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La Isla del Cuerno: El Faro (II) C.3

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LA ISLA DEL CUERNO: EL FARO (II) — Capítulo 3
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey

NOTA: La Parte I (completa) la encontrás en la columna de la derecha (si estás en una PC) o abajo (si estás con el celular) en el apartado de título EL FARO.


3.
2 de febrero.

Fátima no podía creer todo el cambio. Se hallaba en medio de la planta inferior del faro, de pie justo donde antes había estado el camastro en el que el Sapo se la había cogido docenas de veces. Todo estaba más limpio, más ordenado, con más luz y mayor espacio en cada rincón. El olor a mugre y humedad se habían evaporado, y ahora unas flores frescas, recién cortadas y puestas en el centro de mesa —¡había una mesa!— perfumaban la sala de estar y el faro todo. 
Jasmina sonreía orgullosa junto a ella, observando la evidente aprobación de la mujer volvió a invitar la asentarse, y esta vez ella se acomodó su gracioso trasero para que Fátima no se quede de pie. 
—¡Increíble! Es otro lugar… Hasta parece que hubieran…
—Solo un lavado de paredes y azulejos… Creo que nadie los tocó nunca desde que lo construyeron.
Fátima se mordió los labios. Las paredes habían sido tocadas a menudo y mucho, por ella misma, las veces que el Sapo la clavaba contra el respaldo del sillón.
—Mamá no debe tardar, fue a tender la ropa… De hecho, ya debería estar acá.
La mujer escudriñó a la chica con recelo. ¿Era tan inocente como se veía, o estaba al tanto del derecho que Mandrágora tenía sobre su madre? La vio abandonar un remiendo que casi no había comenzado, y tomar un sobre cerrado, abultado de varias hojas dobladas en su interior, y escrito de puño y letra por fuera. Una letra algo femenina, notó Fátima, que decía “Para mi amor Jasmina”, y abajo, “Octavio”.
—Es de mi prometido —dijo la muchacha, a medias orgullosa, a medias nerviosa. En rigor de verdad, más nerviosa que orgullosa. Mucho más—. Me lo dio cuando nos despedimos. Me dijo que solo la abriera acá, un día que lo extrañara mucho.
—Y lo extrañás ahora... 
—Siempre lo extraño. Pero creo que más adelante lo voy a extrañar peor.
Fátima no podía quitarse de la cabeza la imagen de Mandrágora y su vergón monstruoso empalando a su madre, y su padre a unos metros, masturbándose. ¿Qué iba a suceder más adelante?
—¿C... Cómo es eso…?
—Cuántos más días pasen, más lo voy a extrañar. —La chica la miró como si ella fuera una tonta—. ¿No es lo lógico?
Fátima se espabiló y se maldijo por ser tan susceptible. 
—¿No te da curiosidad? Quizá te proponga matrimonio. 
—Oh, seguro no es eso. Nos vamos a casar en unos meses, luego del verano, que es cuando lo contraten como ingeniero en una petrolera. Esta será una carta de amor, como siempre. 
—¿Solo de amor? —Fátima le sonrió con complicidad y picardía. De pronto recordó cómo se sentía cuando tonteaba con chicos, a sus quince años, antes de que el duque le robara su inocencia, haciéndole romper el culo por una veintena de tipejos del Dock Sud.
—A veces utiliza palabras un poco pasionales… —admitió—. Mamá dice que cuando consumemos el matrimonio, me olvide de seguir recibiendo palabras de amor o de pasión. ¿Es así el matrimonio, señora Fátima?
—¿Nunca lo… hicieron? 
Jasmina la miró con seño severo. Aunque tenían cuerpos distintos y ella era mucho más joven, por un momento se pareció a su madre. 
—Le dije que aún no nos casamos, señora Fátima.
—Lo siento —se contrarió Fátima. Esa chiquilina tenía la capacidad de hacerla sentir siempre contrariada.
—Yo también me casé así, y luego mi marido sufrió un accidente y… no importa…
—¿Es tan… regocijante como dicen…? 
—¿Qué cosa?
—Ya sabe… —La chica parecía querer lo suficientemente pundonorosa como para ruborizarse, pero no lo lograba. En cambio, juntó sus brazos en un gesto de seducción, e infló sus pechitos que asomaron aún más por sobre el escote. Qué suerte iba a tener ese chico Octavio, de ser e único que diusfrutara de ese bellísimo cuerpecito, pensó Fátima— hacerlo… ¡El sexo! Le pregunto a usted porque dicen en el continente que igual se las arregla para obtener lo que su marido no puede darle… por su pobre condición… 
Esta vez fue el turno de Fátima, de indignarse. 
—Señorita, ¿cómo se atreve?
—Oh, perdóneme, no quise parecer grosera. —Jasmina se sintió honestamente compungida. Parecía querer entenderla, más que disculparse—. No me parece mal, al contrario; hasta me parece natural. Mamá también hace cornudo a papá, con el señor Mandrágora. 
Fátima casi pegó un saltito sobre sus talones.
—¿Qué… ¿Cómo…? ¿Lo sabías?
—Claro. Pero no lo guampea siempre. Es solo cuando trabajamos para el señor Mandrágora. Lo que dure el trabajo, mamá debe estar siempre disponible para el señor Mandrágora. Lo que dure el trabajo…
—¿Y a tu papá no le molesta?
—Papá está agradecido con el patrón, por darnos la oportunidad de trabajar para él. 
Fátima recordó la paja de Paolo unos minutos antes.
—Entiendo. —Y se preguntó si el señor Mandrágora también tendría derecho de pernada sobre la chica. No lo parecía—. ¿Y entonces…?
Como si le hubiera leído la mente, Jasmina dijo:
—Por eso papá y mamá me buscaron un buen marido y arreglaron mi matrimonio rápido. Un marido con un trabajo sin un patrón como el señor Mandrágora. 
—Es... Es una buena decisión... Creo... 



La puerta se abrió como si la hubiera pateado el viento, y entraron a la sala del faro el señor Mandrágora y Liliana, que cargaba con dos canastos vacíos, livianos pero incómodos de llevar. Fátima se sobresaltó por el ruido. Jasmina, por estar sosteniendo en sus manos la carta de su prometido y no el remiendo de la labor mandada. 
—¡Señora Fátima! —se sorprendió Mandrágora, que la miró de pies a cabeza recorriendo cada curva que la ropa le ocultaba estratégicamente mal.
—Hija —ordenó seca la señora Liliana—, andá a lavar estos canastos que quedaron con jabón.
Jasmina se levantó presta y bien dispuesta, y a Fátima se le antojó que el pedido fue pura y exclusivamente para sacar a la muchacha de la proximidad del señor Mandrágora. 
—Vengo por unos papeles del Sapo.
—¿Del Sapo?
—Son unos documentos que necesita para algo del continente. Estaban en una caja de un aparador, pero veo que cambiaron todo.
—No sé nada de ningún papel, todas las porquerías de ese tipo las metimos en el galpón.
—Espero encontrarlos rápido. 
—Yo la acompaño, Fátima —se adelantó Liliana.
Pero Mandrágora la abarajó.
—La llevo yo. —Fue tajante—. Vos andá a la cocina y prepará algo para la merienda.
Liliana agachó la cabeza en gesto de aceptación, y el señor Mandrágora tomó a Fátima de la cintura para llevarla fuera del faro. 
El contacto fuerte y masculino de ese tipo oscuro estremeció a Fátima, que de inmediato recordó el vergón de caballo que le había visto un rato antes. Fue como una breve descarga eléctrica que se acrecentó cuando el hombre apretó su mano sobre su cuerpo; ella juraría que para comprobar sus carnes.
El galpón también estaba cambiado. Era un lío de cosas, pero ordenado. Allí sí se podría coger sin ensuciarse, y no como pasó en todas y cada una de las veces que el Sapo la rellenó allí. Fátima buscó entre varios muebles viejos y abrió media docena de cajas. En verdad el viejo tenía mucha basura, sobre todo revistas con mujeres ligeras de ropa. O con ninguna ropa.
—Quizá allá arriba —dijo Mandrágora señalando una caja de madera que asomaba por sobre el techo de una estantería repleta de cosas. 
Fátima supo que la sugerencia era al solo efecto de que ella subiera a algún banquito y le quedara el culo expuesto a él, incluso pegado a su rostro. No le importó. Solo quería salir de toda esa mugre. Buscó con la vista alrededor. No había nada lo suficientemente alto, y para peor, la caja quedaba un poco más lejos, inaccesible. 
Mandrágora sonrió.
—Voy a tener que ayudarla, señora Fátima. 
La única manera era que él la levantara. Y lo hizo como si ella fuera una pluma. Fátima estaba acostumbrada a que los dos negros que tenía en casa y se la cogían a diario la levantaran con facilidad, a ellos les gustaba empalarla en el aire mientras su marido dormía la siesta. Pero los negros eran grandotes. Pesos pesados. Y si bien Mandrágora era alto, también era delgado. 
Los muslos de ella, desnudos por el corto ruedo del vestidito, fueron tomadas por las manazas del hombre, y magreados innecesariamente para elevarla. Lo mismo que la intromisión de esas mismas manos por debajo de la falda, cuando la tomaron de sus nalgas para elevarla más y que por fin alcanzara, ahora sí, la caja de madera que Fátima buscaba. Y justo en ese momento, en el preciso momento en que ella tomaba la caja, Mandrágora sorteó la bombachita que le protegía su decencia y le introdujo, sin demasiada sutileza, dos o tres dedos en su intimidad.
Fátima bajó y en el movimiento descendente, los tres dedos del hombre se introdujeron aún más y luego la soltaron, no sin antes hacer un movimiento de pinzas por dentro y sobre su clítoris. La mujer se ruborizó y estremeció, más por la osadía del hombre que por el hecho sexual, que duró un chasquido.
—Señor Mandrágora, me ha decepcionado. Sus modales…
Mandrágora llevó sus dedos húmedos a la boca y los chupó descaradamente, mirando a la mujer a los ojos.
—En cambio usted no me ha decepcionado en absoluto.




El Jueves 8 se publica el Capítulo 4 de esta segunda parte. Ojo que vengo medio complicado con los tiempos, de modo que esta fecha es tentativa. Podría atrasarse o adelantarse, si publico cada mini capítulo que conforma el capítulo, de manera separada. Díganme qué prefieren.

Podés encontrar todos los capítulos de manera ordenada en el apartado EL FARO, en la columna de la derecha (si usás PC o explorador de internet vía celular), o en los bloques de abajo (si estás usando la app para celular).

Hasta acá han leído unas 36 páginas, si esto fuera un libro. 

Esta mini serie se publicará a razón de dos o tres capitulitos por semana (dependiendo de mi tiempo en la vida real) hasta completar las casi 100 páginas de la nouvelle. Estén atentos para seguir leyendo.

Comenten. Eso me alienta a escribir más.


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