Lunes
Querido diario: ¡ay, estoy tan emocionada! ¡No sé ni cómo empezar a escribir esto, no sé cómo poner en palabras lo que siento! Hace un rato por fin Tore hizo una de esas cosas con las que vengo soñando y matándome para que haga. Y fue mucho mejor de lo que me hubiera imaginado. Ya me había dicho un par de veces que me veía linda. Bah, que le gustaba mi ropa. Me lo dijo a su manera, medio bruto, como es él. Me dijo un par de veces que la tanguita se me enterraba espectacular en ese culazo que tengo, y que me hacía más puta. En otro momento me dijo que el portaligas que tenía puesto y la cola de caballo le daban ganas de remacharme contra una pared hasta secarse de leche como una pasa de uva, o como cuando me dijo que estaba hecha la más puta de todas las putas que se venía cogiendo en los entrenamientos. Es un dulce, de a poco me doy cuenta que le estoy gustando, un poco por mi sonrisa, otro poco por mi forma de ser y por supuesto por la ropita que siempre me pongo para que él me mire.
Pero hoy fue mucho mejor que el mejor de mis sueños. Hoy me invitó él, personalmente, a una fiesta que va a dar en su casa para navidad y año nuevo. No me lo mandó a decir por otro, como hace a veces cuando termina un partido y me manda a algún cuartito para deslecharse adentro mío a su antojo. No, esta vez me lo dijo él, frente a frente y hasta me dio el papelito en mano con su dirección. Me lo dijo cuando terminó de acabarme adentro, con la verga gorda pero ya no tan dura, toda embadurnada de leche que todavía tenía filamentos pegados a mi conchita. Me lo dijo con esa cara de tipo serio, responsable, como de malo, y mientras yo sentía cómo me salían los últimos borbotones de esperma desde adentro de mi vagina abierta.
Se me acercó, se puso de pie sin dejarme levantar, se limpió la verga en mi cara y me dio el papelito. Y me dijo: voy a dar una fiesta por navidad en casa. Quiero que seas mi invitada de honor.
¡Uhhhh! Casi me muero de amor ahí mismo y sin tocarme.
Lástima que de inmediato me agarró otro negro de los pelos, creo que Eshu, y me clavó contra la colchoneta como un preso, y no me quedó otra que acabar con la pija del otro. Con la pija del otro pero el papelito de Tore en la mano.
SÁBADO, 23:15 HORAS (EN LA FIESTA)
Era una casa que ya desde afuera se la veía muy muy grande, con varias plantas, en uno de los barrios más alejados de Buenos Aires. La música tronaba desde adentro, aunque sin molestar al vecindario, y se escuchaban algunos gritos femeninos, evidentemente de alguna adolescente. Entraron las tres, erguidas, mirando todo con ojos bien abiertos, vestidas de puta y derramando seducción y sexualidad: Mónica, Macarena y Maia. Y las tres tiritando.
Mónica porque tenía frío: la pollerita con volados que cortaba a mitad de su generoso culo, dejándole ver un poquito los cachetitos y el blanco de la tanguita enterradísima, y el escote que le dejaba ver sus pechos hasta el borde mismo los pezones, más la espalda casi descubierta, desde ya no la abrigaban. Las medias largas hasta los muslos y los portaligas tampoco.
—Entremos rápido, acá afuera tengo frio.
Macarena temblaba de excitación, estaba histérica. El corazón le galopaba fuerte y sus ojos iban y venían buscando a Tore. Iba con una minifalda satinada negra, cortísima, y debajo unas medias red también negras. Las botas enormes, de cuero, anchas y poderosas le trepaban por sobre las rodillas, y la gorra negra y la campera no lograban distraer del corpiño suelto, al aire, que cubría y a la vez embellecía sus pechos. Sabía que estaba para matar. Esa por fin iba a ser la noche. Nada lo arruinaría. Esa fiesta iba a ser especial para ella, y ella la iba a hacerla especial para él. Para ellos.
—¡Sí, entremos, no puedo esperar a que Tore me vea vestida así!
Maia también temblaba, pero de miedo. Era todavía muy chica para estas fiestas, aunque ella se jactaba de aguantarse todo. Ahora la habían traído y estaba dispuesta a hacer lo que pudiera para no arruinarle la noche a su madre y a su hermana. Mónica la había vestido muy simple pero muy sexy, demasiado quizá, con una remera salmón ajustada a sus pechos y abierta a los costados, como una casaca, que terminaba y descansaba en las nalgas, que ya tenían buenas formas, sin terminar de cubrirlas. La cola de la casaca tenía calado un corazón, que le revelaba parte de su nalga derecha, y llevaba unas medias blancas muy muy altas que cubrían hasta más de la mitad de los muslos. También vestía unos guantes blancos como las medias, larguísimos hasta cerca de los hombros.
—¡No quiero entrar! Mejor esperemos a papá y a Mikel…
Pero no hubo caso: entraron.
DIARIO DE MACARENA
Martes
Querido diario: No sé qué pensar. Mamá me dijo que ella también estaba invitada a la fiesta de Tore. Pero a ella la invitó Eshu. Al principio no le creí pero era cierto, tenía un papelito parecido al mío escrito de manos de uno de los negros. Me sentí mal, desconcertada primero y luego decepcionada. Pero mamá me explicó que quizá cada chica estaba siendo invitada por su macho, ya que el macho de ella es Eshu. Eso me devolvió el alma al cuerpo. ¿Eso querrá decir que Tore es mi macho? Y si Tore es mi macho, ¿yo sería su novia? Porque yo ya tengo novio: mi amado, hermoso y fiel Mikel, al que quiero hasta el cielo. Quizá esto sea lo que escuché tantas veces, eso de tener un novio o marido y un macho, como mamá.
Cuando mamá me vio otra vez entusiasmada y caminando por una nubecita, enseguida me aclaró que aunque Tore sea mi macho, eso no significa que yo sea su única puta. Me lo dijo así, usando la palabra puta. Pero que puta no era una mala palabra, al contrario, era una palabra que encerraba compromiso, lealtad y disponibilidad solidaria sin restricciones. Me dijo que los negros, especialmente este tipo de negros, son machos de varias putitas. Que ellos merecen y tienen varias, a quienes pueden satisfacer sin problemas. A mí ser la putita de alguien no me gusta, es una fea palabra esa, por más que mamá diga lo que diga; pero por otro lado, son solo palabras, como me dice siempre Mikel cuando él pide que en una fiesta con desconocidos yo diga que somos novios y para hacerlo enojar ando diciendo que somos amigos. A él no le gusta, porque enseguida tengo una docena de chicos que me quieren seducir, pero lo digo en broma. A mí no me interesan otros chicos, sólo Mikel. Bueno, Mikel y cumplir con los entrenamientos, más que nada los especiales, y cumplir con todo lo que me ordene Tore, sea especial o lo que me piden siempre, que me ponga de rodillas y reciba toda la verga y leche de negro que pueda. Pero es distinto, es por el hockey. Ay, estoy desvariando. Debe ser la emoción.
SÁBADO, 23:20 HORAS
Entraron y lo que las recibió no solo fue la música alta. Había un fuerte olor sutilmente ácido y una nube de humo de cigarrillo en el aire. Y negros de todos los tamaños y edades imaginables yendo de un lado al otro, charlando, riendo, tomando y divirtiéndose. Y casi todos en pantalones y con los torsos desnudos. Había negros en la entrada, en los pasillos, en la sala principal, que era enorme, en las escaleras, bajando algunos, subiendo otros, negros allá lejos y negros pasando música. Había (Mónica tenía experiencia en contar grandes números de gente) no menos de 80 negros.
—¡Ay, Dios mío, no puedo creerlo…! —la madre pareció iluminada por un cono de luz celestial, con coro de ángeles incluido.
—Son demasiados, acá nunca voy a encontrar a Tore…
—Estoy muerta y Dios me mandó al Paraíso de los Negros por el que tanto le rezo… —dijo Mónica, extasiada.
En cambio Macarena estaba intranquila. No le molestaba que la casa estuviera repleta de morenos. De hecho, aunque no le interesaba otro hombre que no fuera su novio, debía admitir que casi todos los presentes estaban en estupenda forma y eran muy atractivos, y apostaba un beso de Tore a que serían excelentes sementales. Buscó elevando la cabeza a ver si encontraba a su anfitrión.
—Hay un olor raro… parecido al que hay en el vestuario…
—Es olor a macho, hija… —se entusiasmó la madre—. Ya deberías conocerlo… ¡Ay, Dios mío, espero que tu padre y Mikel tarden un buen rato en encontrar estacionamiento, no quiero tenerlo al lado quejándose como un maricón cuando estos negros me empiecen a usar como un depósito descartable de leche!
—¡Mamá!
—¿Qué, mi amor?
—No le digas maricón a papá.
DIARIO DE MACARENA
Miércoles
Querido diario: Estoy muy pero muy nerviosa. Ahora resulta que no soy la única invitada a la fiesta. Hay una o dos chicas más, ¡por lo menos!, y algunas madres más también. No pude averiguar quiénes son, pero mamá me dice que no me preocupe para nada, que seguro que Tore me va a hacer sentir especial, y que eso es lo único que cuenta. Cuando me dijo eso me calmé, tiene razón. Si hay una fiesta, los otros entrenadores no van a querer ir solos, y si no llevan a alguna chica, se van a ver obligados a querer charlar y bailar conmigo, y la verdad yo prefiero pasar toda la noche con Tore que, como me enseñó mamá, es mi macho.
Estoy nerviosa, faltan tres días y no sé qué me voy a poner. Ya me dijo Tore que la fiesta no es de vestido largo, sino más bien informal. Que van a ir un montón de amigos de él, todos negros como él, igual a él. Le pregunté si igual a él significaba que iban a ser grandotes, fuertes, altos, con esas cosas enormes colgándoles de entre las piernas… no porque me importara, sino por curiosidad. Se me rió como si fuera una nena tonta y me dijo que eran igual que él: de gustos simples. Me puse roja como un tomate, por suerte en ese momento me agarraron Bongo y Fisu y se me pusieron uno adelante y otro atrás y me empezaron a dar verga sin contemplaciones, desesperados, y un tercer negro se me puso adelante y me tironeó de los cabellos para que le vaciara los huevos de leche con la boca. Eso me evitó que el bueno de Tore me viera sonrojar de vergüenza.
SÁBADO, 23:25 HORAS
Maia se sacó el chupetín [paleta] de la boca con un sonido chasqueante y giró hacia su madre y hermana. Era la más chica y fue la única que se dio cuenta del pequeño detalle.
—Hay otras madres y algunas de tus compañeras, Maca…
Recién en ese momento las vieron. Perdidas entre la multitud de negros, algunas madres y chicas iban de un lado al otro con bandejas y tragos, llevando vasos llenos y vacíos, y recolectando porquerías por aquí y allá. Algunas iban vestidas con uniformes de mucama, pero uniformes adaptados a los gustos de los anfitriones. Tanto las madres como las otras chicas estaban vestidas como putas, con faldas cortísimas que les dejaban ver de todo, con ligas y portaligas, con escotes generosos, con encaje, botas de caña bien alta o zapatos de taco aguja. Por otro lado los negros —todos, los que querían— aprovechaban cuando las mujeres pasaban cerca o se quedaban limpiando una mesita para magrearlas, sobarle los pechos y meterle manos impúdicas bajo las faldas. Las compañeras de Macarena no decían nada. Resistían débilmente las manos y se dejaban vejar como si fueran una mercancía barata y de prueba, en general sin sonreír, e incluso con gesto de temor, puesto que los negros eran en un noventa por ciento desconocidos. Pero levantaban los vasos soportando el manoseo, incluso cuando los dedos se metían bajo la falda y sorteaban sus tanguitas de encaje, sin decir nada, sonriéndoles de compromiso y como pidiéndoles permiso para retirarse con la bandeja llena de trastos. Las madres también eran manoseadas, pero sus reacciones eran opuestas, se las veía contentas, o más aún, festivas. Cada tanto algún negro tomaba a cualquiera, madre o hija, la que le placiera, y se la llevaba de la mano escaleras arriba para perderse tras una puerta. Las compañeras de Macarena en general iban cabizbajas, tímidas o reticentes, pero se dejaban llevar al matadero. Las madres, en cambio, iban exultantes.
Mónica y sus dos hijas observaban todo con ojos de sorpresa, cuando se les acercaron dos negrazos que Macarena jamás había visto. Uno magreó a su madre y otro la rodeó por la cintura a ella, la pegó al cuerpo y con un dedo índice le recorrió el corpiño.
—Bueno, bueno, bueno… —dijo uno—. Llegaron los refuerzos…
Un tercero se les sumó y estaba por manosear a la pequeña Maia, que ya giraba sacando cola, poniéndola en punta como había visto varias veces para facilitar la tarea, cuando Macarena escuchó la voz grave y dominante de su macho.
—¡Macarena, Mónica, qué bueno que ya están acá!
DIARIO DE MACARENA
Jueves
Querido diario: Papá está como loco. Se enteró que mamá y yo vamos a la fiesta y está nervioso y asustado. No le gusta, se pone paranoico porque dice que mamá es una puta y que le va a llenar la cabeza de cuernos como no sé cuándo que eran jóvenes. Papá es un perseguido, sospecha de todo. Es cierto que mamá muchas veces termina con las piernas abiertas alrededor de un negro, y con la tanguita colgando de un tobillo, pero en general no es de puta sino para quejarse de algo, o para enseñarme a mí una lección, o porque a veces, hay que entenderlo, los entrenadores están tan estresados con el campeonato que necesitan descargar sus tensiones.
La cuestión es que papá se enojó con mamá, y la dejó ir, pero solo con una condición: que la lleve a Maia. Dice que si llevamos a Maia, eso es garantía de que no vamos a poder hacer nada. Me parece que papá es un pelotudo, pero bueno, eso es algo que por respeto nunca le voy a decir.
Mamá aceptó llevar a Maia, lo cual no sé cómo tomar. Espero que el hecho de que mi hermanita sea más chica que yo no lo afecte en nada a Tore, que, como a mí, le gustan tanto los niños.
Así está toda la noche conmigo.
Eso sería un sueño.
Ay, no sé, me gustaría bailar con él. Como en las películas. Así, tipo vals.
Yo creo que voy a pasar la mejor noche de mi vida, toda la noche en brazos de Tore, escuchando música y hablando de cosas nuestras, para conocernos mejor. Esos brazos fuertes, que a veces me hacen doler de tanto que me aprietan. Me gustaría quedarme a dormir en esos brazos, para ver cómo se siente despertar ahí.
Sí, en los de Mikel también, obvio, si con Mikel siempre me quedo dormida.
SÁBADO, 23:30 HORAS
—¡Tore! —gritó extasiada y a pura sonrisa Macarena.
—¡Macarena, qué bueno que ya estás acá! —la saludó él. Y la chica se le tiró encima, casi abrazándolo con las piernas.
Había otro negro con Tore, uno que no habían visto nunca. Mónica lo miró de arriba a abajo y le sonrió y se le puso al lado, y el negro nuevo la tomó con naturalidad de la cintura y enseguida bajó la mano buscando sus carnes. Mónica lo recibió festiva.
—¿Te gusta cómo estoy, Tore? —preguntó Macarena, llena de orgullo y expectación. Quería impresionar a ese macho.
Tore dio un paso atrás, tomándola de la punta de sus dedos, y la miró con ojo clínico. Silbó con aprobación.
—¡Estás increíble, Maca! ¡La más puta de todas las chicas que vinieron hoy!
Macarena pegó un saltito de alegría.
—¡Graaaacias, mi amor! —le dijo, y juntó los brazos y los pechos se le inflaron hacia adelante.
—Estás perfecta, les vas a gustar a todos con esta ropita. Vas a hacerme quedar muy bien.
Macarena no entendió exactamente lo que el negro había querido decir con eso, pero solo con escuchar que lo iba a hacer quedar bien se contentó como una nena.
—Vengan, quiero mostrarles dónde van a estar y lo que tienen que hacer…
DIARIO DE MACARENA
Viernes
Querido diario: No sé, yo me parece que no voy. Esto ya no es como pintaba al principio. Ahora parece que papá quiere ir a llevarnos a la fiesta. Eso está bien, que nos haga de chofer, para algo tiene que servir el pelotudo de papá, pero quiere entrar a la fiesta, ver cómo es, estar seguro que no va a pasar nada.
Se puso así de desconfiado porque la tonta de mamá le mostró cómo va a ir vestida. Se compró una pollera con volados pero corta, re corta, tan corta que se le veía la parte de debajo de la cola. Y mamá tiene mucha cola, la pollera se le levanta de nada, con solo caminar. Encima se puso unas medias altísimas que la hacían ver re puta, y un escote… bueno, mamá siempre muestra las tetas, especialmente cuando va al club, pero esta vez se pasó, se le veían los bordes de los pezones... Ella dice que en una fiesta esa ropa está bien, que no es de puta. Yo no sé, a mí me daría vergüenza vestirme así…
Papa se puso como loco. Me preguntó a mí cómo iba a ir vestida y no me dio para mentirle, no me gusta mentir, así que le dije. Y no solo le dije, me vestí tal cual voy a ir a la fiesta. En el fondo lo hice para que se escandalice un poco y le diga a mamá que no vaya, así voy solamente yo.
Pero me salió mal. Ahora va él y no solo eso, lo llamó a Mikel y le dijo cómo iba a ir vestida yo, y Mikel se vino volando, creo que más para verme vestida así que para enojarse. La cuestión es que al rato estaban los dos hombres de la casa echando chispas por lo putas que eran sus mujeres, por lo dominantes que eran los negros, y que por qué solo invitaban a las chicas y a ellos no, y yo que sé cuántas cosas más.
En un momento me dio como impotencia y frustración y me puse a llorar y me fui a mi cuarto. Mikel vino atrás mío a disculparse, estaba re culposo. Yo no le dije que mi llanto era porque el lunes creía que iba a ir yo sola con Tore a su fiesta, y ahora resulta que iba a ir toda mi familia. En vez de decirle eso me abrí un poco de piernas, me corrí la tanguita para un costado y le hice limpiarme abajo. Es que un rato antes había llegado del entrenamiento y no había tenido ni tiempo de bañarme, y entre las chicas de hockey ya nos venimos comentando que la ducha te refresca, pero que para estar bien limpia limpia lo mejor es el cornudo. Yo lo probé y resultó cierto, pero la verdad es que estaba tan triste porque la fiesta se me había aguado, que la verdad es que no lo disfruté. Bueno, un poco lo disfruté, más que nada como pequeña venganza contra Mikel por venir a controlar la ropa que iba a usar con Tore, como si yo fuera una cualquiera. Así que le hundí la trompa en mi conchita y lo obligué a chupar y chupar, le atrapé la cabeza con mis muslos y me parece que le gustó, porque enseguida empezó a bufar, y yo a sentir cómo me limpiaba, y le grité chupá, puto, chupá. Esto es por venir a controlarme cómo me visto para mi macho. Me asusté por lo que dije, que se me escapó, pero por suerte Mikel tenía las orejas tapadas por mis muslos y no escuchó nada.
Es tan bueno mi novio. Tengo suerte de tenerlo. Y él también tiene suerte de tenerme a mí y a esos ocho negros que me están enseñando un montón de cosas que a fin de cuentas sólo él va a aprovechar y disfrutar cuando nos casemos.
SÁBADO, 23:35 HORAS
Tore avanzó entre los otros negros y comenzó a subir las escaleras. Mónica, Macarena y Maia lo siguieron.
—No entiendo… ¿Nos vas a poner a servir tragos?
—No, Maca, ustedes están para cosas mucho más importantes…
Macarena sonrió, se le llenaron las mejillas. Tore llegó al piso de arriba y anduvo cinco pasos más hacia una cortina bordó. La abrió al medio con ambas manos y entró. Las tres mujeres lo siguieron, obedientes.
Adentro había un cuartito bastante pequeño, con tres extraños artilugios de madera, que más parecían dispositivos para algo indescifrable que mobiliario. Tore les extendió las manos y sonrió, como si los estuviera presentando.
—¿Qué les parece? ¿Les gusta?
Macarena y Mónica se acercaron y miraron esas tres cosas sin emitir palabra. No entendían qué eran. Maia, mientras tanto, miraba el brillo en los músculos de Tore.
Eran tres potros de madera lustrada, convexos, apoyados cada uno sobre un caño de hierro en el medio, y con estribos y cintos para las manos y pies. No era de tortura, simplemente fijaba la posición de un cuerpo si uno se acostaba sobre él, y como era convexo, la única forma de acostarse era boca abajo.
Las dos mujeres comprendieron enseguida. Mónica sonrió y se agitó de excitación, y fue solita a tomar su lugar. Macarena dudó.
—Pero Tore, yo…
—Sí, ¿qué? —Macarena volvió a dudar, Tore le quitó los pendientes y una pulsera—. Esto no conviene, mi amor… Te va a molestar cuando estés boca abajo…
—Pero…
Tore condujo a Macarena hacia el potro de madera del medio.
—Maia, subite a ese, vos también vas a ayudar a mamá y a tu hermana, ¿eh, mi amor?
Y ahí Macarena, todavía impactada, montándose ya sobre la madera, no por ella, sino por la insistencia cordial de su negro, atinó a decir:
—Pero ella es muy chica todavía, no creo que…
—Ya no es tan chica, mi amor… —respondió Mónica, probando las cuerdas y las posiciones de su potro.
Maia fue a tomar su lugar, se subió y quedó boca abajo, con la cola en punta marcada por el mueble.
—Muy bien, muy bien… —se relamió Tore.
En ese momento se corrieron las cortinas y entró Modestino y Mikel, padre y novio de Macarena, bien trajeados y con unos cuernos de alce de cotillón, aplicados a sus cabezas cada uno.
—¿Qué es esto? ¿Qué están haciendo?
—Sus hijas y su esposa van a ser el alma de la fiesta.
—P… pero…
—No va a pensar que todos esos hombres de ahí abajo se van a contentar con unos tragos y un poco de música…
Las mujeres notaron los grandes cuernos de alce de goma eva y se rieron un poco.
—Mi amor… ¿qué es eso..?
Modestino miró su ridículo aplique y se sintió en ridículo.
—No sé, nos obligaron a ponernos estos cuernos en la entrada… ¡No sé qué tiene que ver con la fiesta!
—¡Es un festejo de navidad, no sea grosero! Ustedes son los renos de Santa, es solo un motivo para la fiesta.
Modestino amagó quitárselos, pero un gesto severo del negro lo desautorizó. Tras él, Mikel tenía las manos juntas y detrás, y miraba hacia el piso, como cada vez que estaba en un mismo cuarto juntos los entrenadores de su novia.
—Bueno, no cambiemos de tema… ¡Maia tiene 12! ¿Está loco?
—¿12? —El negro miró a las mujeres, quienes asintieron—. Todo esto es muy decepcionante. Por un momento pensé que esta noche iba a ser especial pero veo que no…
Tore sacó a Maia del potro con delicadeza.
—¡No! —se desesperó Macarena—. ¡Dejala!
—No, Macarena. Ya mismo me voy con tu padre a llevarla a la guardería. Nosotros somos muy respetuosos de las leyes —Tomó a Maia del hombro y con un gesto invitó a Modestino a seguirlo. Abrió la cortina con un brazo y agregó antes de salir—. Para cuando vuelva… Hagan lo que quieran… Es obvio que voy a defraudar a todo el mundo acá…
Y se fue con Modestino y Maia a la guardería que habían improvisado para la fiesta en la planta baja, al fondo.
LA GUARDERÍA
SÁBADO, 23:45 HORAS
Tore llegó a una puerta de madera oscura y encerada. Modestino y Maia iban pegados tras él.
—Esta es la guardería —anunció, y abrió la puerta.
Modestino se sintió aliviado, allí adentro había más chiquillas como su hijita, de 12, 11 y 10. Le llamó la atención que la mayoría de ellas estaban vestidas como su hija, un tanto descaradas, por decir algo. Había varias con sus uniformes del colegio, al menos aparentemente, aunque adaptados a la noche, y el resto con ropa de calle u otro tipo de uniformes. La mayoría llevaban el cabello prolijo, atado con colitas o cola de caballo. Y todas, absolutamente todas, estaban en minifaldas y medias altas. Quizá fuera porque aquello efectivamente era una fiesta y las madres no habrían sabido vestirlas, o quizá fuera porque les pusieron lo primero que encontraron. Modestino ya estaba soltando a su hija para que ingrese a la guardería cuando en la misma sala vio deambular a un negrazo morrudo y ancho, de dos metros de alto. Iba en calzas ajustadas y brillosas, que le remarcaban unos atributos de miedo, y arriba con una remera sin mangas más ajustada aun, que le dibujaba cada uno de los incontables músculos. La cabeza rapada y la barba de tres días hacían juego con los tatuajes y los piercings, pero no hacían juego con la guardería.
—¿Q-Quién es el… Señor…?
El negrazo salido de una prisión de máxima seguridad le miró los cuernos de alce y sonrió con suficiencia. Luego miró de pies a cabeza y sin ningún disimulo a la pequeña Maia, que juntó las piernas y se elevó sin darse cuenta en puntas de pie, sonriendo.
—Oh, él es uno de nuestros encargados de la guardería. No se preocupe, contamos con un muy calificado personal, experto en disciplina. En muchas disciplinas, me refiero.
—P-pero…
Tore tomó a Maia desde su espaldita y comenzó a empujarla hacia la sala, pero más que nada para despegarlo de su padre.
Por una puerta de atrás apareció otro negrazo enorme, más gordo y más negro que el primero, mucho más viejo, de pelo blanco. Parecía sucio, con una camiseta de algodón agujereada y unos shorts amplios, de algodón, que le abultaban adelante. Iba comiendo unas donas y desparramando migas y mermelada por su abultada panza de cerveza. Un tercer negro entró por la puerta donde estaba el propio Modestino y Tore, y los saludó muy cortésmente. Este último era el más joven y pequeño de los tres, parecía un deportista, o un personal trainner. O u gigoló. Tenía una sonrisa cautivadora y exudaba carisma. Iba en calzas ajustadas, y Modestino se asustó al ver ya no un bulto, sino una especie de manguera enorme y ancha que se extendía por debajo de la calza y le recorría una muy buena parte de una de las piernas.
La sorpresa, el desconcierto de ver esa monstruosidad que en realidad no veía le hizo aflojar el brazo que retenía a su hija y las palmadas de Tore alejaron definitivamente a Maia.
—Son los tres mejores niñeros que puede haber, no se preocupe. Se saben muchos juegos y actividades, las van a entretener toda la noche. Le garantizo que cuando se vaya de aquí, su hija estará tan extenuada que se la va a llevar durmiendo.
Modestino vio como su hijita era conducida ahora por uno de los negrazos, el de los tatuajes y piercings. La llevaba hacia el centro de la sala donde estaban las otras nenas y el viejo gordo, que se relamía con gula y enfermedad ante su dona. El carismático estaba apartado con una de las de uniforme de colegio, aparentemente le estaba enseñando algún juego porque la chica estaba muy concentrada en lo que él le daba, con los ojos cerrados y tiritando de ansiedad.
Lo último que vio Modestino, cuando Tore le cerró la puerta para volver con su mujer y su otra hija, fue a Maia con la ropita que le había puesto Mónica subiéndose al respaldo del sillón, mientras el viejo gordo se le ponía adelante y le ofrecía su dona rebalsante de jalea, y su hijita abriendo grande la boca y engulléndola de un bocado.
LOS POTROS
SÁBADO, 23:55 HORAS
Modestino otra vez iba detrás de Tore, de regreso. Esta vez, sin su hijita al lado, mirando todo alrededor. La cantidad de negros que había en esa fiesta era inimaginable, y la cantidad de mujeres también. Reconoció a cada una de las chicas del equipo de hockey, todas compañeritas de su hija, llevando y trayendo cosas, dejándose manosear por cualquier negro y, en varios casos, aquí y allá, arrodilladas en el piso frente a algún macho, mamándolos con sus boquitas de 18 años y pajeando —no lo veía, pero los movimientos eran los típicos— para mejorar la felación. Las madres de las chicas también estaban aquí y allá, arrodilladas o directamente abiertas de piernas en algún sillón, aunque había menos, o tal vez, como comenzó a sospechar, estaban en los cuartos de arriba, más ocupadas.
Subieron las escaleras y un escalofrío recorrió la espalda de Modestino. A pesar de la música, más allá del bullicio de la multitud hablando y bromeando, escapando al humo de cigarrillo y los gemidos de algún morocho acabando en la cara de una chiquilla, Modestino fue escuchando más y más fuerte a cada escalón que subía, los jadeos de dos mujeres. Modestino aceleró el paso, preocupado como nunca antes.
—No pueden ser ni su mujer ni su hija —lo tranquilizó Tore—. Ese salón es para tres, y sin Maia solo serán dos, así que el salón se clausura.
Cruzaron las cortinas bordó y Modestino casi se muere de un paro cardíaco. Sí que eran su mujer y su hija. Pero eran tres. Mónica estaba en el potro de la derecha, boca abajo, asida por las muñecas y tobillos con una cinta. Un negrazo que Modestino no había visto jamás, un negro medio gordo y altísimo, calvo, con cara de pocas luces y semidesnudo, la surtía desde atrás con pijazos implacables. La tenía agarrada de las caderas, y le había subido la falda por sobre la cintura. La tanguita de la muy puta de su mujer estaba corrida para un costado, y Modestino podía decir a ciencia cierta “la muy puta de su mujer”, porque la muy puta de su mujer estaba gritando y gimiendo como una poseída.
—¡Mónica, ¿qué es esto!!??
Mónica apenas si giró la cabeza, pero ni llegó a verlo. La pija la perforaba sesenta veces por minuto o más, se sentía cogida por una verga del tamaño de una torre de cds y lo único que le importaba en ese momento era que aquello no se terminara jamás.
Macarena estaba en el medio, también en un potro, también asida de muñecas y tobillos, y también perforada desde atrás por un negro desconocido, aunque delgado y de piel demacrada. El negro tenía una verga muy larga y con una cabeza como un globito. La sacaba por completo y se la volvía a clavar con fuerza y sadismo, riendo y mostrando unos dientes desparejos y comidos de caries, mientras la tomaba por los cabellos con una mano y le manoseaba las nalgas con la otra. Las medias red de Macarena, negras, altas hasta mitad de muslo y enguantadas en las botas bucaneras de cuero, eran la única traza de decencia de su hija.
—¡Macarena…! —se acercó Modestino. Miró a su hija, que a su vez miraba hacia su izquierda, sonriendo, mientras todo su cuerpo y su cabeza bailaban hacia adelante y atrás al ritmo del bombeo del negro.
Lo que miraba Macarena era el primer potro, y ahí, a su novio Mikel. Modestino vio que Mikel también estaba allí, boca abajo y atado como sus dos mujeres, con los ridículos cuernos de goma eva en la cabeza. Pero ningún negro lo estaba haciendo su puta.
—¿Qué hace tu novio ahí? —quiso saber Tore.
Macarena se apuró a responder, no de nerviosa, sino de ese orgullo de haber resuelto un problema gracias a la iniciativa propia.
—Convencí a mi novio de que… uhhh… reemplace a Maia… Si… Si se necesitan tres putitas para esta sala… ahora hay tres… ahhhh… Yo no te voy a defraudar, Tore… Nunca…
Tore se tomó la barbilla meditando un segundo, de pie entre las dos mujeres que seguían bombeadas y movidas a topetazos. Miró al chico, con sus pantaloncitos bajados hasta las rodillas y el culo expuesto, regalado para cualquiera. Vio las nalguitas blancas temblequeando pero aguantando, igual que el día que los ocho entrenadores se lo hicieron debutar. Sonrió.
—Está bien, Maca, estuviste muy inteligente… Me cumpliste.
Aun con la cabeza hacia abajo, aun con los pelos revueltos, la poca luz y el bombeo asqueroso a la que la sometían, Modestino pudo notar el gesto orgulloso de su hija.
Macarena seguía recibiendo verga del negro demacrado, que bufaba cada vez más fuerte. El gordo alto y de pocas luces se seguía beneficiando de Mónica. Modestino tragó saliva y se aflojó el nudo de la corbata de seda que acompañaba su camisa y traje carísimos, bien de fiesta. Fue a ubicarse a un lado de su mujer, sus ojos comenzaron a desorbitarse cuando vio con qué herramienta penetraba el negro a su esposa. El pistón de carne que tenia por pija era un tubo de cerveza de medio litro, ancho, rugoso y firme como el acero. Modestino se tomó los cabellos.
—¡Mi amor, la tiene del tamaño de un burro!!
—¿Y qué querés que el haga? Es genético, así son los negros…
—¡Quiero que no te dejes coger así por este tipo!!!
—Ya le dije, mi amor, pero no me hizo caso…
El negro se movía de atrás hacia adelante clavando y clavando cada vez más hondo. La pija salía hasta la cabeza, brillosa y violeta de tan hinchada, y entraba hasta los huevos en un santiamén. El negro la tomaba ahora desde las nalgas, para abrirla en cada arremetida. Miró a Modestino.
—¡Dejanos coger tranquilos, cornudo, que ya le estoy por acabar!
Y otra vez bien adentro. La piel del negro chocaba con la cola blanca de su mujer, y Modestino, agachado y asomado a la penetración como si estuviera mirando algo imposible, se volvía a tomar la cabeza. Las manazas del negro se hundían en las nalgas de Mónica para tomar más envión y clavar más fuerte. La verga iba más adentro. Y luego más. Y más aún. El negro, sin dejar de agarrarla y clavar bien hondo, le sonrió a Modestino.
—¡Qué estrechita es tu mujer, cuerno...! ¡Qué bien te la siento…!
—Ay, por Dios… No lo trates así… —se escuchó sonreír a Mónica, y comenzó a bufar más.
Modestino vio por primera vez los testículos del negro, dos canicas grandes pendulando dentro de una bolsa larga y rugosa que se movía hacia adelante y atrás, acompasando el movimiento que perforaba a su mujer. El negro vio a Modestino verlo, y volvió a sonreír.
—Agarramelos… Uhhhh… que ya te la acabo... Ahhhhh…
Mónica hundió más su cabeza y suspiró lujuriosa.
—¡Qué hijo de puta…!
Modestino dudó:
—¿Qu-Que qué...??
—¡Los huevos, cuerno! uhhhhh… Los huevos… mmmm… Sostenémelos para que no se me… muevan cuando… ahhhh… le acabo adentro a tu mujer… uhhhhhh…
—P-pero… pero no comprend…
Macarena, también hamacada a pijazos, giró la cabeza hacia su padre.
—¡Ay, papá, siempre el mismo pelotudo! ¡Que le sostengas los huevos con tus manos! ¡Dejá de mirar como un pajero y ayudá a mamá!
Así que Modestino tuvo que acercarse más, mucho más, arrodillarse de costado frente a la penetración que no aflojaba. Estiró sus dedos y con temor e incertidumbre, mientras el negro seguía bombeando esa conchita que había sido prometida para él en el altar, las acercó a los testículos. Tuvo miedo, primero del contacto, y luego de hacer algo mal. Los huevos del negro eran grandes, largos, y pendulaban mucho. Modestino tuvo miedo de lastimarlo y que el negrazo se enfurezca. Se acercó mientras su mujer lo alentaba: “Agarralos, cornudo, sé un buen esposo”, y los arropó de a poco con sus dos manos. El contacto con los huevos le sorprendió. Estaban calientes, y eran rugosos pero a la vez suaves. Los puso entre sus dos manos y trató de acompañar el movimiento del negro mientras le cogía a su esposa.
—Uhhhhhhhh… —gimió el macho con el morbo del contacto—. ¡Te la echo, puta! —le dijo a Mónica. Y luego a Modestino—. Cuerno, apretá un poco, no se van a romper. Sostenelos con una mano y apretá cerca de la pija con la otra.
Modestino puso una mano debajo de los huevos haciendo copa y los sostuvo mientras estos trataban de salirse en cada movimiento. Cerró apenas y pudo retenerlos. Con la otra mano fue hacia la base de la pija, pero debajo, en el inicio de los huevos, y cerró la mano sobre la vertical, como si acogotara a una gallina.
—¡Síiiiii, cuerno, síiiiii…! —jadeó el negro, sin dejar de bombear y rebalsado de placer.
Modestino se sorprendió de que los huevos se sentían rico en sus manos.
—¡Pajeame los huevos, cornudo, que ya estoy!
Modestino sostuvo los huevos con mayor firmeza y con la mano de arriba comenzó a bajar y subir. Estaba debajo de la pija, que seguía entrando y saliendo en la concha de su esposa cada vez más rápido.
—¡Asíiii, cuerno, asíiii…! ¡Más rápido, más rápido que ya me viene…!
Modestino comenzó a acelerar la paja sobre la bolsa de los huevos. Arriba y abajo... arriba y abajo… mientras el negro le enterraba pija su mujer atrás y adelante, atrás y adelante…
—¡Sí, cornudo, síii… síii…! ¡Te la lleno…! ¡Uhhh…! ¡Te la lleno, cornudo, seguí… seguí…!
Modestino tenía la garganta seca y las manos sudadas. Arriba y abajo… arriba y abajo... Fap fap fap…
Y el negro: adentro y afuera… adentro y afuera... Pero cada vez más adentro.
—¡Te la lleno, cuerno, te la lleno de leche…!!! ¡¡Aaahhhh…!!
Fap fap fap fap fap
—¿Lo estoy haciendo bien, Señor…?
—¡Sí, cuerno, siiihhh…! ¡Ahhhhaaa! Seguí… Seguí… Dios… Me viene me viene me viene…
La cabeza, el tronco, las venas que latían. El culazo de su esposa estaba ahí nomás, soportando el bombeo, la panza del negro, las nalgadas, las manos agarrando fuerte para clavar más hondo.
Fap fap fap fap
—Sí, Señor… Sí, Señor… Sí, Señor…
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh…!!
Fap fap fap fap fap…
—Apretá, cuerno, apretaaaaaaaahhhh que te la estoy llenandoaaaaahhh…
—Sí, Señor… Sí, Señor… Sí, Señor…
Fap fap fap fap fap
Modestino sintió la tensión en la bolsa de los huevos, el endurecimiento. Vio la pija del negro a cinco centímetros de sus ojos y juraría que notó los lechazos recorrerle la pija por dentro.
—¡AAAAAAAAAAHHHHHHHHH…!!!
Fap fap fap
—Apretá mas cuerno, apretá, sentí cómo la lleno a tu mujer…
—Lo estoy sintiendo, Señor… —fap fap fap fap fap—. Lo estoy sintiendo en mis manos…
—¡Tomá, puta, tomá pija y leche, hija de remil putas!
—¡Por Dios…! —se sentía morir Mónica—. ¡Qué pedazo de macho…!
Los pijazos seguían entrando con violencia, anchos, largos, cargados de semen. La leche iba bien adentro, todo lo adentro que una pija de 25 centímetro puede mandar. Pero en eso de sacarla hasta la cabeza para entrar más fuerte, algunos lechazos dieron en las nalgas del putón. En instantes la leche comenzó a gotear por debajo, mientras el negro la seguía penetrando y Modestino sostenía los huevos y se los pajeaba.
—Seguí pajeando, cornudo, que todavía tengo un poquito más…
—Sí, Señor…
Un minuto más de bombeo recibió Mónica. La pija le entraba cada vez más despacio, más lentamente, pero siempre con algo de leche tibia adentro. Hasta que ya al final eran solo latigazos cortos y espasmos terminales. La conchita le había quedado llena.
El negro se retiró satisfecho y dio una palmada sonora a una de las nalgas de Mónica. Modestino dio un paso al costado, asqueado con el semen derramado que le chorreaba entre los dedos. Su esposa estaba quieta ahora, así que de inmediato un segundo negro fue a ocupar el lugar del que acababa de cogerla. Recién ahí Modestino vio que se había formado una pequeña hilera detrás de sus dos mujeres. El segundo negro se bajó las bermudas y peló un vergón no tan largo como el anterior pero más regordete.
—Cuerno, ponete ahí —le dijo, y le señaló el potro, justo entre las piernas de su mujer. Modestino vio que el potro tenía allí una hendidura suave y se dio cuenta que era un espacio para colocar una cabeza. Una cabeza mirando hacia afuera. Sumiso, ante la mirada impaciente del segundo negro, un negro fiero y con cara de malo de verdad, Modestino fue y se sentó al pie del potro mirando hacia el macho, de espaldas a su mujer pero entre las piernas de ella. Sí, su cabeza quedó mirando hacia el macho, apenas bajo la concha de Mónica.
El macho dio un paso adelante y abrió las nalgas de la mujer. Los testículos quedaron a la altura de Modestino.
—Vas a chupar, cuerno. Quiero cogerme a tu mujer con tu boca comiéndome los huevos… Toda la cogida, ¿estamos?
Modestino asintió con la cabeza y se reacomodó. Otro ajuste del negro entre las piernas de su mujer, la pelvis más hacia adelante y escuchó el gemido de su esposa al recibir esa pija entrándole.
Modestino miró hacia arriba y abrió la boca. Y se llenó el buche con los huevos más largos y grandes que había visto. Y el dueño de esos huevos comenzó de a poco a cogerle a su mujer. Adentro, suavemente… afuera, suavemente… y la boca acompañando los huevos. No era fácil. Adentro, suavemente… afuera, suavemente…
—Muy bien, cornudo… —lo alentó el negro.
—Mi amor, no me hagas quedar mal… —advirtió Mónica, siempre amorosa.
El macho iba clavando y era fácil darse cuenta que de a poco y con otra estocada, la verga iba penetrando cada vez más adentro. Modestino tenía que moverse cada vez más. En nada de tiempo el negro hijo de puta le estaba clavando a su mujer hasta los huevos, y Modestino debía torcer hacia arriba su cara para sostener los testículos dentro de su boca. Le costaba respirar, le dolía el cuello, pero los huevos del negro, gordos, rugosos, juguetones dentro de la bolsa, se quedaron con él.
—Qué buena que estás, putón… —la piropeaba el negro a Mónica—. Qué pedazo de hembra, por Dios…
Mónica bufaba con cada cumplido, caliente con la verga del negro pero más caliente con que le digan putón un macho como aquél. Quiso retribuirle y comenzó a mover su pelvis y su conchita hacia el negro. Esto le vino bien a Modestino, que de esta manera tuvo que moverse mucho menos para sostener los huevos del negro en su boca.
—¡Puta, puta, puta, puta…! —escuchaba Modestino que le gritaban a su mujer, mientras él tragaba, tragaba y tragaba los testículos del macho.
Miró de reojo al costado. Un nuevo negro estaba cogiéndose a su hija, el tercero desde que él estaba ahí, y otro más se acomodaba detrás de Mikel, uno bajito y regordete, con rulos, aparentemente el primero.
No pudo ver cómo se lo clavaron a Mikel, porque en el medio se estaban cogiendo a su propia hija. Pero sí escuchó los gritos del chico. Primero fuertes, luego, conforme fueron cogiéndoselo, más suaves. Modestino podía adivinar cada una de las estocadas que le enterraban por los gritos, pero cuando los gritos se transformaron en jadeos, se le hizo más difícil, porque se confundían con los gemidos de su hija. Ahí se dio cuenta Modestino que Mikel gemía como una mujer, que tenía una voz bastante femenina.
Modestino trató de ver cuanto pudo cómo el negro del costado le cogía a la hija. Macarena parecía aceptar todo lo que le pusieran. Sabía que probablemente todos los entrenadores se la estuvieran cogiendo, pero ahora la muy putita de su hija se entregaba a cualquier negro que se le pusiera atrás. Se consoló, al menos, con el hecho de que parecía que su hija no gozaba como la puta de su madre, que estaba sobre él, con una verga gruesa metida hasta el fondo.
Creyó que ya se podía incorporar, pero no. La rutina de chuparle los huevos a los machos que se fueron cogiendo a su mujer se hizo popular, y cada negro que pasaba y le clavaba pija a Mónica pretendía que él los chupara o le pajeara los huevos. También a veces le hacían sostener la base de la verga para garcharse a su esposa con la pija más rígida. Y parecía que cada vez que él intervenía, Mónica acaba con mayor intensidad.
Fue una noche larguísima. Con el cuello roto, la espalda dolorida y la mandíbula desencajada de chupar tantos testículos, Modestino se preguntó si el pobre cornudo de Mikel no habría hecho negocio. Al menos el novio de su hija descansaba en el potro y solo le habían roto el culo dos o tres veces.
EL DESFILE
Como toda gran fiesta, no podían faltar un par de espectáculos para animar la velada. Para el primer espectáculo habían improvisado en el enorme salón principal una pasarela hecha con varias mesas pegadas a lo largo, una tras otra. Los negros que no estaban en las habitaciones de arriba abusando de alguna jugadora o madre se iban acercando y ocupando rápidamente los espacios de alrededor. En un extremo de la pasarela había un cortinado, y tras él, doce de las quince jugadoras de hockey. Romina, Antonella, Maia (la grande, no la hermana de Macarena), Constanza, Carolina y unas cuantas más se desmaquillaban el semen pegoteado de la cara, de la cola, de las piernas. Se acomodaban los cabellos, se volvían a pintar los labios como putas y trataban de tomar grandes bocanadas de aire para que le volvieran los colores que venían perdiendo cada vez que un negro las tiraba a una cama o sillón y se las cogían como animales. Habían estado siendo usadas desde que llegaron, y necesitaban ese poco de tiempo para recomponerse.
Bongo apareció para apurarlas.
—Vamos, chicas, que nuestros amigos no tienen toda la noche. ¿Ya están vestidas?
Asintieron. Les habían cambiado la ropa a todas, porque no todas estaban tan de putas como Macarena. La mayoría había ido sexy pero no puta de calle. Ahora todas lucían diferentes combinaciones, una más puta que la otra. Todas con minifaldas brevísimas, la mayoría incluso por encima del límite de las nalguitas. Botas altas, tops breves, o corpiños de cuero o encaje. Mucho taco, mucho maquillaje, algo de transparencia, látex y mucha tanguita breve y a medias visible. Las doce mocosas estaban tan buenas y tan putas que Bongo no pudo evitar una erección.
Las chicas apuraron el último trago de Speed y comenzaron a salir. Pasaron frente a Bongo, que las alentaba como cuando los soldados paracaidistas saltan para emprender su misión. Las palmeaba en la cola cuando pasaban para darles ánimos, y más de una chica le rozó o le manoseó el bulto al pasar.
Las chicas aparecieron de a una en fila en la pasarela improvisada. Habían subido unos escalones y ahora, ante ellas, tenían un camino que estaba por encima de una pequeña multitud de negros a sus pies. Apenas salieron las chicas, los hombres comenzaron a silbar de aprobación. Había negros a un lado y otro de la pasarela, y en la punta, y más allá, sobre los sillones. Había también algunas madres, las que no estaban siendo cogidas. Y apenas unos pocos padres y novios, los que habían ido a acompañar a sus esposas y novias porque ya estaban al tanto de los abusos de los negros vergudos.
Las madres aplaudían orgullosas, no solo a sus hijas, sino a todas las chicas. Las chicas iban desfilando una a una, en fila, en medio del fervor creciente del público y la música electrónica. Era adrenalina pura, se sentían modelos de verdad y en segundos comenzaron a imitar sus poses, quebrar cadera, mirar a un lado y otro a los negros y sonreír. Al llegar al otro extremo se quitaban la minifalda y dejaban expuestos sus culos cincelados a fuerza de juventud, gimnasia y verga de negro. Eran exquisitos, perfectos, y siempre se tragaban las tanguitas que las contenían.
La multitud rugía cada vez que una de las chicas se quitaba la minifalda, porque prácticamente quedaban en botas altas y ropa interior. A la mitad del desfile, los negros, calientes, comenzaron a tirar manos hacia las chicas, manoseándolas primero y luego tomándolas de los brazos, o las nalgas. Luego las agarraron más firmemente y las llevaban hacia sí. En cuestión de minutos el desfile se convirtió de facto en una caza de adolescentes, donde cada negro tomaba lo que podía, pelaba la pija enorme y ya dura con una mano, mientras trataba de retener a su víctima, la volteaba, le abría las nalgas y se las clavaban allí mismo con una impunidad brutal. Las madres seguían orgullosas, pero las pobres adolescentes eran taladradas a voluntad y sin el mínimo cuidado. Romina fue golpeada sin querer en la cabeza mientras un negro forcejeaba con ella para enterrársela de frente, porque le quería ver la cara mientras le daba pija. Constanza fue tomada desde atrás, con uno de sus brazos tirado hacia atrás, como una verdadera violación, lo que no tenía sentido porque todas tenían orden de dejarse hacer cualquier cosa por absolutamente cualquier negro dentro de esa casa. Constanza sintió el dolor en el brazo y luego una pija gorda horadarle los labios vaginales, que ya a esta altura y con tanto que se la habían cogido durante la noche, no estaban secos ni nada. Pero igual gritó, más de miedo y sorpresa. El grito no duró mucho. Otra pija le llenó la boca y se la tapó mientras el de atrás le puerteaba el ano.
Maia, la más menudita de todas, era tironeada por dos negrazos, uno de cada brazo. No tardaron nada en ponerse de acuerdo y en menos de veinte segundos la pobre niña era sometida a un candado con dos terribles pijones negros. Cerraba los ojos por la impresión, y porque le daba miedo ser sostenida en el aire por dos vergas. No le gustaba que no fueran sus entrenadores, que fueran totales desconocidos, pero lo debía aceptar. Y por otro lado ya se la habían cogido esa noche no menos de una docena de negros.
En cuestión de unos minutos el salón se convirtió en una fiesta romana, con las hijas siendo cogidas como putas y las madres tratando de incorporarse a cada momento de intimidad. Al principio, con la tentación de hacer tándem con sus hijas, pero el lugar se había descontrolado tanto, y los negros eran tantos y tan fervorosos, que a las madres les fue difícil encontrar a sus propias hijas y agarraban lo que podían, desesperadas de verga negra.
Así, la mamá de Romina se vio arrodillada junto a Constanza, la amiguita de su hija, abriéndole las nalgas para que un negrazo oscuro como el vino le clave el vergón hasta los huevos. La mama de Romina miraba la verga y se relamía, y alentaba a Constanza, y le tomaba los huevos al negro haciendo copa con su mano; y la mamá de Antonella compartía la pija de dos negrazos altos y fibrosos con Carolina, chupándolos y cruzándose pijas, y besándose en la boca en algunos confusos momentos, que las hicieron reír con saliva y leche en los labios.
Los únicos que trataban de poner un poco de coto a la situación eran los pobres cornudos.
—Mi amor —le decía un padre a su hija, y se tomaba la cabeza mientras un negrazo alto y de espaldas anchísimas se la penetraba delante de sus narices, con estocadas largas y lentas, sacando la pija toda hasta afuera y perforando a su hijita hasta las amígdalas— ¡Andá a las habitaciones de arriba, que están para esto, no es decente hacerlo acá!
La hija solo pudo responderle:
—¡Ah… ah… ah… ah… ah…!
En otro rincón, el novio de Constanza y el padre de Romina les imploraban casi en lágrimas a sus mujeres que no se dejen coger más de esa manera.
—¡Mi amor, por favor ponete esto encima, que no te vean tanto! —procuraba taparla con su saco el cuerno.
—¡Dejá eso, inútil, y traeme un almohadón!
Todos los cornudos trataban de adecentar la situación, pero era imposible. Tomaban a sus mujeres de los brazos para sacarlas de la orgía, mientras ellas eran clavadas por cualquier negro como mariposas con alfileres (bueno, con clavos de tres pulgadas). No lograban sacarlas, ni hacerlas recapacitar. Por supuesto no se atrevían a decirles nada a los negros. No se sentían —no estaban, en realidad— autorizados para hablarles o exigirles cosas. Pero además les tenían miedo.
Un cornudo se quiso pasar de listo y fue a interceder entre un negro y una amiga de su hija, una chiquilla exquisita con un culo hermoso que parecía dibujado por Eleuteri Serpieri. El padre, en el medio del descontrol, humillado hasta el infinito por su mujer y su hija, quiso enmendar en parte su destino —o quizá vengarlo— y aprovechó para manosear furtivamente las nalgas redondeadas y paraditas de la chica, que enseguida se quitó la verga negra que le llenaba el buche y fue hacia la mujer del cornudo.
—Señora, el degenerado de su marido me anda tocando —le dijo. Y fue suficiente para que la esposa, furiosa, comenzara a darle de golpes y cachetadas al pobre hombre, que se defendía diciendo que aquello era un error.
Todo era confusión, todo era caos. Lo único claro era que cualquier negro se abalanzaba sobre alguna chiquilla o madre (o ambas al a vez) y las rapiñaba y sometía a voluntad, clavando y penetrando sin miramientos, y deslechándose de inmediato o luego de disfrutarlas largamente, lo que sea que les placiera. Así el desfile se podría decir que fue un fracaso, un juego totalmente desvirtuado por el deseo y la libido de los negros. Sin embargo nadie, excepto los cornudos, se quejaría del chasco. Ni las chicas, ni las madres, y mucho menos los negros. Solo los cornudos. Y no crean que la queja cayó en saco roto, no señor. La queja de los cornudos fue escuchada, analizada y obtuvo una respuesta: al año siguiente, les prometieron los negros, para la próxima fiesta de navidad, sus mujeres e hijas iban a ser cogidas de una manera mucho más organizada, como muestra de que en ese club los entrenadores eran muy respetuosos de los cornudos .
EL TOILETTE
Los baños estaban atestados. No tanto por la gran cantidad de mujeres, sino porque no eran demasiado grandes. Al cabo esa casa no estaba preparada para cubrir sanitariamente a una treintena de mujeres con necesidades normales, más las constantes inundaciones de semen. Las madres y chicas que habían acudido acompañadas de sus cornudos aligeraban este problema —en general, no siempre—, pues las cargas de leche de los negros eran limpiadas por ellos. De todos modos, tanta vagina usada y tanta fricción y bebidas corriendo como agua, empujaban a las mujeres una y otra vez hacia los baños.
Dentro de las necesidades normales de ellas no está solo usar los sanitarios. Una mujer que se sabe hermosa va a los baños también a componer su imagen. Y ni hablar si está ahí con el objeto de llamar la atención y agradar —y complacer— a casi un centenar de sementales.
Macarena estaba allí en una pequeña pausa que le había dado Tore para que pudiera orinar. Hacía tres horas que la tenían atada al potro, recibiendo verga sin parar de toda clase de negros, la gran mayoría desconocidos para ella. Tore no se la había cogido aun, iba y venía controlando que ella y su madre recibieran verga y que ninguno de sus invitados se quejara. A veces Tore se ausentaba por un buen rato, pero de tanto que se las estaban cogiendo, ya Macarena y su madre podían ordenar al puñado de negros que permanentemente tenían esperando. De todos modos, Tore siempre volvía y, ante el reclamo de ella, le prometía una y otra vez que en un ratito se la cogía, que en cuanto la fila para llenarlas de leche se hiciera más corta, él la usaría a ella. Así le decía.
Estaba Macarena arreglándose el maquillaje en el baño, que lo tenía corrido y deshecho, salpicado de leche como nunca. Se arreglaba el maquillaje y se limpiaba el cutis con una crema —qué ironía— cuando Camila se le plantó al lado, mirando al gran espejo, igual que ella y le dijo:
—¡Qué pedazo de pija que tiene Tore…!
Macarena se sintió como aguijoneada por una abeja. No dijo nada pero la miró por el rabillo del ojo echando fuego. Camila estaba linda, debía admitir, con una minifalda y las medias altas obligadas, y con una remera agujereada y como quemada, bien “grunge”, y cadenas y tatuajes falsos, y mucho color. Abajo, unas botas altas que más bien parecían borceguís de una cyberpunk sexy. Igual, se dijo, ella estaba más linda. Más puta.
—Qué suerte la tuya que viniste con tu cornudo… —agregó Camila, y Macarena sonrió irónica. Si se estaba quitando la leche del rostro y los cabellos era porque su cornudo no podía limpiarla. Pero no le dijo nada—. Yo no lo traje y tengo toda la leche adentro…
Camila se terminó de delinear los ojos con un violeta profundo, casi negro. Había otras chicas atrás, algunas en los inodoros, otras charlando y limpiándose y arreglándose el cabello. Una le corregía el color de las mejillas a otra.
Camila abrió sus piernas en compás.
—Limpiame, Maca.
No lo dijo fuerte, pero lo dijo con una seguridad tal que su voz quedó colgada en el ambiente, en suspenso, como si todas se hubieran callado para que esa frase fuera la más importante de la noche.
—¿Qué? —preguntó Macarena.
—Limpiame. No tengo ropa interior, no te va a costar nada.
Había una suficiencia en el gesto y la postura de la rubia que solo podía competir en maldad con el desafío calculado de su sonrisa. Macarena dudó. Estaba cansada, y había servido y complacido a tantos negros esa noche que sintió un primer impulso de complacencia, más un reflejo que algo pensado.
Macarena volvió al espejo y sacó un lápiz labial rojo sangre.
—Tengo la lechita de Tore… —agregó Camila, y se movió ella también hacia el espejo, sabiendo lo que había provocado.
Macarena se arrojó al piso como una drogadicta a una ampolla arrojada a la calle y se zambulló bajos las piernas todavía en compás de su compañera. Buscó desesperada arriba, a la conchita de esa putita hija de puta que ya había logrado tener la verga de su maldito Tore bien adentro. Se tomó de los muslos de Camila y levantó su rostro y su cabeza hacia el cielo, como un pichón recibiendo la comida de su madre, y metió la cabeza bajo la pollerita de cuero negra y comió.
Y Dios que comió. Nunca había chupado a una mujer, besado siquiera, y la impresión fue rara para Macarena. Sintió los pliegues en su boca, y por ser mujer supo qué, cómo y dónde, aun cuando nunca había estado. Su interés, de todos modos, no estaba en Camila. Buscó la concha para hallar el rebalse de leche. El olor era fuerte, era obvio que allí no solo estaba el depósito de semen de su Tore, sino también de muchos negros más. No le importó, ¡estaba Tore! Comió, hundió su lengua, buscó, tragó. La leche de todos los machos que se habían cogido a Cami estaban pasando a Macarena, y los estaba tragando, sabiendo, tratando de distinguirlos.
Era imposible, pero estaba Tore y eso era lo único que le importaba. Macarena simplemente no iba a permitir que Tore se quedara adentro de esa putita de mierda. Si tenía que limpiarla toda la noche, de toda la leche, lo iba a hacer.
Camila la detuvo un segundo, se giró y quedó frente a Macarena. Las otras chicas habían detenido todo para ver qué sucedía. Camila tomó de los cabellos a su amiga y se hizo hundir la cabeza dentro de ella, mientras Maca la devoraba otra vez.
—Oooooooohhhhhh…
Y Maca chupaba y chupaba, siempre tomada a los muslos de la rubia para horadar más hondo con su boquita.
—Sí, putita, sí… —Cami la seguía sosteniendo de la cabeza, y ahora le guiaba los movimientos desde los cabellos.
Una madre entró y quedó sorprendida por el espectáculo. Le dijo a su hija —que estaba quieta y mirando igual que todas las demás—, que sea profesional, que arriba había cuatro negros que la estaban esperando para vaciarse dentro de ella. La hija se fue, pero ella se quedó mirando, aun cuando su hija ya no estaba.
—Seguí, putita, seguí que me vengo, seguí… —rezaba Camila, y Macarena, confundida en parte, obligada por la mano que la guiaba por otra parte, comía y tragaba concha y semen como si le fuera la vida—. ¡Ooooohhh… Diosss…!
La rubia cerró los ojos y tiró el rostro hacia el cielo, siempre tomada de los cabellos de su sometida. Se le aflojaron las piernas, perdió el equilibrio y tuvo que apoyarse en el lavabo para no caerse. Macarena, abajo, seguía tragándosela y dándole un placer increíble.
—Seguí, seguí, putita… ¡Oooooooooohhhhh… por Diosssssssss…!
Más fuerte. Más adentro. La cabeza de Macarena se sacudía ya más por la desesperación de Camila de meterla dentro suyo que por el movimiento que ella misma hacía.
Más.
Más, puta, más.
Y entonces, Cami:
—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaahhhh…!!!
Todas las chicas estaban en silencio.
—¡¡Hijaderemilputasquébienquemechupaaaahhhhhgggg…!!!
Camila no dejaba de gemir. Y de maldecir a Macarena.
—¡Ahhhhhhhhhh..!!
Parecía que no iba a terminar nunca.
Pero aflojó las piernas. De a poco se fue desarmando, aflojó la presión sobre los cabellos y se recompuso subiéndose al lavabo, jadeando como si hubiera corrido una maratón.
—¡Oh, por Diosss…!
Y se le alejó un par de metros, mirándola, todavía jadeando.
Macarena, que ya estaba arrodilladla, cayó con sus brazos hacia adelante, exhausta, derrotada, humillada. Cami sonrió satisfecha y guardó su rímel.
—Menos mal que no vino mi novio… —dijo—. Vos me limpiás mucho mejor que él…
Dio tres pasos largos con sus borcegos y sus piernas largas de cyberpunk, y abrió la puerta para irse del toilette. Macarena quedó allí, echada sobre el piso, con la dualidad de quien fue usada y lo sabe, pero con el objeto de su amor conservado para sí. No, no de su amor. Su amor era Mikel, que estaba arriba por ella, en el potro, siendo taladrado de vez en cuando por algún que otro negro. Pero fuere como fuere, aun con su humillación a cuestas, Macarena se levantó como pudo y volvió a buscarse en el espejo. Tenía otra vez el maquillaje corrido, pero la leche de Tore bien adentro suyo.
Y eso era lo único que importaba.
EL JUEGO DE LA SILLA
Era una fiesta así que también se hicieron juegos. El que más disfrutaron los negros, del que más se aprovecharon, fue el juego de la silla. Como se sabe, el juego consiste en un número equis de sillas, y un número equis más uno de participantes, que bailan alrededor de las sillas y se abalanzan a ellas al interrumpirse la música, de modo que un participante queda sobrando, y en ese punto ese participante se retira del juego. Entonces se quita una silla y vuelta a empezar, hasta que queda un solo participante, al cabo, el ganador. Los negros habían tenido que cambiar las reglas porque en ese salón eran mucho más chicas que negros, y porque la idea era que nadie pierda. Bueno, quizá alguna chica su virginidad (esto era un chiste, todos reían).
Eran tres negros, pero abrieron la puerta del salón y llamaron a tres más y a un padre. El padre, un cuarentón de anteojos, a todas luces pusilánime, iba a ser usado para pasar y cortar la música.
El padre estaba contento y saludó a las chicas tímidamente, y se alegró de ver a su hija. Aunque la visión lo hirió un poco. No había visto a su hijita desde que comenzara la fiesta, y ahora la veía vestida como una puta, con el maquillaje corrido y evidentes señales de que había sido usada de todas las maneras posibles. Parecía agotada y tenía lechazos secos en la cara y cabellos. A pesar de todo aquello, se la veía hermosa.
—¿Qué… qué necesitan, Señores…? —preguntó tímido y muy sumiso.
Los negros pusieron seis sillas en ronda y un grabador con un cd de cumbia.
—Vos vas a pasar la música.
Los negros se sentaron erguidos, los músculos se le tensaron. Uno era enorme, y tan serio y fiero que el padre juraría que había salido de prisión. Había también uno más gordo y viejo, y otro también viejo pero delgado, y un gordo grandote con cara de bueno.
—Antes de comenzar el juego y al solo efecto legal —preguntó el más grandote a todas las chicas—. ¿Son todas mayores de 18 años?
—Sííííí… —respondieron todas a coro.
Entonces los seis negros se sentaron y pelaron sus pijas que ya estaban erectas y durísimas. El padre no pudo evitar mirárseles, hipnotizado. Había visto vergas negras toda la noche, a esa altura ya era un hecho que los negros eran mucho más dotados que los blancos, o al menos que él. Las seis vergas eran largas, unas más, otras menos, pero largas. Lo que le llamó la atención fue el grosor de todas ellas. Esas pijas no iban a entrar en aquellos cuerpecitos. Se preguntó si entrarían en su hija, y quiso creer que no.
Pero no solo él miró las pijas. Las chicas también las miraron, y el padre vio la expresión de sorpresa y cierto temor en los gestos de las pequeñas, pero también la aceptación y la sumisión. Supo que esos vergones venosos y anchos como el ancho de un pie iban a entrar en esos cuerpitos empequeñecidos por la timidez, aun cuando las leyes de la naturaleza no lo permitieran.
—Señores, no creo que sea una buena idea…
—Poné la música, cornudo.
El padre tragó saliva y puso “play”. No quería contradecir a esos tipos peligrosos por nada del mundo.
Las chicas empezaron a bailar alrededor del círculo de sillas (y machos de pijas enhiestas) al compás de la música. Iban de putitas, y bailaban muy sensuales. Los negros sonrieron complacidos. El papá miraba a su hijita bailar para cada tipo al que iba llegando, porque iban girando en ronda alrededor del círculo de sillas y negros sentados, imitando el movimiento de caderas de las profesionales. Era muy chica para ser tan puta, pensó. Pero su hija le sonreía a cada negro y le movía el culito y se le mostraba sensualmente en cada compás, quizá con cierta torpeza, quizá con mucha inseguridad, pero decididamente con sobrada voluntad y deseos de complacer a esos machos. Los negros las manoseaban, a su hija y a las otras, y manoseaban a la vez sus pijas para mantenerlas alertas y preparadas.
—¡Más puta, Maia! —reclamó un negro con voz severa. La llamada Maia comenzó a exagerar sus movimientos. Ya no sonreía, estaba preocupada por complacer a ese negrazo de mirada peligrosa que le había gritado.
—¿Así, Señor?
El negro le hundió una mano entre las nalgas y le tomó la conchita por debajo.
—Estás mojada, putita…
Las chicas siguieron bailando y mostrándose y regalándose para los negros. Había ocho chicas y seis negros sentados. Sobraban dos.
—¡Cortá la música de una puta vez, cornudo!
Sorprendido, temblequeando un poco, el padre se debatió entre detener la música o dejarla un segundo más para que su hijita no debiera sentarse sobre ese negro en particular. Pero el negro lo miró de una manera que el padre sucumbió, y finalmente apretó “stop”.
Las chicas se apresuraron a sentarse sobre los negros, quedar de pie significaba una prenda. Hubo un par que se pelearon por un negro, hubo confusión. Maia estaba con el negro peligroso cuando su padre detuvo la música, y fue a sentarse sobre él con temor y lentitud, pero ninguna otra chica le compitió el lugar, de modo que la pequeña se mordió nerviosamente los labios, giró con temor, viendo cómo las otras chicas se peleaban por sentarse en uno u otro negro, se agachó un poco, teniendo que apoyarse en las rodillas desnudas del negro y sacó tímidamente su cola hacia afuera. El padre vio cómo su hija bajó las caderas, como cerró los ojos antes del contacto. Vio al negro babear de lujuria, tomar a su pequeña de la cintura con una mano para guiarla hacia su vergón totalmente alzado y duro como un hierro. El padre vio que el negro le levantó la faldita breve y con movimiento experto le corrió la bombachita hacia un lado, mientras su pequeña seguía bajando. La cabeza gorda y con forma de hongo del negro comenzó a oscurecerse con la sombra de la cola de Maia, y en menos de un pestañeo, la conchita de su hija bajó más y se tragó la cabeza completa.
—Ahhhh —pudo escuchar el padre a su hija en medio del caos del juego.
El negro bufó sonoramente, apretó con más fuerza la cintura de la chica y la empujó hacia abajo, penetrando un poquito más.
—¡¡Ay ay ay…!!!
—Es la impresión, chiquita, si ésta no es la primera que tragás.
El que tragó fue el padre, pero saliva. Él sabía que no era la primera, en eso el negro tenía razón. No debía ser dolor, debía ser impresión. Y debía ser así porque el negro empujó de nuevo y se vio claramente cómo otro tramo de gruesa verga se le hundió a su nena un poco más.
—Ohhhhhhhhhh —gimió el negro.
Un cuarto de pija adentro. Maia seguía con los ojos cerrados y los labios apretados.
—No me clave más, Señor…
—Callate, pendeja, que tengo casi toda la verga afuera y estás bien apretadita…
Y el negro la empujó más hacia sí.
—¡¡Ahhhhhh…!!!!
—¡Ohhhhh, Dios, qué rico se siente…!
—Por favor, Señor, no más…
—Tragá, pendeja. Ahí te va otro poco…
—¡¡Ahhhhhhhh!!
El padre de Maia no quiso ver más y giró su rostro. Las otras chicas ya definían sus lugares. La mayoría ya estaba siendo clavada por algún negro, solo dos lugares se disputaban. Todas las nenas se mordían los labios, algunas de dolor o impresión, otras de disfrute, porque algunas disfrutaban. Uno de los negros había tomado a una de pelo negro y colitas y se la había mandado hasta la base de un solo movimiento. La chica lloraba, pero el negro se la seguía serruchando hacia arriba y abajo sin piedad. Tenía una verga gruesa, no tan larga como los otros negros, pero sí bien gruesa, y la de colitas llorisqueaba y lo miraba al padre como pidiéndole ayuda. El padre miró al negro y decidió que no iba a decir nada. El negro se la seguía bombeando, subiendo y bajando a la chica desde la cintura, y manoseándole cuanto podía los pechitos bajo la ropa. La pija le entraba toda. Gruesa, venosa, con el brillo de los jugos de la chica. Hasta la base.
Otra chica de minifalda y botas altas rojas sí disfrutaba. No se había sentado sobre la pija, se mantenía de pie y bajaba y subía la cola clavándose ella misma la larguísima verga que la estaba llenando.
Maia no podía ver todo esto, seguía con los ojos cerrados. Ya tenía más de media pija adentro, casi tres cuartos, y el negro seguía empujando con fuerza. La sequedad le hacía doler un poco, pero por experiencia sabía que un negro no se detenía.
—Te voy a romper toda, putita —le susurraba el negro en el oído, y Maia temblequeaba. El negro comenzó a sacar la pija, más que nada para comenzar a provocar la lubricación. Así que la sacaba y se la enterraba despacio. No había forma de que en esa conchita estrecha entrara más.
—Por favor, Señor, me está empezando a doler… —llorisqueaba Maia.
Las dos chicas que sobraban, como prenda o “castigo”, debía besarse y manosearse delante de todos. Lo hicieron, no muy convencidas, pero sabían que debían acatar las reglas del juego. Así que dos de ellas, una morocha y una rubia, se abrazaron y comenzaron a besarse en la boca, primero tímidamente, luego ya con más confianza.
El grupo de chicas y negros las alentó con alaridos y gritos de fervor, y las dos chicas sonrieron, se miraron, y comenzaron a besarse en serio, con ganas, y a manosearse los pechitos y la cola, y a meterse mano por todos lados.
—Abrí los ojos y aprendé, pendeja —fue el consejo del negro a Maia.
Maia abrió los ojos y vio a sus dos amigas besándose y tocándose y se relajó. Y el negro aprovechó ese segundo de vacilación para clavar verga lo más a fondo posible.
—¡¡¡AAAAAHHHHHHH…!!! —gritó la pequeña, pero ya era tarde. El negro comenzó a bombearla y babear en su oído.
—¡Qué estrechita sos, bebé…! Te voy a llenar esa conchita de leche… espero que te sientes arriba mío dentro de unas vueltas, cuando me quiera vaciar…
—Por favor, Señor… Me está lastimando…
—Uhhhh síiii… Qué apretadita… qué apretadita… —le recitaba en el oído y la bombeaba arriba y abajo como un simio, con pijazos cortos y rápidos.
—Por favor…
—¿La sentís…? ¿La sentís muñequita…?
—S-sí… sí, Señor, la siento…
—Uhhhh… —jadeaba el negro, y le metía mano por las piernas y los pechitos—. Qué rico se te siente… ¿Te gusta, putita? ¿Te gusta…?
Maia dudó. Se sentía llena de verga, como si le hubieran metido un cilindro de un caño de desagüe. No era la primera vez que sentía esto, lo venía sintiendo desde que los negros se instalaran en el club. Últimamente le venía tomando el gustito, pero este negro le daba un poco de miedo.
—Sí, Señor… —mintió—. Me… gusta…
El negro jadeó y clavó más hondo, hasta la base. Sintió su pija calentita, apretada, latiendo, era el cielo acá en la Tierra.
—Síiiiii, putita, síiiii… Yo sabía… Yo sabía, putita… Y cuando te la clave por el ortito ese… uhhhhhhhh…
La tomó con una manaza de la cintura y la bajó y la subió sobre su verga para mejorar la fricción. La cola de caballo latigueaba en el aire y le daba en el rostro al negro, que le mordía los cabellos. La verga le latía, las venas se le hinchaban y la putita ya comenzaba a transpirar.
Pero entonces volvió la música y el juego se reanudó. Las chicas salieron presurosas de las pijas de los negros, que trataban de retenerlas porque les ajustaban demasiado rico. Hubo ruidos de “flop” acuosos al despegarse los cuerpos, y el juego se reanudó. Ya no sonreían las chicas, y sus bailes comenzaron a ser aun más patéticos, pues casi todas estaban muy nerviosas e inseguras. A los negros no parecía importarles demasiado. Las manoseaban al pasar y les prometían clavarlas hasta el cerebro si se sentaban sobre ellos.
Paró la música y todas fueron a sentarse. Esta vez no hubo peleas, cada chica, sumisa, se sentó con mucha inseguridad sobre el negro que le tocaba.
Se escuchó un coro general de “ahhh”s de ellas, impresionadas. Y de “ohhh”s de ellos, gozando la primera penetración
En segundos seis chicas estaban siendo perforadas por la concha, sentadas sobre los negros de pija de burro. Una pollera fue a dar al suelo, un lechazo temprano salpicó una nalguita. Las bombachitas estaban todas corridas, y las nalguitas abiertas recibiendo verga bien abajo. Algunas tanguitas se estiraban entre las piernas a la altura de las pantorrillas, lo mismo que alguna minifalda. Todas cabalgaban sobre las pijas con los ojos cerrados, dejándose usar, sin disfrutar de nada, solo padeciendo esas vergas que las horadaban y las humillaban. Debían cumplir. Debían respetar esa superioridad. Y por sobre todo, debían dejar a esos negros satisfechos.
En la tercera ronda, ya varios negros comenzaron a puertear algunos cueritos. Maia era tan menudita y tan estrechita que los negros le clavaban la concha hasta el fondo y casi que era cogerse un rico culito, de tan estrecha que era. Pero a la cuarta ronda, con la conchita ya bastante estirada de pija, y ya al menos una vez inundada de leche, los negros comenzaron a querer puertearle la colita.
—No, por favor, Señor, por ahí no que me duele en serio —suplicaba.
Pero aquella era una fiesta de navidad, no de caridad. Los negros no estaban allí para otra cosa que no sea su propio placer. El negro que tenía a la pequeña sobre sus muslos se escupió la mano varias veces y le lubricó el agujerito.
—Por favor Señor, soy muy chiquita de atrás…
—Mejor, bebé, mejor… —el negro libidinoso le salpicó de lujuria el oído, y a Maia le dio un poco de asco, cuando sintió la cabezota de la verga acomodarse en el huequito de su pequeño orificio.
—Por favor, Señor…
—Relajate, putita, te va a gustar…
Y la carne caliente del negro, que estaba bien ahuecada en su culito, se tensó, se endureció y procuró avanzar. Había mucha saliva, pero Maia lo tenía realmente estrecho. Maia sintió la cabeza avanzar y hacerse lugar, abir su pequeño esfínter.
—Por favor, por favor… —lagrimeó.
—Sí putita, siiiii… Pedime por favor…
Y el negro empujó.
—¡Ahhhhhh!! ¡Me duele, Señor, me duele en serio…!
—Si te duele relajá, putita, porque esta pija va ir bien adentro.
—¡No, Señor, se lo suplico…!
Maia miró a su padre, que contemplaba mudo la escena, quieto, con el dedo en el botón de pausa del reproductor de CDs. El padre se sintió mal, sabía que debía ir allí y defender a su hija, pero estaba inmovilizado por el pánico. Es que un negro metía más miedo que otro. Finalmente se incorporó y fue junto a su hija.
—S-Señor… —balbució—. Creo que… Creo que a mi hija se siente un poco… emmm… intimidada… tal vez…
—¡Papá, ayudame…!
—Sí, cuerno, ayudala… Abrile las nalguitas lo más que pueda así entra más fácil…
El padre, lentamente, con movimientos de zombi, se arrodilló entre las piernas del negro y rodeó a su hija hasta tomarle las dos nalgas.
—¡Papá, decile que por ahí no! ¡Me duele!
—Pero hija, yo… yo no sé si el Señor quiere esperar otra ronda…
—¡Abrila, cuerno!
Ante el rugido, el padre se apresuró a abrir las nalgas de su hija y el negro se reacomodó detrás. Maia temblequeó de ansiedad y resignación. El negro babeó, primero. Y empujó para clavar. Realmente era estrecha esa hija de puta. Le dio con fuerza.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh..!!
—Sí, putita, sí... Sufrí, putita…
—Aguantá, mi amor… —De la impresión, el padre la estiraba de las nalgas como si fuera una banda de caucho. Sudaba y tenía los ojos bien grandes mirando avanzar la carne cuando dijo—: Es solo la impresión…
El negro sintió su pija, su glande, mejor dicho, estirado y seco a pesar de la saliva. Tirante, a punto de romperse. Ese culito era virgen o casi; en tal caso, increíblemente estrecho. Sintió el calorcito y la humedad en la punta de la pija y se emocionó ante la inminente penetración. La puntita de la cabeza estaba entrando. Apenas la puntita, y ya se sentía en el Cielo.
—¡¡Ahhhhhhh…!! ¡Me está partiendo, Señor, se lo pido por favor…!
—Pendeja, callate y abrite más, ¿no te enseñaron que tenés que complacer a los machos?
—Sí, señor, sí —Maia lagrimeaba, un poco por reflejo, otro poco porque el negro tenía razón—. Está bien… —se rindió, y bajó la cabeza.
El negro llevó una mano a los hombros menudos de la chica y, con la mano en la verga para endurecerla aun más, empujó hacia abajo.
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!!!
—¡¡¡Sííííííííí…!!!!
Era la gloria. Ni media cabeza había entrado, nada. Pero se sentía como si le hubiera clavado un metro de pija.
—Por Dios por Dios por Dios…
—¡¡Sí, puta, sí, te vas a tragar la pija hasta los huevos!! ¡Abrí más, cuerno!
—Ay mamita, ay mamita…
Porque la chica había sido bien enseñada por su madre, y no quería ni le iba a fallar. Pero carajo, cómo le dolía.
El negro le sacó el miserable centímetro de verga que le había enterrado y volvió a lubricar ano y pija. Y volvió a clavar. El dolor fue igual. La penetración, también. Estuvieron así un par de minutos. El negro quería clavar a fondo pero por más que el padre la abriera, la falta de lubricación y la inexperiencia de la chica hacían que el tiempo no fuera el suficiente. El negro logró clavar apenas otro centímetro, que le supo celestial, pero no más. Ni siquiera pudo entrarle media cabeza. Le pidió el teléfono a padre y le prometió a ella y al padre que los iría a visitar a su casa en breve para terminar la tarea. El padre dudó pero dijo sí, y le dio la dirección. Maia agacho la cabeza sabiendo cuál iba ser su suerte.
El juego de la silla siguió un buen rato más. Hasta que todas las chicas terminaron cogidas por todos, enlechadas por dentro y por fuera, con las tanguitas en los pisos o en los tobillos, las minifaldas perdidas tras sillones, y las chicas con leche en las nalgas, en los muslos, en las mejillas y en toda la ropa.
Y con el padre de Maia limpiándolas a todas, a su hija y a las otras, tragando leche de negro mientras estos terminaban de garcharse a alguna y otros salían al salón para ir a coger con otras, o ir al potro donde, decían, había una tal Macarena y una Mónica que iban tras el record de dejarse llenar de leche por un centenar de negros.
EL BAILE
Macarena estaba exhausta, más muerta que viva, y Tore todavía no la había usado. Estaba en el potro desde hacía horas, y ya se la habían cogido y llenado de leche una cantidad de negros imposible de determinar. Le dolía todo, un poco por el potro y las ligaduras, pero mucho más por los abusos. Es que a estos machos no les importaba nada. La magreaban, la nalgueaban, le pellizcaban los pezones, la sacudían sin piedad. Y los pijazos… Dios, no era que le desagradaban, pero los negros la tenían enorme, y no les importaba mandárselas hasta el fondo. Y muchas veces simplemente le dolía. Se sentía ancha, ensanchada en realidad, le dolía abajo, y le dolía el culo. El agujerito se lo habían usado todos, se la habían cogido por atrás igual que por adelante. ¿Cuántos negros? ¿Quince? ¿Veinte?
—Cuarenta y dos, Maca, según mis cálculos…
Tore le acariciaba la cabeza con ternura, le pareció a ella, mientras otro negro la zarandeaba adelante y atrás abusándole ahora la cola. ¿Cuarenta y dos? Macarena se habría puesto en piloto automático en algún momento, solo dejándose usar, sin sentir nada. No había otra explicación.
—¿Cuánto faltan, Tore? Estoy muerta y quiero bailar con vos…
—Faltarán treinta o cuarenta más, princesa… depende las ganas de los chicos y si alguno quiere repetir…
A Macarena se le desinfló el ánimo.
—Pero vos me dijiste que era un ratito…
—Es un ratito, mi amor, aguante un poquito más…
—¡Yo me aguanto todo, Tore…! —terció Mónica, en el potro de al lado—. Lo que mi hija no quiera, pasámelo a mí.
Tore rio de buena gana.
—Lo sé, Mónica, lo sé… pero mis amigos también quieren variedad. A vos ya te cogieron casi todos… —Tore miró a la madre, llena de curvas y carne. Las nalgas generosas, los muslos llenos y los pechos, aplastados contra la madera, que se desbordaban. El negro que se la estaba cogiendo no paraba de manosearle todo lo que podía, como queriéndola retener antes del polvo que le estaba por venir—. Modestino, abrile las nalgas un poco, dejá que el amigo se la clave más hondo a tu mujer…
—Sí, Señor… Perdone, Señor… Tiene usted razón, Señor…
Macarena, también hamacada pero por un negro viejo y panzón, pidió:
—Quiero bailar, Tore… vos me prometiste…
—Ahora no podés, Maca. Te faltan otros treinta o cuarenta machos… no seas egoísta…
—Por favor, Tore… aunque sea un rato… aunque sea una canción…
Tore meditó un instante. El viejo de abdomen prominente le estaba clavando la colita a la pequeña con estocadas largas y lentas, disfrutando cada centímetro de verga que le enterraba y le apretaba. Detrás de él había solo dos negros más esperando para usar a ese putón de cola formidable.
—Está bien, Maca… te voy a dar el gusto… —Macarena pareció revivir—. Aguantate un rato más que voy a arreglar unas cositas y cuando vuelvo vamos a bailar un tema.
—¿En serio???
—Sí, pero un tema nada más, ¿eh? Que todavía te quedan muchos amigos que deslechar…
—Sí, Tore, sí, todos los que vos quieras…
—Dame un ratito que salgo y hago un par de arreglos. Vos mientras tanto portate bien y entregá esa colita hermosa que tenés a los amigos que vayan entrando…
—Sí, Tore, sí.
—No me falles, ¿eh?
—¡Apurate, Tore, que me muero de ganas de bailar con vos!
Macarena lo vio salir y miró para el costado, para el potro donde descansaba su novio. Mikel estaba más muerto que vivo, con los pantalones por los tobillos y el culo abierto como un ojo de aceite. Nadie lo estaba bombeando ahora, pero ella había contado al menos media docena de negros que se lo fueron clavando durante la noche.
—Cornudo… —lo llamó—. Cornudo… —Pero el chico no reaccionaba, parecía ido—. ¡Mi amor! —le gritó. Mikel reaccionó y se despabiló, giró su rosto hacia ella y la miró. Los dos estaban a la misma altura, boca abajo, atados cada uno a su potro—. ¿Por qué no me escuchabas? ¿Sos sordo o te hacés el tonto? Cuando te digo cornudo atendeme, ¿querés?
—Sí, mi amor, perdóname… ¿Qué…?
—Voy a bailar con Tore… No te enojás, ¿no?
—¿Qué? ¿Bailar?
—¡Sí, tonto! Quiero bailar, y como vos estás acá ayudando y Tore no estaba haciendo nada, le pedí que si bailaba conmigo… No te molesta, ¿no?
Mikel estaba agotado. Parecía drogado.
—¿Te cogió ya?
—¿Quién?
—Tore. ¿Te cogió mucho?
—No, nada que ver. Él no es así…
—¿Cuántos… cuántos te cogieron, mi amor…?
—No sé… Creo que tres o cuatro…
Mikel se apenó, no quería oír que Macarena le mintiera.
—Tenés dos más atrás de éste… —le dijo Mikel, señalando al viejo panzón que ya le comenzaba a acabar adentro. “Ahhhh… Ahhhhh…”, se le escuchó gemir al hijo de mil putas—. Y ahí está entrando otro…
—Sí, pero esos seguro te van a tocar a vos, mi amor… Tore ahora viene y me va a llevar a bailar…
Pero Tore volvió como dos horas después. En ese tiempo, a Macarena se la garcharon dieciséis negros más, diez por la concha y seis analmente. Y todos se hicieron limpiar con su exquisita boca. El culo le latía a la pobre chica cuando Tore reapareció.
—¿Te portaste bien, princesa?
—Sí, Tore, sí. Me tragué todas las vergas que vinieron. ¡Me las tragué por vos, mi amor!
Mikel no se quejó por el “mi amor” al negro. Hacía rato que estaba dormido sobre el potro, y solo se despertaba de vez en cuando si algún negro lo tomaba de las nalgas y se lo clavaba sin piedad.
Tore aflojó las correas y Maca se soltó. Se puso de pie, le dolía todo. Se estiró como pudo, ya sin fuerzas, chorreando de leche por todos lados.
—Dejame ir al toilette a arreglarme un poco, no quiero bailar con vos así…
—No, Maca, no hay tiempo. Bailemos rápido que tenés que volver acá cuanto antes. Acaban de llegar otros veinte negros y las chicas son siempre las mismas…
En el salón principal no había parejas bailando. Solo negros de todos los tamaños y cuerpos abusando de alguna que otra jugadora o madre por aquí o por allá. Ya ninguna traía o llevaba tragos, salvo los cornudos. Las chicas estaban arriba, en los cuartos, siendo abusadas a mansalva, o allí abajo felando a algún negro que las tomaba de los cabellos para violarles la boca. Había silencio. O casi. Todo era jadeos, de los negros y de las chicas y las madres. La música era suave, y Tore tomó a Macarena de la cintura y la atrajo para sí.
Macarena sintió el poder de esos brazos duros y firmes rodeándola contra ella. Sintió ese poder y esa contención, y no quiso salirse nunca más de allí. Mientras el negro la rodeó con el otro brazo y los dos cuerpos se abrazaron, y mientras ella respiró con profundidad el aroma de él, Macarena sintió venir y finalmente tuvo su primer orgasmo de la noche. Así, sola, sin nada, con el abrazo de Tore como único marco y disparador. Tuvo un orgasmo intenso que procuró disimular, no diciendo nada, solamente sintiéndolo.
Lagrimeó callada, apoyando su cabeza en el hombro de él.
—Tardaste mucho —le reclamó débilmente Macarena.
—Fui a hablar con el disc jockey para que pongan este tema… y a ver si había bebidas y también pasé por la guardería… Ahí me demoré un buen rato, quería cerciorarme que en la guardería también la estuvieran pasando bien.
Macarena lo miró a los ojos y aspiró el aire que emanaba de él. Aun conservaba algo del perfume importado que siempre usaba, pero también tenía un poco de olor a sexo.
—¿Y estaba todo bien?
—Sí, sí, aunque tuvimos que cambiar varias veces a los niñeros… Esas chiquitas agotan a cualquiera…
Ella se refugió en su pecho, esperando, pero también sintiendo y disfrutando de la tibieza de ese cuerpo.
—Besame, Tore.
—¿Ahora?
—Besame, quiero que este tema no se termine nunca…
—Pero… no sé… Tenés leche de cincuenta tipos en la boca…
—Besame, por favor… Por lo que más quieras, besame…
Era cierto que Tore tenía olor a sexo. A macho. Pero su madre le había explicado, y Macarena comenzaba a entenderlo, que esto era así, que no debía sentir celos. Que estaba bien. Suspiró, se colgó más fuerte del cuello y se apretó al pecho del negro.
—Hago lo que quieras, Tore… Si querés que me quede acá una semana dejándome usar por otros ochenta negros, me quedo, pero besame por favor…
—¿Lo harías? —Macarena sintió los dedos del negro horadarla atrás, enterrándole el anular por atrás, hasta la falange. Se sintió halagada—. Porque podría hacer arreglos… conozco todavía más amigos… muchos más…
—Besame y me dejo hacer todo lo que vos quieras por los negros que vos quieras, pero besame por favor…
—Hay uno que va a querer hacerte la cola… Pero la tiene bastante más ancha que Bongo…
—Aunque me sangren los ojos te lo juro que me la dejo clavar hasta la base…
La música sonó más fuerte, las pocas luces de discoteca giraron como giraban ellos, y todo alrededor pareció esfumarse a negro, o a nada, porque nada estaba existiendo fuera de Tore y de ella. Macarena elevó su piecito de apoyo, se elevó toda, todo lo que pudo, subió el mentón y besó a Tore en la boca.
Fue su segundo y último orgasmo en la noche.
EPILOGO
Salieron de la casona y la calle los recibió con sol, con aire que parecía oxigeno puro y con el canto de las chicharras taladrándoles las cabezas. El olor, el humo, los negros, el sexo quedaron atrás, pero el cansancio de Mikel y Modestino, y el goce de Mónica, Maca y Maia, se iban con ellos.
—Yo sabía que esta fiesta era una fiesta de locos… —recitaba Modestino sacando las llaves de su auto—. Te dije que era mejor no venir…
—Sí, mi amor… Tenés razón…
Mónica casi no tenía aliento para responder, pero quería guardar las formas.
—¡Esto es inaudito! —seguía quejándose el padre de familia.
Entraron al auto, tardaron un buen rato en acomodarse todos.
—¿Cuántas veces te cogieron? —se enojó Modestino. Nadie le respondió—. ¿Cuántas veces?
—No sé, amor… —respondió su mujer—.Creo que me cogieron todos los negros de la fiesta… ¿Unos cien…?
—¿Y te parece bien? ¿Te parece un buen ejemplo para tus hijas?
—Ay, amor, arrancá que quiero ir a casa a dormir.
Modestino encendió el auto y puso primera.
—¿Y vos? —le recriminó a Macarena—. ¡Jamás me imaginé verte así, Macarena! ¡Estabas hecha una puta!
—¡Ay, pa, no exageres! Era una fiesta, y los entrenadores eligieron ese motivo… ¡Quizá la próxima sea la fiesta de la espuma o de los animalitos y tengamos que ir disfrazados de conejos!
Mónica se atoró con una risotada:
—¡Vos podrías ir disfrazado de ciervo, mi amor, jajaja!
—¿Qué próxima? ¡Era una fiesta de fin de año, no va a haber otra próxima!
—No sé, pa, viste que los judíos y los chinos festejan el año nuevo en otras fechas…
—¡Pero ellos son negros!
Mónica suspiró.
—Ay, sí…
Modestino dobló y tomó por una avenida. No lograba esquivar los pozos de esa calle toda rota del conurbano. Miró por el espejo y vio a Maia dormida.
—Y menos mal que tuve el buen tino de llevar a la pequeña Maia a la guardería… a salvo de toda esa orgía de depravación…
Mónica y Macarena ahogaron una risita.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Nada, pa, hablás como un pastor evangélico…
Modestino rumió su frustración.
—¿Y vos, Mikel? ¿No querés agregar nada a lo que yo pienso? ¿No tenés nada para decir?
—Sí, suegro, claro que sí…
—¿Qué tenés para decir, Mikel?
—Que trate de no agarrar más baches, que me duele mucho el culo…
El auto siguió por la avenida en silencio por unos cuantos minutos.
Y unos cuantos más.
Al final, como nadie decía nada, Modestino quiso saber:
—Y esa próxima fiesta… ¿Cuándo va a ser…? ¿Va a ser como ésta, llena de negros…? ¿Dejarán entrar a los maridos… aunque sea los más comprensivos como… emmm… como yo…?
Pero todos ya estaban dormidos así que nadie le respondió, y así en silencio, finalmente el auto se perdió en la avenida suburbana rumbo al elegante barrio de capital desde donde habían venido.
FIN (relato completo)