DAME UN SEGUNDO
Capítulo 46: Amor patógeno
Por Rebelde Buey
Un año antes
Le temblaban las manos. El pecho le golpeaba desde adentro y sudaba como un enfermo. Se dijo que iba a dar otra vuelta a la manzana, para asegurarse, pero sabía que era la mentira de un cobarde. Dios, era el cobarde de antes, de cuando era muchachito. El cobarde de siempre.
Recordó con cierta resignación que la última vez que se había sentido tan inseguro, tan poca cosa, tan patético, fue cuando solía ir a ver a Cherry. Y recordó también —su piel, su físico recordó— que así se sentía siempre él con ella, y que aunque le revolvía el estómago, era una sensación subrepticiamente dulce y satisfactoria.
Gregorio finalmente desistió y giró hacia el edificio, llegó al portero eléctrico y presionó el 3B.
—¿Sí…? —se escuchó una voz metalizada.
Era ella. Gregorio tuvo que reprimir sus esfínteres al oír esa voz. Nunca se había sentido tan nervioso y eufórico al mismo tiempo.
—El gasista —dijo, y se mostró a la cámara. La gorra le tapaba medio rostro, y el mameluco y el valijín de herramientas completaban la farsa.
TNNNNNNN… sonó la cerradura, y entró al edificio.
Cuando Cherry abrió la puerta del departamento, Gregorio aprovechó la sorpresa e ingresó rápido, medio escondido por su visera, rogando a Dios no mearse encima de la emoción, y rogando que ella no le pegara.
Logró lo segundo. Cherry estaba tan sorprendida por la inesperada presencia que por primera vez en años no tuvo reacción.
Los dos vasos de coca cola estaban apoyados sobre la mesita ratona. Uno estaba por la mitad, o menos, y mojaba el vidrio con la transpiración que le caía. Había sido levantado y apoyado una docena de veces, y tomado en sorbos breves, no para calmar la sed, sino para calmar la ansiedad.
El otro vaso estaba sin tocar.
—¿No vas a preguntarme por qué estoy acá?
—Estoy más intrigada por tu disfraz y toda tu fantochada… Y por cómo es que sabías que yo estaba esperando un gasista…
Gregorio tamborileó los dedos sobre sus muslos. Tenía a Cherry en frente, hermosa como la recordaba, y como la había visto últimamente, con una pollera tres cuartos que subió disimuladamente por sobre sus rodillas al momento de sentarse y cruzar piernas, y una remera ajustada y de manga larga, con un escote interesante. El cabello lo mantenía simple, y como nunca lo había usado del todo largo, ahora la acompañaba mejor en esta edad.
—Estás hermosa… —evadió Gregorio.
—Vos también estás hermosa…
Gregorio sonrió por la chicana. Miró a uno y otro lado del living.
—¿Estás sola? Sé que seguís con Isidoro…
—Sabés demasiado para ser una persona que no veo en… ¿cuánto, veinte años?
—Un poco menos… Quince, dieciséis.
Se hizo un silencio. Gregorio volvió a tomar el vaso y dio otro sorbo. Lo incomodaba la mirada de Cherry, y ni hablar de su silencio. Y esa mirada y esa incomodidad le provocó una erección.
Por los viejos tiempos, se dijo.
—Está bien, está bien… Te cuento…. Total, nada puede ser más humillante que aparecerme acá vestido de gasista…
Cherry rió muy brevemente y se inclinó hacia su vaso por primera vez. El escote se hizo generoso y ella fue consciente de eso.
—Siempre puede ser más humillante…
Gregorio la vio pegar su espalda al respaldo del sillón, mirarlo, y no decir más. Así un minuto interminable.
—Me equivoqué… —dijo finalmente, y se quedó mordiéndose los labios, esperando algo de Cherry. Y como Cherry ni siquiera pestañeó, tuvo que continuar—. Me equivoqué en grande. Como no me equivoqué jamás en mi vida… —Gregorio comprobó si Cherry había insinuado alguna reacción. No—. Siempre fuiste vos. Siempre. Mi mujer, mi amor, mi vida… incluso cuando me hacías cornudo con todo el mundo. No lo vi en ese momento, sé que no lo vi, estaba ciego, inseguro… Era un crío, por el amor de Dios… Sencillamente no me di cuenta… o sí me di cuenta, pero no pude soportarlo. Me lo negué, como un nene. Tenías razón vos, Cherry, esa vez que me encaraste en el bondi… Lo dijiste tan claro, pusiste mi papel tan en evidencia que supongo entré en pánico. Porque en el fondo yo sabía que era un cornudo… ¡tu cornudo! Las veces que me hacías ir a buscarte a lo de tus machos, ¿te acordás…? O cuando me hacías limpiarte con cualquier excusa… Siempre lo supe. Incluso una vez te vi en una orgía… escondido… —Recién ahí Cherry levantó una ceja—. Vi cómo te cabalgabas en un sillón a un guacho con una pija así… aunque también me lo negué… Dios, nunca vi una imagen más sensual… Aun hoy la recuerdo como si la tuviera delante.
Cherry se removió en el sillón, descruzó sus piernas y las volvió a cruzar para el otro lado. Con lentitud.
—Gregorio, llegás veinte años tarde.
—No, no, yo sé que no. Sé que fui un imbécil y que no tengo perdón ni forma de recuperar estos años. Pero así como en aquel momento vos me conocías mejor que yo mismo, yo también puedo decir hoy que te conozco a vos, que te conozco realmente.
—Como mi gasista, deberías saber que estoy con Isidoro…
—¡Al carajo con Isidoro! A mí no me engañás. Lo tuyo con ese no es amor. Lo tomaste por despecho, o por venganza, o porque te quedaste sola… Pero yo te conozco, amor… Vos no sos mujer de un esclavo… sos mujer de un cornudo.
—No podés venir veinte años después y pretender…
—No cometas el mismo error que cometí yo, Cherry. Perdí veinte años. ¡Veinte años con chicas que no me importaron, haciéndome el macho para no aceptarme como cornudo! Perdí veinte años de estar con la mujer que amé desde siempre, veinte años de amor, de convivencia, de romance, de cuernos, de hijos, de familia…
Cherry apoyó su vaso sobre la mesita y sonrió.
—No serían tuyos. Te hubiera dejado coger tan poco que estarías criando a los hijos de mis machos.
—¿Te pensás que no lo sé?
Gregorio se quedó en silencio, respirando, tratando de que sus pulsaciones volvieran a la normalidad. O al menos hasta las que tenía antes de hablar, de exponerse desnudo ante esa mujer que siempre lo mantenía con la sensación de tener un dedo en el culo, aun sin tocarlo.
—Isidoro tampoco me coge… y también lo hago cornudo.
—Es otro juego, y no es tu juego. Y no lo amás.
—A vos tampoco.
—Ya sé, ya sé… ¿Pensás que vine a proponerte que seamos novios?
—Todavía no sé a qué viniste.
—Vine a decirte que te amo. Que nunca dejé de amarte, incluso cuando te odié. Que todos estos años solamente pensé en vos, que pajearme con tu recuerdo cogiendo arriba de un sillón fue siempre más intenso que cogerme a mi novia del momento. Vengo a decirte que estoy acá, a tu disposición, que quiero ser parte de tu vida… y que lo pienses… Vengo a regresarte el pasado, Cherry…
Cherry lo miró a Gregorio a los ojos, y éste supo que por primera vez había captado cierto grado de atención real en la morocha.
—A mi disposición…
—Vamos… No necesitás otro lacayo… Ni siquiera necesitás el que ya tenés…
—Gregorio, no te ufanes tanto… No sabés nada de mí. No sabés lo que quiero, ni lo que necesito. Ni sabés lo que me pasó en estos veinte años… —Cherry miró lánguidamente hacia un ventanal, a un punto fijo en el infinito. Luego regresó y tomó el vaso otra vez, con una parsimonia exasperante—. No sabés un carajo, Gregory. Lo único que sabés es que no amo a Isidoro, y eso lo sabe cualquiera, hasta el propio Isidoro.
Gregorio se mordió una de sus uñas. Era cierto que no la había visto en estos quince o dieciséis años, pero había estado investigando bastante sobre la vida de ella.
—Me faltará algo, pero averigüé much…
—Callate un poco, ¿querés? Primero te voy a explicar brevemente por qué no sabés un carajo sobre mí, mis gustos, y mis necesidades. Y después me vas a contar vos cómo carajo averiguaste dónde vivo, cómo supiste que hoy iba a venir el gasista, la hora exacta, y por qué el gasista verdadero sigue sin tocar el timbre a pesar de que hace veinte minutos tendría que haber estado acá.
—El gasista no viene. El gasista con el que hablaste era yo.
—Me lo imaginé.
—No te enojes. Intervine… el teléfono… Hice muchas cosas que no… son muy dignas que digamos…
—Me lo imaginé.
—Dicen que en la guerra y en el amor todo vale, ¿no…? ¡Je! ¿Qué puedo decir? Para mí también pasaron veinte años… soy un hombre de recursos, ahora.
—Me lo imaginé.
Gregorio estaba demasiado vulnerable para aceptar otra chicana más.
—Dejá de decir “me lo imaginé”, parecés Tiffany.
¡Crash!
El vaso se partió en la mano de Cherry con un estallido que cortó el aire. La coca-cola chorreó y la morocha no llegó a quitar los pies del enchastre.
—¿Estás bien? —se preocupó Gregorio.
Cherry no le respondió. Sacó una campanilla de algún lado y la agitó.
—Imbéeecil… —gritó hacia ningún lado.
Apareció un hombre pequeño forrado por completo en un mono de caucho-latex, que le cubría incluso la cabeza.
—Limpiá, imbécil.
Gregorio sabía lo de Isidoro. Pero una cosa era saberlo y otra era verlo. Isidoro desapareció y reapareció en un segundo con elementos de limpieza y se agachó a los pies de Cherry, y fregó. Cherry subió sus botas de cuero desde los tacos a la espalda de su mascota, mientras éste limpiaba. Finalmente Isidoro terminó y se fue, mudo en todo momento.
Cuando quedaron solos, Cherry miró a Gregorio con dureza.
—No me compares con esa hija de mil putas…
Gregorio se quedó, sorprendido.
—P-pero… Pasaron veinte años…
—Te dije que no sabés un carajo… Por culpa de esa yegua me abandonaron todos… no solamente Ezequiel, Vicente y la coreanita esa que se hacía la santa… Me dejaron de hablar todos en todos lados. En el colegio, en el barrio, en la pileta… ¡esa turra me convirtió en una leprosa!
—Mi amor, pasó una vi…
—No me vengas con “mi amor”. Vos también me diste vuelta la cara, me cruzaste un par de veces en esos años y me decías cosas que me hacían sufrir… Hoy parece una tontería, pero en ese momento fue una tortura. No era solo que no me invitaban a ninguna fiesta, me ignoraban. Me hicieron un vacío total, como si fuera una loca…
—Es que… Vos no te acordás pero estabas un poco alterada.
—¡Ya lo sé, idiota! Pero éramos amigos. Todos éramos amigos. Se supone que los amigos están para hablar, para perdonar… Era una nena, y una nena muy insegura… Una nena con problemas, si querés, pero no estaba preparada para el rechazo de todo mi mundo social.
—No pensé que fuera para tanto…
—Estuve casi un año vagando aquí y allá sin conectarme con nadie, mendigando un poco de amistad, un poco de contención. Es difícil de explicar, Gregorio, me sentía sola, me sentía aislada, despreciada. Salvo Isidoro, nadie me habló nunca más… ¡Ni me llamaban para coger! Ese año fue muy feo… me sentí un fantasma, un fantasma deambulando entre vivos, ¿entendés?
»Y entonces conocí a Paco. Yo estaba muy vulnerable, era una chiquilla a quien todos sus afectos le dieron la espalda. El primer día que estuvimos, o sea, que cogimos, Paco peló un sobre, armó unas líneas y me invitó a tomar [cocaína].
»Y ahí cambió todo. Y muy rápido. Tapé todo con esa mierda: la soledad, la envidia que les tenía, la vida de mierda que me estaba tocando… bueno, que creía que me estaba tocando. En dos o tres meses me hundí de una manera increíble. Tomaba mucho, cada vez más, y comencé a frecuentar a los amigos de Paco. Bueno, en realidad todos paraban en la misma casona. Me los garché a todos. Primero para sentirme aceptada, atractiva, deseada. Después me los garchaba por puta, pero enseguida me los empecé a coger por merca [cocaína]. Y cuando ya no alcanzó, o a los amigos de Paco dejó de resultarles divertido, me empezaron a presentar a otros tipos. Muchos. Tipos grandes, tipos raros, marginales, tipos que andaban en cosas umbandas, o en peleas de animales, en lo que se te ocurra… Y terminaba en lugares cada vez más siniestros.
»Empecé a tener miedo, Gregorio. Miedo en serio. Un miedo que no se compara con ningún otro miedo que exista. Por mi salud, primero. Por mi seguridad, después. Pero la necesidad que tenía… Esa necesidad… Es muy hija de puta esa necesidad, es como una sed que te arde, Gregorio. No sabés… Me cogían por nada. Me usaban de puta… peor que de puta, porque una puta tiene dignidad… Gregorio, me dejé cagar en la cara por dos gramos de merca…
—Dios…
—Un día me llevaron a una villa… Ni sé quién me llevó, a esa altura ya no estaba con Paco, sería el amigo de un amigo de un amigo, porque a medida que se cansaban o no me podían sacar más, me pasaban a otro que siempre era peor… Me llevaron a una villa, vestida de puta, con dos chicas más, igual o peor hechas mierda que yo… Nos tiraron en una fosa seca… como un tanque australiano cavado en la tierra… había olor a mierda, a meo, a vómito… Nos tiraron ahí y empezaron a bajar negros… negros de ahí, de la villa… borrachos, paqueados… Nos hacían lo que se les antojaba… La mitad estaban calzados [armados]… Algunos, como joda, nos apoyaban el caño del revólver en la cabeza, jodiendo, mientras les chupábamos la pija o nos rompían el culo… En un momento uno me gatilló en la cabeza, Gregorio, sin balas, solo para cagarse de risa. Te juro que creí que cuando terminaran de cogernos nos fusilaban a todas.
»Estuvieron toda la noche haciéndonos de todo, lo que te imagines, lo peor… Nos habrán pasado… no sé, cien tipos ente las tres, quizá más… y nos dieron dos o tres gramos a cada una y se nos cagaban de risa… Ahí en el momento, delante mío, los villeros le dieron al tipo que nos llevó un fajo de billetes y un paquetito con merca.
»Ese día, al regresar, sin creer que aun estaba viva, llamé a Tiffany. A mi amiga. Hacía tres años que no hablábamos… Necesitaba hablar con alguien a quien pudiera contarle todo esto… alguien que me aconsejara, que me contuviera, no sé… Primero no me quiso atender. Tuve que insistir. Pedir, rogar… Estaba desesperada, realmente desesperada, y ella se dio cuenta. Le conté todo. Todo, Greg. Todo lo que te acabo de contar y muchas cosas más… cosas que… Cosas horribles, como un aborto espontáneo y otro que me hice con agujas de tejer… Cosas que a un ser humano deberían haberla conmovido… ¿Y sabés que me dijo? ¿Sabés qué me dijo cuando le conté llorando todo esto?
»”Y bueno… jodete, Cherry. Vos te lo buscaste”
»Vos te lo buscaste, me dijo. Me quedé muda, en sollozos, porque había estado llorando… Me sentí una basura… una mierda… más mierda que cuando un gordo borracho me cagó en la cara… Esa hija de puta… esa rubiecita que todo el mundo quiere, que anda en Mercedes Benz con un marido abogado que le da todos los gustos, me dijo que me joda, que yo me la busqué.
Cherry dejó de hablar y quedó en silencio. No lloraba ni tenía los ojos brillosos, ni siquiera un nudo en la garganta. Se mantenía distante y todo lo fría que siempre aparentaba. Pero le temblaba imperceptiblemente el mentón.
—No sé qué decirte, Cherry… Lo siento…
Cherry suspiró como para cambiar el aire de un pulmón completo.
—¿Qué otra cosa sabés hacer, además de pinchar teléfonos y averiguar direcciones y datos en los registros del gobierno? —Lo miró a Gregorio a los ojos y estiró una de las comisuras de sus labios en una sonrisa incompleta— ¿Todavía querés recuperarme?
Gregorio sintió como si una brisa de primavera, de vida, entrara de repente a la sala y le hubiera dado en pleno rostro.
—Sí… sí… Es lo que más quiero en el mundo. Y te juro que no te vas a arrepentir, voy a hacer que te enamores de mí y…
—¿Sabés cortar los frenos de un auto?