DAME UN SEGUNDO
Capítulo 47: Epílogo
Por Rebelde Buey
En la sala de recepción del hospital, Ash preguntó asustada a los dos policías:
—¿Cómo que cortaron los frenos? ¿Quién va a querer cortar los frenos? ¿Quiere decir que alguien intentó matarlos?
Ezequiel enseguida abrazó a Ash, que estaba por entrar en un ataque de pánico.
—No importa, Pioja… Ya está, ya está… Lo importante es que Tiff ahora está bien… Está bien, ¿entendés?
—¿Los quisieron matar? No puede ser, ¿quién va a querer matarlos…?
Ash comenzó a llorisquear angustiada y todos nos acercamos para ver qué sucedía. Conozco a Ezequiel, es mi amigo, y sé que tenía tantas ganas de llorar como su mujer. Pero se aguantó y trató de ser fuerte para contenerla.
—No te preocupes, mi amor, ya pasó… —le decía—. Ahora está a salvo, con vos, conmigo, y con toda esta gente que vino y que la quiere… Vicente… Luana… Isidoro…
Ezequiel se frenó y vi un destello de alerta en sus ojos.
—¿Dónde están Gregorio y Cherry?
Dudamos. Por un segundo la tensión y la confusión se tensaron en el aire. Hasta que recordé.
—Gregorio se fue hace un rato, cuando vinieron esos tipos… Habrá ido a comprar algo afuera del hospital…
Comenzamos a mirar en rededor. Yo había dicho algo lógico pero eran meras conjeturas. No sabía qué estaba pasando pero los rostros de Ezequiel y Ash —y de los policías— me decían que fuera lo que fuera no podía ser nada bueno. Ezequiel preguntó:
—¿Dónde está Cherry?
El círculo de cabezas giró hacia Isidoro, que instintivamente dio un paso atrás.
—A mí no me miren, yo no tengo idea. Desde que Gregorio se volvió a juntar con Cherry, ella casi no me pasa bola…
Ezequiel soltó a Ash y se acercó a Isidoro, amenazante.
—¿Cómo que se juntó con Gregorio? Acá dijeron que no se veían desde la secundaria…
—N-no… Gregorio volvió a verla hace como un año… en su casa… De hecho… se ven seguido… casi todos los días…
La habitación era fría, aséptica, y tan grande que había otras cinco camas, algunas vacías y otras con pacientes durmiendo con respirador. O muriendo. Sólo se oía un bip-bip lento y cansado, igual que en las películas. Pero esa era la única similitud entre Hollywood y aquel hospital público en medio del conurbano bonaerense.
Cherry cruzó la puerta y avanzó con paso sigiloso. Había una luminiscencia que luchaba contra la oscuridad y le permitía buscar a su mejor amiga en cada cama, en cada rostro demacrado.
La rubia estaba en la última hilera de camas, al fondo.
—Tiff… —murmuró la morocha con una sonrisa ida— Hermosa, hermosísima Tiff…
Se acercó y apoyó sus manos en la alta cama de hospital. Allí dormitaba su amiga, su doble y su opuesto, la que le había dado todo y la que también se lo había quitado. Rubia. Pálida. Rota. Con media cabeza afeitada y una cicatriz y cortes y vendas por todo el cuerpo.
Cherry sonrió aun más.
—Bueno, no tan hermosa ahora… —dijo, y le acarició la cicatriz en la mitad calva de la cabeza—. Ahora la más linda soy yo… Seguro que Ezequiel me elige a mí, si te ve de esta manera. Tendrías que haber visto cómo me comió hoy con los ojos cuando crucé las piernas al lado suyo…
Removió las sábanas, metió una mano debajo de ellas y las levantó. A Tiffany le habían puesto un camisolín para operaciones, muy breve y muy suelto, que le dejaba la mitad de los pechos al descubierto.
—Hija de puta, incluso muriéndote estás buenísima… —Volvió a bajar las sábanas y miró el rostro de nuevo. Era mejor verla calva.— Debería haber mandado a cortarte las tetas en vez de cortarte los frenos…
Cherry se acercó más hacia la cabecera y comenzó a acariciarle dulcemente los cabellos.
—Tiffany, Tiffany… Estúpida Tiffany… ¿Por qué me cambiaste por Ash…? Éramos vos y yo contra el mundo, ¿te acordás? Vos y yo. Las más putas. Las incomprendidas. A las que todas envidiaban. Las que moldeábamos chicos a nuestra total conveniencia —Cherry acercó su rostro al de su amiga, sin dejar de acariciarle los cabellos, y la besó brevemente en la nariz, apenas tocándola—. Hoy compartiríamos a Ezequiel, ¿sabés? A Ezequiel y a todos los machos… En lugar de Ash, yo… Yo, vos y él… y también vos y yo… mucho de vos y yo… —Volvió a besarla otra vez en la nariz, pero esta vez el beso se quedó allí un segundo y enseguida ella bajó sus labios hasta la boca de la rubia. Y la besó. La besó un buen rato, largamente.
Luego se despegó y se alejó unos centímetros de ella. Dejó de acariciarle los cabellos y cambió su expresión, como si hubiera recordado algo.
—Pero no… Tenías que elegir a la mosquita muerta… Tenías que sacarte de encima a la otra linda, a la única que podía hacerte sombra, ¿no?
En la planta baja hubo un momento de zozobra. El policía sacó un handy y habló con alguien, repartiendo instrucciones para que busquen y detengan a Gregorio. Nos pidió la descripción de cómo iba vestido y la escupió a una voz anónima y maquinal que decía “afirmativo” y “señor” casi como un mantra.
Ezequiel abrió de pronto los ojos recordando algo.
—Esa hija de puta está en el hospital… —le dijo al policía. Buscó en su bolsillo y sacó el papelito que le diera Cherry con el número de la habitación de Tiffany—. ¡Y ya sé dónde está!
Salimos todos corriendo rumbo a la escalera, directo al segundo piso donde Tiffany dormía a merced de cualquier cosa.
Cherry agitó la cabeza, negando y negando en el aire, sin detenerse.
—Tenías que sacarme de encima. Sacarme y echarme, como si fuera un perro sarnoso… y poner a todo el mundo en mi contra… como si vos fueras la buena y yo la mala… ¡Qué hija de puta! Mirá qué buena que resultaste, que ante el primer problema me cambiaste por la otra conchudita… Ya la voy a agarrar también a esa —Con la misma mano que Cherry acariciara los cabellos de su amiga, tomó la almohada. Luego puso la mano libre bajo la nuca de la rubia—. Tan buenita que cuando te llamé buscando ayuda me trataste como si fuera una mierda.
La mano bajo la nuca era para que la cabeza no despertara cuando quitó la almohada.
Subimos los escalones de dos en dos. Nosotros no entendíamos aun qué estaba pasando, pero la desesperación de Ezequiel y los policías nos contagiaban. Llegamos al entrepiso y seguimos. Llegamos a un segundo entrepiso. Las plantas de los hospitales viejos son altas, con muchos escalones. Primer piso. Con el poco aliento que me quedaba le pregunté a Ezequiel:
—¿Qué pasa? ¿Por qué Tiff está en peligro?
—Cherry —dijo jadeando— cortó los frenos del auto.
Me ensombrecí. Vi a Eze y a los otros seguir subiendo, y de pronto una alarma se me encendió. Tomé a mi Luana del brazo y le pedí.
—Mi amor, esperá —No sabía qué decirle, no tenía nada, solo un presentimiento espantoso—. Andá abajo.
—¿Qué?
—Andá abajo. Hay algo… quiero que vayas abajo.
—Pero yo tengo que ayudar…
—Acá arriba no hay ayuda posible. Te necesito abajo…
—No, tengo que…
—¡Andá abajo, la puta madre, te lo pido por favor!
Fue —creo— la única vez en mi vida que le grité a mi mujer, y se sorprendió tanto como yo. Se mordió la lengua, me miró con furia y bajó callada.
Volví de una corrida a buscar el segundo piso.
—Una mierda… —Cherry tomó la almohada ahora con las dos manos y la llevó por sobre la cabeza de Tiffany—. Eso es lo que soy para vos, ¿no…? Una mierda… —Y bajó la almohada despacio pero sin pausa hacia la cara de su amiga y la cubrió. La dejó allí. Y apretó. Un poco, hasta encontrar la resistencia del cuerpo inconsciente—. Una mierda… —repetía. Y volvió a presionar. Sus ojos se hicieron fríos, su expresión, enloquecida. Apretó más.— Una mierda… Una mierda… —Y más.— ¡Una mierda…!
La obstrucción del oxígeno hizo efecto en el cuerpo durmiente y vivo. Aunque ausente, Tiffany se removió en su lugar. Cherry presionó aún más firmemente.
—Tratame como una mierda ahora, hija de puta… a ver si podés….
En el segundo piso, Ezequiel ojeó el papelito por enésima vez.
—216 —dijo, y todos nos pusimos a buscar.
Recorrimos la numeración, que a veces se perdía y había que recuperar a la vuelta de un pasillo. 208, 209, 210…
Isidoro la encontró.
—¡Acá! —dijo, pero no se atrevió a entrar. Y en ese dudar, en esa excepción cobarde me alegré de haber mandado a mi mujer con la recepcionista. Isidoro temía, igual que yo, que al entrar a la habitación donde estaba Tiffany encontráramos una masacre.
El mayor de los policías —el inspector—, armado, abrió la puerta. Todos ingresamos a la habitación detrás de él.
Pero…
No era una habitación. Era un consultorio chiquito con un escritorio, una camilla, y unos aparatos viejos que seguramente no funcionarían. No había nada de gente y sí mucha mugre.
Y ni rastros de Tiffany.
—¿Qué carajo…?
No había nadie. La confusión fue total.
—¿Qué es esto? ¿Dónde está Tiff?
Entonces lo entendí.
—Era una trampa —murmuré—. ¡El papelito era una trampa!
Vi la desesperación en los ojos de mi amigo y la angustia en Ash. Podían estar matando a Tiff en ese mismo momento en cualquier habitación del hospital. En la de al lado o en la del tercer subsuelo. Había tantos pisos y cada piso era tan grande que íbamos a demorar horas.
—Tenemos que revisar todas las puertas —dijo Ezequiel, y supo de inmediato la locura que estaba proponiendo—. Mientras, que alguien vaya abajo a preguntar dónde la tienen.
Los detuve a todos con un gesto. Saqué mi celular y llamé a Luana.
El cuerpo de Tiffany se removió más y más, bajo la almohada que la aprisionaba. Las piernas se le pusieron rígidas y comenzaron un pataleo nervioso, histérico. Cherry la sostuvo debajo, enceguecida, sin darle un mínimo de tregua. La aguantó allí y apretó más, y Tiffany, entonces, quizá ya despertando, comenzó a dar saltos espasmódicos desde el torso.
—Vas a pagar, Tiff… Vas a pagar por todo… Por las humillaciones… por darme la espalda… por traicionarme con Gregory… —El bip-bip del aparato aceleró su ritmo, como si estuviera rebotando dentro de un frasco.— …por tratarme como una basura…
Tiffany ya estaría despierta. Se movía con fuerza, con la fuerza que alguien en terapia intensiva puede tener. Cherry rió por lo bajo. No estaba mal que se despertara para morir. Las piernas y los brazos se movían como las aspas de un ventilador estropeado, y no acertaban a darle a ella, así que la almohada seguía ahogándola. Los cables se desconectaron. El bip bip pasó a ser un bip sin fin.
Se sorprendió Cherry de la fuerza que una persona moribunda podía tener, pero también se dio cuenta que tenía todo controlado. Era más fácil desde su posición presionar hacia abajo y sostener la presión, que quitarse de encima el cuerpo de ella. Porque Cherry ya estaba apoyándose sobre la rubia con todo su cuerpo.
Cherry se sintió omnipotente. No solo se sintió. Supo que en ese instante ella era Dios. Al menos, el dios de Tiffany. Así con su cuerpo sobre ella, ahogándola, así con las piernas y brazos de Tiffany cortando el aire, el mismo aire que se le iba, ella era la que decidía la vida o la muerte de la rubia.
Como pudo, pues Tiffany se movía feo, corrió apenas la almohada unos centímetros hacia abajo. Solo un poco, lo suficiente para que asomaran los ojos de la rubia.
Y la viera.
La viera a ella, sonriente.
Se sentía bien ser lo último que esa hija de puta iba ver en su vida.
—¡336! —dije, y corté—. Un piso más arriba y en la otra punta del pabellón.
Subimos como fantasmas, los policías adelante y armados, por orden de ellos. Llegamos al tercer piso y recorrimos los pasillos que a esa hora eran oscuros y solitarios. Giramos en un corredor y luego en otro, hasta que en un instante escuchamos la voz de Cherry. Primero como un murmullo de otro mundo, un murmullo que fue creciendo a medida que nos acercábamos y que resultaron unos gritos cargados de violencia, de rabia, de odio.
Íbamos a encontrar a Tiffany desparramada por toda la habitación, y a Cherry a su lado, cubierta de sangre, como un mal film de terror. Estaba seguro.
El inspector abrió la puerta de una patada gritando “¡policía!”.
Las piernas de Tiffany se sacudían como si la estuvieran electrocutando, y sus brazos luchaban por quitarse de encima a su agresor. Cherry apretaba la almohada contra su cabeza y ahogaba todo intento de defensa. Estaban rostro contra rostro, mirándose a los ojos, solo separadas por la almohada que no aflojaba.
—¡Hija de puta! ¡Hija de puta! ¡Hija de puta! —gritaba.
—¡Policía! —volvió a gritar el inspector, pero Cherry estaba poseída.
Ezequiel no esperó ni un segundo, así como entró se arrojó contra Cherry y la despegó de la almohada. La morocha —fue como si despertara de un trance— opuso una resistencia brutal, y en un parpadeo ya estaban forcejeando. El policía novato se les puso al lado, apuntando a uno y otro en plena pelea, sin decidirse si disparar o no. En medio de la friega, Ezequiel tomo a Cherry del cuello y la giró en redondo, sobre su eje. Uno de sus brazos de ella fue a dar a la mano del novato, y el arma le saltó y cayó. Eso fue clave, porque distrajo a Cherry, y esa distracción le fue fatal. Ezequiel le dio un golpe con las dos manos unidas y él y Cherry cayeron al suelo, junto a una de las camas de al lado.
Ash fue de inmediato con Tiffany, que comenzó a toser y a respirar con desesperación.
En el piso la pelea siguió. Cherry le dio un puntapié en la ingle a Ezequiel, que se dobló en dos y dejó de atacar. La morocha tenía la fuerza de una loca, y aprovechó la debilidad del otro y pegó con tal ímpetu que el hombre no lograba rehacerse. En un momento, un solo momento, Cherry erró un golpe y Ezequiel aprovechó y le pegó una trompada en la cara.
—¡Quieta! ¡Quieta, carajo! —El inspector apuntaba pero el forcejeo era feroz, y por otro lado no iba a disparar si no era estrictamente necesario.
Cuando Ezequiel fue a dar el segundo golpe, Cherry sacó de ente sus ropas una pistola pequeña y le apunto al pecho. Y anunció:
—De una u otra manera esa hija de mil putas va a sufrir…
El inspector gritó una última advertencia y como Cherry no le hizo caso, gatilló. Pero el disparo no salió, se trabó. El inspector miró el arma con un estremecimiento.
Cherry le sonrió, igual que una luna menguante, y giró nuevamente para mirar a los ojos a Ezequiel, tirado y regalado.
Se escuchó el click amartillando y el disparo sonó como un rugido violentando la habitación.
¡BAMMM!
La cabeza de Cherry se sacudió para un costado con una explosión roja en la sien, y cayó sin vida entre las piernas de Ezequiel.
El caño de la 9mm humeaba. Humeaba y temblaba, como las manos de Ash que la sostenía, y tiritaba de miedo, de adrenalina, de locura.
El policía novato, el que había perdido el arma, se le acercó a la Pioja.
—Deme, señorita… —le dijo a Ash, y se la quitó con cuidado.
Ash soltó el arma y se largó a llorar otra vez. Tiffany, en la cama, apenas viva, buscó su mano con la suya y la pequeña fue a ella y la abrazó toda, con el cuerpo y con el alma. Ezequiel se quitó el cadáver de Cherry de encima y fue con sus mujeres.
Cuando llegó Luana, los encontró a los tres abrazados y llorando, y me tomó a mí del cuello y también me abrazó.
—Te amo… —me dijo.
Fue triste, muy triste ver al pobre Isidoro en el piso, tirado junto a Cherry y llorando desconsolado por la muerte de su amor. La muerte y la sinrazón de su amor.
DAME UN SEGUNDO
Capítulo 48: Últimas líneas
Por Rebelde Buey
Y es todo. He dicho bastante en esta novela, aunque quizá no haya dicho nada. De aquel día en que nos cruzamos en la puerta de un hotel, en el que conocí a Ezequiel, tan tímido que daba pena, y a Tiff, de colegiala, disfrazada de lo que era, una estudiante secundaria bien bien puta, a hoy… una vida.
Si fui un poco vehemente con algunas cosas, les pido disculpas. Si dejé algo en el tintero, alguna cosa sin decir, o dicha a medias, les pido disculpas también. Fue con toda intención.
Podrán acusarme de exagerado al releer algunos episodios, pero ¿qué cornudo no lo es? Aunque así como pude ser exagerado, seguramente en algunas escaramuzas sexuales, también fui sobrio, —mucho más que sobrio— en otras cuestiones. Créanme que en lo relacionado al amor, al amor entre putita y cornudo, me quedé corto.
De lo acontecido, puedo decirles que no hemos vuelto a ver a Isidoro, siempre ausente. A Gregorio solo dos veces más, en el Palacio de los Tribunales. Sospechamos que le darán algo más de cinco años, por cómo viene el proceso. Ash también está afrontando su juicio, por el homicidio de Cherry, pero son casos completamente distintos. Todos saben que fue en defensa de un cónyuge, en estado de conmoción violenta y para evitar un asesinato. Además de nuestro testimonio, están los dichos de los policías e Isidoro, y el fiscal tiene todo ya tan claro que nos va contando paso a paso lo que va haciendo y presentando por parte del Estado, aunque sea secreto sumarial. Ezequiel es el abogado defensor de Ash, y Tiffany la mima todo el tiempo.
Cada tanto nos juntamos a cenar, y pareciera que volvemos a la secundaria, por las risas, las anécdotas y las bromas. Tiffany recuperó el cabello y su humor, pero sé por Ezequiel que le han quedado secuelas, y no solo en el cuerpo, como las cicatrices. Hay noches en que se despierta en un pánico atroz, transpirada, al borde del colapso. Tampoco pudo volver a nadar con normalidad, no logra dejar de respirar para sumergir la cabeza. Son secuelas, cosas que quedarán con seguridad para siempre.
Como para siempre se suponía iba a ser esta amistad, cuando la juramentamos aquellos lejanos días, siendo casi niños.
A veces, no siempre, pero a veces, las cosas se retuercen, la vida se presenta de una manera, y cuando la agarrás, te das cuenta que te engañó, que en realidad no estaba de la manera que se mostró sino de otra. Pero otras veces, y esto es lo bueno, a la vida la torcés vos. Y no es cuestión del destino (¿Qué cosa es eso del destino? ¡Nada más que patrañas!). A veces vos podés tomar lo que la vida te da, lo que encontrás, lo que te ganaste, y podés retocarla un poco. O cambiarla. O girarla por completo. A veces le ganamos a la vida y logramos torcer cosas, tiempos, gentes y sueños. Entonces le ganamos al destino, a ese destino pequeño y miserable que te encierra en una cajita chiquita, gris, tan sola e igual a las millones de otras cajitas que da miedo.
Y que hace que te digas que no, que por qué. Que podés reformular a Dios, hacerlo más a tu medida y hacerte más a la Suya. Para enfrentar mejor la vida, para ir a por todo. Para ganarle de una vez.
Que no importe el mundo. Que no importe nada. Lo único que cuenta es el amor.
** FIN DE LA NOVELA **
Fue un gusto compartirla con ustedes, amigos. De verdad. =D
Rebelde Buey