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Éramos tan Pobres (IV)

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ÉRAMOS TAN POBRES
Parte IV  
(VERSIÓN 1.2)

Por Rebelde Buey



14.

El Joselito apretó los billetes que le dejó la Yesi y los que el viejo le había dado a él. Los había contado diez veces, y al derecho o al revés la cuenta daba lo mismo.
—¡No nos dio ni un peso más!
Su mujer estaba en la cama en bombacha y corpiño solamente, respaldada contra la pared con una pierna recogida y la otra estirada. Se pasaba una crema por la panza, que ya comenzaba a notarse, y el Joselito no pudo evitar una pequeña descarga eléctrica en su pingo. Le encantaba la Yesi, con esa carita de pícara y sus piernas carnudas, que eran como siempre, y los pechos más llenos, cosa que era nueva. Se tapó la erección con una mano porque el calzoncillo era muy botón, pero se maldijo: tampoco era tan grave, caracho, ella era su esposa, no debería sentirse avergonzado, ¿no?
—Ay, Joselito, ¿otra vez te pusiste al palo? —se dio cuenta la Yesi—. Al final tiene razón mamá, ¡sos un enfermo que lo único que piensa es en el sexo!
—Mi amor, te digo que don Brótola no nos pagó el doble y vos ni te mosqueás —El Joselito no sabía si indignarse por la desidia de su mujer o enojarse por el desinterés en cuestiones de alcoba—. Y además, cómo no voy a andar así de caliente si vos y yo nunca hacemos… ya sabés… eso que se hace en cualquier matrimonio…
—¡No exageres, Joselito, lo hicimos la semana pasada!
—¡Eso fue hace un mes, Yesi!
—Bueno, ¿qué querés? Estoy embarazada, no tengo tantas ganas como antes.
—¡Pero mi amor, si a ese viejo hijo de puta te lo cogés todos los días!
—Uy, lo decís como si me gustara. Es parte de nuestro trabajo en lo de don Brótola, yo qué culpa tengo? Si no fuera por eso, ni este trabajo tendrías vos.
La Yesi se dio vuelta y dejó su culazo inflado y redondo bien en punta. La tanguita se estiraba en el arco de esas redondeces hasta casi cortarse, y se le metía entre las nalgas bien desde abajo hacia la cintura, devorada centímetro a centímetro por sus cachetes gordos como manzanas gordas. El Joselito dio dos pasos y se clavó a su lado, hipnotizado por esa visión y tragando saliva.
—El viejo hoy te cogió dos veces, debería habernos pagado el doble.
La Yesi se removió en la cama y puso el culazo más en punta, bajándose la tanguita hasta la mitad de la cola. Más no pudo bajarla porque las nalgas y la conchita no soltaban la tela ahí abajo.
—Mi amor, pasame esta cremita en el agujerito de la cola… Don Brótola me lo dejó a la miseria…
El Joselito tomó el pote ofrecido y se abalanzó al culazo de su mujer con la desesperación de un depravado. Le corrió la bombachita unos centímetros para un costado y en el movimiento aprovechó para manosearle disimuladamente las nalgas. Sonrió la Yesi con ese contacto pajero.
—No es justo, mi amor… —se quejó él, mientras untaba por el ano un dedo completamente embadurnado—. Don Brótola te coge cuando quiere, te hace el culo, te llena de leche… y yo solo puedo pasarte cremita por los restos que él me deja.
—Te entiendo, Joselito, pero ya se sabe que en el matrimonio, y más si tenés hijos, hay que hacer un montón de sacrificios…
El Joselito suspiró vencido. Era cierto lo de los sacrificios de ser padre, se lo había dicho todo el mundo apenas dejó embarazada a la Yesi y decidieron casarse. Claro que como contrapartida se suponía que la vida en pareja tenía sus beneficios. Joselito descontaba que el casorio le aseguraba noches y noches de intimidad, esa fue una de las razones por las que aceptó semejante cambio de vida. Porque amaba a la Yesi, la única mujer con quien había estado en una cama, y amaba al crío que se gestaba en su pancita.
El Joselito siguió manoseando las nalgas carnosas de su mujer y pasándole cremita por el esfínter. Como quien no quiere la cosa, se había animado a meter un poquito de su dedo, entre tantas idas y vueltas. El Joselito transpiró. Estaba más al palo que nunca.
—Joselito, no te hagás el vivo… —lo regañaron.
—Mi amor, me tenés re alzado con este manoseo, aunque sea dejame metértela un poquito…
—Cortala, Joselito. Estoy re cansada de que me cojan, y encima mañana otra vez.
—¿Pero yo qué culpa tengo? Dale, aunque sea la puntita…
—Vos siempre lo mismo… ¡Comportate, querés?
—Hace un mes que nada de nada, ¡estoy que exploto!
La Yesi puso su culazo aún más en punta. Escuchó a su cornudo suspirar casi en un jadeo y tuvo que ocultar su rostro en la almohada para reprimir su risita.
—Está bien, Joselito. Hacete una pajita mientras me manoseás un poco la cola… ¡al final siempre te salís con la tuya!
—¿Una paja? Pero yo quería…
—¡Bueno, Joselito, a vos no hay nada que te venga bien! Si no querés pajearte es asunto tuyo, yo por mí me voy a dormir. No sé quién me manda a ceder tanto si al final no valorás un soto…
La Yesi bajó una pierna y ya comenzaba a darse vuelta sobre el colchón.
—¡No, mi amor, está bien, está bien, quedate boca abajo, yo me pajeo, yo me pajeo!, ¿ves?
Desesperado ante la posibilidad de no poder siquiera descargarse, el Joselito sacó su pija durísima y comenzó a masturbarse a los apurones.
La Yesi no giró y recogió otra vez la pierna, quedando nuevamente con su culo entangado señalando a Dios.
—¿Te gusta mi cola, Joselito? —preguntó con picardía, y la puso más en punta para calentar a su marido.
El Joselito no podía creer el culazo que estaba manoseando. Explotaba de carne dura y tensa como el parche de un tambor, casi tan duro como su propia pija, casi tan tenso como su ansiedad por no poder cogerla desde hacía un mes. Con la izquierda amasaba el culazo, con la derecha se agitaba sobre sí mismo como un monito en celo. Un mes que no cogía, un mes en el que ni siquiera lo habían dejado manosearla ni de broma.
—¡Me encanta tu cola, mi amor! ¡Es la mejor cola que vi en mi vida!
La voz le salía entrecortada al Joselito, porque la paja era tan violenta que le agitaba el pecho.
—Con el embarazo se me puso más linda, ¿viste? —la Yesi se removió apenas mientras su marido la manoseaba, se subió otra vez la bombachita y se la enterró entre la cola como no lo había hecho nunca antes en su vida. Escuchó al pajero tragar saliva sin dejar de agitarse—. Don Brótola también me dice que es la más linda que vio en su vida.
El Joselito apenas se detuvo una fracción de segundo. Pero siguió.
—Sí, Yesi, ya sé que le gusta. Pero mejor no…
—Don Brótola también me manosea la cola, Joselito —La Yesi se arqueó sobre el colchón hecha una caldera de morbo—. Así, como vos, bien desesperado…
El Joselito aflojó un poco la paja y el manoseo, pero ya estaba muy al borde como para cortar.
—¡Mi amor, dejá de hablar de ese viejo taimado, por favor! ¡Quiero que pienses en mí!
—Sí, Joselito, pero es que me acordé que don Brótola me manosea la cola igualito igualito que vos ahora, pero él… —El Joselito seguía pajeándose con fuerza— pero él me manosea y enseguida me manda verga bien bien adentro.
Dejó la paja por un segundo el Joselito, y fue a manosear. Pero se quedó. Estaba confundido.
—Mi amor, dejá de hablarme de viejo, que estoy por acabar…
—No te hablo del viejo, tarambana, te hablo de la verga del viejo…
—¡Yesi, por favor!
Y el Joselito otra vez a la pajota violenta. Fap! Fap! Fap! Fap!
—Me clava todo ese pedazo que tiene hasta el fondo.
—¡Yesi!
Paja. Paja paja y más paja. Al Joselito ya le venía.
—Por la concha o por el culo, Joselito, pero siempre bien adentro, hasta el fondo.
—¡Yesi, no!
Le venía. Le venía y su mujer no dejaba de hablar de cómo ese viejo hijo de puta se la cogía por dos monedas.
—Y mientras me manosea, así como me estás manoseando vos, me abre las nalgas y me apoya la cabeza de la verga y me clava hasta el fondo!
—¡¡¡Yesii!!! ¡Por lo que más quieras!
Fap! Fap! Fap! Fap! Se venía. Ya mismo. Ahora.
—Hasta que le siento los huevos chocándome abajo…
—¡Ahhhhhhhhhh!
—¡Cornudo, no me la echés en la cola que ya me bañé!
El Joselito se cortó una fracción de segundo. La leche le vino imparable y apenas si pudo meter su mano en la cabecita de la pija.
—¡Aaaaaahhhhhhhhh!! —y la pija le explotó en la mano, y en el mismo movimiento se corrió para un costado, para no ensuciar el culazo de la Yesi—. ¡¡Ahhhhhhhhh…!!
La leche se le escurrió entre los dedos y fue a dar al acolchado y al piso, pero en el agite una o dos gotas cayeron sobre el muslo de la Yesi.
—¡Joselito, la puta madre, te dije que no me ensuciaras!
Todo fue en un segundo. O menos.
—¡Fue sin querer, mi amor!
Pero el Joselito seguía acabando, ahora el tercer lechazo y se maldijo porque no lo estaba disfrutando, entre que se tenía que mover, se tenía que tapar la cabecita para no salpicar y ahora su mujer que lo cagaba a pedos en medio de la acabada.
—¡Sos un pajero inútil de mierda, Joselito, no puedo creer lo que me hiciste!
—Mi amor… Ahhhhhhh… ¡no es para tanto!
La Yesi ya estaba de rodillas en la cama y de frente a él, fastidiada.
—¡Dejá de acabar, Joselito! ¡Debería darte vergüenza!
El Joselito se terminó acabando sobre una de sus piernas, mientras su mujer lo miraba como si fuera un depravado. Aun así fue imposible no deslumbrarse ante la belleza de su esposa en ese momento, ella sentada sobre sus talones, en corpiño medio corrido, con medio pezón afuera, y las piernotas que se le hacían puro poder, así dobladas y tensas como estaban. Y el culo… El Joselito se terminó de pajear sin que la Yesi se diera cuenta mirando y pensando en ese culazo inflado y entangado sobre esos talones con mediecitas blancas de algodón.
Fue al baño y trajo papel higiénico.
—¿Qué hacés con eso?
—Voy a limpiarte… Son dos gotitas, no hace falta que te bañes…
—Con eso vas a desparramarme la leche sobre todo el muslo. ¡Limpiame con la lengua!
—Pero Yesi, no hace fal…
—¡Limpiame con la lengua, carajo! ¿Cómo te lo tengo que decir?
El Joselito se quedó. Nunca le había gritado así su esposa, el amor de su vida, la mujer que había elegido para siempre. Pero por alguna razón la justificó no por el embarazo sino porque la había ensuciado. Así que claudicó y la limpió con la lengua. En un punto encontró un consuelo: desde que don Brótola le cogía a la mujer todos los días, nunca más había tenido oportunidad de besarle una nalga.



15.

Para sorpresa de la parejita, a la mañana siguiente don Brótola no se cogió a la Yesi. Tanto el Joselito como su mujer andaban limpiando aquí y allá sin hablar. El Joselito sonriente y tarareando una canción, y la Yesi suspirando por los rincones de la casa con nostalgia y desazón.
Al mediodía el Joselito se armó de coraje y encaró al viejo.
—Don Brótola, ¿cuándo nos va a pagar lo que falta? Nos dijo que si se la cogía el doble nos iba a pagar el doble.
Estaban en el comedor. La Yesi sentada en el sofá, tomándose la panza, y el Joselito planchando ropa.
—No, mocito. Les dije que si querían el doble de paga, ella iba a tener el doble.
—¡Y bueno! —se mostró confundido el Joselito. La Yesi estaba expectante.
—¡Pero el doble de pijas, abombao!
En ese momento golpearon a la puerta, y don Brótola fue a abrir.
Regresó al comedor con otro viejo, un semi calvo grandote y regordete con una verruga en la mejilla, y también en calzones. Tenía seguro más de 60 años, sonreía y ya antes de que lo presentaran se sobó la garcha impúdicamente. El Joselito dejó de planchar, desconfiado, y la Yesi se levantó del sillón, pues venían hacia ella.
—Este es Remolacha —anunció don Brótola—. Vino a conocerte... Él va a poner la otra parte del jornal que ustedes querían.
—¿Cómo??? —saltó el Joselito.
La Yesi se alejó medio paso y evaluó al tal Remolacha, sonriéndole con aprobación. Era feo, gordo y grasiento, pero el calzón le abultaba una pija de dimensiones más que prometedoras. El Joselito, en cambio, se indignó.
—P-pero… ¿quién es este tipo? No va a pretender cogérsela, ¿verdad?
El tipo nuevo miraba a la chica con bastante entusiasmo. La pequeña iba en shortcitos de algodón muy liviano, tan ajustados que más que vestirla le forraban de tela el culo y la parte superior de los muslos. Arriba, lo de siempre: una remera algo escotada y ajustada que le hacía las tetas más notorias, y le dejaba la pancita al aire.
—Ya te dije quién es. Es Remolacha. ¿Y no eras vos el que quería cobrar el doble?
—¡Pero no quiero que se la coja otro que no sea usted!
Hubo un silencio repentino.
—Gracias, Joselito —fue puro sarcasmo don Brótola—, es muy halagador de tu parte…
—¡No! ¡Quiero decir que con un solo viejo degenerado que me la coja ya es suficiente!
El tal Remolacha tomó a la Yesi de una mano, y el pobre cornudo vio cómo su esposa no solo no se resistía sino que se mostró halagada y se enderezó bien espigada, para lucir mejor culo y tetas.
—Joselito, yo no puedo pagarles más de lo que ya les doy. Si quieren ganar el doble, tu mujer tiene que trabajar para el doble de patrones.
—¡Es que esto es un abuso! ¡Mi vida, decí algo!
La Yesi se soltó de la mano del nuevo viejo y giró para sacudir una inexistente pelusa del sillón. Hasta el Joselito se dio cuenta que lo había hecho para que el nuevo le viera el culazo redondo y traga-telas con el shortcito bien bien metido adentro de la raya.
—Amor, necesitamos ese dinero para el bebé… —Ella volvió a ponerse de frente, don Brótola dio un paso y se le puso al lado, tomándola y magreándole el culo con desfachatez—. Cuanta más plata nos paguen, más rápido nos zafamos de esta situación que a ninguno de los dos nos gusta.
—Es que te va a coger otro tipo más… Una cosa es que te coja don Brótola, ya me acostumbré, pero…
El nuevo también dio un paso y se ubicó al otro lado de la niña y la tomó de la cintura.
—Mi amor, no es para tanto. Si ya sos un poquito cornudo… no es que vas a ser más cornudo porque me coja también Remolacha…
—Es que… Además, yo pensé que íbamos a cobrar el doble todos los días, no solamente hoy.
Don Brótola carraspeó sin sacar la mano del culo de su mujer y le aclaró:
—Remolacha es un buen macho, Joselito, así que no te preocupes.
Remolacha se movió hacia el chico y le dijo buenamente:
—Si nos entendemos con la mocita, y si la mocita es tan cumplidora como dijo mi compadre, voy a venir a diario. No se preocupe, Joselito, que su mujer va a recibir el doble de dinero todos los días.
Y el doble de verga, pensó el Joselito.
La Yesi también lo había pensado:
—¿Y qué pasa si un día no puede venir? O si se enferma por una semana…
—No hay problemas —don Brótola no paraba de meterle mano entre la raya—. Tengo muchos amigos dispuestos a ayudarlos para que ese hijo que viene a este mundo no pase necesidades.
La Yesi pegó unos saltitos de la alegría. Literalmente unos saltitos, y aplaudió corto e histéricamente, como hacen las nenas, mientras los dos viejos, uno de cada lado, no solo le manoseaban el culo a su antojo, sino que ya incursionaban también en los pechos, por sobre la remera.
El Joselito desvaneció un suspiro con el que se le fue el alma, y cayó sentado en la silla donde acomodaba la ropa que estaba planchando.



16.

Esto no estaba bien, los viejos tendrían que recapacitar. La Yesi tendría que recapacitar. ¡Alguien tendría que recapacitar! Si ya antes no le gustaba que se la cogiera don Brótola, por los jadeos y vulgaridades que le arrancaba a su mujer, escucharla con dos viejos era prácticamente intolerable.
El Joselito debía haber ido a lavar los platos en cuanto los otros dos terminaron de almorzar y se llevaron a la Yesi a la pieza. En cambio los siguió detrás, rogándoles que no se la cogieran. Le hubiese gustado contar con el apoyo de su esposa, pero ella parecía muy distraída sobándoles las vergas a los dos viejos por encima de los calzones, como si quisiera ir preparándolos y a la vez midiéndolos en toda su dimensión.
Los viejos también manoseaban la mercadería, aunque esto no le dolía tanto al Joselito. Mientras suplicaba y lo ignoraban, veía delante de él cómo la Yesi caminaba moviendo con sensualidad el culazo hermoso que tanto le gustaba. Las manos de los viejos iban y venían por sobre el shortcito de algodón con puntillitas en los bordes, que al enterrarse le hacía el culo todavía más promiscuo.
La última súplica del Joselito murió cuando le cerraron la puerta de la habitación en la cara.
—Por favor, don Brótola… señor Remolacha… —rogaba el Joselito de cara a la puerta ya cerrada, como si fuera un loco hablándole a una pared— No me la cojan mucho… ¡está embarazada!
Desde la habitación no le respondió otra cosa que el silencio.
Hasta que empezaron los gemidos. Era la Yesi, sin dudas. Los dos viejos sucios ya le estarían haciendo cosas. Otro gemido y luego un “mmm…” y ella comenzó a jadear. El Joselito golpeó fuerte la puerta con su puño.
—¡Yesi, no lo disfrutés!
Otro silencio breve y la voz de su esposa:
—No, Joselito… No lo voy a disfru… ¡¡Aaaaaaahhhhhh por Diossss…!!
—¡Yesi!
Por más que el Joselito volvió a insistir con sus golpes, ya nadie dijo más nada por un buen rato. Solo los jadeos de su esposa probaban que allí pasaba algo. A los que luego se sumaron los de un hombre —don Brótola—, disfrutando. El Joselito ya conocía muy bien los sonidos del viejo cuando se cogía a la Yesi. Por los gemidos supo sin la menor duda que la Yesi le estaba chupando la pija, y tuvo un rapto de envidia.
Otros golpes a la puerta y otro reclamo del Joselito.
—¡Yesi, no se la chupés, por el amor de Dios! ¡Tené la decencia de no hacer nada que no hagas conmigo!
Pero los jadeos de don Brótola siguieron, y no solo eso, de pronto dio aviso la voz de Remolacha.
—A ver, chiquita, si también te gusta ésta…
Un rumor de cuerpos acomodándose y la voz de su mujer:
—¡Ay, señor Remolacha, qué pedazo de verga!
—¡Yesi, te prohíbo que hables así!
Y ella le contestó desde dentro de la habitación, como si tal cosa.
—Es que la tiene enorme, mi amor… ¡Es más grande que la de don Brótola!
No, no podía ser. Tenía que estar exagerando. La pija de don Brótola era algo imposible de superar. Por un buen rato nadie habló en la habitación, todo fueron gemidos, ruidos de chupadas, “hmmmes”, “ahhhes”, y un completo concierto de lujuria. El Joselito se dijo que no era posible lo que la Yesi había dicho de Remolacha. Decidió salir al patio trasero e ir a espiarlos por la ventana de la habitación.
Fue. Las cortinas estaban cerradas y no pudo ver nada. Cuando regresaba descubrió a su suegra viéndolo desde su propio parquecito trasero, en la casa lindante, separada por un alambrado y un ligustro raído.
—Joselito, ¿qué hacés ahí espiando?
El Joselito dudó, sin saber qué decir. Le daba mucha vergüenza lo que estaba sucediendo, aunque por otro lado sus suegros ya sabían lo que le hacían a su hija, y hablar lo iba a desahogar.
—¡Me la están cogiendo otra vez, Marta!
—Ay, Joselito, ¿de nuevo con eso? No tiene importancia, hijo, ella está enamorada de vos, solo se deja porque vos no conseguís trabajo… —Cualquier oportunidad aprovechaba la Marta para recordarle que el sacrificio de su hija era por culpa suya—. Además, ahora les paga el doble, ¿no?
—Sí, pero me la cogen el doble —al Joselito le costaba ser claro con esto, por su orgullo—. El doble de viejos… —Y como vio que su suegra no entendía, terminó de decirlo— ¡La Yesi está ahí recibiendo pija de don Brótola y de un tal Remolacha!
La Marta se sobresaltó como si hubieran nombrado a un fantasma.
—¡¡¿¿Remolacha???!!
En eso apareció su suegro, el Alcelmo, y se ubicó junto a su mujer, siempre al otro lado del alambrado con ligustros, en la casa de ellos.
—¿Qué pasa con Remolacha? ¡Espero que ese viejo crápula siga pudriéndose en la cárcel por el resto de su vida!
El Joselito abrió grande los ojos, la Marta se apuró a aclarar.
—No exageres, Alcelmo, Remolacha no es tan malo. Además, parece que está en casa de don Brótola cogiéndose a la nena.
—¿A la Yesi también??!
En el interior del Joselito se había prendido una alarma.
—¿Cómo es eso que estuvo en la cárcel? ¡No voy a permitir que esté con un asesino serial!
—Calmate, Joselito —intercedió la Marta—. Remolacha no es nada de eso. Pasa que cuando era más joven le… se sospechaba que se veía con la mujer del comisario…
—No se sospechaba nada. Se la cogía todos los días. Y cuando el comisario se enteró, fue a agarrarlo y lo encontró no solo con su esposa sino con la mujer del juez. ¡Se terminó comiendo no sé cuántos años a la sombra!
—Pobre Remolacha… —suspiró la Marta.
—Era un hijo de puta. Se cogió a un montón de mujeres acá en el pueblo. Don Brótola se cogía a las casadas, y Remolacha a sus hijas. Al final se cruzaron a las mujeres y Remolacha también se terminó cogiendo a todas las casadas.
—¡A todas no, Alcelmo! ¡A mí no me cogió nunca!
—No, no… mi amor… —cortó el suegro con manifiesta ironía y dolor en su voz—. Seguro que a vos no…
—Te lo digo en serio. Que te hice cornudo con don Brótola toda la vida, bueno, eso lo acepto… Y que en nuestra luna de miel cogí más con el personal del hotel que con vos, bueno, eso lo acepto...
—¡Marta!
—Y que luego, hasta que nació la Yesi, me cogió toda la plantilla de empleados de la Municipalidad donde trabajábamos, bueno, también lo acepto… Y que luego ya con la Yesi…
—¡Marta, el Joselito ya entendió!
—Es que Remolacha nunca estuvo conmigo, y no quiero que mi yerno se piense que soy una puta.
El Alcelmo la miró con cierto recelo, pero al Joselito se le hizo evidente que al final le creyó. Su suegra se acomodó las tetas, parándoselas, como siempre hacía cuando hablaban de don Brótola, o de cómo se cogían a su hija.
—Bueno, ¿y qué hago? ¡Les digo que me la están cogiendo los dos! ¡Y de seguro los dos a la vez!
—Bueno, Joselito, a ella no le queda otra hasta tanto vos no consigas trabajo. ¡Al final pareciera que no valorás nada de lo que hace la Yesi!
—No, Marta, yo lo valoro, es que cada vez más me parece que le gusta…
—Si supieras la de veces que me tuve que sacrificar porque el Alcelmo no traía suficiente dinero a casa…
—¡Marta, el chico no quiere saber nuestras calamidades…!
—Durante unos años el Alcelmo se aguantó que me cogieran los dueños de la casa de lencería del pueblo… ¡me hacían de todo esos pícaros!
—¡Marta!
—Lo cuento para que el chico sepa que si no tiene trabajo, a veces las mujeres tenemos que hacer cosas desagradables para alimentar a la familia.
—¡Esos dos hijos de puta de la lencería no te cogían a cambio de alimentos sino de un poco de ropa sexy!
—¡Sí, que no podía comprar porque con tu sueldo no alcanzaba!
—¡No quería comprarlo con mi sueldo porque era ropa que estrenabas con don Brótola!
—Bah, siempre con excusas vos. Lo que yo digo es que el Joselito tiene que ser comprensivo.
El Joselito agachó la cabeza y se fue hacia la casa de su empleador, dejando a sus suegros en otra discusión infinita. Debía conseguir un trabajo en serio si no quería terminar como ellos.



17.

Una hora después el Joselito se acercaba a la habitación por el pasillo. Los gemidos animales y las puteadas se escuchaban desde la puerta de la casa, y se hacían más y más estruendosos y salvajes al acercarse. Eran sonidos cavernícolas, como si los dos viejos fueran dos bestias que abusaban de su pobre e inocente mujercita. Golpeó la puerta de la habitación con sus nudillos y los sonidos y jadeos se acallaron por un instante.
—¿Qué pasa, cuerno? —era don Brótola, enojado por la interrupción.
—Yo… ya limpié toda la casa, Señor… solo me falta esta habitación…
El Joselito mentía, no había terminado nada, pero no aguantaba más dando vueltas por ahí con ese concierto perverso. Supo también que don Brótola sabía que no había terminado y rogó para que no lo mandara a hacer otra cosa.
Hubo un segundo de silencio, de deliberación. Hasta que habló su mujer:
—Pasá, cuerno, pero no hagas escándalo, ¿eh?
—No, mi amor…
El Joselito entró con paso tímido. Si bien ya se había acostumbrado al ruido, a lo que no estaba preparado era al olor. Ahí adentro se respiraba sexo, y el tufo a cogida era insoportable. El tufo a su mujer cogida, porque el olor era a eso: a dos viejos cogiéndose a su mujer. Trató de disimular su mirada, así que fue con el trapito a limpiar los muebles, y pudo ver a la Yesi tirada en la cama, desparramada, recibiendo pija del tal Remolacha, que la bombeaba desde el piso sin misericordia. Tenía todos los pelos revueltos, muchos sobre su rostro, y estaba en tetas, con los pezones parados y enrojecidos como chupones de mamadera, y con la bombachita haciéndose la decente, corrida para un costado sobre un nalgón.
—¡Tomá, puta! ¡Tomá pija, hija de re mil putas!
Era Remolacha, que la bombeaba a lo bestia, como desquitándose de algo, y la insultaba y le pegaba nalgadas en el culazo.
—¡Sí, Remolacha, síhhh! ¡Soy su puta! ¡Soy su putaaaahh!
Al Joselito le temblaba la mano y el trapito se le movía. La Yesi se habría dado cuenta, o quién sabe por qué, quizá por puro morbo, la cuestión que le aclaró:
—Mi amor… Te juro que… que no estoy… gozando… ¡¡Ahhhhhhhhh!!!
Don Brótola se le ubicó adelante como para meterle la verga en la boca, pero ella se la agarró de la base, a la pija, y giró hacia el nuevo y le dijo:
—¡Me está puerteando!
—¡Sí, putita, claro…! ¡Voy a clavarme este culazo hasta que se me acalambre la chota!
Hubo un movimiento detrás de la Yesi, el Joselito pudo verlo bien por el espejo que estaba limpiando. El viejo le estaba tratando de acomodar algo.
—¡Ahhh…! ¡Aaaahhh! —gritó la Yesi de dolor o de la impresión—. No, Remolacha… Deje que primero me lo haga don Brótola… la suya es muy grande…
La Yesi se reacomodó y los viejos hicieron lo mismo alrededor de ella.
—Nena, si estoy pagando es para usarte completita...
—Sí, sí, Remolacha, por supuesto, pero deje que primero me ensanche don Brótola… y luego usted me lo clava hasta donde quiera…
—No, gurisa… no te quiero ni un poquito estirada. Lo quiero bien apretadito para descargarme como Dios manda. Además, no la tengo más grande que don Brótola.
El Joselito ahora pasaba el trapo a un estante, parando la oreja. Estaba de espaldas a la cama aunque sabía la disposición en la que habían terminado. La Yesi, obviamente en el medio, boca arriba con las caderas de costado. Usaba la parte interna del muslo de don Brótola como almohada, bien cómoda para chuparle la verga casi por completo. Lo tenía tomado de los huevos con una mano y con la otra lo pajeaba mientras lo felaba. Atrás, de pie sobre el piso, Remolacha le puerteaba verga por el orificio del culito, así de costado como ella estaba, masajeando y regodeándose con las nalgas de su esposa.
Se escuchó un sonido de chupete al dejar de chupar pija, y a la Yesi:
—No, Remolacha, le digo que usted la tiene más grande…
Y el otro que no, y la Yesi que sí, y entonces hubo ruido de colchón y don Brótola llamó:
—Cuerno, dejá de hacer como que limpiás y vení a ver qué te parece.
El Joselito giró, trapito en mano. Vio sobre la cama a su mujer, ahora boca abajo y con el culo desnudo apuntando hacia él. Don Brótola a la derecha y Remolacha a la izquierda. Los dos esgrimían sus vergones anchos y desnudos, apoyados uno sobre cada nalga de ella, como matambritos en el mostrador de una carnicería. Eran grandes, y sobre todo muy gruesos. Cierto era que él ya lo conocía al de don Brótola, pero verlo así sobre el nalgón gordo de su mujer y compartiendo espacio con otro de similares dimensiones, lo desahució.
—¿Y, mi amor? —preguntó la Yesi, divertida—. ¿Es más grande o no es más grande?
El Joselito miró el culazo fabuloso que tanto lo calentaba cada vez que veía a su mujer arreglándose para ir a que don Brótola se la coja, y comenzó a sentir una erección. Aun con las dos pijas exhibidas ahí arriba, ese culo lo calentaba muchísimo.
—N-no sé, amor… son… son parecidas…
—Vení, cuerno. Acercate bien y fijate.
Don Brótola lo invitó a participar. El Joselito sintió una especie de agradecimiento, el viejo le cogería a la mujer todos los días pero siempre pensaba en él.
—Yo…
—Dale, cornudo —apuró la Yesi—. Dale que me enfrío —y largó una risa que los viejos festejaron.
Se acercó. Su mujer tenía olor a cogida, y las pijas de los viejos lo mismo. No le gustaba mirar esos vergones, mucho menos de tan cerca. Las dos eran enormes, igual de bestiales, quizá la de Remolacha fuera un poco más venosa, pero la de don Brótola tenía una cabezota más linda para que le penetre a su mujer. O quizá eran solo ideas de él.
—Son iguales, amor…
—Joselito, mirá bien. Un centímetro más o un centímetro menos pueden ser una gran diferencia para la colita de tu inocente mujer.
El Joselito se acercó todavía más.
—Podés agarrarlas y pesarlas, cuerno —terció Remolacha, burlándose del pobre marido.
La Yesi se desinfló de morbo y rió con cierta malicia.
—No sea turro… —se le rindió—. Está bien, Remolacha… Usted primero…
Remolacha festejó. Don Brótola, que había quedado para después, también. El único que no festejaba era el Joselito.
Remolacha se bajó de la cama.
—Te voy a romper ese culazo hermoso que tenés, chinita… ¡te va a encantar!
—¡Sí, Remolacha! ¡Usted paga nuestro sueldo, tiene derecho a hacer lo que quiera conmigo, ¿nocierto, Joselito?!
—¡Yesi!
—¡Él es el que paga! ¡Si no te gusta conseguite un trabajo, como un verdadero hombre! ¡Nuestro hijo y yo necesitamos plata para vivir!
Como si supieran perfectamente lo que tenían que hacer, como si lo hubieran hecho ya mil veces en otras épocas con las amas de casa más putas del pueblo, don Brótola se acostó en la cama boca arriba y se tiró a la chica encima suyo, ella boca abajo, para luego enderezarla y sentarla sobre él, mirándolo.
—¡Qué livianita es mi nena…! —se regodeó el viejo.
—Aprovechen a hacerme de todo ahora, que cuando me crezca la panza no sé si vamos a poder…
—¡No te preocupes que te vamos a dar pija hasta el día del parto!
—Ay, Remolacha, las cosas que dice…
El Joselito se olvidó de limpiar. Así de pie como estaba se quedó congelado viendo cómo su mujer subió una pierna por sobre don Brótola y se montó sobre el viejo. Llevó una mano abajo y acomodó la verga hasta que se aseguró el puerteo. Don Brótola ya la tenía tomada de la cintura cuando la cabezota de su pija se ensartó en la conchita de su esposa y la clavó.
—¡Ahhhhhhhhhhh! —gimió la Yesi, y se arqueó como una caña enganchada a un tiburón.
—Yesi… —murmuró muy bajo el Joselito, y nadie lo escuchó.
La Yesi comenzó a subir y bajar sobre el vergón del viejo con lentitud, para disfrutarlo y para ir lubricándose, acelerando enseguida el ritmo.
—Sí… sí… —gemía con la pija clavada cada vez más hondo.
—¡Qué pedazo de puta resultaste ser, bebé!
Hablaban con tal naturalidad del emputecimiento de su esposa que al Joselito se le arrugaba el alma. Se había acostumbrado a que se la cogieran, pero le molestaba mucho que la trataran de puta, de cosa, de adicta a la pija, y que ella no dijera nada. Ese desparpajo sobre la decencia de la madre de su futuro hijo le dolía.
Don Brótola la tenía tomada de la cintura y la guiaba para arriba y para abajo. La Yesi se dejaba guiar, como hacía siempre. Y como siempre también, se arqueaba y se tomaba el cabello y así ofrecía sus pechos que el viejo libidinoso sobaba con fruición.
—¡Qué pedazo de verga, don Brótola… —le murmuraba ella al viejo mirándolo a la cara con ojos entrecerrados.
No podía negar el Joselito que la espalda arqueada de su mujer, esa cintura y esas ancas anchas que la hacían una guitarra criolla eran excitantes. Y lo eran aún más al subir y bajar rítmicamente, con premeditada lentitud, con lentitud de disfrute. La Yesi se lo estaba montando a don Brótola y se le notaba el goce, no solo el regodeo, sino en los gestos, en la forma de morderse los labios, en las caricias sobre los muslos del viejo o en eso de ir una y otra vez a acariciarle los huevos.
—Yesi, no lo disfrutés…
—No, cuerno, no… —le respondía su mujer subiendo y bajando con los ojos cerrados. Y enseguida el jadeo— ¡Uuuhhhhhhhh…!
Remolacha se había estado lustrando la pija a puro salivazo y ahora la tenía dura y brillosa, como un mármol recién pulido. Fue a ubicarse detrás de la Yesi, sobre la cogida de su compadre.
El Joselito vio cómo el nuevo viejo hijo de puta tomó cada una de las piernas de su mujer, y las acomodó bien abiertas, ubicándose en el medio.
—Joselito, ¿querías el doble de platita…? —se le burló don Brótola cuando vio lo que se venía.
El Joselito vio al otro viejo detrás de la Yesi, que seguía cabalgando el pijón de don Brótola como si no hubiera nada más importara en el planeta; lo vio ensalivarse nuevamente la cabeza de su verga y apuntarle al culazo de su mujer, que iba y venía rítmicamente. Y vio la pija atrás moverse hacia ella, como un ariete.
—¡Yesi, cancelemos el trato! ¡No quiero el doble de plata! ¡No quiero que te entierren dos vergas a la vez, mi amor! ¡No quiero que sufras por mi culpa!
Remolacha escupió sobre el ano y masajeó un instante. Abrió las nalgas y apoyó su vergón, puerteando.
—No es por vos que me sacrifico, Joselito —jadeó ella—, es por nuestro hijo.
El Joselito se le acercó y le suplicó desesperado, al borde del llanto, aguantándose.
—¡Yesi, voy a conseguir algo! Te juro que voy a conseguir un trabajo, cualquier cosa, ¡pero frenalos…¡ ¡Vos no querés esto!
—No, Joselito… uhhhh… no quiero…. Pero no nos queda otra…
—¡Remolacha, deténgase! ¡Se lo suplico!
—¡Remolacha, empuje!
—Sí, chiquita, síhhh… —y Remolacha se movió un poquito para adelante, penetrando la primera resistencia—. Te vamos a rellenar como un pavo en navidad, putón…
Y clavó.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh…!
—¡Yesi, no!
Y otra vez. Un poco más.
—¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhh!
—Sentila, putita… ¡Sentila!
—Sí, Remolahcha sí. ¡La siento como nunca!
—¡¡Yesi, por el amor de Dios!!
—Siento cómo me está abriendo el culo, Remolacha...
—¡Mirá, cuerno! Dejá de quejarte y mirá cómo le entra verga a la puta de tu mujer. ¡Te la estoy ensanchando a pura pija!
—¡No quiero, señor Remolacha! ¡No quiero ni pienso ver!
Claro que igual el Joselito miraba, y con ojos desorbitados.
—Ahí te va un poco más, chinita… ¿te la aguantás…?
La Yesi llevó sus manos atrás con dificultad, porque abajo don Brótola no dejaba de sacudirla a pijazos, y abrió sus nalgas todo lo que pudo.
—Me la aguanto, Remolacha. Me la aguanto toda hasta el fondo.
El Joselito vio que Remolacha se agarró fuerte de las ancas de su esposa y clavó más. Vio el grosor del vergón entrar y seguir entrando en el dilatado culito, estirándolo como el orificio de una arandela de cartón. La carne del viejo entraba muy lentamente, no por deferencia del invasor sino porque la pija era tan gruesa que el culo de su mujer, aunque acostumbrado a que lo rompan, se resistía a tragar con facilidad. Igual tragaba, él podía certificarlo.
—Y eso que ya se lo hicieron muchas veces, cuerno.
Le hablaron al Joselito pero la que respondió fue la Yesi, puro entusiasmo:
—¡Don Brótola es el único que me lo hace, Remolacha…! Don Brótola y desde ahora usted…
—¡Yo, también, mi amor! ¡Yo también! —se desesperó el Joselito por sumarse a la manada de machos.
La Yesi estalló en una risa, así cabalgada como iba.
—Sí, el cornudo también… —Tiró la cabeza hacia atrás y los cabellos se corrieron como un latigazo—. Una vez me apoyó la pijita en una de las nalgas… así que él también me hizo la cola…
Remolacha empujó todavía más fuerte y otro poco de verga fue bien adentro.
—¡¡¡Aaaaaahhhhhhhhhhhhh…!!
Gritaron casi juntos, la Yesi con un poco de dolor, Remolacha con un gemido grueso de placer. Era increíble como ese pedazo de culo le apretaba toda la pija, la cabeza, pero por sobre todo el tronco grueso.
—¿Cuánto le entraste, Remolacha? —preguntó don Brótola. Tenía tomada a la Yesi de la cintura y, aunque empujaba con todo el vergón ya adentro, se le complicaba moverse—. Me cuesta clavar con tu pija adentro, es muy estrecha la putita...
El cornudo se quejó, sin dejar de ver a su esposa ensartada en la verga del viejo, al que solo se le veían los huevos peludos.
—Don Brótola, no le voy a permitir que trate así a mi mujer.
—Ay, Joselito, callate, que me traten como quieran, que para eso pagan.
—Recién media pija, Brótola… Ahí te la mando un poco más…
—¡Remolacha, pare! ¡Ya no le entra más!
—Le entra, cuerno. Falta media verga, vas a ver que le entra toda.
—Bombéemela hasta ahí, no quiero que la Yesi sufra.
Remolacha en vez de bombear retiró lentamente la pija hasta que solo el glande quedó atrapado en el exquisito orificio. Don Brótola aprovechó el espacio dejado y se reacomodó abajo y enterró verga hasta la base.
—Ayudame a lubricar, cuerno —pidió Remolacha—. Escupí en la pija que le va a entrar mejor.
—¿Me está jodiendo? No pienso…
—Dale, Joselito —la Yesi ahora volvía a cabalgar sobre la verga de don Brótola como si fuera la puta del pueblo—. Así me la puede clavar más hondo sin que me duela.
El Joselito no quería, pero como el viejo ya se la estaba ensalivando pensó que si ayudaba quizá toda esa pesadilla se terminaría más rápido. Y escupió.
Entonces vio el vergón rechoncho volver a apoyarse en el culito diminuto de su amada. Vio al nuevo viejo empujar, con fuerza, con esfuerzo, y vio también la carne redondeada y tensa del glande abrirse paso en el cerrado, angosto y prohibido agujerito de su esposa . Y abrirse paso y enterrarse de a poco.
—Esto es un atropello, Remolacha.
—No, cuerno, ¡esto es una rompida de culo!
La Yesi giró hacia él.
—Pensé que lo sabías, mi amor…
Y la pija de Remolacha se fue hundiendo otra vez en las carnes de su amor, lentamente, sin pausa. Penetró hasta la mitad y esta vez continuó su derrotero.
—¡Ahhhhhhh por Diosssss…! —rezó la Yesi.
Tres cuartos de pija adentro.
—¡Remolacha, pare! ¡Me la va a matar!
Y otra vez la pija afuera.
Para volver a entrar.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhgggghhh…!! —otra vez la Yesi.
Y afuera.
—¡¡Uhhhh… No me la saque, Remolacha…!
Y adentro.
—¡¡Ahhhhhhhhhhhssssssíííííí…!!
En un minuto el Joselito era testigo de un bombeo lento y perverso, donde el vergón grueso de ese viejo hijo de puta se iba enterrando un centímetro más con cada nueva estocada. En un minuto, no más, los nalgones del culazo de su mujer se abrían como un libro y el pequeño orificio que el Joselito había visto y fantaseado con hacerlo alguna vez, se expandía ante sus ojos hasta el ancho exacto de la base de la verga de Remolacha, porque la Yesi lo recibía ahora hasta los huevos con cada nueva embestida.
—¡Ay, por Dios por Dios por Dios…! —susurraba la Yesi, aunque el murmullo se entrecortaba con sus bufidos—. Remolacha, clave ahora. Acomode el movimiento al de don Brótola.
—¡Yesi! —reclamó el Joselito.
—¡Es por el trabajo, cuerno! Lo hago porque vos... ¡¡¡Ahhhhhhsssííííí…!!
Remolacha comenzó a moverse al ritmo de Don Brótola. Las primeras dos estocadas fueron hasta la mitad de la pija, pero enseguida los dos viejos se emparejaron y se la clavaron cada uno hasta los huevos, con pijazos secos, duros, certeros. La mujer, en el medio, casi no se movía. Estaba ensartada de atrás y de adelante como una mazorca de copetín, penetrada constantemente por los dos pistones humanos, una verga que salía mientras la otra entraba. Si había algo más placentero que esos dos panes de verga horadándola y arrancándole gemidos, de seguro no era en esta vida.
Se la estuvieron cogiendo así por unos quince minutos, y el Joselito debió reprimir sus lágrimas cuando la Yesi comenzó a gritar su primer orgasmo.
—¡¡Ahhhhhhhh por Dioossssssss…!!
—¡Yesi, no acabés!
—¡Por Dios por Dios por Dios…!
—¡No acabés, mi amor, pensá que estás embarazada de mi hijo!
Y ahí fue peor. El Joselito juraría que su mujer dijo “Sí, tu hijo” y luego de eso explotó en un segundo orgasmo. Los dos viejos no paraban de bombear y bufaban escandalosamente. Transpiraban. Insultaban. Parecían a punto. Y la Yesi estaba en medio de un orgasmo larguísimo, o de dos o tres encadenados.
—¡Lo hago por tu hijo, Joselito! —La Yesi tenía el cuerpo aprisionado, pero abajo apretaba y dilataba abajo cuanto podía. Se sentía tan llena de verga, tan invadida y a la vez tan a gusto con los dos viejos llenándola, que en ese momento supo ya no solo que su marido iba a ser un cornudo toda su vida, supo que iba a ser un cornudo de machos dobles, desde ese día y hasta el fin de los días, porque no iba a renunciar jamás , ni con el crío nacido y en el cochecito, a que la rellenen de verga dos machos hijos de puta como la estaban llenando esos dos ahora.
—No disfrutés, te lo pido por lo que más quieras…
—¡No paren, por Dios, no paren!
—¡No disfrutés, por favor…!
—¡¡No pareeennn…!!¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhh…!!
Con el cornudo al lado tomándose la cabeza desesperado, y la Yesi acabando como una puta poseída por Wanda Nara, los dos viejos le echaron la leche bien bien adentro. Primero Remolacha, que se agarraba del culazo como si fuera una cornisa, y la clavaba con tal violencia que el Joselito se asustó. El vergón se le hizo más ancho y le mandó el latigazo de guasca directo a las entrañas de la puta, justo delante de los ojos del cornudo, que se había agachado ante la penetración porque no podía creer toda la pija y leche que le estaban mandando adentro a su mujer.
La Yesi se fue aflojando y los dos viejos siguieron enlechándola un poco más, entre gritos e insultos; la agarraban de la cintura, de las nalgas, la llenaban de marcas que le enrojecían la piel, para hacer más fuerza y clavar más adentro. Y mientras su mujer, toda transpirada, llena de guasca que ya se le empezaba a rebalsar, retomaba su calma, y mientras los dos viejos le seguían bombeando violentamente, ya con estertores más esporádicos, el Joselito se acercó y tomó el elástico de la bombacha de su mujer, que se había corrido a la altura del muslo, y lo llevó nuevamente más arriba, para adecentarla mientras los viejos terminaban de acabarle adentro.
Pero todavía faltaba algo.
Don Brótola se escurrió el vergón embadurnado de leche en el rostro emputecido de la Yesi y fue detrás de ella a ver la rotura de culo. El agujero estaba increíblemente agrandado, enrojecido, roto, como el cuerito de una canilla vieja, y de adentro salían borbotones blancos y espesos del producto de Remolacha.
—¡Yo no voy a meter mi pija en ese chiquero! —anticipó.
—¡Ey! Que soy sanito —le dijo Remolacha.
La Yesi, que ahora estaba con los codos sobre la cama, arrodillada y con el culazo en punta disponible para el que quisiera, con una sonrisa dijo:
—Para eso está mi marido, don Brótola.
El Joselito se puso a la defensiva inmediatamente.
—¡Ah, no, a mí no me miren! Los que se cogen a mi mujer son ustedes, yo solo vine a limpiar…
—Por eso, mi amor. Tenés que limpiarme para que don Brótola pueda darse el gusto y usarme como más le guste… Tiene derecho.
—¡No quiero limpiar eso! ¡No es la leche de don Brótola, es la de un desconocido!
—Dale, mi amor, no seas malo que don Brótola también quiere hacerme la cola… Además, si con cada uno que me traigan para que ganemos más plata lo vas a tratar así de feo…
No supo cómo, no supo cuándo ni por qué, en algún momento el Joselito se vio arrodillado como un estúpido, hundiendo su rostro entre las nalgas de su mujer, tragando la leche de un nuevo viejo, alentado por don Brótola que, esperando a su lado y masajeándose la pija para ir preparándosela, le decía:
—Muy bien, Joselito… Dejamela bien limpita a tu mujer y después no seas pajero y andá a trabajar que todavía te falta limpiar como media casa.
Y el Joselito, que tenía el culazo de la Yesi en su rostro, una mano en cada nalga para separarlas y tragar más fácil la leche que le rebalsaba del culito, se salió un segundo de allí… ¡Chup chup chup chup! …y se escuchó a sí mismo decir:
—Sí, don Brótola.


  Fin ——— pack 03

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