toda: los pechos, la cintura, la cola, las piernas. Sus manos eran rápidas.
—Quizá te esté poniendo demasiadas dificultades en la tarea, hermosa —le decía entre jadeos mientras la manoseaba—. Deberíamos comenzar con un ejercicio de dicción más sencillo.
Sonrió otra vez con gesto de hijo de mil putas, lo que excitó a mi novia, y la dio vuelta y admiró su culazo, la reclinó hacia adelante de modo que quedara con la espalda horizontal y la cola paradita y hacia afuera.
—Vamos a intentar algo más fácil, mi amor… —Le subió un poquito la cortísima falda del vestidito y ante él quedó un culazo hermoso y perfecto, lleno, rosado de excitación. La bombacha negra se le metía entre las nalgas haciendo sobresalir el bulto de la conchita—. A ver, decilo ahora… —Corrió con suavidad la tanga para un costado y abrió de a poco las nalgas de mi novia. El ano y la conchita quedaron expuestos y húmedos, y la pija gorda y poderosa del Maestro se ubicó a milímetros de ella, acercándose.
—”Corn…” —mi novia comenzó a decirlo cuando la batuta del Maestro se le estaba enterrando. Interrumpió con un gemido quedo de sorpresa y excitación, así que no pudo terminar la palabrita. Volvió a intentar. —”Cor… nu… uhhhhhhh…” —Era inútil, mi novia estaba como en otra cosa. Ya tenía adentro la cabeza de la vergota del Maestro, y sentía cómo se le seguía hundiendo. Entrecerró los ojitos—. ”Cor… nu… ahhh… pordiossss…” —El Maestro ya se la había enterrado por la mitad. Andre se estremecía sintiendo cómo el arte la penetraba más y más. Hasta que la penetró hasta el fondo.
—“Cor… uhhhh… nu… cor… mmm…” —El Maestro le sacaba lentamente toda la pija y se la apoyaba otra vez en la puerta de la conchita. Y la volvía a clavar—. “Cor… nu… ahhhhhhh…. Síííííííííííí...” —Pronto el Maestro comenzó a bombear a mi novia con suavidad.
Entonces, para alegría de ella, que quería progresar, por fin pudo.
—”Cor… nu… do…” “Cor… nu… do…”
Conforme el bombeo del italiano se iba haciendo más rápido, también más rápido repetía mi novia la palabrita del ejercicio, sin perder en ningún momento el ritmo (lo que, dicho sea de paso, habla bien a las claras de la facilidad que ella tiene para la música).
—Cornudo… cornudo… cornudo…
El Maestro la tenía tomada de las nalgas y se las separaba en cada movimiento. Se la enterraba más y más profundo con cada sacudida. Cuando mi Andre se dio vuelta para avisarle que acababa, vio el rostro desencajado de lujuria del Maestro y comenzó a gemir y gritar sonoramente. Estaba acabando con aquella pija adentro y un hijo de putas cabalgándosela y sacudiéndola, y escuchándose los gritos de ella misma que repetían una y otra vez:
—Cornudo… cornudo… cornudo… ¡Cómo me cogen, cornudo! —Como si a mi novia le gustara acabar así—. ¡Cómo me llenan de verga y leche, cornudooooooo…!
Con toda esa alocución, el Maestro Pedazzo no pudo evitar acabar también y le echó tal polvón que pareció sacudir el saloncito.
Así que al otro lado de la puerta yo escuchaba los esfuerzos de mi novia por tratar de hacer bien los ejercicios. Al cabo, y aunque no los veía, me daba cuenta que sí había podido, el Maestro había logrado impregnarla con todo su saber.
Aquella fue la primera clase. Luego hubo muchas más. Andrea iba a su curso de canto lírico cada vez más contenta, aunque sinceramente yo no veía grandes progresos.
Un día apareció con el bombo. No, no el instrumento de percusión. Resulta que había quedado embarazada. Me puse muy contento porque todos los médicos me habían dicho que yo era estéril. Ya se ve que las ciencias no son tan exactas.
FIN - (relato completo)