BOMBEANDO: TAMY: DIEZ AÑOS DESPUÉS (PARTE I)
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey
[ ¡Carajo! Por una vez que no íbamos a la quinta de Lobos de vacaciones. Por una vez que convencí a mi mujer de no ir a ese lugar infernal donde siempre terminaban garchándomela... y yo como un cornudo haciendo el trabajo de los caseros, en vez de descansar como corresponde a un buen esposo y padre de familia… ]
Se acomodó la verga por sobre el mugroso pantalón con un gesto despreocupado, sin que le importara mi hijo ahí delante, o mi mujer. Aunque seguro hizo aquello justamente por ella, para que lo viera bien, para que lo midiera. ¡Y por Dios que le medía como un burro!
—Tengo de todo en el camión, menos nafta —dijo don Roque, mirando solo a Tamy e ignorándome por completo—. Todo el mundo sabe que no se puede cruzar esta ruta sin el tanque cargado hasta rebalsar —ahora sí me habló a mí, para juzgarme por mi imbecilidad.
No supe qué decir, solo me puse rojo como una señal de PARE. Botellita corría alrededor nuestro levantando polvo, y yo estaba con la cabeza puesta en la ropa que llevaba mi mujer: una minifalda tejida color salmón que le hacía ver más largas sus piernas bronceadas, y una remera top blanca con letras grandes que decía “Used Bitch”, descotada de hombro a hombro. Parecía una modelo, no la madre de un crío de ocho años. Tamy le sonreía al de la grúa de una manera que me recordaba a otros tiempos.
No estaba la cosa como para sonreírle a nadie. Nos habíamos quedado en medio del desierto, en una ruta abandonada, y este tipo, don Roque, fue el único que milagrosamente pasó en las últimas seis horas. El pobre Botellita ya estaba insoportable de aburrimiento, y yo comenzaba a temer la todavía lejana llegada de la noche, por los coyotes y otras alimañas.
—Y bueno, ¡remólquenos! —me impacienté, más que nada porque don Roque se estaba comiendo con la mirada a mi esposa y quería romper esa magia… Es que Tamy seguía sonriente y ahora levantaba el piecito derecho y juntaba un poco los brazos, inflando sus pechos, que le habían crecido desde que incrementara su actividad sexual—. ¡Le pago lo que quiera!
—No es tan sencillo, porteñito...
Me lo dijo mal, con desprecio. El tipo ya no me gustaba, ahora me empezaba a dar miedo.
—¿Qué tiene de complicado remolcar un auto?
—Son doscientos kilómetros al pueblo, y tengo nafta solo para volver. Si lo remolco, con el peso extra de su auto, el tanque no me aguanta y nos quedamos los dos.
—No quiero quedarme acá toda la noche —puchereó Tamy, de pronto miedosa—. ¿Y si vienen los coyotes?
—No se preocupe, señorita —le dijo don Roque, y le apoyó una mano sobre el hombre desnudo—. Si tengo que quedarme acá hasta el amanecer para que ustedes estén más seguros, puedo sacrificarme.
Se me encendieron todas las alarmas. Conocía de sobra este tipo de sacrificios que los hombres ofrecían cada vez que estaba con Tamy. Así que puse las cosas en su lugar.
—“Señora” —lo corregí.
En ese momento Botellita me tironeó del pantalón.
—Pa, quiero manejar la grúa.
La camioneta de don Roque ere una Dodge 950 de las viejas, verde oscuro y destartalada, con un gancho que se levantaba desde una aguja instalada en la caja de atrás. Daba toda la sensación que si enganchaba mi auto ahí, la camioneta se desarmaría.
—No se puede, hijo, la grúa no es para jugar.
—Dale, pa, quiero manejar la grúa.
—La grúa es del señor, Botellita, y el señor...
—Dale, pa, dale, dale daaaaaaaleeeee...
Comencé una discusión absurda con mi hijo sobre la maldita grúa y perdí el hilo de lo que hablaba mi mujer con don Roque. Solo vi que el manoseo cordial no aflojaba, y pronto nacieron las risitas y los cuchicheos. Cuando por fin pude calmar a mi hijo, Tamy giró hacia mí:
—Don Roque va a llamar a un colega que me va a llenar el tanque… Tiene un camioncito cisterna justamente para estas emergencias.
—Yo no dije eso. Dije que lo conozco, no que le iba a llamar.
Me sentí desconcertado, no acababa a entender. Y creo que Tamy tampoco.
—¿Quiere dinero? —aventuré— Está bien, puedo darle algo por su molestia.
—No, no, porteñito, usted parece que es de los que arreglan todo con plata…
—No, yo...
—No necesito su propina, me gano lo mío con mi trabajo... Además, vivo en un pueblo chico, allí las necesidades son otras...
No entendía, ¿quería drogas?
—¿Qué necesidades? —le preguntó Tamy, apoyando una mano en el brazo fornido del camionero.
—Ya saben... necesidades bien básicas...
Yo seguía sin entender. Tamy no.
—¿U-una mujer...?
—Es que en el pueblo uno se siente solo, a veces...
—Papá, el señor quiere que le consigas una novia.
¿Cómo explicarle al inocente de mi hijo que lo que quería don Roque era una puta?
—Está bien, cuando lleguemos al pueblo le pago la chica más cara del burdel más lujoso.
—No hay putas en el pueblo, y además no quiero que gasten plata...
—Papá, ¿qué es una puta?
—¡Madre Santa! —dije cuando entendí.
—¿Está usted loco? —lo increpó Tamy, con tal falta de convicción que rehuyó la mirada cuando se cruzó con mis ojos.
—No puede estar hablando en serio... —Yo no me lo podía creer.
—Papá, ¿qué es una puta?
—Botellita, ahora no, mi amor...
—No es tan difícil ni tan grave. Ustedes tienen una necesidad y yo tengo otra. Hago el llamado y en dos horas mi colega está acá con la nafta. Si no, yo sigo viaje y ustedes se las arreglan solos.
—Cretino… ¡Eso es chantaje!
—En realidad es calentura, pero comprendo su confusión.
Comencé a brotarme, a enojarme, a enfurecerme. Un calor rojo indignación me subía como una espiral desde el centro del estómago.
—Usted es un cretino malnacido, un hijo de una gran....
—¡Mi amor! —me cortó Tamy, espantada— ¡Que está Botellita!
En el ataque de crispación me había olvidado de mi pequeño, que estaba callado, de pie entre mi mujer y yo.
—¡Váyase! —le pedí indignado— Mi mujer preferiría quedarse a morir aquí antes que...
Tamy se me acercó un paso, dubitativa.
—Mi amor... —Se me acercó más, agachó un poco la cabeza y me tomó del cinturón. Nuestro hijo quedó junto a nosotros—. Quizá tengamos que pensarlo…
Ahora la miré a ella como si estuviera loca.
—¿Qué? ¿Estás diciendo que esa idea te parece razonable?
—No, la idea me parece terrible. El solo imaginar a ese viejo grandote entre mis piernas bombeándome con lo que tiene en ese bulto enorme me da náuseas... Pero es más terrible que nos quedemos acá toda la noche.
—Papá, ¿qué es náusea?, ¿no es lo que tiene mamá cada vez que queda embarazada?
—Ahora no, Botellita. Escuchame, no podés estar considerando que ese tipo te… que te… Botellita, andá a jugar con la grúa.
—No quiero, papi. ¿Qué le va a hacer el señor a mamá?
—Nada, Botellita, el señor no le va a hacer nada. Mamá es una señora decente, digan lo que digan tus amiguitos del cole, y no va a hacer nada.
—¡No voy a dejar que mi hijo muera comido por los coyotes!
Tamy había levantado la voz, y a esta altura ya me daba cuenta cuando me manipulaba para conseguir de mí lo que quería.
—¡Y yo no voy a dejar que este viejo hijo de puta te coja, Tamy!
Botellita me tironeó del pantalón, con la boca quebrada para llorar.
—Papá, no quiero que me coman los coyotes…
Tamy volvió a ser conciliadora. Se me pegó, puso cara de gatita y la voz mimosa. Jugó con la solapa de mi camisa.
—Mi amor, es solo una vez… Aunque me coja no voy a volver a las andadas, te lo prometo... Aunque me haga ver las estrellas...
—No, no vas a ver las estrellas. ¡Te prohíbo que veas ninguna estrella con ese viejo!
—Mi amor, en serio, no quiero quedarme acá. Además, ya no puede ser más grave. Ya te hice cornudo una vez…
—¿Una vez?
—Bueno, ¿vamos a volver a tener esa discusión? Hacé de cuenta que estamos en Lobos, como todos los veranos. Hacé de cuenta que es don José, o Botellón…
—Es que no quiero... Me prometiste que cuando naciera Botellita ibas a respetarme. Que nunca más te ibas a dejar por cualquiera.
—Y te cumplí, mi amor.
—¿Me cumpliste? ¡El mes pasado te fuiste un fin de semana largo para estar con el Indio, Botellón y don José!
—Bueno, pero esos no son cualquiera, y además es porque este año no estamos yendo a la quinta... ¡Tampoco seas injusto!
Botellita otra vez me tironeó del pantalón.
—Papá, ¿el señor de la grúa se va a coger a mamá?
Tamy me suplicó con la mirada.
—Está bien —claudiqué—. ¡Pero nada de que te coja! Que se conforme con una buena mamada —no quise decir eso—. Y si la mamada es mala, mejor.
—Ufa...
—Es mi última palabra.
—Botellita —Tamy se agachó y lo tomó de los brazos, cariñosamente. La minifalda se le estiró hasta casi romperse, las pantorrillas se le tensaron y me imagino que el viejo hijo de puta, atrás, le miraría el culazo perfecto y dibujado como por Rafael— Mami va a tratar de convencer al señor de que llame a un amigo que nos traiga nafta y salgamos de acá… —Tamy miró alrededor— Lo va a tratar de convencer en el auto de papi, ¿sí?
Don Roque esperaba nuestro veredicto a menos de diez metros, apoyado en el capó de su camioneta. Tamy me seguía cuchicheando sin parar, se ve que tenía mucho miedo a los coyotes. La verdad es que yo también, aunque no lo quería admitir para que no se desdibujara la imagen de macho que mi mujer tenía de mí. Por otro lado, Tamy me había hecho cornudo aquel verano, estando de vacaciones en Lobos, y desde entonces todas las vacaciones, siempre en esa maldita quinta. Como insinuó ella, no es que yo iba a ser más cornudo porque me la cogieran otra vez. Además, ese viejo grasoso y patético no iba a aguantar mucho, seguro se corría antes de ponérsela.
—De premio te dejo penetrarme otra vez, como hacíamos antes.
—Oíme, no quiero que lo disfrutes, ¿entendés?
Tamy cabeceó una aceptación.
—No, mi amor, obvio que no —me dijo, y no aguantó y echó una mirada al bulto de don Roque.
—Quiero que no pierdas mi respeto.
—Claro, tu respeto, tu respeto…
Caminamos hacia la camioneta.
—¡Y que respetes a mi hijo!
—Claro, tu hijo, tu hijo...
Tamy se plantó frente al viejo con las piernas abiertas en compás. Inspiraba cierto poder. La minifalda se estiró de pierna a pierna y cortó sus muslos bronceados justo donde asomaba la tanguita abultando abajo. Tragué saliva.
—Don Roque —resolvió mi mujer—, puede llamar a su colega, mi marido aceptó que usted me llene de verga hasta vaciarse.
—Sí, pero solo sexo oral, ¿entendió? ¡Nada de penetrar a mi esposa!
Don Roque sonrió como uno de esos coyotes que estábamos tratando de evitar y tomó a mi mujer de la cintura.
—Seguro, no se la voy a coger. Yo respeto a los cornudos…
—¿De verdad?
—Le doy mi palabra —Hacía calorcito y una brisa que daba gusto. La brisa despeinó un poco a Tamy, y los cabellos se le fueron al torso. Don Roque los quitó de inmediato manoseando impunemente las tetas de mi mujer—. Ahora quédese con el crio en la camioneta, mientras ella me la chupa en su auto.
Tamy no dejó pasar un detalle.
—Mi amor, te dijo cornudo, igual que don José.
Quizás por eso me rebelé un poco más y fui a encarar al viejo.
—De ninguna manera, yo voy a controlar que usted...
Don Roque me atajó al vuelo y me tomó del hombro y apretó fuerte. Tenía unas manazas grandes y metió tanta presión que me hizo doler todo el cuello y las piernas se me aflojaron.
—En la camioneta puede distraer mejor a su hijo, imbécil.
Yo ya estaba cayendo de rodillas, el dolor era insoportable. Vi a Tamy mirarme con curiosidad, magreada en el culazo con la otra mano del viejo hijo de puta. No parecía afectada por lo que me sucedía.
—Está bien, está bien, tiene razón —cedí.
Y así, de rodillas y con una mano apoyada en el polvo, vi a don Roque llevarse al auto a mi Tamy, ya no de la cintura sino directamente del culo.
El viejo abrió la puerta de atrás del auto, como si fuera un caballero. Para entrar, Tamy debió agacharse un poco y meter cabeza y torso, con lo que dejó en punta y regalado su culazo perfecto. La minifalda se le levantó y otra vez se vio el bulto de la conchita de mi mujer empotrada en la tanga blanca. Don Roque dejó de ser el caballero del instante anterior y le metió una tremenda y muy profunda mano, que bajó por la conchita para explorarla completa.
—¡Ay, don Roque! —le reclamó Tamy, medio riendo, como si festejara una travesura.
—Papá, ¿por qué el señor se mete en nuestro auto con mama?
No supe qué decirle en el primer instante. El golpe grave de la puerta al cerrarse con mi mujer y el viejo adentro me ahogó la boca. Al final tuve que decir algo, Botellita me miraba pidiendo una explicación.
—Mamá va a pedirle al señor que nos ayude, y ahí van a hablar más tranquilos.
Nunca me habían gustado los vidrios polarizados, y había discutido con Tamy más de una vez porque ella sí los quería. En ese momento hubiese preferido haberle hecho caso. Vi claramente, porque los tenía a dos metros, cómo el viejo se desabrochó los pantalones y mi mujer se quitó la remera, quedando en falda y corpiño.
—Vení, Botellita —quise retirar a mi hijo de allí—. Vamos a jugar con la grúa.
Se le iluminó la cara a mi pequeño, que trepó a la caja con la agilidad de un mono. Lo acompañé con algo de dificultad y en un minuto estaba tratando de bajar el gancho hacia mi hijo.
—Papá, ¿qué le está haciendo mamá al señor?
No me había dado cuenta, pero al subir a la caja de la camioneta la vista era mejor y más completa. Tamy estaba doblada sobre el viejo, medio arrodillada y cabeceando con ganas sobre su ingle.
—Lo está... lo está tratando de convencer... —Botellita miraba la escena tan sorprendido como yo—. Mejor vamos abajo, hijo. Este lugar...
—¡Nooo! —chilló—. Quiero jugar con la grúa.
No hubo forma de convencerlo, así que lo puse a jugar de espaldas al auto. Lástima que la brisa traía las voces, y en ese silencio total, que iba de horizonte a horizonte, era como si gimieron y murmuraran a nuestro lado.
—¡Qué bien que la chupás, putón! ¡Cómo te gusta la pija!
"Chup, chup, chup", se escuchaba. La hija de puta de Tamy le sostenía la verga con una mano, en la base, y se la agitaba arriba y abajo a la vez que lo felaba con unas ganas que solo le había visto con don José, el Indio y Botellón. Me puse en medio como para taparle la visión a mi hijo, que por suerte se distraía jugando.
—¡Y usted, qué pedazo de pija, don Roque! —le escuché a Tamy en un jadeo. La vi suspender el cabeceo, acomodarse los cabellos, mirar con gula ese tremendo y gruesísimo pijón, y volver a cabecear sobre la verga.
Las voces se escuchaban así de claras porque habían abierto las ventanillas. Eso me pareció una canallada, el auto era nuevo, tenía aire acondicionado.
—Chupá, putón, chupá... Ohhh... Síííííí...
Bajé muy enojado, como para reclamarles recato. No para mirar más de cerca, ojo. Es cierto que me paré junto al auto y con la ventanilla abierta era casi como si mi mujer lo estuviera felando al lado mío.
—Uy, sí, putita, sí, me vas a hacer acabar rápido... Sííí… Uhhh...
Junto a la ventanilla abierta se podía escuchar claramente el chapoteo dulce de los labios sobre la pija ensalivada. Y el ronroneo del viejo murmurando "así… así…", tan grave que casi no se oía. El hijo de puta tenía una manaza sobre la cabeza de mi esposa como para guiarle la mamada a su ritmo.
—¿Se puede saber qué hacen con la ventanilla abierta?
El viejo me miró sorprendido y Tamy se quitó el vergón de la boca.
—Seguí chupando, putón… —le ordenó, y mi mujer, como si el viejo fuera su dueño, lo obedeció sin un chisteo. Luego el viejo sacó una mano por la ventanilla, me tomó de la corbata y jaló hacia él, con fuerza y de manera repentina. Mi cabeza dio contra el borde de la puerta, justo sobre la ventanilla. Me dolió muy fuerte. La sorpresa fue total, y el dolor, indescriptible. Tamy dejó de mamar nuevamente, se asustó. Don Roque señaló con los ojos su verga gruesa y erecta y ella volvió a tragar carne.
El shock, el golpe y la actitud del viejo me atemorizaron. Sentí algo caliente en mi rostro, me toqué y descubrí la sangre.
—No puedo prender el aire, imbécil. Sin nafta ¿y encima sin batería? ¡Te vas a quedar a vivir acá, pelotudo!
Tamy seguía cabeceando sobre el regazo del viejo, tomando la pija en la base, que era tan gruesa que no podía rodearla con los dedos.
—T... tiene razón, señor.
—Claro que tengo razón —dijo, y me sonrió—. Y también tengo razón en que sos un imbécil.
No supe qué decirle, me miraba a los ojos como si esperara una respuesta mía. Yo solo tenía en mi mente un zumbido por el golpe y el “chup chup” de Tamy tragándole la verga.
—S-sí… —dije por decir algo.
—¿Sí qué, cuerno?
¿Qué quería que le dijera? Tamy levantó los ojos, sin desprenderse de la verga y me miró mientras seguía mamando. Traté de adivinar.
—S-sí, soy un imbécil... —probé. Tenía mucho miedo.
—¡Señor! —me corrigió don Roque, prepotente.
—Soy un imbécil, señor —repetí, y más fuerte para que no se enoje.
Mientras mi mujer seguía en lo suyo, don Roque me dio su Nextel.
—Buscá a Machete.
Miré el teléfono sin entender.
—¿Hay señal?
—¡Es un radio, imbécil! Uy, sí, putita, volvé a hacer eso...
Abrí el aparato. No lo entendía. Parecía un celular viejo, analógico. No tenía pantallita táctil para navegar. Miré hacia mi hijo, que seguía entretenido con el gancho. Adentro de mi auto, el viejo acomodó a mi mujer en otra posición. En el aparato encontré una lista no muy larga de contactos. Ese hombre no tenía vida social. Pobrecito…
—¿Cómo era el nombre que tenía que buscar...? —dije, temblando mi voz.
—Machete —dijo, y puso a mi novia en perrito, delante de él y le subió la minifalda tejida hasta la mitad de la cola. La tanguita blanca se enterraba arriba entre las nalgas, desapareciendo, y abajo reaparecía cubriendo justo justo la conchita aconcavada.
—Don Roque, ¿qué hace? —El viejo sostenía a mi mujer de una nalga, con su mano derecha. Un dedo de esa misma mano había enganchado la tanguita y la estiraba para un costado. Con la otra mano, se apretaba el pijón grueso y hacía que la cabezota enrojecida se asomara por arriba, como un topo—. ¿Qué hace? ¡Quedamos en que no se la cogía!
—Callate, cuerno, y llamá a Machete, que yo sé lo que hay que hacer acá.
Me dio cierta zozobra. El viejo estaba de este lado, mi mujer del otro, lo mismo que la mano que se la trabajaba. Si yo intentaba algo, podría pegarme.
—Tamy, volvé a chuparle la pija al señor, no te zarpes.
Fui a marcar cuando vi que el viejo hijo de puta comenzó a sobar a mi mujer y a masajearle la rayita.
Don Roque metió dos dedos en la conchita de mi esposa.
—Ahhhhhh —jadeó ella, palpitando lo que venía.
—¡Don Roque, me dijo que no me la iba a coger!
—Tranquilo, cuerno, soy hombre de palabra y muy respetuoso... Estás hecha sopa ahí abajo, putón...
Me quedé tranquilo cuando el viejo comprometió su palabra, pero que se dirigiera a mi mujer de esa manera me hizo dudar. Igual, los dedos del viejo seguían masajeándola abajo. Tamy seguía culito en punta con la minifalda subida por la mitad, manoseada sin pausa y con una lujuria sólo parecida a la mía cuando Tamy me dejaba tocarla para una paja. Llamé rápido al tal Machete y cuando comencé a explicarle, don Roque me quitó el teléfono y cuchicheó unos segundos. Arrojó el celular y vi con horror que se colocaba detrás de Tamy. El viejo turro se agarró la verga —el vergón—, se lo agitó un poco para darle mayor rigidez, fue hacia Tamy y con un dedo le corrió la tanga ahí donde le protegía la conchita. Mi mujer suspiró en un jadeo cargado de deseo.
Por menos de un segundo yo giré mirando alrededor, a Dios, o a mi eterno maldito destino. Y volví a mirar dentro del auto.
—Don Roque, por favor, usted me lo prometió… me dijo que no me la iba a coger... ¡Tamy, decile algo!
—Ay, cornudo, no me va a hacer nada… —Tamy no me decía cornudo desde que regresó aquel fin de semana que fue a Lobos a ver don José, Indio y Botellón.
El viejo convirtió su verga en una brocha de carne y pinceló la conchita apretadita de mi mujer. Me di cuenta que el viejo no se iba a conformar con una mamada, así que fui a impedirlo. Metí la cabeza por la ventanilla para que me escuchara bien, apoyándome en el vidrio.
—Don Roque, no me la coja. ¡Me dio su palabra!
Al viejo mi interrupción no le gustó ni medio.
—¡Cornudo de mierda! —gritó enojado. Apretó el interruptor de la ventanilla y ésta subió sin detenerse hasta aprisionar mi cabeza—. ¡Aaaahhhhhhh! —grité.
Tamy giró su rostro.
—Siempre el mismo escandaloso vos.
La cabeza me había quedado prensada de costado y me apretaba fuerte una oreja, mandíbula y cráneo. Me partía de dolor.
—Tamy —dije, y en el hablar me empezó a caer la baba—. Me pgometigste que no tse ibas a dejag cogeggg...
—Y no me dejo, paranoico. Pero tiene más fuerza que yo...
¿Qué fuerza, si no se había resistido ni un poco?
—Don Goque, baje la ventanilla pov favoggg....
Don Roque simplemente me ignoró. Tomó a mi mujer de las nalgas, volvió a correr la bombachita para un costado y la puerteó con el vergón hinchado y durísimo.
—Don Goque, pov favog, no me la coja...
—No, cuerno, no te preocupes que no te la voy a coger... —y la cabeza de la verga avanzó unos milímetros y se mezcló entre los primeros pliegues de la concha de mi amorcito.
—¡Don Goque, le va a entgag la cabeza!
El dolor me estaba anestesiando la cara, no los ojos, aunque los lagrimales me nublaban la poca vista que tenía. Pude mover el cuello y liberarlo un poco, con lo que pasé a ver menos pero al menos no babeaba y podría hablar mejor. El viejo crápula, arrodillado detrás de Tamy —que a su vez estaba arrodillada ofreciéndole el culo—, movió su pelvis levemente hacia adelante. O eso creo, porque entre la posición de mi cabeza y las lágrimas ya no pude ver bien.
—Ahhhhh —gimió mi mujer. Como tenía una oreja adentro pude escuchar muy bien su respiración grave.
—Tamy, ¿te está cogiendo? ¿Te está cogiendo, mi amor?
Tenía la cara casi horizontal, y encima la espalda y el culo del viejo me interrumpían la mínima visión periférica. Me pareció ver a don Roque moverse un poquito hacia atrás.
—Uhhhh... —volvió a gemir mi mujer, grave, casi inaudible—. N-no mi amor, nada más se la estoy chupando.
Hija de puta, ¿me estaba cargando? Por más que no viera bien, sabía que ella estaba de espaldas al macho con la cara sobre la otra ventanilla.
—Tamy, ¡no me mientas! ¡No se la estás chupando! Decime si te está penetrando.
Don Roque otra vez llevó su pelvis adelante, siempre tomado de las ancas de mi novia.
—N-no, cuerno, nada que ver... ya te dio su palabra de que no me va a hacer na… aaaaaahhhhhh… por Diossss…
Se la estaba cogiendo. No veía bien, pero seguro se la estaba cogiendo.
—¿Sentís la cabeza, putón?
—¡¡Ahhhh…!!
—Don Roque, ¿qué cabeza? ¿Le está metiendo la cabeza? ¡Me dio su palabra! ¡¡No me la coja, por favor, no me la coja!!
Don Roque volvió a moverse hacia atrás.
—¡Dejá de quejarte, cornudo! La cabeza de ella, no quiero que le duela por el cabeceo de la mamada.
—Si la tiene de espaldas, viejo mentiroso, se la está cogiendo.
Y otra vez para adelante, ahora más fuerte. Y mi Tamy:
—Ahhhhhhhhh…
—No te la estoy cogiendo, cuerno. Me la está chupado, vos desde ahí no ves nada…
—¡Veo que la tiene agarrada del culo! Pare de cogérmela, don Roque, por favor… no me la coja más...
—Vos confía en mí, cuerno…
Pero no confiaba. Solo veía el culo del viejo moviéndose hacia adelante y atrás con ritmo cadencioso, y un pie de mi mujer, hamacándose al mismo ritmo.
—Tamy, ¿te está cogiendo?
—No, mi amor... Ahhhh... Solo se la estoy chupan... ¡¡Ahhhhhh, por Dios, cómo me llena esta pija…!
—¡Tamy, te está cogiendo!
—No, cuer... mi amor, no.
El dolor que ya estaba llegando a mi cuello no se comparaba con el dolor en mi corazón. No tanto porque me la estaría cogiendo, pues no era la primera vez en vacaciones; lo que de verdad me mortificaba era que me podría estar mintiendo. Porque el viejo hijo de puta seguía moviéndose adelante y atrás, y ya no tan imperceptiblemente, más bien con cierta incipiente violencia. Y cuando la pelvis del viejo iba hacia adentro, quiero decir hacía adelante, la respiración de mi mujer cambiaba y le nacía un gemido grave.
—¡Ohhhhh...!
—Así, putón, así… Qué estrechita sos, hija de puta…
¡Me la estaba cogiendo! ¡Me la estaba cogiendo! ¡De seguro me la estaba cogiendo!
—¡Ahhhh…! Se la siento hasta el fondo, don Roque…
—¿Hasta el fondo? ¿Cómo hasta el fondo?
—De la boca, cornudo... Ohhhh... Ahí va más pija, putita...
El viejo continuaba bailando adelante y atrás ya bastante rápido.
—¡¡¡Ahhhhhhh…!!!
Por ser que le estaba solo chupando la pija, mi mujer hablaba demasiado bien, como con la boca vacía. Encima dentro de mi auto se escuchaba claramente el choque de cuerpos y el chapoteo de humedades: ¡flop!, ¡flop!, ¡flop!
—Tamy, si estás chupando pija ¿cómo es que hablás tan clarito?
Hubo un segundo de suspenso en el jadeo de mi mujer. El viejo seguía bombeando, el flop-flop no se interrumpió jamás. Entonces Tamy volvió a hablarme.
—Estág logo, mi amog... siempge tuve la boga llena....
¿Era una broma? Era Tamy simplemente hablando con la letra “g” en el medio. Era evidente la pantomima barata, tenía la boca desocupada y solo hablaba gangoso para conformarme.
—Tamy, ¡me estás mintiendo!
Don Roque se impacientó:
—Cornudo ¡dejá coger en paz! —y siguió bombeando.
El flop-flop era intolerable, pero peor eran los jadeos emputecidos de mi esposa.
—Don Roque, me mintió, ¡al final me la estaba cogiendo!
—Es que no quería que pienses que no te respeto, cornudo —Me lo decía apretándole las nalgas a mi mujer, apretando hacía adentro para estrecharla aún más—. Muy bien, putita, bajá un poquito así va más adentro.
Todo ese tiempo había sostenido la cabeza de costado y soportando el apriete del vidrio contra el marco de la puerta. A esta altura no podía decir qué cosa dolía más, si el dolor o la humillación.
—Don Roque, por favor, ya no siento las orejas...
O no me escuchó, o a nadie le importó. El viejo seguía bombeando, y mi mujer, gimiendo como una puta.
—Tamy, decime que no te la está metiendo hasta el fondo —dije en un hilo de voz.
—No me la está metiendo hasta el fondo...
—¡Tamy, decime la verdad!
—Decidite, mi amor…
El viejo me la siguió cogiendo no sé por cuanto tiempo, como si yo no estuviera ahí. Por suerte Botellita seguía jugando con la grúa, no se daba cuenta de nada. Los jadeos de Tamy eran escandalosos, estaba gozando como cuando se la cogen en la quinta de Lobos, en cada verano. No sé cómo lo hice pero logré enderezar la cabeza dentro del cepo y logré ver mejor. Ahora tenía claro lo que sucedía. El bombeo de don Roque era rápido, furibundo y cada tanto se estiraba en una clavada profunda dejando la verga bien adentro por un rato.
—Ahhhhhhh... —gemía entonces con fuerza mi mujer.
Hasta que de pronto escuché lo que no quería:
—Me viene la leche, preciosa. ¡Te lleno! ¡Te lleno!
Mi mujer pegó un gemido de aprobación que más bien pareció un rugido. Yo me opuse.
—¡Adentro no, don Roque! ¡No sea hijo de puta!
—Tranquilo, cuerno, le va a gustar...
—No es por eso, ¡no quiero tener más hijos!
Don Roque tenía a mi mujer tomada del culo y clavaba mirando su propia faena. Cada vez que empujaba le abría las nalgas para entrarle más a fondo.
—No pasa nada, cuerno, si me la estoy cogiendo por la boca...
Viejo hijo de puta, me mentía como a una criatura. Ahora tenía la cabeza enderezada, veía perfecto que me la estaba cogiendo, como hacían don José o el Indio o Botellón.
—¡Lo estoy viendo, don Roque!
Entonces giró y me vio la cabeza acomodada y mirando.
—No jodas, cuerno, que estoy por acabar...
Me desesperé. La iba a inundar de leche.
—Mi amor, decirle que no te llene, por favor.
—No te pgeocupeg, mi amog... no me hace nadag...
Otra vez la pedorrada de hablarme con la “g”, puta de mierda.
—¡Tamy, por nuestro hijo!
—Bueno, si me hace un hijo vemos...
—No aguanto más, putón. ¡Te la suelto, te la suelto en serio!
—Sí, don Roque, lléneme de leche.
—¡Tamy, comportate! ¡Don Roque, contrólese! ¡Botellita, atate los cordones de las zapatillas!
El viejo de pronto comenzó a serruchar como un poseso, y a jadear y pegarle nalgadas a mi mujer.
—Tomá verga, putón, te acaboooooo...
Y Tamy comenzó a orgasmar involuntariamente.
—Ahhhhhhhhhhhhhh… sí, sííííí, don Roque, sííí… ¡Lléneme! ¡Lléneme de leche para el cornudo! ¡Ahhhh...!
Y don Roque, que cada vez que retiraba la verga de adentro de mi esposa me apoyaba el culo cerca de mi cara, redobló las nalgadas y se soltó,
—¡Tomá, hija de re mil putas! ¡Hasta los huevos, tomá...! ¡Ahhhhh!
—Sí, don Roque, síííí…
—¡No, don Roque, nooo!
—Ahhhhhhhhhhhhh… va para tu marido toda la leche, putón… Toda la leche para el cornudo.
—Ahhhhhh, mi amor, ¡me está llenando! ¡Me está llenando para vos!
No sé cuánto duró ese polvazo. Le habrá volcado un litro porque no terminaban más de gritar. Tamy estaba desconocida, acabando con ese extraño como si le gustara la infidelidad. Tanto escándalo hicieron, que Botellita empezó a preguntar:
—¿Qué le pasa a mami? ¿Qué le hace el señor?
Jadeando sonoramente, ya recuperando un poco el aliento y con la verga embadurnada y aún latiendo de satisfacción, don Roque abrió por fin la ventanilla y me liberó.
—Andá a atender a tu crio, imbécil.
Si me dolía cuando tenía la cabeza aprisionada, no quieran saber lo que me dolió zafarme de esa posición. Pero no me detuvo el dolor, giré y llegué a alcanzar a Botellita que venía a ver qué pasaba. Lo tranquilicé y lo regresé de nuevo a la grúa. Y aunque no lo crean, subido de vuelta con mi hijo y con el guinche, vi resignado como el viejo hijo de puta volvía a garcharse a Tamy.
Una hora más me la estuvo cogiendo. Una hora complicada, porque Botellita se entretuvo con la grúa hasta que en un momento dejó de ser novedad y quería ir a ver a su madre. Me costó retenerlo. Y me costó responder a sus inocentes preguntas, porque veía dentro del auto y escuchaba todo.
Cuando Tamy, montada arriba del viejo, comenzó a cabalgar con violentos sacudones hacía abajo, tuve que decirle:
—Mamá está probando la calidad del asiento de atrás, Botellita.
—¿Y por qué el señor tiene el culo desnudo?
—Porque tiene calor, Botellita.
—¿Y por qué mamá tiene la piel de gallina cuando grita?
—Porque tiene frio, Botellita.
—¿Y por qué mamá grita “para el cornudo, para el cornudo”?
—Bueno, basta de preguntas, Botellita, vamos a jugar.
Cuando por fin me la terminó de coger, cuando la pesadilla hubo terminado, me consolé con que por fin iba a ser mi momento. Estaba muy molesto con Tamy y pensé en aprovechar ese enojo para manipularla un poco y que me dejara cogerla aunque sea un ratito. Es que en los últimos meses, por H o por B, no tuve oportunidades.
—No sé, mi amor, estoy muy cansada… —trató de evadirse—, chuparle la pija a ese viejo asqueroso me dejó de cama.
—Tamy, vi cómo te cogió dos veces.
—Bueno, ¿vas a empezar de nuevo con tus celos enfermizos? Acá lo importante es el bienestar de nuestro hijo y que nunca le falte nada.
—¿Qué tiene que ver eso con lo que estamos hablando? —La conversación parecía ir hacia una pelea, y con una pelea no iba a conseguir nada de ella—. Está bien, olvidate de eso. Yo lo único que quiero es que estemos un ratito juntos en el auto. Vi un par de cositas que le hiciste al viejo y me gustaría que...
—Ay, mi amor... está Botellita… ¿Qué va a pensar si nos ve por la ventanilla haciendo eso...?
—Ya te vio subir y bajar encima del viejo.
—Eso es distinto, está más acostumbrado.
Entonces me indigné.
—Tamy, dejate de joder. Te estuvo cogiendo ese viejo durante una hora y media, ¡creo que tu marido tiene derecho a algo de su mujer!
Tamy dudó, la vi cavilar para sí, y finalmente se le aflojaron los hombros.
—Está bien —cedió— pero coger no. No me gusta estar haciendo esas cosas con Botellita dando vueltas por ahí. No es un buen ejemplo —y entonces me sonrió tan enamorada como cuando éramos novios—. Mejor te hago una pajita, que a vos te encanta.
Dije sí, desesperado, en el auto vería la manera de ir más allá. La tomé de la mano y comencé a llevármela al auto cuando don Roque dijo:
—Ahí viene Machete.
Miramos en dirección hacia donde él nos señalaba y vimos unas nubes de polvo nacer en el horizonte, y elevarse gordas y estiradas como los testículos del viejo. Tironeé de Tamy apurando el paso.
—¡Vamos, vamos!
—Mi amor, no seas desubicado. Ya está llegando, mirá si nos ve ahí adentro, ¿qué va a pensar de nosotros?
Lo que iba a pensar en cuanto hablara con don Roque era que ella se dejaba fácil y que yo era una flor de cornudo. Volvía a tironear de mi esposa hacia el auto, pero ya no hubo forma: estaba muy concentrada en el camioncito cisterna que estaba llegando a nosotros.
Vi a Tamy ajustarse la minifalda salmón y la remera blanca, y retocarse un poco el cabello y pararse erguida sacando el culito y las tetas. La misma actitud que tenía cada vez que íbamos a Lobos.
—Tamy, ¿qué haces?
—Me dijo don Roque, en el auto, que a Machete le gustan las chicas delgaditas como yo.
—¿Que te dijo qué? ¿Te va a entregar ese viejo turro?
—No, tonto, pero si le embellecemos un poquito la vista a lo mejor nos cobra algo menos.
Con una mujer común, en una situación común, ese comentario sería inofensivo. Solo que era Tamy. Mi Tamy. Y estábamos en el medio de la nada. Se la habían estado cogiendo durante toda la tarde, y ahora me daba cuenta que la tarde recién empezaba.
FIN DE BOMBEANDO: TAMY: DIEZ AÑOS DESPUÉS, PARTE I
Agradecimiento especial a Mikel, por el tipeo :D
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