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La Isla del Cuerno: El Faro (II) C.4

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LA ISLA DEL CUERNO: EL FARO (II) — Capítulo 4
(VERSIÓN 1.0)
Por Rebelde Buey

NOTA: La Parte I (completa) la encontrás en la columna de la derecha (si estás en una PC) o abajo (si estás con el celular) en el apartado de título EL FARO.


4.
2 de febrero.

Camilo. 
Cuando Fátima entró a la sala de estar del faro con el señor Mandrágora detrás de ella, tuve un mal presentimiento. No podría precisar por qué, quizá por el gesto de sorpresa y culpa en el rostro de mi mujer, quizá por el gesto satisfecho de ese tipo taimado que no me inspiraba ninguna confianza. Como fuere, mi esposa venía con un sobre manila en sus manos, y pronto cambió la expresión de sorpresa por una sonrisa, que se me antojó incómoda. 
—Hola, mi amor —me saludó—. ¿Qué hacés acá?
Ni la señora Liliana ni su hija notaron la tensión entre nosotros.
—El Sapo quería que viniera y te dijera que no busques papeles, que los papeles están dentro de un sobre marrón. 
Fátima agitó alegremente el sobre manila. Pero su sonrisa no era por haberme ganado de mano. Era porque sabía que yo estaba allí para vigilarla. Para vigilar que no se estuviera enredando con el nuevo hombre de la isla. 
—¿El Sapo? —Se sorprendió Mandrágora, y vino hasta mí con mala cara.
—Sí… —dije, y sus ojos me miraron tan agresivamente que por un momento sentí un poco de miedo—. Necesita esos papeles para poder salir de la isla.
—¿Todavía está en la isla? —gritó, y pegó un puñetazo contra la mesa, tan fuerte que hizo estremecer todo el faro—. ¿Qué hace ese gordo todavía acá?
Las tres mujeres lo miraron, sorprendidas. Yo, que estaba justo al lado cuando estalló su furia, me congelé de miedo. 
—Durmió anoche en mi cama… ¡en mi casa, quise decir! 
Mandrágora, aún inclinado sobre la mesa, giró su rostro hacia Fátima. 
—No puede quedarse en la isla, va contra las reglas de la alcaldía.
—¿En la isla? —preguntó Fátima— ¿No dijeron que no podía quedarse en el faro?
Mandrágora esta vez giró hacia mí, con ojos sanguinolentos. Me estremecí.
—Controle a su mujer e impóngase en su casa, pedazo de cornudo… ¡Sea hombre y eche a ese viejo inmundo de su propiedad!
Si ya antes estaba congelado, se imaginarán cómo me puse en ese momento. Al quedarme mudo, Mandrágora se enojó más y me tomó de las solapas. Mi silla de ruedas gimoteó con el movimiento.
—¿Estamos claros? —me amenazó.
Fátima se acercó mucho más tranquila de lo que uno esperaría y se interpuso entre los dos. Me acomodó amorosamente en la silla y, como quedó de espaldas y pegada a Mandrágora, sacó un poco de cola, que apoyó sobre el bulto del hombre.
—No hace falta ser descortés —le dijo en un reproche conciliador—. Si vine hasta acá fue justamente para llevarle al Sapo los documentos para que viaje al continente.


Camino a casa, yo seguía humillado y en silencio, y mi mujer empujándome la silla. 
—Qué nervioso se puso el señor Mandrágora, ¿eh?
—¿Nervioso? Pensé que me mataba.
—Un tipo tan fuerte… tan bien plantado… tan varonil… que maneja a su antojo a todos a su alrededor… que tiene control sobre todo… con el miembro de un caballo… Es raro, ¿no te parece?
—¿Qué tiene de raro? ¿C-cómo con un miem…?
—Lo que oíste, no me hagas repetirlo.
—¿Cómo sabés que…? ¿Qué estuvieron haciendo en ese galpón cuando buscaban los papeles del Sapo…?
—No seas perseguido. ¿Qué clase de mujer te pensás que soy? Cuando iba para el faro lo vi a él y a la señora Liliana, desnudos… Ya te imaginarás haciendo qué… Y bueno, fue desagradable pero no pude evitarlo. Nunca vi algo tan grande en toda mi vida… tan grueso… tan ancho en la base… 
—Se supone que nunca viste ninguno, excepto el del duque.
—Sabés que un par de veces me topé sin querer con Samuel y Eber, bañándose en el tanque.
El cinismo de mi esposa —aunque en verdad no me daba cuenta si era burla o simplemente un resabio de su educación de dama de sociedad— me la puso de piedra. Actuaba como si fuera una señora decente, cuando yo sabía que los negros que trabajaban para mí, se la cogían a diario; que el hijo de puta del balsero, se la cogía una vez por semana; y que el Sapo le daba verga casi día por medio. Es cierto que nunca lo habíamos admitido uno al otro, pero de ahí actuar como si yo fuera un imbécil… Tal vez eso era lo que buscaba. Tal vez eso era lo que me la hacía parar.
—Sí... —admití, vencido. Y de pronto me sentí morboso—. Había olvidado que algunas veces tuviste esos miembros enfrente de tus propios ojos.
Pero ella se escabulló de ese tema y regresó a Mandrágora.
—En fin, ¿te parece que un tipo así pierde el control solo porque el Sapo se queda en la isla? Ahí hay algo raro... 
—Quizá el viejo roñoso, en su paranoia de borracho, tenga algo de razón. 
—Ese tal Mandrágora quiere quedarse con el trabajo y la vivienda del Sapo. 
Una alarma me sobresaltó el corazón. Si ese tipo iba a ocupar para siempre el lugar del Sapo, sin dudas iba a sumar a mi mujer a su harén de putas personales. Y no iba a conformarse con una o dos veces por semana. Se la iba a llevar a vivir con él. 
Y yo moriría solo. Y nunca más podría espiar a mi mujer cogiendo con otros. 
Y entonces me encontré diciendo:
—No podemos permitir que al pobre Sapito le roben su trabajo. 
Fátima me observó con el ceño levantado.
—¿Desde cuándo te importa lo que le suceda a ese viejo del que siempre te quejás que me manosea y te dice cornudo?
Llegamos por fin a casa. Otra vez nos recibían los cuernos de alce sobre la puerta, que nos regalara el Sapo un par de años atrás, cuando comenzó a cogerse a mi mujer. 
—Es un buen vecino —le dije, y adiviné la sonrisa triunfal de la infiel de mi esposa detrás de mí, mientras empujaba mi silla—. Después de todo nos regaló esos cuernos para la entrada, ¿no?
—Te regaló, mi amor —me corrigió.



El Miércoles 14 se publica el Capítulo 5 de esta segunda parte. Ojo que vengo medio complicado con los tiempos, de modo que esta fecha es tentativa. Podría atrasarse o adelantarse, si publico cada mini capítulo que conforma el capítulo, de manera separada. Díganme qué prefieren.

Podés encontrar todos los capítulos de manera ordenada en el apartado EL FARO, en la columna de la derecha (si usás PC o explorador de internet vía celular), o en los bloques de abajo (si estás usando la app para celular).

Hasta acá han leído unas 39 páginas, si esto fuera un libro. 

Esta mini serie se publicará a razón de dos o tres capitulitos por semana (dependiendo de mi tiempo en la vida real) hasta completar las casi 100 páginas de la nouvelle. Estén atentos para seguir leyendo.

Comenten. Eso me alienta a escribir más.


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