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Dame un Segundo - Capítulos 44 y 45

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DAME UN SEGUNDO
Capítulo 44: Repaso

Por Rebelde Buey


Así, Tiffany, Ezequiel y Ash se constituyeron en una pareja. No lo demostraban en el colegio, al menos no en forma explícita. Uno podía encontrar a Ezequiel a los besos con Tiffany; o con Ash, en otro momento. Pero nunca a los tres juntos. Y costó bastante trabajo convencer a la Pioja, que era la más pequeña y la más impulsiva, la que no medía las cosas. Ezequiel le hizo ver que la directora y los profesores no verían con buenos ojos ese tipo de comportamiento, y a ella todavía le restaban dos años más en el escuela.
En la calle era otra cosa. Seguía sin estar bien visto (y más en aquella época) que dos chicas se besaran en público, así que a menudo se iban a plazas mal iluminadas o a los rincones que una ciudad ofrece: pasillos bajo nivel de las estaciones, entradas oscuras de edificios, algún que otro baño público, un cine a las dos de la tarde con una película aburrida.
Y juntos solo podían ser ellos mismos en sus hogares y en la oscuridad de los boliches bailables. Allí se besaban los tres, sin mirar a quién. Se buscaban, se tocaban, se daban a los otros sin condiciones.
Tiffany y Ezequiel terminaron la secundaria y Ash tuvo que hacer una suerte de duelo, pues su novio y su novia ya no estaban en el colegio todos los días. El primer año, los dos egresados boyaron entre amagos de estudio y trabajos temporales, así que siguieron viendo a la más pequeña todos los días. Era como una extensión de los recreos.
Recién dos años después, con Ezequiel y Tiffany estudiando y trabajando, y Ash comenzando una carrera de maestra jardinera, se estableció una suerte de real noviazgo de a tres.
Comenzaron a tener responsabilidades, a manejar dinero propio, a someterse y celebrar exámenes. A enfrentarse a jefes y compañeros detestables, a gozar de la independencia y de las libertades. Pasaron un primer verano juntos, lleno de promesas y expectativas, lo que trajo los primeros ensayos de cuernos y amor matrimoniales, por la convivencia coyuntural que exigieron las vacaciones.
Dos años después se fueron a vivir los tres a un departamento. No blanquearon el trío ante sus padres, así que oficialmente el techo lo alquilaban Tiffany y Ezequiel, y Ash aparecía como una eterna colada. Pudieron sostener la mentira y las apariencias un par de años más, pero en el cumpleaños de 27 de Ezequiel ya era un secreto a voces que esa convivencia era de tres. Cualquiera que los visitara más o menos seguido encontraba siempre a Ash, no solo instalada, sino yéndose a dormir a “su cuarto”, si las visitas se quedaban hasta tarde y ella tenía que madrugar.
Si alguien los juzgó alguna vez, nunca lo supimos. Sí me enteré de varios amigos que destilaban envidia porque Ezequiel dormía todas las noches con dos bellezas. Aun sabiendo que era el consciente cornudo de las dos.
Por mi parte, yo no lo envidiaba, aunque me daba mucha curiosidad ser cornudo de dos esposas. Se lo llegué a proponer una noche a Luana, y la muy maldita se me rió en la cara. De todos modos no puedo quejarme: a lo largo de nuestro matrimonio roció mi frente de infinitos cuernos de todo tipo. Fue morbosa, cruel y perversa en dosis altas, manteniendo su inconfundible bajo perfil.
Nos casamos rápido, apenas dos años después de terminar el colegio. Y no, no me dejó cogerla en la noche de bodas. Como anticipara Tiffany, recién me quitó la virginidad unos quince días después de regresar de la luna de miel. Lo que cogió la hija de puta en esa semana fue de antología. Ya en la noche de bodas se llevó al hotel a dos negrazos contratados, supongo que como aperitivo de la luna de miel, que fue en el Caribe, y en donde se bajó medio centenar de negros, que le daban todo el día, siempre en mi presencia y regodeándose de los cuernos que me ponía.
Luana no estudió. Su ex novio Huan le consiguió trabajo en los talleres textiles de su padre, quien en poco tiempo la hizo su secretaria personal. Sí, por supuesto, tan personal como se imaginan.
El viejo se la coge aún hoy casi todos los días, y Huan, como siempre, como cuando comencé a salir con ella, dos veces por semana. Yo no tengo tanta suerte, apenas si me deja hacerle el amor cada veinte, treinta o cuarenta días.
Nuestro primer hijo nació con rasgos bien bien orientales, y lo más probable es que no sea mío, sino de su jefe o de Huan (no hay forma de saberlo realmente). El segundo, una nena hermosa y que ya se la ve tan putita y manipuladora como su madre, es con seguridad de su jefe, del padre de Huan. Luana dice que por las fechas es del viejo sí o sí, pues su ex novio estaba en su luna de miel (a mí ese mes no me dejaron ni tocar a mi esposa, porque Huan estaba en el exterior).
Como buen cornudo, tampoco pude hacerla mía durante el embarazo, una pena pues mi Luanita hermosa estaba más sexy que nunca. Sus machos, sí, por supuesto, se la recontra cogieron hasta un día antes del parto. No solo el viejo y Huan, sino otros machitos que Luana siempre tiene por ahí. Pareciera que el embarazo los atraía como la miel, salían tipos en todos lados, Luana tenía más levante que nunca y hasta reaparecieron varios machos que por hache o be el tiempo había ido alejando.
Es una bendición que ya que me tocó una mujer tan puta, comparta rasgos raciales con sus dos machos principales. En la familia nadie sospechó jamás nada, ni se puso en tela de juicio mi paternidad.
Con la familia hecha, con las responsabilidades invadiendo de a poco la vida, los cuernos fueron menguando, por un lado, y por otro de a poco fuimos viéndonos cada vez menos con Tiffany, Ezequiel y Ash, lo mismo que con otros amigos.
A Cherry no la vimos nunca más. Ya desde el viaje a Bariloche la vimos poco y nada, pues ella casi dejó de ir al colegio. A su primer novio Gregorio, casi que tampoco lo volvimos a ver, aunque aquellos tempranos años me lo crucé un par de veces en el barrio. Seguía en esa línea de mostrarse mundano, superado, siempre contando anécdotas promiscuas con distintas chicas y él como centro de una masculinidad prodigiosa. Era patético: siempre terminaba preguntándome por Cherry.
Pero no lo culpo, Cherry fue su primera novia, su primera mujer, su primer amor, y tenía una personalidad muy intensa. También enferma, es cierto, pero intensa.
Un día, como diez años después, Ezequiel se lo encontró en el centro, en un edificio de oficinas corporativas a la que él iba a una reunión. Recuerdo que me dijo que Gregorio le había dado una mala impresión, que parecía un poco dejado, más allá de la camisa y corbata reglamentaria. Y triste. Se saludaron, Eze no andaba con mucho tiempo, y se cruzaron falsas promesas de llamados. Y ya cuando se despedían, cuando Eze retomaba el pasillo hacia las oficinas que buscaba, Gregorio le tiró la pregunta, como un condenado a muerte arroja un pedido de perdón: “¿Y Cherry? ¿Sabés algo de Cherry?”
Pobre Gregorio.





DAME UN SEGUNDO
Capítulo 45: Interludio II

Por Rebelde Buey
  

—Soy yo —dijo Ezequiel, y se levantó del banco para enfrentar a los dos grandotes que acababan de ingresar al hospital.
—¿Ezequiel González?
—Sí, ¿qué pasa? ¿Quiénes son ustedes?
Parecían policías, más que nada el segundo, que iba callado y era más joven y todavía no sabía disimular. Supongo que Ezequiel se dio cuenta enseguida: en sus inicios también tomaba muchos casos penales.
Se lo llevaron para un costado y así hablar en privado. Ash fue de una corrida tras ellos, como un cachorrito asustado.
—Señorita, necesitamos hablar con el señor. Será un segundo.
—¿Qué pasa? —quiso saber la Pioja—. ¿Tiffany está bien?
—Ash, ellos no son médicos —Ezequiel la tomó de la mano y la trajo para sí—. Está bien… ¿inspector? —el otro asintió— Ash es mi mujer.
—me dijeron que su mujer había sido hospitalizada.
Ezequiel y Ash se miraron. A Ash se la notaba angustiada y Ezequiel no tenía energía ni paciencia para explicaciones.
—Sí, esa es mi otra mujer, Tiffany. Estuvo en el choque y casi se muere, pero los doctores dicen que la salvaron.
El inspector pareció dubitativo. Amagó hablar y no lo hizo, dos veces. Finalmente resolvió:
—Escuche, no quiero ser descortés, y más con lo que está usted pasando, pero lo que tengo que decirle no es para cualq…
—Tiffany también es mi mujer —agregó desafiante la Pioja—.
Los dos policías quedaron mirándose. La recepcionista pasó delante de ellos con unos papeles.
—Jé… —desaprobó.
Los policías se despabilaron.
—Escuche, necesito saber si guardaba el auto en una cochera propia o en un garaje o en algún lado con acceso público, y si es así, en dón…
—¿Qué?
Ezequiel conocía de memoria ese protocolo.
—¿Llevó esta tarde el auto a algún tipo de servicio mecánico? ¿O una gomería...? O lo que sea…
—No, no… ¿Qué me está preguntando?
—¿Sintió un latigazo en el pedal o simplemente se le hundió el pié en el freno…?
—Oh, no… No, no, no, no, no… No me diga eso… No quiero ni puedo creer eso…
Ash se pegó más a Ezequiel y le apretó el brazo.
—¿Qué pasa, amor? ¿Por qué pregunta todas esas cosas…?
El inspector sacó su mano del bolsillo del sobretodo con una bolsa de plástico transparente. Adentro había un cable. Un pedazo de cable.
—No puedo dejárselo, pero quería que lo viera. El corte parece un desgarro pero a simple vista se nota que fue cortado y despeluchado para que parezca desgarrado…
—No puede ser… No puede ser…
—Está confirmado, señor González. Vamos a hacer un peritaje a fondo del vehículo mañana… Mientras tanto les asignaremos un efectivo…
—¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué es ese cable?
El inspector se apiadó un poco de la Pioja, que parecía una nena perdida en un bosque al anochecer.
—Señorita, esto no fue un accidente… fue un intento de homicidio.

*Continúa en el Capítulo 46, finaliza en el Capítulo 48 * 

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