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La Lista

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LA LISTA
Por Rebelde Buey

  
—Por favor, Martina, te lo pido por lo que más quieras...
—Sí, mi amor, tenés razón —me respondió mi novia, agitada, tratando de aguantar la respiración con los ojos bien apretados—. ¡Uhhhhh...! Ay, no sé si pueda...
—Martina, por favor, dejá de joder —Pero ya era incontenible—. ¡Pará de acabar!
El muy turro de Gabriel, que la tenía tomada de cada nalga con sus garras, empujó verga un poco más adentro, con la misma calma y disciplina conque me la venia cogiendo la última hora y media. Y mi novia volvió a perderse.
—¡Ahhhhhhhhh…!!
La tenía en nuestra cama, ella de rodillas y con el culo parado, con la bombachita negra estirada de muslo a muslo, casi hasta romperse, y el corpiño desabrochado pero no del todo suelto. Gabriel le manoseaba la cola para clavar, y cuando avanzaba y perforaba más profundo, su cuerpo se inclinaba sobre mi novia y le manoseaba los pechos. Ahí ella jadeaba, se le endurecían los pezones y pedía más.
_¡¡Uhhhhhhhhh…!!
—¡Martina, no acabes más, no seas hija de puta!
—Ya sé mi amor, ya sé, no lo hago a propósito…
No podía decirle a Gabriel que no se la siguiera clavando. Estaba ahí como parte de mi arreglo con mi novia por haberme, yo, cogido a mi ex. Tampoco podía pedirle a Martina que no sintiera un orgasmo… Pasa que todo esto ya se nos había escapado más de la cuenta.
Una vez por semana a mi novia se la venían cogiendo sus ex novios, uno por uno, en un orden más o menos cronológico.
Gabriel era el enésimo ex. La enésima cogida por fuera del noviazgo. La enésima pija que mi hermosa noviecita se tragaba hasta la base en mis narices, en lo que se suponía era una compensación por mi traición, que ahora estaba más que descompensada.
Con el gemido interminable de Martina como fondo, yo no podía apartar mis ojos de la lenta y parsimoniosa penetración. El vergón ancho de Gabriel entraba y se retiraba con tal reluctancia que juraría que mi novia sentía y disfrutaba de cada centímetro que le enterraba. Incluso al final, cuando la verga hacía tope, ella tenía el reflejo de chocarlo, de clavársela más adentro, aunque sea un centímetro más.
—Martina, ya está —dije cuando acabó de acabar—. Este es el quinto orgasmo que tenés con este tipo… ¡Te pido por favor que…!
—Sí, sí mi amor, sí…. Te juro que es lo que yo quie...
Se cortó en medio de la frase. Y no era la primera vez. A esta altura ya sabía yo que eso era porque la pija de un ex le estaba despertando algo nuevo —otra vez— y que en ese momento todo lo demás dejaba de existir.
—Ay, Gabriel, me había olvidado lo bien que me cogías...
Otra vez la turra cerrando los ojos y mordiéndose los labios.
—Cuando quieras, princesa —se ofreció el otro hijo de puta, que amasó las nalgas de mi novia, las abrió más y llevó su pelvis para adelante, clavando tan pero tan hondo que incluso a mí me dio impresión.
—¡Ohhhhh por Diosssssss...! ¡Ohhhhhhhh…!
—Martina, ¡que yo también te cojo bien! —me indigné.
Ahí mi novia como que se despabiló un poco de su ensoñación. Aunque igual la dominaba el letargo. Quiso que yo no me sintiera mal.
—Sí, mi amor, sí... vos también… —Y mientras la verga le volvía a entrar, ahora ya un poquito más rápido, le aclaró a su macho— No sabés cómo coge el cornudo... No tiene ni idea... ¡No tenés ni idea!
Me pareció que compartieron una risita reprimida entre ellos, lo que no me gustó. Últimamente mi novia compartía más y más de estos momentos cerrados con sus ex, cuando se la cogían.
—Cuerno, me voy —anunció Gabriel—. ¡Te la lleno de leche!
Esto también se venía repitiendo en los últimos garches. Los ex me anunciaban el desleche y tanto ellos como mi novia me decían cornudo. Me había parecido sin sentido hasta que advertí que cuando me decían esas cosas, Martina explotaba en otro orgasmo aún más intenso que los anteriores.
—¡¡Ay, síiii, Gabriel, sí!!!! ¡¡Acabame, acabame con todo!!!!
—¡Martina, no seas tan puta!
Gabriel comenzó a bombear cada vez más rápido y más fuerte, y a bufar y a tomarla de los cabellos, como si fueran las riendas de una yegua. Le tiraba del pelo mientras se la clavaba con violencia, y las piernas largas de mi amorcito se abrían y temblaban, y corrían las sábanas hacia afuera de la cama, que ya de por sí eran un desastre.
—¡Te lleno, putita, te lleno de leche!
Eso excitaba más a mi novia.
—¡¡Sí, sí, sííííííííiii…!! Llename, Gaby… ¡Lllename, llename, llenameeeeeeee…!!
Hijo de puta, otro que me la inundaba de verga y leche.


Esto era injusto. Era muy injusto. Yo a mi ex me la había cogido, era cierto, pero había usado condón. Cuando Martina me dijo que ella iba a hacer lo mismo que yo, asumí que ella también iba a exigir condón. Y lo hizo. Aunque luego me dijo que con el segundo ex no sabía si iba a poder exigir eso, ya que de novios nunca lo habían usado.
Me sorprendí y del desconcierto tartamudeé.
—¿Có-cómo “el segundo”? ¿Qué segundo? Ya te cogiste a tu ex, ¡ya estamos a mano!
Sin maldad, Martina se me rió.
—¿A mano? ¿Me estás tomando el pelo?
—Ok, me equivoqué, me cogí a mi ex. Estuve mal y te lo confesé, y acepté que te cojas a tu ex para que me perdones.
—No, no, no, no, no, querido —me dijo ahora sin reírse, al contrario, muy seria, y con un dedito índice amenazador—. Primero, vos no me lo contaste; Daniela lo hizo. Vos fuiste un hijo de puta que me corneaste con todas tu ex.
—¿Qué decis? Yo tuve sólo una novia antes que vos.
—Y bueno… ¡Todas tus ex!
—¡Es que es una sola! ¡Vos tuviste un montón de tipos!
Martina no era solo hermosa. Era delgada y con un cuerpito modelado a base de años de buena alimentación y gimnasio, y tenía un espíritu divertido, entrador y bastante extrovertido. Como toda chica popular, había tenido una innumerable cantidad de novios.
Cuando me trajo la lista casi se me para el corazón. Era una hoja de cuaderno universitario escrita hasta el último renglón.
—¡Estás loca!
—Son todos mis ex… Al menos, los que recuerdo.
—¡No voy a dejar que te cojas a todos estos tipos!
—Mi amor, acá el ser despreciable que se mandó la infidelidad fuiste vos. ¡Yo solo quiero que estemos a mano!
—¿Pero quiénes son todos estos? Son demasiados, yo solo me cogí a una. Acá hay… —los conté— ¡26 tipos!
—52. Del otro lado de la hoja hay más.
—¡Me estás jodiendo!
—Esto te pasa por hacerte el tramposo.
—¿Qué pusiste, hasta los novios del jardín de infantes, hija de puta!
—No seas tonto. Son novios de quinto año, de la facu, de mi primer trabajo, del chat, del barrio, de mi trabajo actual, de…
—¡Estás en pedo, no voy a dejar que te cojas a 52 chongos! Si querés elegí a uno y te lo llevas a un telo y...
Ahí mi novia me sonrió con tal suficiencia que se me hizo claro que ella sabía que yo iba a aceptar cualquier cosa para retenerla. Estábamos sentados en un bar, ella con una remerita negra, jugando con las patillas de sus lentes, estirándose el escote para mostrar sin querer la naciente de sus pechos. Vi que miraba y tonteaba con unos muchachos en la mesa de al lado, pura seducción.
—No, mi amor. Te explico cómo es esto. Primero, la cagada te la mandaste vos; por lo tanto, las reglas las pongo yo. Si querés que te perdone y sigamos siendo novios, va a ser a mi modo. Yo no quiero cogerme a un tipo, para eso no necesito ninguna lista —e inconscientemente sonrió a los muchachos—. Yo quiero que escarmientes.


Y vaya que estaba escarmentado. Yo seguía al costado de la cama, con mis manos juntas adelante, y mi chomba piqué abotonada hasta el cuello. Pero Gabriel ahora tenía a mi novia contra la cama, arriba de ella, saltándole arriba con gran velocidad, y penetrándola con estocadas de miedo, cada vez que bajaba. La verga le salía limpia, la sacaba por completo y volvía a clavar con todo, haciendo rebotar ese cuerpito delgado y abusado por todos.
No solo Gabriel bufaba y transpiraba como una locomotora, Martina lo acompañaba con la misma intensidad, recibiendo pija y pija y parando el culito para que le lleguen hasta el estómago. Mi novia me echaba miradas cada tanto, con la cara desencajada, los pelos revueltos y el maquillaje deshecho. La cabeza se le bamboleaba con cada topetazo o tirón de cabellos del otro turro. Me miraba sin decir nada, y luego cerraba los ojos, hundía la cabeza en las sábanas y volvía a sentir toda la pija bien bien adentro.
—¡Te lleno, puta, te lleno! —le seguía prometiendo el otro hijo de puta, pero no le acababa nunca. Se la seguía garchando y mi novia lo alentaba.
—Sí, Gaby, sí… Toda la leche, Gaby… Toda la leche para el cornudo…
No era la primera vez que Martina le pedía a un ex que la llenara para mí. Debí imaginármelo cuando me vino con sus reglas.


—Primero: si vos te cogiste a todas tus ex, yo me voy a voy a coger a todos mis ex. Segundo: nada de telos. Va a ser acá en casa y en tu presencia. Quiero que la próxima vez que tengas la tentación de cornearme lo pienses dos veces. Tercero: si alguno de mis ex está muerto, o se mudó a otro país o se hizo cura, me cojo a un amigo tuyo, así que rezá para que no falte ninguno de la lista. Cuarto: me van a coger con forro, no quiero que termines criando a un hijo que no sea tuyo. Quinto: si mis ex no quieren usar forro, me dejo coger igual. Quizás criando a un hijo de otro escarmientes de verdad. Sexto...


—¡Te la lleno, cuerno! ¡Te la lleno!! —por fin comenzó a acabarle Gabriel— ¡¡Ahhhhhhhhh!!
Y Martina, que siempre orgasmaba cuando le volcaban la leche adentro:
—¡¡¡Ahhhhhhhhhhhhhh!!
El hijo de puta no paraba de bombear, se retorcía con cada lechazo que le mandaba, con cada estocada, y en el retorcerse le decía puta a mi novia y me dedicaba el semen volcado. Siguió penetrándola y haciendo rebotar a mi novia contra el colchón, sudando, patinándose por el sudor en las nalgas de ella. Martina estiró su mano para juntarla con la mía. Le gustaba tomarme de la mano en el momento que el macho la llenaba de leche. De a poco los espasmos se hicieron menos intensos y Gabriel y mi novia retomaron el pulso. Yo seguía ahí. Quieto. Vestido. Sosteniendo su mano. Rogándole a Dios en silencio que Martina no se hubiera olvidado de tomar las píldoras anticonceptivas.
¿Cuántos me la habían llenado en estos últimos meses? El primero había usado forro. Se llamaba Santi y había sido su primer noviecito. Se la cogió en casa, conmigo en la otra habitación. Había tenido una pobre performance, y yo me había alegrado porque si todos se iban a coger así a Martina, no tendría nada que temer.
Pero a la semana siguiente vinieron los orgasmos. Y vinieron sin condón. El Keko me la estuvo garchando toda la noche. Dejé de contar los polvos que se echó mi novia después del quinto. Eran las cuatro de la mañana y me fui a dormir, aunque no pude por los gritos que venían de mi habitación.
Las semanas y los polvos que siguieron, porque era garcharse a un ex distinto cada semana, fueron similares; en algunos casos conmigo dentro de la habitación, en otros, tras la puerta, siempre certificando cada orgasmo de mi novia montada en pijas ajenas.
En un momento me planté y puse yo algunas condiciones. Que no se la cogieran más toda la noche. Yo había estado sólo un turno con Daniela, así que dos o tres horas tenía que serles más que suficientes. Y nada de orgasmos: al final ella tenía más orgasmos en una sola noche con uno de sus ex que conmigo en todo un año...
Omar fue el número trece. Cuando vi que estaba arreglando con él, por Facebook, me asaltó la primera duda. ¿Quién era Omar? Nunca lo había mencionado en ninguna charla, y encima, para explicarme su existencia, me pareció que estaba demasiado dubitativa. Me dijo que había sido un noviazgo corto de cuando trabajó de mesera, aunque en otro momento lo mencionó como un amigo de Luis (Luis sí era un ex novio). Todo esto me dio mala espina, pero ella me confirmó el noviazgo y terminó siendo su palabra contra la nada, y tuve que creerle. Como todo era sospechoso comencé a indagar por los otros nombres que no me resultaban familiares. Se podrán imaginar que de una lista de 52 nombres, la mayoría eran sospechosos.
Y entonces empezó Martina con sus explicaciones raras, sus dudas, sus contradicciones. Y yo me volvía loco.
Un día me la estaba garchando don José, un viejo que me resultaba imposible de creer que hubiera sido su novio. Don José era el casero de una casa quinta en la provincia, a la que Martina había ido a vacacionar de muy chica, cuando tenía 16. Mientras don José le enterraba pija ahí adelante mío, me contaba cómo se la había garchado a mi novia las dos semanas que ella había ido de vacaciones, mientras “el cornudo de su novio le pintaba la casa”.
—Entonces no era tu novio, Martina. Fue un amante...
La duda se les dibujó en la cara, pero si ustedes creen que por eso dejaron de coger, se equivocan.
—No, mi amor —me explicó Martina arriba de Don José, subiendo y bajando sobre su poderosa verga—. Es que después nos pusimos de novios unos días.
—Sí, cuerno, sí —la secundó don José, sin dejar de penetrarla—. Y Botellón también.
—Ayyyyy, no puse a Botellón en la lista.
Un minuto después, el viejo hijo de puta le echó un litro de leche adentro.
Así se sucedieron un montón de garches abusivos, uno cada viernes, con gente cada vez más rara, con justificaciones más inverosímiles.
Un día llegué a casa más temprano y me encontré a Martina en la habitación, montada semidesnuda sobre la pija de un pelirrojo peludo y vergón, que le daba máquina como si fuera su último día en la Tierra. Martina no me había dicho nada, tampoco era viernes, y cuando los descubrí, la cara de sorpresa y culpa de mi novia fue de película. Incluso se cubrió los pechos inconscientemente y comenzó a justificarse sin que nadie le pidiera explicaciones. Cuando le pregunté quién era, ella dijo Juan, y al mismo tiempo él dijo Carlos. Al ver mi cara de sospecha ella se apuró en aclarar: Juan Carlos.
Técnicamente quedó a salvo pero a mí no me engañaba. Mientras, Martina retomó con lentitud la cogida sobre el poste del pelirrojo, ahí, delante mío y mirándome para ver mi reacción. Yo me alejé con mi cabeza hirviendo de preguntas.
—Prepará algo para comer, mi amor… —me gritó a la distancia mientras la cabalgata de verga ya se rehacía.
Martina estaba usando todo este asunto de la compensación para garchar a mansalva. Se cogía tipos que no estaban en la lista. Usaba la enorme cantidad de nombres desconocidos para levantarse tipos que le gustaban (en el gym, en el subte, en la facu) y garchárselos morbosamente en casa, casi siempre en mi presencia.
No podía decir que estaba indignado. Si había llegado hasta allí era porque yo la había ayudado, aunque sea con mi inacción. Estaba molesto porque no me gustaba que Martina me mintiera, pero a la vez su morbosa ingeniería para cornearme en mis narices me excitaba de una manera agridulce y tortuosa.
Con los gemidos excitados y exaltados de mi novia de fondo, cerré la puerta y decidí no enfrentarla y ver hasta dónde podía llegar con la mentira.
Llegó lejos. Supongo que ante mi pasividad ella se envalentó o se relajó. Ese viernes se llevó a casa a su profe de gym, un muchacho de gran cuerpo del que yo sabía a ella le gustaba mucho. Me inventó que habían sido a novios en la secundaria, aunque las edades no coincidían. Me hice el tonto y ella se sintió aliviada. Me la garchó toda la noche, rompiendo el último arreglo de las dos o tres horas.
A eso le siguieron el morocho que nos vende DVDs truchos en la calle, luego un tipo medio bruto de unos 30, llamado Botellón, que tenía una verga del tamaño de un termo. Ese Botellón era un tipo de campo, y por cosas que dijo parecía más un amigo de don José —el que se la había cogido antes— que un ex... ¡Ni siquiera sabía cómo se llamaba mi novia!
Un día fue peor. Fue como si hubiera tocado fondo. Un día, después de mucho tiempo sin verla, di con la lista original, la del cuaderno universitario, escrita de ambos lados con los 52 nombres. Ese día la comparé con mi lista. Porque yo, sin que Martina lo supiera, fui confeccionando viernes a viernes una lista de sus garches. La había comenzado a hacer como una contraprueba, un checklist de la lista de ella, para evitar abusos. Pero al promediar la veintena de semanas y machos que se la habían cogido, mi lista comenzó a ser más un registro morboso de sus escaramuzas sexuales que un verdadero checklist. Así, comencé a agregar su número de orgasmos y la duración de los encuentros, y de a poco fui sumando datos que nada tenían que ver con el asunto original. Comencé a registrar los polvos de los machos, si acababan adentro o no, si a mi novia le habían hecho anal, bucal, así como otros muchos detalles.
Cuando encontré la lista original ya no pude engañarme más. En la mía, la real, no solamente había nombres que no estaban en la de ella, sino que eran más. Mi novia en todo este tiempo había cogido con más de 52 hombres, y lo más loco era que ni ella ni yo mencionábamos nunca un posible acercamiento al final de sus encuentros de los viernes, como si la lista de sus ex fuera infinita.
—El viernes viene otro de mis ex. Vas aprender a respetar a tu novia.
Me pregunté cuántos de esos que se había estado cogiendo en mis narices habrían sido efectivamente ex novios. Nunca lo sabría.
Pero el colmo de los colmos —y en definitiva mi capitulación— fue cuando una tarde llegué a casa y me la estaba garchando el portero. ¿Qué decirles? Mi sorpresa fue mayúscula, recuerdo que lo primero que pensé fue: ¿y ahora cómo va a justificar lo del portero, esta puta? Es posible que no hubiese sido planeado. Los encontré en el lavadero, mi novia sentada sobre la pileta de lavar, con las piernas abiertas, en pollera y con la tanguita colgando de un tobillo, y el portero de pie, entre sus piernas, pantalones por las rodillas y clavándola a buen ritmo. Se frenaron cuando los descubrí, el portero me miró como si hubiese visto un fantasma. No dijeron nada. Yo tampoco, me quedé sin reacción. Así que Martina, todavía con sus brazos rodeando el cuello de su macho, le dijo:
—Dale, seguí... Te dije que tengo autorización para cogerme a todos mis ex.
Y el portero reinició lentamente la serruchada, mientras Martina me miraba para ver si protestaba. ¿Pero cómo reacciona uno cuando ve la verga del portero de su edificio entrando y saliendo de la concha de su novia?
No dije nada. Absolutamente nada. Por lo que el hijo de mil putas del portero se la siguió gozando en mi cara un buen rato más. Ante mi pasividad, Martina en un momento se desenganchó de su pija, lo tomó de la mano y lo condujo a nuestra habitación. “Allí vamos a estar más cómodos”, dijo. Y cuando dejaban el lavadero, pasando a mi lado para alcanzar el pasillito, lo escuché claramente al portero.
—Otro que te tiene muchas ganas es Gabriel, el del 4º D... —y ahí el estúpido como que se dio cuenta de mi presencia y se corrigió torpemente— Otro de tus ex novios, digo...


Y aquí estábamos, con Gabriel, el del 4º D, garchándose a mi novia como había hecho el portero la semana pasada y como hicieron medio centenar de hijos de puta que Martina hizo pasar por ex novios.
Gabriel sacó la pija de dentro de mi novia con la lentitud con la que hacía casi todo. La vi brillosa y embadurnada de semen y de los flujos de mi amorcito. Martina suspiró nostálgica cuando la pija se le salió. Quedaron tirados en la cama uno al lado del otro, desnudos, con sus pulmones aún agitados, Martina con una sonrisa de bien cogida pintada en el rostro. Yo al lado, de pie junto a la cama, vestido por completo, mirándole las tetas que subían y bajaban.
—¡Qué buena que estás, Martina...! —jadeaba Gabriel—. Cada vez que te veía en el edificio... ¡Dios, qué buena estás...! Las veces que soñé con hacer esa cola… —Martina rió halagada. Yo dejé pasar que aquello eran los dichos de cualquiera menos un ex—. Tenemos que repetirlo.
Martina me miró asaltada. El acuerdo, sus mismas reglas, eran una cogida con cada ex.
Nuestro vecino comenzó a vestirse, con una sonrisa entre feliz e incrédula. Me miró nuevamente ahí parado al lado de mi mujer desnuda. Y volvió a mirarla a ella.
—Tengo dos amigos que se morirían por ser tus ex, un viernes de estos...
Gabriel se abrochó el último botón de la camisa, tomó el saco y saludó a mi Martina con un beso en la boca.
—¿Te parece repetir el viernes, vos y yo…?
—Sí —respondió naturalmente ella. Luego giró y me dijo con una sonrisa de novia buena—. Cuerno, acompañá a Gabriel a la puerta.
Fui con él hasta la puerta, en silencio los dos. Le abrí, apenas si me miró a los ojos al salir, y se fue contento y satisfecho hacia su vivienda en el cuarto piso.
Al regresar a la habitación, Martina se estaba poniendo la bombacha.
—¿Cómo que vuelve el viernes? —le pregunté contrariado.
La vi dudar. Pasó a mi lado buscando el baño.
—Es que con Gaby fuimos novios durante dos periodos distintos.
Ella abrió la lluvia de la bañera y me miró, esperando mi reacción. Yo la miraba en silencio. Por un momento hasta el agua parecía caer en cámara lenta.
—Ah… —dije— Está bien, supongo…
Ella sonrió como una nena, se quitó la bombachita, me la puso en la mano y se metió a la ducha.

Fin — (historia unitaria)


Un agradecimiento especial a Mikel, que me ayudó con el tipeo del relato. Gracias, Mikel! =D

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